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La bailarina de Maguncia

Con rostro de mujer: vuelve el ciclo Ellas en la Delmira

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El viernes a las 20.00 comienza la tercera temporada de Ellas en la Delmira, el ciclo de monólogos escritos e interpretados por mujeres que se presenta en la sala Delmira Agustini del teatro Solís. La apertura de esta nueva temporada (que se extenderá hasta el 7 de abril) estará a cargo de La bailarina de Maguncia, una obra escrita y dirigida por Sandra Massera, con la que la actriz Noelia Campo debutará en el rubro.

Luego de Vida íntima de una muñeca, en la que Massera trazó la historia de una obsesión, ambientada en la Primera Guerra Mundial, aquí evoca la vida y el pensamiento de la escritora y activista política italiana Luce d'Eramo (1925-2001), la hija de un funcionario fascista que, a los 18 años, indignada por las “calumnias” que escuchaba de los campos de trabajo y concentración alemanes, decidió escapar de su casa e irse a Alemania.

“Después de mucho pensar, comprendí que la única manera de saber quién estaba en posesión de la verdad, si los fascistas o los antifascistas –se decían tantas cosas que nadie alcanzaba a entender nada–, era averiguarlo personalmente. Para ello, entendí que lo mejor para mí era ir a aquellos lugares de los que se decían las cosas más impactantes: los lager nazis”, escribió D’Eramo mucho tiempo después en Desviación (1979), un relato autobiográfico sobre las aterradoras vivencias durante la guerra, que le llevó 30 años de escritura, y que en diciembre llegó a Montevideo de la mano de Seix Barral (en la primera traducción al español). En 1944, D’Eramo llegó a un campo de trabajo en las cercanías de Frankfurt, y no tardó en conocer las profundidades del infierno. Al poco tiempo, organizó una huelga con algunos compañeros, y la respuesta no demoró en llegar: la encarcelaron y la enviaron a un campo de concentración de Dachau (a 13 kilómetros de Múnich). “El bombardeo duró tres horas, desde el mediodía hasta las tres. Ese día estuve segura de que iba a morir. Me pasé el rato temblando, acurrucada en un rincón del sótano sin respirar mientras el silbido se precipitaba sobre mí, hasta que la bomba me estallaba en los tímpanos y, entonces, me ponía otra vez a temblar: ‘Ya no puedo más’”. Pero resistió, logró escapar, y cuando festejaba el fin de la guerra, decidió socorrer a una familia que había quedado debajo de los escombros, pero el muro se le cayó encima y la dejó paralítica.

Reelaborando el trauma, en varios ensayos y ficciones D’Eramo se dedicó a episodios claves del siglo XX, y desde el terreno del drama observó con cautela las experiencias más terribles y desoladoras. En el caso de Desviación, proyectó un documento espeluznante, en el que se evidencian la esencia humana, la adrenalina y las reacciones físicas y psicológicas ante situaciones límite. Pero, como la bielorrusa Svetlana Alexievich, D’Eramo no escribe sobre la guerra, sino sobre el ser humano en la guerra. O, como advierte Alexievich en La guerra no tiene rostro de mujer, ella no escribe “la historia de la guerra, sino la historia de los sentimientos. De cómo la guerra de la mujer es más difícil que la de los hombres, porque la sociedad no las prepara para eso”.

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