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Inés Estévez

Foto: Mariana Greif

Jazz festivo, actuación y activismos

10 minutos de lectura
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La argentina Inés Estévez inició su gira por Uruguay; hoy toca en la sala Hugo Balzo.

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Inés Estévez nunca estudió actuación. Además de no tener plata para hacerlo, le aterraba. Hoy agradece no haberlo hecho: cree que el sistema hubiera sofocado su capacidad creativa. Multifacética, lleva adelante una gira con su banda por todo el país. Además, trajo sus clases de interpretación, en las que apunta al despojo de condicionamientos. El miércoles estuvo en Canelones, el jueves en Colonia Suiza y hoy toca en Montevideo.

Actúas, escribís, cantás, dirigís, das clases. ¿Son etapas? ¿Qué disfrutás más?

Ahora la música. Si tuviera tiempo para escribir sería la literatura también. Desde que soy madre tengo muy poco tiempo. Quiero hacerme el espacio para volver a escribir. La música me sorprendió. Soy nueva en este camino profesional. Cantaba desde chica con mi padre. Lo primero que hice en mi carrera fue comedia musical. Pero me definí por la actuación porque era una época en la que diversificarse estaba mal visto; no te tomaban en serio. Dejé la actuación durante nueve años, pensando que no iba a volver. Ahí me di el gusto de dirigir teatro, publicar un libro y diseñar un sistema de aprendizaje de la actuación. La vida me ofrece oportunidades y yo las tomo. Voy hacia mis miedos, no me permito privarme.

Tu papá era muy jazzero y le dedicás tus shows. ¿Cuánto tiene que ver él con tu música?

Todo. Era un hombre muy desconectado de lo crudo de la realidad; era un mecanismo de defensa que tenía. Para mi madre ser su esposa debe haber sido difícil. Pero ser su hija fue hermoso porque me conectaba mucho con él desde lo onírico. Tengo un sentido práctico, tengo los pies en la tierra, como mi madre, que hoy tiene 88 años. Ellos eran amantes de las artes. Pero ninguno de los dos lo plasmó profesionalmente. Mi papá tocaba varios instrumentos, cantaba de oído y me llevaba a todos lados con él. En mi casa no había tele, no teníamos plata para comprar una. La música acompañaba la cotidiana, cuando se podía, porque mis padres trabajaban de sol a sol.

Presentás tu disco Nude en setiembre en ND Teatro de Buenos Aires. ¿Te lo imaginabas?

Hace tres años que canto profesionalmente, hace un año me lancé como solista. En formato dúo ya había tocado en el ND, pero no tenía confianza como solista. Les dije que esperaran que tocara en clubes de jazz para ver si la gente iba. Funcionó, decidimos hacerlo. Si bien la música siempre formó parte de mi vida, nunca estuvo en mis planes conscientes concretarlo.

¿Te imaginás a tu papá viéndote ahí?

Se hubiera muerto de emoción. La primera vez que trabajé en un musical fue en Dolores, mi ciudad natal. Era chiquita. Tenía un protagónico en el que bailaba, cantaba y actuaba. Yo no supe que mi papá había ido. Cuando terminó alguien me dijo: “Lo crucé a tu papá a la salida, iba llorando”. Ese era mi papá. Imagínate cómo estaría hoy.

¿De qué va el show que vas a hacer hoy?

Está basado en la música que cantaba con mi viejo y que se escuchaba en mi casa. La gente asocia el jazz con “música difícil”, pero el jazz nació como música popular. No es sólo jazz estándar. Hay melodías típicas, blues, bossa, alguna composición en español. Todo pasado por la calidez y el ritmo del jazz. Festivo, le escapo a la melancolía.

Descentralizar la cultura es un desafío. Elegiste hacer una gira por el interior.

Nací y viví en el interior. Recuerdo de chica en el teatro Unione de Dolores haber visto a los primeros bailarines de La Plata (que le seguían a los del Colón). También a Mercedes Sosa, Astor Piazzolla, China Zorrilla. De pronto eso mermó. Era la época del proceso. La impotencia de no poder acceder a hechos culturales era desesperante. La propuesta me resonó mucho porque al ser del interior, reconozco que todo está muy centralizado.

