El título sigue el mismo principio que 16 calles (Richard Donner, 2006): la distancia, plagada de peligros, que un agente gubernamental debe recorrer para llevar a destino seguro a una persona a la que los villanos quieren matar a cualquier costo. En este caso, en un ficticio país asiático, un comando de paramilitares estadounidenses tiene que llevar a un refugiado desde la embajada hasta una pista de vuelo. El refugiado está en poder de secretos de un grupo terrorista, y del éxito de la operación dependen decenas de miles de vidas y la estabilidad política del mundo.
El tono de la película es serio y, en alguna medida, realista, en el sentido de que es truculenta, muere tanta gente del lado de los buenos (los estadounidenses) como del de los malos y, salvo al final, los sucesos son verosímiles. Ese aspecto realista pretende extenderse a la visión política que fundamenta la historia. Los héroes integran un escuadrón de elite (ficticio) del Grupo de Operaciones Especiales (que existe en la vida real) de la CIA. Se encargan de operaciones paramilitares encubiertas, lo que permite al gobierno negar cualquier involucramiento. Operan al margen de las leyes, de los acuerdos internacionales y de la moral cotidiana. “Hacen lo que hay que hacer”: el trabajo sucio, peligroso y secreto gracias al cual, supuestamente, los ciudadanos del “mundo libre” podemos llevar una vida relativamente normal y serena.
Si se asume esta premisa, la perspectiva es esperanzadora, ya que vemos a los tipos trabajar súper bien y disponer de unos recursos descomunales: armamentos, satélites, drones, espionaje de medios de comunicación, base de datos. Cuando tienen que matar a alguien, lo hacen, pero en forma bien localizada, es decir que deberíamos tener muy mala suerte para que nos tocara a nosotros. Son gente totalmente consciente del principio del mal menor, no son meros ejecutores de políticas decididas por los mandamases. James Silva, el protagonista, tiene incluso problemas de relacionamiento debido a su manía de impartir discursos verborrágicos sobre los males del terrorismo y la necesidad de proteger a las víctimas inocentes. Está afectado de cierto sentido trágico de la soledad de quien debe vivir en secreto, cargar con decenas de muertes en la conciencia, saberse “incorrecto” frente a la moral cotidiana, estar siempre a disposición y pronto a morir o ver morir a sus compinches, pero se resigna a todo porque aun más graves serían las consecuencias para el mundo si él y los suyos dejaran de actuar. A la larga, sus palabras explicitan las moralejas de la película, además de conferir cierta ambigüedad al héroe, que es neurótico, malhumorado, antipático pero admirable. Esta ambigüedad es un recurso establecido para aportar al tono rudo, realista, moralmente complejo. Algunos de esos momentos hablados se convierten en discursos pedagógicos, que la narrativa ilustra con imágenes de distintas fuentes –imágenes satelitales, pantallas de computadoras, cámaras de seguridad–, un recurso fundado quizá por Oliver Stone y que ya se convirtió en un cliché de series televisivas.
Hay mucho en común con la franquicia Bourne, pero sin el costado levemente contestatario de esa serie: a fin de cuentas, Jason Bourne era un renegado, mientras que James Silva está plenamente integrado a ese sistema oculto detrás del “sistema”. Otro vínculo con la serie Bourne, sobre todo con las entregas dirigidas por Paul Greengrass (2004, 2007 y 2016), es el estilo. Peter Berg siempre adhirió al estilo de continuidad intensificada, pero aquí, con la influencia de Greengrass, lo exagera con la cámara en mano temblorosa, los varios cortes nerviosos y caprichosos y el descuido por la orientación espacial. Se supone (¿será?) que eso propicia un constante alto voltaje y zambulle al espectador en la sensación de caos.
El país en que transcurre la acción es algo parecido a Indonesia. Creo que las pocas palabras habladas en el idioma local por el personaje Li Noor, interpretado por Iko Uwais, son en indonesio. Uwais es uno de los mayores exponentes del cine asiático de acción y artes marciales. Hizo un cameo en Star Wars: El despertar de la fuerza (2015), pero esta es su primera exposición en el cine occidental en un rol importante. Las escenas en que tiene que pelear contra unos matones esposado a su lecho de hospital, y luego, cuando rescata a Alice en un apartamento de un edificio infestado de enemigos, imitan claramente a dos de los números más celebres de sus películas indonesias –respectivamente, Headshot (Kimo Stamboel y Timo Tjahjanto, 2016) y The Raid (Gareth Evans, 2011–. Esas referencias ponen en evidencia y vuelven aun más deprimente la opción estilística, porque dejan en claro que los realizadores hollywoodenses ni siquiera parecen darse cuenta de que quizás haya algo para aprender del magistral cine de acción asiático (tal vez incluso sientan que lo están mejorando, potenciando, modernizando). El mejor cine de acción asiático, ejemplificado en las películas protagonizadas por Uwais, parte de las premisas de la identificación con los héroes, el temor a los villanos, el aprecio por la maravillosa destreza física de los actores, el interés de la coreografía, y ubica a los protagonistas en espacios bien establecidos que nos permiten sufrir ante los peligros y apreciar las formas ingeniosas de zafar y contraatacar. Peter Berg, obviamente, considera sus cortes y su supuesto dinamismo de montaje más interesantes que los movimientos físicos, y los espacios ni siquiera se llegan a entender: da lo mismo un bar que un pasillo de edificio que una calle, porque el interés está depositado en el nivel más primario, sensorial, del bombardeo de imágenes breves y sonidos fuertes.
El final, destinado a extender la película en una franquicia, a la manera de la de Bourne, es lamentable. Uno tiene que asumir que el gobierno ruso se plantea una invasión de una embajada estadounidense y el asesinato de varios de sus agentes sin ningún propósito político específico, tan sólo para vengar al hijo, muerto en acción, de una “señora muy poderosa”. Y hay una vuelta de tuerca claramente forzada sobre el guion original para justificar la continuación. Ay ay.
Milla 22: el escape (Mile 22) | Dirigida por Peter Berg. Con Mark Wahlberg, Lauren Cohan, Iko Uwais. Estados Unidos, 2018. En Life Punta Shopping, Stella Colonia.