La imponente presencia del Antel Arena se divisa a varias cuadras a la redonda, pero no desde donde estacionamos el auto, en Bulevar Batlle y Ordóñez y la avenida José Pedro Varela, a exactamente un kilómetro del novel recinto. “Dejanos donde quieras”, le dijeron unas muchachas al taxista que las llevó. “Está complicado”, contestó, porque no era donde quería sino donde podía. Cerca de 10.000 personas se acercaron el lunes a la inauguración del estadio multipropósito, que si bien ya está terminado, todavía le faltan detalles alrededor, como el verde parque que se veía en las maquetas. El entorno es un montón de tierra en la que yace el eco de “Ballad of a Thin Man”, la última canción que Bob Dylan tocó en el Cilindro Municipal en 1991.
Mis conocimientos de arquitectura se limitan a un par de edificios armados con las copias baratas de Lego y largas horas de construcción de casas en el videojuego The Sims (2000) –y encima con el truco de disponer de plata ilimitada–; por lo tanto, lo primero que se me viene a la mente al enfrentarme con el Antel Arena es una asociación de ideas bastante vaga y rudimentaria en la que concluyo que la fachada podría ser tanto de un estadio cerrado como de un banco, un shopping o una catedral de Pare de Sufrir. Es puro vidrio y luces led que cambian de colores pero tienden al violeta. Todo es grande, todo es amplio –como la explanada que hay al frente, que también servirá como escenario– y desborda accesibilidad, al punto de que se puede ingresar hasta distraído y sin querer.
Ya adentro, parece otro país, una sensación que se acentúa al recorrer los pasillos, donde se ven imágenes de estrellas internacionales de la música que pueblan puertas y paredes. Katy Perry, Jennifer Lopez, Adele, Bruce Springsteen, Jon Bon Jovi, Elton John y un gigante Slash, entre tantos otros. El motivo del empapelado es que Antel firmó un acuerdo con AEG Facilities, “líder mundial de entretenimiento”, según consigna la empresa estatal en su página web. “Esta alianza estratégica se enmarca dentro del objetivo de transformar a Uruguay en un centro regional de espectáculos culturales, deportivos, ferias y convenciones”, se añade. Antel publicita que en la agenda de artista de AEG están, además de los fotografiados, algunos más grandes, como Paul McCartney y The Rolling Stones. ¿Qué será más probable? ¿Que aparezca la foto de algún músico criollo al lado de Elton John o que los Stones toquen en el Antel Arena? Como cantaba aquel flaco serio de apellido Zitarrosa: en mi país somos duros, el futuro lo dirá.
El evento inaugural ya había empezado. Una pareja de bailarines del Ballet Nacional del SODRE mostraba su fina destreza al ritmo del lento y majestuoso cuarto movimiento (adagietto) de la quinta sinfonía de Gustav Mahler. Es una pieza tan exquisita como los bocaditos de pollo que había a disposición en la gran sala de prensa, que está en una de las tribunas laterales, arriba de la primera bandeja –de asientos, no de comida–. Con el estómago entretenido, con algunos colegas nos dispusimos a hacer un tour sin guía por los rincones del Antel Arena y comprobar el sonido. Cuando Francis Andreu interpretaba un par temas de su reciente álbum, en el que homenajea a Jaime Roos, estábamos en la tribuna frente al escenario, en uno de los palcos vip (que están entre las dos bandejas), con asientos mullidos tipo sala de cine. Si será vip que en esos palcos incluso hay una pileta con canilla.
Pero un lugar –cualquiera sea– no se conoce realmente hasta que no se va al fondo de su intimidad: el baño. En al Antel Arena los hay a montones. También son amplios, impecables y muy blancos, aunque con unos tubos de luz que iluminan demasiado, casi como si fuera una sala de interrogatorio de película yanqui –yo no sabía si hacer pis o confesar que maté a JF Kennedy–. Además, tienen lo que precisa todo neurótico de la limpieza: ese fino cañito al lado de la canilla, del que emana jabón liquido –esperemos que lo sepan apreciar los más aguerridos y toscos hinchas de básquetbol–.
Con No Te Va Gustar (NTVG), que cerró el evento, fue cuando mejor se notaron las cualidades sonoras del Antel Arena, ya que fueron los que tocaron a volumen más alto (en los sectores de los costados, tirando más hacia el lado del escenario, quizá sonaba demasiado alto –nada que no se pueda arreglar bajando la perilla desde 11 hasta 10–). En la tribuna de enfrente al escenario, incluso arriba de todo, se escuchaba claro y perfecto. Por ejemplo, mientras la banda tocaba “Al vacío”, la guitarra acústica que tocaba el Japo Castex se sentía con una nitidez digna de Blu-ray.
En la cancha, lo más adelante posible, entre las vallas y la seriedad de los tipos de seguridad, donde se podía sentir el calor de los focos y de las seguidoras de NTVG, el sonido abrumaba. Pero eso no parecía importarle a la ministra de Educación y Cultura, María Julia Muñoz, que bailaba en primera fila como si no hubiera mañana. Algunos periodistas salimos de ahí por el solitario túnel que contemplará a músicos y deportistas, en el que se sentía el eco de nuestras voces y el olor a pintura fresca. En un rincón, acurrucado, dormía un perro cruza de vaya a saber qué. Porque, por más fotos de Slash y acuerdos con AEG, esto, damas y caballeros, es Uruguay.