Lo más viejo del museo es la bicicleta alemana de madera de 1890 que tienen en el frente. Lo más reciente, por ahora, quizá sean las máscaras de carnaval de Los Pitufos, Batman y Power Rangers, que comparten vitrina con las Tortugas Ninja. De ese modo intentan captar a distintos públicos, pero el futbolito y el flipper están entre los favoritos.
Hace un año y tres meses que abrieron, cuenta la directora del museo El Juguetero (25 de Mayo 230), Estefanía Balduccio, mientras pasa la rayuela del hall de entrada y un Playmobil a escala humana. “Los que los visitantes más nos dicen que tuvieron son los Meccano, las muñequitas Fosfolette, que venían en cajitas de fósforos, y las Carolina, que son ‘muñecas que caminan’ si les das la mano”.
Su padre, Eduardo Balduccio, es el responsable de ese mundo lúdico: “Tiene 64 años, es uruguayo y a los 23 inició su colección con los autitos Matchbox: se compraba uno al mes en Mendizábal, un supermercado que había en Carrasco”. Después fue sumando el resto de las categorías: robots, muñecas, ositos, instrumentos musicales, bomberos, barcos, Barbies, útiles escolares, elementos de playa… hasta superar los 25.000 juguetes antiguos. Lo cierto es que no saben el número exacto que acumuló. “Recién cuando empezamos a armar el museo, en 2020, comenzamos a inventariar, y abrimos El Juguetero en octubre de 2022”, dice. Pero hacía cinco años que habían empezado a acondicionar el lugar, cambiando los cajones de madera por vidrio.
El museo ocupa lo que fue el local de una fábrica de ropa, Neffa Hermanos; la fachada aún deja ver la fecha de su fundación, 1922, y el logo original. Si bien cambió de manos y de nombre en la década de 1990, continuó en funcionamiento hasta 2003. Muchos de los actuales visitantes comentan que solían comprar telas allí; incluso llegó a apersonarse un viejo empleado.
En rotación
Eduardo Balduccio es empresario, pero los juguetes siempre fueron su hobby, recuerda su hija, y en la familia hay más de un coleccionista: un primo colecciona cámaras de fotos, otro colecciona videojuegos… “De hecho, esa va a ser una de las próximas vitrinas que vamos a reponer este año: con Nintendo, PlayStation, Super Mario”, adelanta.
En Ciudad Vieja muestran un 10% del acervo que Eduardo guarda en cajas; el problema es el espacio, por eso van rotando los juguetes. Ya que el museo se mantiene exclusivamente con la venta de entradas, la idea es que el público vuelva y encuentre piezas que no vio. Ya les pasó que un extranjero quisiera ponerle precio a un juguete para llevárselo.
Algo inherente a esta colección es que es difícil avizorar un final, ya que Eduardo sigue recorriendo ferias y remates. La mayor parte de los juguetes que muestra fueron adquiridos en sitios como Tristán Narvaja o Piedras Blancas. Si viaja, trae alguno de afuera.
El museo está organizado en dos grandes conjuntos: en el ala derecha, los juguetes uruguayos; en la izquierda, todo el resto. Actualmente Eduardo está más concentrado en los de factura local, ya que son además los más difíciles de conseguir porque son casi todos de madera y chapa. “Los de madera, por ejemplo, una vez que se rompían se tiraban al fuego. No se conservaban”, apunta Estefanía. Hoy son su prioridad.
Desde el punto de vista emotivo se podría armar diferentes pedestales. “Justo ahora no está en exposición, pero tenemos el único juguete que mi padre conserva de su infancia: un autito japonés con dos personajes. Después, los uruguayos son una joya. Nuestro logo está hecho en base a una aplanadora musical fabricada por Coloso en 1949. Es uno de sus juguetes favoritos”, asegura. En las películas Toy Story aparece uno muy parecido y los niños suelen comentárselo durante las visitas. “Estamos tratando de contactar a los hijos de los dueños de las fábricas para empezar a recrear la historia de esos juguetes en las vitrinas”.
Los Matchbox son valorados por haber sido el puntapié de la colección, aunque hay otros autos importantes, como los alemanes Schuco. “Es increíble cómo funcionan”, comenta Estefanía. “El Schuco modelo Radio tiene para darle dos cuerdas, una de costado y otra de abajo. Si le das de costado, podés poner y sacar el freno de mano. Y si le das de abajo podés prender y apagar la radio”.
En las redes sociales comunican qué antigüedades son la novedad. “Por lo lejos, es mayoría el público uruguayo, sean escuelas o personas que vienen los fines de semana; en verano están sobre todo turistas de los cruceros, pero durante el año es impresionante el apoyo que tenemos”, comenta. Las visitas de grupos de escolares deben agendarse, porque en ese caso se hace un recorrido guiado. “Después que les contamos sobre todos los juguetes, terminamos en estaciones donde ellos pueden tocarlos. Les mostramos los diferentes materiales y mecanismos que había, que puedan ver qué significa ‘a cuerda’, cómo funciona el balero, el yoyó, los autos a pila. Les damos una maquinita de coser manual para que puedan ver cómo funcionaban (lo único que les falta es el hilo y la aguja)”.
En una de las vitrinas, que hasta hace poco lucía juguetes de construcción, ahora pusieron Meccanos y sumaron otra con merchandising de refrescos, como Coca-Cola, pero también de la local Crush.
“Desde que abrimos el museo recibimos un montón de donaciones: hay personas que vienen a traernos su juguete con su historia. Y las vamos poniendo. Por ejemplo, tenemos a nuestro muñeco Manuel, un bebote enorme que nos contaba la donante que se lo regalaron a su madre en Reyes”, comparte Estefanía, antes de señalar otra incorporación: “un juguete de 1912 que son ladrillitos y con los catálogos se pueden armar diferentes castillos”.
Un vistoso conjunto de autómatas incluye un mono de aspecto triste que funcionaba a pila, un trío de chanchitos instrumentistas a cuerda (también marca Schuco) y unos ratoncitos al piano.
“A través de los juguetes podemos ver cómo era la vida de antes”, señala Estefanía mientras muestra las cocinas Volcán y las pequeñas heladeras de madera. “Los niños hoy no pueden creerlo, porque las cocinas son eléctricas. A través de ellos se enseñaban los oficios, como con los latones para lavar ropa y las máquinas de coser. Pero también representan las épocas, como todas las naves que se hicieron durante la carrera espacial”, observa.
Prueba de eso es una serie de alcancías que entregaban los bancos para inculcar en la infancia nociones de ahorro (el banco se quedaba con las llaves).
Intentan que el museo sea interactivo. Como complemento de época, tienen periódicos de hace un siglo y también un espacio para que los niños coloreen. Para subirse, hay una nave espacial que perteneció a la calesita del Parque Rodó. También tienen un par de autos Austin, de la década de 1950, a pedal, salidos de la misma fábrica inglesa que los convertibles con motor.
Para la Noche de los Museos, al ser una institución privada, rebajaron la entrada y le pusieron un aditamento a la visita. Apagaron todo, colocaron luces robóticas, música de terror y humo, para que cada uno procurara descubrir los juguetes ayudándose con la linterna de su celular. Y en vacaciones de julio y de setiembre el museo fue escenario de obras de teatro infantiles.
El Juguetero abre de martes a viernes de 10.30 a 17.00 y los sábados de 10.00 a 16.00. Cuando se recorre en forma particular, la entrada cuesta $ 200 a partir de 12 años de edad. Los menores ingresan gratis acompañados de un adulto (aceptan tres niños por adulto, como máximo).