Tus clases aportan a “despojarse de condicionamientos” y a “mejorar la expresión y la seguridad en las interacciones”.

No tiene nada que ver con lo que se aprende en las clases de teatro. Es algo sistémico, que atiende las singularidades y tiende a resolver los obstáculos expresivos y las dificultades a las que uno se enfrenta cuando tiene que exponerse. Apunta a ir en contra del sistema. Desmoronar el tótem del juicio crítico, dejar de depender de la apreciación del afuera. No existe la creatividad si no hay libertad. Todo el sistema atenta contra la creatividad; así estamos. Por eso intento que se despojen de condicionamientos. Es el modo de recordar la libertad expresiva creativa que teníamos cuando éramos chicos, antes de que el sistema nos atravesara.

No sentías necesidad de ser madre. ¿Existía el mandato? ¿Por qué nos pesa tanto?

Existía, pero me rebelé. Podría no haber sido madre; no necesitaba la maternidad para sentirme realizada. Es un peso muy grande que se le impone a la mujer, a las parejas y a los hijos. Ya la pareja como institución social es un problemón. La idea de la monogamia y el romanticismo, de la que no podemos escapar. Hay generaciones nuevas que tienen otra mirada, pero soy de una generación que no puede escapar a esos conceptos tan condicionantes. Se nos impone cumplir con ciertos pasos. A los 30 me di cuenta de que era probable que no fuera madre. De hecho fui madre más por una cuestión de una pareja longeva, de un deseo de dar un paso más adelante por parte de quien era mi pareja en ese momento [Fabián Vena, actor] y de una sensación de sentirme capaz –hasta cierto punto– de guiar a otra persona en este mundo. Luego las cosas se dieron de una manera muy particular. Terminamos adoptando dos niñas. Perdí seis embarazos. Pensaban que era yo, pero al final el problema no era mío. Había que hacer un tratamiento de alta complejidad, muy costoso. Me pareció una necedad. Respeto muchísimo a la gente que lo hace, cada quien tiene derecho a cubrir su deseo a su manera. A mí me parecía innecesario, habiendo tantos chicos sin padres. Ahí arrancamos un largo camino. En el proceso te preguntan si querés “hijos sanos”. A partir de la tercera pérdida de embarazo claramente estás dispuesto a todo. Pregunté las opciones. “Hay chicos terminales”, me dijeron. Pero no estaba preparada para eso, no tenía la estructura psicoemocional, sobre todo con lo que venía atravesando. La otra opción era “chicos con enfermedades tratables o reversibles”. Dije: “Dale, vamos”. Nos anotamos para hermanos. Nadie adopta hermanos, menos grandes, menos con problemas. Vamos a lo que nadie hace; bebés sanos quiere todo el mundo.

Se llaman Cielo y Vida. ¿Por qué?

Porque son eso. Son hermosas las dos. Ellas sabían sus nombres originales, pero no los reconocían. La jueza nos recomendó cambiarlos por una cuestión de preservación, ya que nosotros éramos personas públicas. Vida era un nombre que tenía en mente. Me habían dicho que ella era hipoacúsica. El día que la conocimos se alejó unos metros y bajito le dije “mi vida”. Se dio vuelta y me miró. Pensé que era casualidad. Hay una filmación a pocos días de estar en casa en la que le digo “Vida” y también se da vuelta. Lo siguió haciendo. Cielo es un ser de pureza y evanescencia. Con esa falta de tierra, altísima. Tiene un alma de bebé. Ella evoluciona muy lento, tiene ocho años y es como si tuviera un año y pico. Es muy inteligente, de una gran inocencia. Ellas conocen su historia.

Trabajás mucho la estimulación con ellas y militás por la flexibilización en la ley de inclusión educativa.

