Durante mucho tiempo, quienes asumían que, en principio, no había diferencia de capacidad intelectual y creativa entre hombres y mujeres explicaron la mucho menor cantidad de mujeres entre los “grandes” del arte y de la ciencia por el hecho de que la opresión machista había inhibido el desarrollo de ese potencial; es decir, muchas mujeres hubieran podido llegar a ser geniales, pero las condiciones sociales las redujeron a la mediocridad. Ahora gana presencia una visión menos patética: la de que sí hubo montones de esas genialidades femeninas y, si bien la opresión machista no logró doblegar su espíritu, ahogó la repercusión pública de sus logros y la consiguiente retribución en prestigio y dinero. Esta es una de las películas que ilustran esta tesis, y es curioso observar que recurrió para ello a una idea muy similar a la de otra película muy reciente, Monsieur & Madame Adelman (Nicolas Bedos, 2018). En ambas tenemos a un escritor muy reconocido, de origen judío, y vamos descubriendo que en verdad fue su esposa la que ideó la mayor parte de sus obras. Hacemos ese descubrimiento junto con un periodista que pretende escribir la biografía del escritor. Quizá los autores de la película francesa hayan podido sacar alguna idea de la novela (2003) de Meg Wolitzer en la que está basada La esposa. O quizá, sencillamente, ambos relatos convergieron en esa misma alegoría. Ambas películas refuerzan la tesis con una revancha simbólica: no se limitan a mostrar que la mujer equipara al varón, sino que ponen a la vista que la genia es ella, y él, un fraude. Él ni siquiera manipula a la mujer, sino que es ella misma la que, consciente de las limitaciones sociales, urde el plan de convertirse en ghost writer de su cónyuge, con lo que logra difundir los frutos de su creación y ganar para la pareja una vida materialmente muy confortable. Al hacerlo demuestra, al menos a nosotros, los espectadores, superioridad moral, ya que prescinde de vanidades tales como renombre, premios o adulaciones, que el marido usufructúa con evidente satisfacción.
La esposa está especialmente centrada en ese enfoque feminista, al punto de funcionar como una película de tesis. El apellido de la pareja es Castleman (“hombre del castillo”), y los nombres de pila acentúan una identificación: Joe y Joan Castleman. La acción principal transcurre en 1992, cuando Joe Castleman gana el Nobel de Literatura (en nuestro mundo real, el Nobel 1992 lo ganó Derek Walcott). Esa ubicación temporal permite poner los años de formación de ambos, que visualizamos en flashbacks, en la década del 50 –momento por excelencia de la “ama de casa perfecta y moderna”–. En uno de esos flashbacks una escritora veterana recomienda a Joan dejar de escribir para ahorrarse frustraciones: en el caso improbable de que lleguen a editarla, nadie va a leer obras literarias escritas por una mujer. Monsieur & Madame Adelman es cínica, mientras que La esposa es más militante, en el sentido de que parece proclamar un “¡basta!”. Todas las reverencias prestadas a Joe por ocasión del Nobel traen a la superficie la angustia de Joan por años de sumisión, fingimiento, humillación o aburrimiento. Cada vez que Joe proclama públicamente que no sería nada sin el apoyo dedicado de su esposa, ella más bien se exaspera por ese feo papel de persona que se sacrificó por el genio, la meritoria mujer que supuestamente hay “detrás de todo gran hombre”.
El enfoque de la película es bastante teatral. No me refiero con ello a la cinematografía singularmente austera y funcional, y que es, en todo caso, un placer en estos tiempos de barroquismo estilístico (sólo en el clímax de la película se abandona el trípode por una cámara en mano sutilmente temblorosa que expresa la turbulencia anímica de ese momento). La teatralidad está en la estructura, con escenas ubicadas en espacios cerrados, donde hay largos diálogos o situaciones. Los momentos que se escapan de eso parecen casi decorativos, como si se hubiesen agregado para atenuar esa teatralidad. El clímax ocurre en el momento en que los personajes principales, finalmente, explicitan cosas que tenían guardadas, incrementando el voltaje emotivo y la exhibición de intensidad actoral. Por suerte, esa teatralidad está defendida por dos tremendos intérpretes: Glenn Glose y Jonathan Price. Los productores postergaron el lanzamiento comercial de la película (estrenada en festivales el año pasado, pero recién comercializada ahora) para incrementar las chances de una nominación de la actriz al Oscar.
La película muestra muy bien el avance emotivo de Joan desde cierta condescendencia conformista hasta la falta de tolerancia del final. Pero hay serias inconsistencias que comprometen bastante la integridad de la película. Si, de a poco, constatamos que el principal papel de Joe en sus libros fue hacerle masajes en la espalda a Joan mientras ella escribía, y que él se lo reconoce serenamente, cuesta asumir que, al inicio de la película, en la intimidad, él se muestre tan engreído y seguro de sí mismo. Por otro lado, dado el autocontrol calculador que caracterizó a Joan toda su vida, es raro verla perder la compostura y patear el tablero justo en el momento del banquete celebratorio del Nobel. Parece ser que esos recursos muy poco verosímiles fueron la única manera que los autores pudieron imaginar para dar a la película una estructura dramática con los crecimientos, puntos de quiebre y clímax que suelen recomendar los manuales de guion. Queda claro que les faltó una genia oculta que les hiciera los deberes.
La esposa (The Wife) | Dirigida por Björn Runge. Basada en la novela de Meg Wolitzer. Con Glenn Close, Jonathan Pryce, Christian Slater. Reino Unido/Suecia/Estados Unidos, 2017. En Torre de los Profesionales, Casablanca, Movie Punta Carretas, Alfabeta, Movie Montevideo, Portones, Punta Shopping.