Esta es la primera película de Hong Sang-soo que se exhibe en forma regular en Uruguay. Nacido en 1960, este coreano empezó a dirigir en 1996. Su productividad va en aumento, y El día después (Geu hu) es una de las tres películas que estrenó en 2017. Es uno de los directores más prestigiosos del momento, una estrella en el circuito de los grandes festivales internacionales. Casi todas sus películas lidian con encuentros entre unos pocos personajes, que charlan sobre esto y aquello, unas conversaciones simples y encantadoras. Sus historias no tienen una estructura muy marcada de causas y efectos, ni una moraleja clara. Es muy difícil explicar por qué terminan donde terminan. Dejan una sensación vaga, inefable, de una poética muy difícil de justificar, pero muy tangible para quienes encontramos su sabor. Su estilo visual es muy austero. Las conversaciones –que suelen constituir la mayoría del metraje– suelen filmarse en planos extensos, casi siempre alrededor de una mesa, con la cámara fija o, de lo contrario, paneando entre un personaje y otro, y a veces hay un zoom en algún momento que, hasta donde soy capaz de discernir, es totalmente caprichoso. Aparte del sabor de las conversaciones y personajes, casi siempre sus películas tienen algún tipo de juego con la temporalidad: en Jigeumeun-matgo-geuttaeneun-tteullida (Correcto ahora, errado entonces, 2015) la segunda mitad de la película es la repetición de la primera pero con pequeñas variaciones; en La caméra de Claire (2017) se alterna entre dos jornadas de un grupo de personajes, pero resulta que cada una configura la premisa de la otra, resultando en una temporalidad imposible, en bucle. Casi todas incluyen entre sus personajes y temáticas a un director de cine enamoradizo y seductor, que normalmente tiene la misma edad del Hong empírico, por lo que tendemos a asumirlos como sus álter egos.
En El día después el personaje principal, Bong-wan, no es un cineasta, sino un prestigioso crítico literario, pero quienes estén por dentro de los chismes apreciarán las resonancias con la vida personal de Hong Sang-soo (en 2016 se reveló que el director tenía una relación extramarital con Kim Min-hee, la preciosa larguirucha de expresión sensible que aparece en todas sus películas desde 2015). Si Bong-wan es un álter ego, la autoimagen que nos deja Hong no es complaciente: el personaje es indeciso, desatento y se pasa haciendo cosas presionado por alguna mujer, que siempre terminan lastimando a otra. En todo caso, la esposa es peor: Hae-joo es una arpía celosa y agresiva. La amante, Chang-sook, no es mucho mejor. El personaje íntegro e intachable es Ahreum, interpretado por Kim Min-hee.
Luego de la explosión de colores de La caméra de Claire, El día después está en un austero blanco y negro. Las conversaciones se dan en tres lugares (la casa de Bong-wan, la editorial y un restorán chino), y los demás planos son simplemente gente caminando de un lugar al otro, llegando o saliendo. Aparte de los cuatro personajes centrales (Bong-wan, su esposa, su amante y Ah-reum), sólo hay dos personajes con voz, pero no tienen rostro, están fuera de campo (el chofer de taxi y la nueva empleada de la editorial). No se ve a nadie más, ni siquiera como extras: es como si fueran los únicos habitantes de la ciudad. Recién en el plano final veremos a una quinta persona, pero es sencillamente el repartidor de comida que viene a entregar el almuerzo. La cámara lo sigue, otorgándole un destaque que no se justifica en lo anecdótico. Otro de los finales desconcertantes de Hong.
El juego temporal aquí es relativamente sencillo: se alternan dos épocas (cuando Bong-wan salía con Changsook, y la única jornada que pasó con Ah-reum). Por la forma en que se nos presenta la alternancia nos cuesta un poco armar la cronología, pero, al fin de cuentas, en esta película no hay más que un sencillo juego entre presente y flashback, presentado en forma un poco dificultosa. Ese juego propicia algún equívoco: en la noche con Ah-reum empezamos a ver imágenes alternadas de Chang-sook y tendemos a pensar que se trata de épocas diferentes, pero luego nos percatamos de que se trata de un simple montaje alternado de ocurrencias simultáneas. El engaño mayor viene al final, en el plano más extenso de la película (casi 12 minutos). De pronto, Bong-wan y Ah-reum se presentan como si nunca se hubieran visto antes, y se repite, variado, un diálogo al que ya asistimos. Quienes seguimos al director tendemos a pensar que se trata de una de sus realidades alternativas, pero luego se explica en forma naturalista. Esa explicación trae cierta melancolía: Bong-wan casi se había olvidado del episodio que era tan importante para Ah-reum y para nosotros, los espectadores (el centro de la película).
La austeridad formal ayuda a dar resalte a pequeños paralelismos y oposiciones, como cuando Hae-joo le dice a Ah-reum (pensando que es Chang-sook) que es una descarada. Poco después, Ah-reum, sentada en el lugar en que estaba Hae-joo antes, le dice a la Chang-sook real (sentada donde estaba ella) que es una descarada. Hae-joo insulta usando expresiones religiosas (“¡demonios!”) sin ser creyente, y Ah-reum, que sí es creyente, no insulta jamás. Ah-reum mira la nieve y reza, pidiendo algo que nunca sabremos qué es; al empezar la escena final, ella se topa con un cuadro, que se destaca con un zoom, y podemos ver que se trata de un paisaje nevado. Finalmente queda en el aire esa sensación de lo que podría haber sido, es decir, el tonto de Bong-wan pasa su vida oscilando entre Hae-joo y Chang-sook, cuando Ah-reum tiene más bondad, encanto e interés.
Y es eso. No hay descripción que pueda hacer justicia a la delicadeza misteriosa del cine de Hong Sang-soo. Vale la pena entrar en su mundo de alusiones, juegos formales, diálogos cálidos, riqueza humana y sentidos esquivos.
El día después. Dirigida por Hong Sang-soo. Con Kwon Hae-hyo, Kim Min-hee, Kim Sae-byeok. Corea del Sur, 2017. Sala Pocitos.