Este año logré cambiar a Vida de colegio. Fue una excepción a la ley de inclusión, que es bastante excluyente en realidad. Estoy tratando de nuclear padres que estén en la misma situación para intentar modificar esa ley que no respeta la singularidad de cada caso. En un afán de incluir, termina siendo una ley de escritorio que no contempla las distintas realidades. Obliga a los chicos a seguir avanzando en la escuela, aunque eso vaya en perjuicio de ellos. En algunos casos está bien. Hay chicos a los que les hace mejor estar con un grupo de pertenencia, aunque tarden cinco años en alfabetizarse. Pero hay otros chicos que se sienten frustrados cuando ven que los demás logran cosas que ellos no. Vida estaba condenada a una escuela especial, y a convivir con chicos con patologías. Ella no tiene ninguna patología. Tiene un retraso madurativo leve, de origen psicoemocional, producto de sus vivencias –y no sabemos qué falló en su vida intrauterina–. Es una nena que se supone que entre los 14 y los 18 años va a nivelar y va a ser como cualquier chico de esa edad. Con ella logramos una excepción a una ley atroz que le impedía “hacer permanencia” [repetir el año], y logramos que entrara a una escuela de chicos sin patologías. Obviamente es una escuela integradora. A ella convivir con una población total afectada le estaba haciendo daño. Estaba manifestando sentirse incómoda y nivelada para abajo. Ahora está teniendo un progreso increíble.

Decís que la ley integra pero no incluye.

Integrar es forzar al chico a meterse en el sistema, como pueda. Incluir es que el sistema se adapte al chico. Ahí es donde tenemos que contemplar las singularidades, si no no hay inclusión posible. Otro ejemplo: integrar es que una persona en silla de ruedas tenga que adaptar su silla para poder ir a un baño público; incluir sería hacer baños públicos con rampas y puertas espaciosas. Un sistema al que esa persona pueda acceder libremente y sin ayuda. Esa es la diferencia.

Tenemos que dejar de infantilizar la discapacidad.

De infantilizar y de estigmatizar. La discapacidad genera esa mirada terrible de pena que no colabora en nada. Tratar a una persona con discapacidad como si fuera inferior es un error. Tenemos que tratar a la gente con naturalidad. Vinculate, vos también sos raro para ellos. Hablales, sonreíles, acaricialos. Lo mismo que harías con cualquier otra persona.

¿Cómo hacés para sobrellevar el periodismo argentino de espectáculos?

Los expongo, con altura. Lo he hecho muchas veces. Expongo la mentira. Me parece una buena manera de construir. Replico la estupidez que publican; con nombre, apellido y arrobándolos para que se enteren. Muchas veces cité audios de notas completas y le pedí al público y a ellos que los escuchen. Recibí varios pedidos de disculpas.

Actuaste en el primer capítulo de Mujeres asesinas, en 2005. ¿Qué significó ese unitario en la pantalla de “esa época”? ¿Cómo ves la cuestión de la violencia de género hoy?

Era una época en la que la tele –incluso la mejor tele argentina– se puso efectista. Al tiempo fue que dejé de actuar. Si hablamos de la violencia por la violencia misma no estamos ayudando a nadie a pensar, estamos alimentando el morbo nada más. En ese capítulo hablábamos de una mujer que mataba a otra. Si hablamos de una mujer violenta digamos por qué lo era. Me permití que mi personaje metiera un texto que hacía comprender por qué esa persona actuaba como lo hacía; aunque nada justifica la violencia. No era lo mismo antes. Las cosas cambiaron. Hay un movimiento mundial de consciencia. Estamos en la mitad de un puente colgante, y hay cocodrilos debajo. No sabemos cómo vamos a llegar al otro lado, ni hombres ni mujeres. Los hombres también son víctimas del mandato social y han sido educados para cumplir un rol. Como las cosas cambiaron no saben dónde posicionarse. La violencia de género es resultado de la opresión que el hombre siente también. Somos todos responsables de criar hombres machistas y violentos, y mujeres machistas. Hay una gran confusión respecto del feminismo. Yo misma en un momento pensaba que feminismo era lo contrario a machismo. Pero entendí que no lo era. Hoy me declaro feminista, porque me doy cuenta de que ni siquiera es por una búsqueda de derechos sino para acabar con ciertas injusticias. Acabar con la opresión va a llevar muchos años.

¿Estamos en una época bisagra?

Absolutamente. Es un momento histórico muy claro. Un momento clave, lo vamos a ver con claridad en unos años. Estamos todos intentando entenderlo y acompañarlo. Hombres, mujeres y transgéneros.

