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De comedias románticas y femicidios

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Hace unas semanas miré la serie YOU en uno o dos días (creo que a esta altura las personas que tienen autocontrol en cuanto a Netflix y sitios similares son entidades mitológicas). Al principio me había resistido un poco a verla porque el tema me parecía espinoso: se centra en la obsesión del protagonista (varón, blanco, heterosexual, neoyorquino) en torno a una mujer y cómo esa obsesión “lo lleva” a cometer actos cada vez más malignos, que terminan más de una vez en asesinatos. Pensé que una serie así, protagonizada por un actor atractivo y carismático cuyo rol más famoso fue en la serie adolescente Gossip Girl, podía caer fácilmente en una apología de un hombre, en suma, acosador y violento. Si le agregamos que la serie está contada desde su punto de vista, que el tipo hace todo tipo de observaciones ingeniosas y que la protagonista femenina no es una santa ni tampoco un personaje muy querible (una bella rubia bastante vacua con unas vagas ganas de ser escritora pero que se pasa el rato angustiada por su estatus de bella y privilegiada), todas la señas apuntaban al desastre.

Terminé mirándola, sin embargo, y al ser una historia superficial, ágil y llena de giros telenovelescos, me enganché como quien se engancha con un libro policial “de playa”: era todo tan absurdo que la historia ni siquiera me llegó a angustiar, más allá de que he tenido un par de stalkers en la vida real que me hicieron pasar momentos de verdadero miedo y cuyos mecanismos de justificación debieron de ser bastante parecidos a los del protagonista, Joe.

Y es que desde el principio mismo en que Joe conoce a Beck, su mente encuentra indicios de que ella es para él y que se lo está diciendo sin decírselo: el hecho de que ella use una blusa holgada sin sutién debajo, de que pague con tarjeta en vez de con efectivo (“es porque quiere que sepa su nombre”) y el intercambio de un par de bromas para él son suficientes pruebas de que ella debe ser la mujer de su vida. Y esa parte no la encontré absurda: es la razón por la que a veces soy explícitamente antipática con hombres en ciertas situaciones, como mecanismo de defensa. No se ofendan, lectores hombres (o sí, como prefieran), pero la verdad es que en los espacios públicos las mujeres debemos regular nuestro comportamiento en millones de microformas que ustedes ni deben de imaginar, hasta el punto de tener que calibrar (ya sea consciente o inconscientemente) si le puedo sonreír a este conductor de Uber o si mejor no emito la menor señal que él pueda considerar una “insinuación”. El monólogo interno de Joe en cuanto a las “señales” que le transmitió Beck, por lo tanto, me pareció tristemente verosímil tomando en cuenta ejemplos personales de la vida real.

Volviendo al mundo de la ficción, incluso cuando el Joe de la tele no es tan abiertamente misógino en sus monólogos internos como el del libro en el que está basada la serie (del mismo nombre, escrito por Caroline Kepnes en 2014), pensé que en la serie queda más que establecido que él es el villano: sí, el actor será atractivo y el personaje entretenido, pero la situación es demasiado blanco/negro como para albergar dudas acerca de si Joe estuvo bien invadiendo descaradamente la privacidad de Beck –que ella no sea muy cuidadosa al respecto no justifica la invasión, y recordemos que la mayoría de nosotros tenemos Facebook/Instagram/Twitter y no pensamos demasiado cuando desperdigamos datos de nuestra vida personal por ahí–, o de si era necesario que hiriera y matara a tanta gente “por amor”. A pesar de algún que otro mensaje mezclado (por ejemplo, la relación de sincero afecto entre Joe y su pequeño vecino, un agregado que no estaba en la historia original y que dulcifica un poco al protagonista), la serie se encarga de explicitar en boca de la misma Beck en el último episodio, por si alguien todavía tenía que avivarse después de toda esa sangre regada, todas las cosas horribles que hizo Joe y lo equivocado que estuvo en sus percepciones desde el primer momento.

Fueron unas horas de entretenimiento chatarra y pensé que en eso quedaba la cosa, pero me picó la curiosidad y me puse a mirar en internet qué habían pensado otros espectadores. Las respuestas no me sorprendieron pero me desalentaron: encontré todo tipo de apologías de Joe, de cómo Beck era mentirosa/estúpida/egoísta/infiel y su comportamiento estaba a la par del de Joe (Beck no mató a nadie, sólo para empezar...), y, peor aun, muchas mujeres que encontraron a Joe súper romántico y que querrían tener un novio como él. Es un fenómeno que se ve bastante entre las fans de los libros Crepúsculo y Cincuenta sombras de Grey, comportamientos masculinos obsesivos y posesivos vistos desde una luz romántica, pero en el caso de esos libros las autoras participaban activamente en esa romantización. ¡No es el caso de esta serie ni del libro! El propio actor que interpreta a Joe, al encontrarse con esas reacciones, salió varias a veces a decir que su personaje es un humano repugnante. No importa: la gente quiso ver lo que quiso ver.

Esta confusión sobre que el protagonista es por defecto bueno o, en cualquier caso, un “antihéroe”, nunca un villano (ver también el fanatismo por Walter White, el protagonista de Breaking Bad, y el desprecio generalizado por su esposa, que es un ser humano con defectos pero no una maldita psicópata y aun así es mucho más odiada que él), no me preocupa en otros productos de ficción porque una buena narrativa puede hacer que nos enamoremos de personajes que encontraríamos aberrantes en la vida real. Lo que sí me preocupa es ver cómo ese enamoramiento con alguien ficticio puede chorrear en la vida real y ver justificaciones tan ardientes de los comportamientos de Joe más allá de su valor como personaje. Y me inquieta porque hace no muchos años los femicidios todavía eran catalogados como “crímenes pasionales” en la mayoría de los medios, y los informativos ofrecían datos como “se decía que la víctima le era infiel a su pareja” a modo de explicación de por qué la mujer “se lo estaba buscando”. Vivimos tiempos de alta concientización feminista, pero basta con rascar muy poquito (ver una serie chatarra para pasar el rato, por ejemplo) para ver que todavía queda mucho por deconstruir, principalmente en nuestras propias cabecitas.

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