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Un tipo de magia: “Bohemian Rhapsody”, dirigida por Bryan Singer

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Bohemian Rhapsody fue escrita por Anthony McCarten, quien, luego de guionar las oscarizadas La teoría del todo (2014) y Las horas más oscuras (2017), parece haberse convertido en un especialista en biopics (se está por estrenar otra más escrita por él, sobre el papa Francisco, con el uruguayo César Charlone como director de fotografía). Esta es la más exitosa de las tres ya estrenadas, tanto a nivel de taquilla como de su funcionamiento como película. Sin duda es mucho más fácil filmar rock que física teórica o decisiones políticas tomadas desde la oficina, y una estrella carismática como Freddie Mercury (1946-1991), figura central del grupo Queen, implica, a priori, un atractivo masivo. Pero, además, Bohemian Rhapsody se logró coronar con personajes empáticos, historia interesante, curva dramática intensa, tremendo showdown y distintos tipos de trasfondos emotivos que al final pueden generar alguna lágrima y una sensación gozosa de éxtasis y catarsis, se sea o no fan de Queen.

La realización tiene exquisiteces varias, empezando con la viñeta de 20th Century Fox: en vez de sonar la emblemática fanfarria, suena un cover de esta producido y ejecutado por Brian May (el guitarrista de Queen), quien fue, junto con Roger Taylor (el baterista), uno de los productores de la película. Se recurrió a las grabaciones originales del grupo para los momentos musicales, que pudieron ser debidamente remezcladas (algunos momentos vocales fueron complementados por el ganador de un concurso de imitadores vocales de Mercury). Incluso, convocaron a Tim Staffell, el cantante de Smile, la banda que dio origen a Queen, para que grabara, junto con May y Taylor, los audios de las escenas en que el grupo aparece tocando en un bolichito.

En la medida de una película pensada para todo público, esta le da un considerable relieve a la música: algunas de las mejores escenas son en el estudio de grabación, y la hermandad entre los integrantes de la banda es uno de los aspectos más conmovedores. El showdown al que aludía arriba es la presentación de Queen para Live Aid, en 1985 en el estadio Wembley: con la excepción de dos canciones, el histórico concierto está reproducido enterito, con las canciones completas, e implica unos buenos 20 minutos de metraje. Los cuatro actores que hacen de los Queen están sensacionales. Obviamente, el triunfo mayor de la película es la actuación de Rami Malek como Freddie, todo un tour de force interpretativo, con una imitación detallista de su gestualidad en vivo y el trabajo de prótesis para emular los prominentes dientes superiores de Mercury. No tengo idea de en qué medida las escenas intimistas reproducen la manera de hablar o de comportarse del Mercury original, pero, en todo caso, más allá del factor “imitación”, componen un personaje de por sí interesante y creíble en su curiosa combinación de timidez y autoconfianza, respeto y atrevimiento, compañerismo e incisividad hiriente.

Para llegar a ese resultado, se falsificaron varios aspectos de la historia: hay trampas diversas en la cronología, se inventaron ocurrencias, se omitieron otras. Algunos de esos inventos son inocuos. Distintos productores que no tuvieron fe en Queen fueron condensados en uno ficticio, llamado Ray Foster, interpretado por Mike Myers. Él es quien sentencia, mientras están eligiendo el corte de difusión (es decir, el tema del simple) del LP A Night at the Opera (1975): “Necesitamos una canción con la que los adolescentes puedan sacudir las cabezas en un auto. ‘Bohemian Rhapsody’ nunca será tal canción”. Esa frase es importante para amplificar la idea de “Bohemian Rhapsody” como una canción osada y que contradice las reglas comerciales, pero además resuena con el memorable inicio de El mundo según Wayne (1992), en que el personaje interpretado por Myers hacía precisamente eso (sacudir la cabeza con “Bohemian Rhapsody” con sus amigos en un auto).

Reversiones

Otras modificaciones con respecto a la historia son más radicales. Por ejemplo, para impregnar el Live Aid de emoción y ponerlo como una victoria sensacional hubo que inventar unas dificultades que en realidad no estaban: que los Queen se habían peleado y se reconciliaron a último momento; que, debido a eso, hacía “años” que no tocaban juntos y tuvieron que tocar con un tiempo insuficiente de ensayos (¿saldrá todo bien?); que Mercury ya estaba enfermo de sida e incluso ya andaba tosiendo sangre, de ahí que cuando, en Wembley, larga su primer agudo en “Bohemian Rhapsody”, sus colegas lo miran aliviados (porque no estaban seguros de que su voz fuera a rendir), y el poder de su desempeño en el espectáculo gana una dimensión épica de superación frente a la adversidad. En el mundo de la ficción, todo eso queda redondito, con un único aspecto inconsistente, y bastante grave: ¿a quién se le puede ocurrir que Freddie vaya a ir de mañana a golpear la puerta de Jim Hutton (a quien no veía desde hacía cinco años), proponerle noviazgo y, directamente desde ahí, llevarlo (al mediodía o al inicio de la tarde) a dar el crucial paso de presentarlo como su pareja a su conservadora familia zoroastriana para, en la mismísima tarde, cantar en el Live Aid, el espectáculo más masivo en que haya actuado jamás? Ese fue el artificio grosero para, de acuerdo a la norma de los manuales de guion, propiciar una corrección importante en la personalidad del protagonista que lo habilitara a enfrentar el gran desafío (dicha “corrección”, planteada en forma bastante moralista, consistió en abandonar su relación enfermiza con Paul Prenter, dejar la vida promiscua y las drogas, constituir una pareja estable y armonizar su vínculo con los padres).