En El maestro interpretaste a una mujer lesbiana y poderosa. ¿Cómo recibió la opinión pública a la protagonista de ese unitario?

A mí lo que siempre me hizo ruido en El maestro era que mi personaje era lesbiana y poderosa, pero mala. Me encantaría que me escribieran un personaje de una mujer lesbiana y poderosa que sea buena. Me hacía mucho ruido, por eso hice mucho hincapié en mostrar que ese personaje tenía una herida, un dolor. Que se viera que ella había sido víctima de violencia de género. Había sido forzada a seguir con un embarazo que no quería y una vez que era imposible interrumpirlo, su pareja la abandonó y se fue a perseguir el sueño que era de ambos. Se fue a ganarlo él solo, dejándola imposibilitada profesionalmente. Sola, como madre y como mujer. Me interesaba mostrar esa realidad. Me terminaron diciendo: “Al final la entiendo, la quiero”.

El aborto podría ser ley en Argentina en breve. ¿Cómo fue la movida de actrices argentinas?

Fue increíble. Empezó con un grupo de whatsapp que armó Dolores Fonzi. Nos escribió a 30 actrices diciendo “acá la comandanta Fonzi”. Sin saber de qué se trataba, todas empezamos a decir “acá estamos, soldadas a las órdenes”. Fuimos sumando más gente. Esa noche ya éramos 140. Al poco tiempo éramos 300 mujeres en un chat. Quedamos coordinadas por voceras porque era un delirio. La primera carta que se elaboró para los diputados la hicimos en conjunto, todas aportamos algo. Participé del primer video y en la firma del petitorio. Estuve en el Congreso la noche que se debatió en diputados. Fue muy emocionante porque había un millón de personas, con una emoción brutal. La ley trata sobre educación sexual y prevención. Luego, legalizar el aborto. Porque todo lo que se legaliza es factible de ser controlado. Si fuera legal no habría adolescentes que van solas y sin asesoramiento a interrumpir un embarazo. Habría más información sobre cuestiones básicas. Habría menos tabúes, se hablaría en las casas y en las escuelas. Este es un paso muy importante y espero que los senadores tengan la lucidez de hacerlo ley.

¿Cómo fue para las actrices llevar públicamente la voz de tantas mujeres?

Fue muy poderoso sentirnos hermanadas. Unidas, sin distinción, con tantas mujeres que se dedican a lo mismo. Todo en pos de un derecho. Hay una comisión del grupo que tiene pensado dedicarse a atender otras cosas. Adhiero a lo que me identifica y estoy a disposición. Mujeres de todas las edades se pusieron al hombro esta lucha. Lo que hizo Dolores fue épico. La respuesta de todas las actrices fue conmovedora.

¿Tienen miedo de los costos que esto puede tener?

Todo el tiempo tengo miedo al ataque. Pero le tengo más miedo a la ignorancia. Me genera mucho temor porque creo que es lo más peligroso de todo. La maldad consciente no es tan peligrosa como la ignorancia.

Vos decías que intentan separar la buena y la mala feminista y que la comunión que existe les da tanto miedo que necesitan promover la división. ¿Tanto miedo les da?

Les da mucho miedo. Quieren abonar aquel estereotipo de que “entre mujeres es imposible la armonía” y apuntan a que algo puede dividirnos. Pero nada puede dividirnos. Hoy en día tomamos conciencia, por eso estamos todos tan confundidos. Hay cosas que estaban muy naturalizadas y que ahora las vemos desde una perspectiva nueva.

¿El avance reaccionario que estamos atravesando despierta la creatividad?

Como toda opresión, a posteriori genera emancipación. Pasó después de los procesos militares. Cuando estas circunstancias finalizan hay una explosión. Como todo, es cíclico. Esperemos que esto derive en algo nuevo.

Inés Estévez & Magic3 está hoy en la sala Hugo Balzo del Auditorio Adela Reta del SODRE (Mercedes y Andes) hoy a las 21.00. $ 450. En agosto su gira pasará por Rocha y Treinta y Tres. También volverá a Montevideo para presentarse en Sala Tractatus.

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