Los premios al hip hop uruguayo (organizados por El quinto elemento) es el único evento uruguayo que se vive tanto afuera como adentro de la sala de ceremonias. Y es que, fiel a su estilo callejero, muchos de los nominados se sienten más cómodos haciendo graffitis en las paredes o haciendo break-dance en las baldosas de la Plaza del Entrevero que bajo los focos de la sala Zitarrosa.
Incluso podría decirse que el evento principal se estaba dando horas antes, entre ómnibus y transeúntes desesperados en llegar a su casa en plena hora pico, la batalla de rap entre Leandro Hache Souza y Mili Milanss.
En esta ocasión, Milanss venía preparando desde hace tiempo una campaña de anticipación digna de Conor McGregor, queriendo desbancar del trono a Hache. Cuando llegó el momento, ambos batallaron amparados por el silencio férreo de todos los jóvenes que los rodeaban, como si fuera un duelo espartano.
La impresión general, al menos en la parte de duelo escrito, fue que Milanss había preparado mucho mejor la pelea. Hache, con oficio, tiró buenos golpes, pero se quedó corto para los cinco minutos que exigía la ronda y los otros tres y medio tuvo que rebuscarse con su capacidad de improvisación.
Luego de la parte escrita, la batalla siguió en los terrenos donde se siente más seguro y ahí se emparejó (aún con los ómnibus teniendo un rol censor, en base a sus bocinazos), pero en general quedó la impresión de que los ataques de Milanss estaban más preparados, como el de alguien encerrado en su casa, con un montón de papeles pegados a la pared y unidos por hilos rojos. Después de la batalla -aun habiéndose dicho cosas francamente hirientes- se saludan, como buenos boxeadores, pero ahora de lo que se habla es de una revancha, como Rocky después de la primera derrota con Clubber.
Dentro de la sala Zitarrosa los premios confirmaron su crecimiento firme y constante. Para quien escribe, ya es ridículo volver a caer en lo mismo, pero desde los últimos tres años vengo diciendo de “cómo (inserte año aquí) fue el año del hip hop en Uruguay”, redoblándose la apuesta cada nueva edición.
En esta ocasión, el elemento más curioso fue, primero, el crecimiento de un hip hop más cercano al trap, y una actitud más idiosincráticamente alineada a su imaginería. Hasta hace muy poco era impensable, desde la moral rapera, tener a gente hablando sobre dinero y artículos suntuosos (pensemos, por ejemplo, la banda de corte obrero, de más de 18 años, que es Rapvolución, que se presentó en vivo), pero se ha abierto más espacio, generándose una voz alternativa del barrio. Por otro lado, a diferencia de otras escenas como la argentina y la chilena, sorprende cómo en escenario más de la mitad de las crews cayeron con banda, en la mayoría de los casos dotando a las presentaciones de mayor impacto escénico y mayor densidad sonora.
El otro elemento que sorprendió fue la calidad casi impoluta de las presentaciones en vivo. Eli Almic, que se llevó el premio a mejor MC Solista y Mejor single (por “Brujas”), mejoró exponencialmente en todos los terrenos que ya tenía bien cubiertos anteriormente: es la MC que canta -por leeejos, con tres “e”- mejor, rapea a velocidad sónica y parece haberse agigantado en presencia.
Los pibes de Vita Fatale, con pelo de haber perdido una apuesta, no sólo se llevaron merecidamente el premio a mejor EP (por su trabajo Big Blunt Theory), también se lucieron en escena con un curiosísimo equilibrio entre flow, velocidad y referencias noventosas.
Es difícil decir quién fue el gran ganador de la noche. En cualquier otra entrega de premiaciones se diría que fue Diego Arquero (que se llevó el premio a mejor disco del año, por Aguafiestas), pero entre el público había micro feudos en donde lo más relevante podía ser el premio a mejor graffer, o el de mejor freestyler (el rapero Rasta fue uno de los que se llevaron mayor ovación en la entrega).
Quizás eso es lo más destacable de eventos como los Premios al Hip Hop: ver a Rupa Daya (vestido como hare krishna, tirando sus versos en contra al consumismo entre hipnóticos movimientos de tai chi) y aplaudirle con un montón de billetes de mil falsos arrojados por AFC en la otra mano.