Djam: una joven de espíritu libre es naturalista en el sentido de que la verosimilitud tiene prioridad sobre la estructura de causas y efectos; la excepción son algunos toques de musical, y hay escenas musicales de dos tipos. En función del hecho de que la protagonista es –en forma aficionada, pero bastante solvente– cantante, bailarina e instrumentista del estilo griego llamado rebético, hay varias escenas en que se reúne y festeja con otros músicos, y uno disfruta la música, la fiesta y los bailes que ocurren frente a la cámara. Esos momentos musicales naturalistas se alternan con los de otro tipo, más propiamente inherentes al género musical: de pronto Djam hace un gesto (como dando una orden a los encargados del dispositivo narrativo de la película) y empieza a sonar, de la nada, una banda musical invisible, que los personajes aparentemente escuchan junto con nosotros, y sobre la que ella canta y/o baila. Algunas escenas, incluso, se resuelven a partir de ese artificio: Djam quiere convencer al funcionario turco de que devuelva el pasaporte de su amiga Avril, y a falta de plata para pagarle, le ofrece una danza, sonorizada con esa música oriunda de una zona indefinida, y con eso le derrite el corazón.
Sin embargo, decir que la película es un musical sería muy reduccionista en este caso, y si alguien la fuera a ver específicamente por eso se decepcionaría. Y, en verdad, sería reduccionista decir que la película es cualquier otra cosa en particular. El espectador que decida encasillarla o evaluarla desde algún parámetro fijo se va a incomodar bastante. Para disfrutarla hace falta dejarse llevar por un enfoque tan cambiante y caprichoso como la personalidad de la propia Djam.
La anécdota podría resumirse así: Djam es una joven que creció en Francia, pero sus padres eran griegos. Muertos sus padres, es educada por su padrastro Kakourgos (ella le dice “tío”) en la isla de Lesbos. Él maneja un barco turístico, del que se rompió una pieza esencial, y le encarga a Djam que viaje a Estambul para reponerla. Durante el viaje pasan diversas cosas y, sobre todo, conoce a una francesa llamada Avril, que la acompaña de ahí en más. Pasan (otro encargo de Kakourgos) por la abandonada casa de los abuelos de Djam, en Kavala, a levantar unas reliquias familiares; y arriban a Lesbos, donde un banco está expropiando la taberna donde viven Djam y Kakourgos. Sin lugar donde estar, pero con el barco finalmente operativo, deciden salir por ahí junto a unos amigos, de puerto en puerto, trabajando todos como músicos.
Los primeros dos tercios de la película son una road movie por Turquía y Grecia. Como en la mayoría de las road movies, el formato es episódico, es decir, no hay vínculo causal entre una ocurrencia y la otra.
Por momentos, lo de road movie pasa al fondo, y todo parece ser un pretexto para un estudio de la personalidad de Djam. Ella es rebelde, no sigue reglas, se entrega a los impulsos sin atender a las consecuencias y sin importarle trasgredir convenciones. El subtítulo que le pusieron en castellano (“una joven de espíritu libre”) me recuerda a cuando los distribuidores trataban de insinuar que la película tenía algún componente licencioso en lo sexual que, eventualmente, hubiera sobrevivido a la censura dictatorial. Aquí no hay escenas de sexo, pero sí desnudos y sensualidad provocativa. Djam (interpretada por la bella actriz belga de origen griego Daphné Patakia) hace la danza del vientre en el barco (¿y de dónde sacó esos atuendos?), baja la escalera de minifalda y sin bombacha, y toca el baglamadaki desnuda en la cama. Aparentemente es bisexual, y hay un momento en que intenta seducir (si el término vale para un abordaje tan liso y directo) a Avril. Esta línea de romance/erotismo entre las dos mujeres, como tantas cosas en la película, queda por esa.
Casi en las antípodas de un estudio de personalidad, la película tiene muchos rasgos de panorama social. Vemos varios aspectos de una Grecia desolada, desesperanzada. Ya no vienen turistas a Lesbos, Pano –uno de los amigos de Djam– perdió todo lo que tenía, los bancos expropian los bienes de la taberna. Desde este punto de vista panorámico, el énfasis en Djam podría verse como alegórico: ella es quizá un símbolo de la vitalidad, de la insubordinación, y de los rasgos culturales identitarios de Grecia, es decir, características inmateriales que seguramente van a sobrevivir al mal momento por el que pasa ese país.
Hay escenas referidas a dramas aun más agudos: los que vivieron los miles de refugiados que, oriundos de Medio Oriente, cruzan el estrecho de Mitilene para desembocar en Lesbos. En una escena impactante, Avril se pasea por un campo enorme repleto de chalecos salvavidas y lanchas rotas. Otros apuntes se vinculan a lo histórico: al parecer, el padre y el abuelo de Djam estuvieron implicados en el Régimen de los Coroneles, motivo por el cual ella desprecia su recuerdo.
Es curioso observar que esta coproducción franco-griega, que transcurre en buena medida en Turquía, está dirigida por Tony Gatlif, un argelino de ascendencia bereber y gitana. Y que, siendo extranjero, se mostró competente para hacer los arreglos musicales de varios de los números de rebético.
El aspecto errático y descentrado puede justificarse como un aporte al naturalismo de la película. Es muy difícil definir su “tema” o “mensaje”, y el esfuerzo por hacerlo probablemente sería vano y desubicado. Como todo buen viaje, aporta pequeñas porciones de un montón de cosas: música, conocimientos, experiencias, anécdotas, un panorama del lugar, algún vínculo humano, e incluso la oportunidad de echar una mirada gozosa a una bella joven de espíritu libre.
Djam: una joven de espíritu libre. Dirigida por Tony Gatlif Con Daphné Patakia, Maryne Cayon, Simon Abkarian. Francia/Grecia, 2017. En Cinemateca 18.