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Juegos cochinos, una novela editada desde Colonia que apunta contra la industria transgénica

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La escritora argentina Florencia Roitstein, radicada en Riachuelo, es docente, investigadora y fue subsecretaria de Ambiente durante el gobierno de Néstor Kirchner.

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Investigadora, docente y exsubsecretaria de Ambiente de Argentina en el gobierno de Néstor Kirchner, Florencia Roitstein acaba de publicar la novela Juegos cochinos (Hurí, 2021). La escritora radicada en Riachuelo, en el departamento de Colonia, elige la ficción para disparar contra la industria transgénica y contra “la ilusión” de que ese modelo “podrá salvarnos”. No obstante, la autora observa posibles salidas a ese dilema y reivindica el rol de la sociedad civil, que “está liderando” un proceso de “múltiples resistencias en el territorio, generando diálogos, produciendo innovaciones sociales y articulando globalmente”.

Presentación en Colonia del Sacramento

La novela Juegos cochinos, de Florencia Roitstein, publicada por la editorial coloniense Hurí, será presentada el miércoles 15, a las 19.30, en el espacio La Locanda (Washington Barbot 167) de Colonia del Sacramento.

A partir del conocimiento de tu trayectoria y de la lectura de Juegos cochinos resulta evidente tu posicionamiento sobre los temas ambientales, que han sido expresados a través de otras estrategias. ¿Por qué elegiste una ficción para plantear este tipo de denuncias?

Los seres humanos nos expresamos de diferentes formas; algunos eligen la pintura, otros la música, otros la escritura, la palabra oral, y en esas formas de expresión intentamos contar una historia y movilizar los sentimientos, la reflexión y el intercambio con otros. Durante muchos años me concentré en transmitir mis ideas por los canales habituales en los cuales me desarrollo profesionalmente (en el gobierno, en círculos académicos, en medios de comunicación), pero entendí que esos abordajes eran limitados para llegar al gran público. Por eso elegí la ficción literaria para comunicar esta compleja trama de intereses cruzados, dominación y explotación sistemática que funciona en bastidores y que es completamente desconocida para las grandes mayorías. Entonces, hace unos cinco años, revisando mis notas personales, que inicié cuando recorría la Argentina como subsecretaria de Ambiente de la Nación y luego como investigadora en Francia, China y Uruguay, comencé a entrelazar las historias de personas reales para construir una ficción accesible a todos, que dé visibilidad social a lo que está sucediendo desde hace más de 30 años: la colonización por parte del capital de todas las esferas de la vida. ¿Te das cuenta? No queda nada que no pueda ser mercantilizado y explotado. El modelo neoextractivista en los países rioplatenses se ha apoderado de todo, y en ese proceso de apropiación destruye el territorio en el que vivimos y, lo que es aun peor, nuestro futuro como humanidad. Entonces por eso escribí esta ficción, para incomodar al poder e incentivar a la movilización ciudadana.

Los personajes principales de esta historia son Belén y su padre, Juan Cruz, quienes, podríamos decir, son arquetipos de agentes que se contraponen en los conflictos ambientales: una activista y un poderoso sojero. ¿Por qué elegiste llevar la trama de ese conflicto al espacio familiar, con antagonismos tan marcados?

La idea de estos dos personajes fue justamente contraponer dos generaciones y dos visiones de mundo antagónicas, que no logran construir un espacio posible de convivencia. La de Belén, que es fundamentalmente una visión romántica y ética del campo, y la de Juan Cruz, que es extractivista y que ve en el campo sólo una pieza de la especulación financiera. La historia plantea justamente este dilema entre aquellos que ven en el campo un lugar exclusivamente de lucro y externalizan a la sociedad sus costos de producción y aquellos otros que ven en el campo un lugar de pertenencia, de fuente de vida y sobre todo de preservación de la humanidad. Esta situación refleja un conflicto que atraviesan muchas familias en nuestros países, que se han visto atravesadas por visiones políticas e ideológicas radicalmente contrapuestas. En la elección de los personajes de Juan Cruz y Belén quise también dar visibilidad a las diferencias de género que existen en el territorio hoy, en donde los Juan Cruz buscan poder, dinero y trascendencia y las Belén intentan mejorar el mundo. A lo largo y ancho de los sures depredados aparecen las mujeres liderando, son ellas las que se oponen al modelo neoextractivista y buscan salidas de cuidado colectivo.

El desarrollo de políticas ambientales más rígidas por parte de los gobiernos rioplatenses para limitar el avance de los modelos productivos que suponen la manipulación genética se contrapone a los intereses de las empresas y de los productores, cuyos aportes, a partir del pago de impuestos y de retenciones, sirvieron para capear los efectos de las crisis financieras que se instalaron a principios del siglo XXI. ¿Qué tipo de economías generan estos modelos a una escala más pequeña, territorial? ¿Permiten un modelo de desarrollo económico sostenible a mediano plazo?