Los fans estudiosos de Queen saben que el grupo no se separó porque Mercury haya firmado un contrato para hacer un disco solo: al fin de cuentas, a esa altura, en 1984, Taylor ya había grabado dos LP solistas, May un EP, y John Deacon había largado un simple como integrante de otro grupo, así que no podrían haber visto la aventura solista de Mercury como una traición. De hecho, terminada la grabación solista de Mercury, Queen retomó de inmediato sus actuaciones. Cuando participaron en Live Aid hacía sólo dos meses de la anterior presentación de la banda; recién dos años después del Live Aid se supo que Mercury se había contagiado de VIH, y pasarían uno o dos años más hasta que se manifestara la enfermedad.

Para toda la familia

Con esos conocimientos la película tiene menos gracia, pero es una contradicción (o perversión) inherente al género biopic: el atractivo fundamental está en basarse en personajes y episodios de la historia, pero luego se sacrifica la veracidad histórica para poder adaptar la anécdota a los patrones de una película clásica. Por lo general, como aquí, se toman libertades con los datos que dependen de cierto estudio, pero se cuidan los detalles que puedan llegar a saltar si uno confronta tal escena con un video de Youtube (que la ropa de cada uno de los músicos sea exactamente como la que usaron en tal ocasión, y que la marca de la guitarra, y que el peinado).

Hay una escena en que se muestra la filmación del clip de “I Want to Break Free” (1984), en que los Queen aparecen todos vestidos de mujer, y luego se comenta que el video fue vetado por MTV y la mayoría de las emisoras estadounidenses. Pese a insistir en esa pequeña rebeldía y a extender con ella una leve crítica al provinciano puritanismo estadounidense, la propia película está bastante lavada. El expreso propósito de los productores (May y Taylor) es que esta fuera una película “para toda la familia”. A nivel económico y de pegada masiva parece que tuvieron razón, pero fue uno de los aspectos que suscitaron críticas. Por ese motivo, el actor designado originalmente para hacer de Freddie, Sacha Baron Cohen, renunció al proyecto. Él pensaba que una biopic de Mercury tenía que ser necesariamente “para adultos”, haciendo eco del propio cantante, quien, fantaseando sobre una futura película sobre su vida, dijo que tendría que ser una “triple equis” (es decir, porno hardcore).

Difícil cuestión porque, además, tal como se muestra en otra escena, a los Queen los enloquecieron con ruedas de prensa en las que lo único que querían saber era sobre los escándalos sexuales de Mercury, cuando para ellos lo realmente relevante eran sus realizaciones artísticas. En un sentido, la decisión de los productores fue timorata (porque cedió a las presiones del moralismo hegemónico), pero en otro fue corajuda (porque evitaron el atractivo fácil del escándalo y prefirieron enfatizar lo musical). Y bueno, quizá haya más de una biopic posible. Sólo quisiera observar que, con todo el enorme despliegue de talento actoral de Malek, hay algunas diferencias físicas con Freddie Mercury que contribuyen a que la película sea menos desafiante para quienes suelen encarar la homosexualidad con cierta distancia. El Mercury real tenía mucho más acentuados algunos rasgos vinculados a la masculinidad: su mandíbula cuadrada, la nariz casi griega, el rostro afeitado al que le quedaba siempre esa sombra oscura que sugiere una barba tupida, vellosidad que de todos modos se evidenciaba en su pecho robusto. Malek tiene una apariencia mucho más delicada, su gestualidad es mucho más afeminada, generando la imagen más encuadrada del gay como una persona cercana a los atributos de una mujer (y que, justamente por eso, será gay).

Pese a lo puntillosa que es la reconstitución del Live Aid, se purgó de los gestos más obviamente sexualizados de Mercury con la jirafa del micrófono (sus insinuaciones de masturbación o de erección). En el momento en que él, de espaldas al público, abre las piernas y flexiona el torso, la película pronuncia el hecho de que está mirando al público con la cabeza para abajo, mientras que la filmación del Live Aid real lo mostraba más bien de atrás, como exhibiendo la cola al público.

Otra de las cosas que la película deja afuera y que sí tiene que ver con el arte, y que hubiera sido interesante plantear, es cómo fue que Mercury llegó a construir su persona escénica. Más allá del episodio de la jirafa rota (el modo en que descubrió que podría lidiar tan sólo con el segmento superior de la jirafa), parecería que él nació pronto y magnetizó de inmediato a sus espectadores. Pero, en fin, nadie quita lo bailado: es una muy buena ficcionalización biográfica, impregnada de canciones de Queen para regocijo de los fans de la banda, y llena de personajes queribles.

Bohemian Rhapsody, dirigida por Bryan Singer. Con Rami Malek, Lucy Boynton, Allen Leech. Reino Unido/Estados Unidos, 2018. En varias salas.

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