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Líquenes entretejidos: artista textil uruguaya fue premiada en Florencia

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Amelia Nin reside en Berlín, donde desarrolla obra en volumen con técnicas mixtas.

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Hace un año que a Amelia Nin la convocaron para exponer en la Bienal de Florencia (Italia), reunión internacional del arte contemporáneo y el diseño que tuvo lugar entre el 18 y el 26 de octubre pasado. El cineasta Tim Burton fue el invitado de honor. “A lo único que pude acceder fue a la multitud enloquecida por sacarse una foto con él, pero nunca pude verlo de cerca”, cuenta esta uruguaya, que se fue de la bienal sin selfie ni autógrafo, pero con un reconocimiento personal. Su obra Persephone recibió el segundo premio en la categoría textil.

El tema de esta edición fue “La esencia sublime de la luz y la oscuridad”. Acompañando la premisa, Nin llevó una obra grande, la que resultó ganadora, y además hizo una pequeña escultura textil a la que tituló Where the River Lete is Born (Donde nació el río Leteo), más dos bordados de menor tamaño. La condecoración que recibió lleva incrustada la cara de Lorenzo el Magnífico, quien fuera un gran mecenas florentino, un Médici.

El jurado destacó la sensibilidad de Nin por los detalles Ella describe la manufactura de sus piezas como “la conclusión de una búsqueda”: “No es una técnica tradicional: mezclo telas y bordado, es como un entrelazado de telas que reciclo y voy entretejiendo”. Se inspira en los líquenes, que son una simbiosis entre un alga y un hongo. “O sea, el liquen vive gracias a esa unión íntima entre esos dos seres. Antes del siglo XIX se pensaba que uno esclavizaba al otro; pero es todo lo contrario: se potencian. Los líquenes están en el planeta desde antes que los dinosaurios. Lo que me fascina es que son tan sencillos, tan diminutos y están por todos lados, pero a veces uno no les presta atención: están en la piedra, en la corteza de los árboles, a veces en una reja o en un barandal. Sobreviven y, además, pueden controlar la calidad del aire porque son muy sensibles a la polución”.

Amelia Nin.

Enfocada en el mito griego de Perséfone, relacionado con el renacer y la primavera, Nin cuenta que en esta pieza presentó algo “bastante expresionista, por los colores: el violeta, vinculado al inframundo, y el verde, a la vida y la fertilidad”. Para tomar modelos, aunque sin intención de mímesis, la artista saca fotos de líquenes y después realiza bocetos que aprovecha como guía para el textil. En ocasiones, las imágenes provienen de un libro, si bien, insiste, no se dedica al arte figurativo ni al dibujo biológico. Tan es así, señala, que los colores de la obra ganadora no existen en líquenes reales. “Hago mi interpretación”, dice. Se deja llevar, aunque no con el formato: desde el principio sabe bien si va a ser una obra en dos dimensiones, para colgar, o una escultura. De todos modos, desde que empezó a investigar esta línea, hacia 2019, lleva hechos líquenes textiles de 5 cm hasta de 2 metros. Es curioso cómo resuelve el soporte: “Cuando hago miniaturas trabajo con un aro de bordar”, explica. “Pero cuando hago estos líquenes voy entretejiendo sobre rejillas que consigo; a veces he usado también red de gallinero como base, que no se ve, solamente para sostener todas las telas e hilos que voy entretejiendo”.

Nin atribuye al hecho de ser hija de un ingeniero agrónomo forestal su temprana atracción por la naturaleza. Antes de que una casualidad la redirigiera, su obra tenía mucho de paisajes abstractos que bordaba o trabajaba con la técnica japonesa del boro. El tema, los líquenes, esa simbiosis orgánica que admira, la interceptó con discreción durante un paseo por un cementerio. Frenó su caminata cuando quedó fascinada con una mancha en una lápida. Se fue acercando mientras iba registrándola con el teléfono. “Ahí empecé a averiguar. Y cuando empecé a leer sobre los líquenes no sólo me quedé impactada y conmovida por lo estético, de lo lindos que eran cuando iba ampliando la foto, sino por el concepto. Me pareció increíble la metáfora de su propia esencia, que sean el resultado de una unión íntima, reforzando la idea de que estamos todos conectados (creo que nosotros tenemos algo de liquen también)”. ¿Cómo dialoga su obra con el boom mundial, el encanto por los hongos? “Es un momento en que la gente se está replanteando una reconexión con la naturaleza y se están descubriendo un montón de cosas que son una maravilla, por ejemplo, que se demostró científicamente que los árboles se comunican entre ellos, que es toda una red subterránea y los hongos también están involucrados. No me lo planteé conscientemente, pero uno absorbe todo eso”.

Fibra sensible

Formada en el Centro de Diseño, Nin recuerda haber aprendido allí diferentes tipos de técnicas, de bordado, de tejido de punto. En el ámbito laboral, pasó al menos una década en la industria textil, tanto en Uruguay como en México. Fue en ese país que decidió que no era el rumbo que quería seguir. “La empresa en la que trabajaba me mandaba a Europa, a las ferias. Ahí se me voló la cabeza viendo cosas que se hacían con textiles. Me dije: '¿Qué hago sentada en una computadora diseñando telas?'. Tuve un primer intento de irme a París, que no funcionó. Y como tenía contactos en Berlín, me vine para acá persiguiendo ese sueño de experimentar con los textiles, de buscar una nueva forma de expresarme”, resume.

Le gusta usar agujas de tejer o sus manos como herramientas. “Lo que no hago es bordar a máquina. Se pueden lograr cosas alucinantes, pero me gusta más el contacto directo con el material, ya el ruido no es mucho lo mío”, se desmarca.

Muchos descartes le llegan como regalo, de modo que no puede controlar cuántos son de fibras sintéticas, cuántos 100% algodón; lo importante es que le gusten y funcionen a efectos de la pieza que va a construir. Pero Nin se acuerda de las telas que le ceden y de quién se las dio, así que su acopio está lleno de historias. Ahora mismo está trabajando a partir de un vestido de novia que fue de una amiga (que se estaba mudando y decidió desprenderse de él).

Aunque no trabaja de manera estable con ninguna galería, acepta puntualmente invitaciones a exponer y le compraron obra desde Alemania, Polonia y Estados Unidos. Sus días en Berlín transcurren entre clases en centros educativos y tiempo que intenta robarle a la rutina para dedicarse a producir en su taller. Aparte integra la plataforma textil Fiber art Fever, que funciona a la vez como promoción y como forma de conectarse con el medio.

Acá, en su país de origen, tiene pendiente mostrar estas piezas. “Uruguay tiene una gran tradición en el arte textil, sobre todo en tapices y en el arte textil tradicional”, observa. “Ahora está habiendo una nueva ola del arte textil, donde están apareciendo otras técnicas y se están fusionando técnicas ancestrales con técnicas más contemporáneas, que es un poco lo que estoy haciendo yo también, incorporando y haciendo un aporte personal”.

Como es sabido, lo que tienen de bellos se ve descompensado por el mantenimiento que requieren los textiles. Hay que tener especial cuidado con las polillas. La ventaja de este tipo de piezas es que admiten ser dobladas para quedar en depósito. Cuenta Nin que como en Alemania son muy estrictos con la utilización de productos químicos, se remite al uso de repelentes de lavanda y otras esencias o métodos naturales. Como tampoco son obras que puedan ser lavadas, un aspirador manual, de autos, y las planchas verticales con vapor caliente suelen asistirla para que no se acumulen el polvo ni las larvas.

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