Desde 1996 los gobiernos de los países rioplatenses han firmado los acuerdos correspondientes y han definido las legislaciones nacionales que permitieron la entrada y el desarrollo de la industria transgénica y extractiva en la región. Las dos citas con las que comienza el libro, una de José Mujica y otra de Cristina Fernández, dan cuenta de que los gobiernos no sólo no se opusieron, sino que lo promovieron en ese momento y lo siguen haciendo, autorizando el uso de eventos transgénicos que están prohibidos en los países centrales. El modelo extractivo es funcional a la generación de capital para las arcas del Estado y de allí su apoyo político; el tema es que al mismo tiempo amenaza la salud y la conservación del medioambiente, que es un derecho humano que el Estado debe honrar. La cruda realidad es que el discurso ambiental y de acuerdos y convenios regionales e internacionales al que suscriben los países rioplatenses tiene poco correlato con la situación cotidiana a la que nos vemos confrontados los ciudadanos en el territorio: contaminación de los recursos acuíferos, deforestación, residuos industriales tirados en la vera de las rutas y arroyos y convivencia permanente con fumigaciones aéreas y terrestres. Belén y Act Now plantean la necesidad urgente de una transición hacia otros modelos de producción y consumo. La historia intenta, justamente, mostrar que es ingenuo seguir con la ilusión que vemos en las elites y en la clase política de nuestros países de que el modelo de la industria transgénica nos va a salvar. En realidad, nos hundirá más y más hasta secarnos. Para poner un caso, que parte de la experiencia propia, en Riachuelo, donde nos movilizamos para frenar las fumigaciones de agrotóxicos, nos siguen llamando “agitadores” y “extremistas” a modo de descalificar el estado de alerta permanente de la comunidad, que es cada vez más consciente de la gravedad de convivir con las fumigaciones y de la urgencia de encontrar los mecanismos que permitan transicionar hacia otro tipo de mecanismos de producción y consumo.

¿Hay diferencias en el abordaje de esta problemática entre los gobiernos de Uruguay y de Argentina?

En términos de apoyo a los acuerdos ambientales internacionales, ambos países los suscriben, al igual que la enorme mayoría de los países del mundo. Todos aman los ODS [Objetivos de Desarrollo Sustentable] de las Naciones Unidas. Sin embargo, una vez guardados en los cajones, los acuerdos firmados no se reflejan en la realidad. En el caso de Uruguay, sólo hay que analizar las denuncias efectuadas por ciudadanos a la Dinama [Dirección Nacional de Medio Ambiente]. Los países rioplatenses han conformado lo que la socióloga Maristella Svampa denomina “consenso de las commodities”, es decir, un nuevo orden, a la vez económico y político-ideológico, construido y sostenido como consecuencia de los precios internacionales de las materias primas como la soja, el trigo, el algodón, el maíz, que son vendidos a los países centrales y generan un aumento de las reservas monetarias públicas, al tiempo que generan desigualdades en la sociedad en donde se producen. Es una gran paradoja, ya que las riquezas naturales de nuestros países, en lugar de ser aprovechadas como un valor natural para el desarrollo sostenible local, son vendidas al mejor postor; la soja para alimentar a los chanchos chinos, por ejemplo, dejándonos en el territorio solamente los impactos negativos de su producción, como lo son el desplazamiento forzado de los pobladores, de los productores de granjas convencionales, y la consecuente devastación ecológica. Acá en Riachuelo es lo que está sucediendo ahora mismo. Uruguay, a diferencia de Argentina, ofrece canales de participación para que la sociedad civil pueda intervenir en la discusión de las políticas públicas. En Argentina, en cambio, la represión a las manifestaciones civiles es más preponderante. Aunque las diferencias en términos de políticas no sean tan grandes, se expresan diferentemente en cuanto a la cultura política de cada lugar. El autoritarismo y el populismo son mucho más fuertes en Argentina que en Uruguay, y eso se traduce en las respuestas púbicas en el territorio.

¿Existen posibilidades ciertas de que los gobiernos se comprometan con el cumplimiento de una agenda ambiental sostenible? ¿Cuál debería ser el papel de la sociedad civil en este problema? ¿Hay alguna salida para este dilema?

Como señala la novela, una agenda ambiental sostenible es necesaria y posible, de la mano de la sociedad civil que está generando respuestas a la conflictividad socioambiental territorial que existe en la región. En Uruguay, en Paraguay, en Argentina, en Brasil existen miles de grupos de vecinos movilizados en defensa de la vida y que levantan las banderas contra un discurso que quiere oponer lo económico a lo ambiental y a lo social, cuando en realidad son los tres ejes claves del desarrollo sustentable. Los movimientos territoriales están desarrollando alternativas que articulan la justicia distributiva, la de género y la ambiental. Cómo escalar para transicionar hacia nuevos modelos de producción, de consumo y de colaboración entre sectores es el desafío que como región tenemos todos. La sociedad civil está liderando ese proceso no sólo a partir de las múltiples resistencias en el territorio, sino también generando diálogos, produciendo innovaciones sociales y articulando globalmente.

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