Oportunidad. Esa es la palabra que salta, disparada desde algún remoto lugar de la mente, cuando despliego el bellísimo volumen publicado por Planeta –esa megaeditorial tan extendida como su nombre– titulado Brujas literarias. El momento en que llega a la redacción es perfecto: estamos a las puertas de una nueva marcha de mujeres, y durante todo marzo la cuestión femenina será celebrada por tirios y troyanos, ya sea para acompañar y apoyar su expresión militante y feminista, ya para destacar, al contrario, la delicada inteligencia de las que saben ocupar su lugar sin estridencias ni rencores.
Además de oportuno, el libro es precioso: un objeto de cuidada factura, de tapa con barniz sectorizado que brinda una sensación de bajorrelieve, con un dibujo en la parte superior en el que se reconoce fácilmente a Mary Shelley (la hermosa Mary, hija de una intelectual feminista y madre del monstruo moderno por excelencia) y otro en la parte inferior en la que un libro sin nombre exhibe un ojo único y bien abierto, símbolo de luz y sabiduría. Desde el nombre (Brujas literarias. 30 escritoras que conjuraron la magia de la literatura), que ocupa la posición central con la palabra brujas en cuerpo muy destacado, irradian líneas blancas y plateadas que parecen titilar sobre el fondo negro mate de la cubierta. Las esquinas tampoco fueron descuidadas en el diseño: en tonos rosa, las de abajo parecen raíces y las de arriba simulan llamas. Dan ganas de tocar esta tapa. Dan ganas de tener este libro.
El problema es que no es, propiamente, un libro, sino un juguete. Las autoras, Taisia Kitaiskaia, responsable de los textos, y Katy Horan, encargada de las ilustraciones, proponen que sea usado como una oráculo, como una especie de I Ching literario, una aventura lúdica que nos puede conducir hoy a Anna Ajmátova, mañana a Virginia Woolf y pasado a Safo. En cada estación nos encontraremos, a la derecha, con un par de párrafos sobre la protagonista del día y una lista breve de algunos de los títulos por los que podríamos empezar a leerla, y a la izquierda, con un retrato en el que la autora aparece rodeada de objetos o escenas que concentran el simbolismo de su obra.
Demoro en entender qué es lo que me molesta de libros como este (y hay muchos: las mujeres escritoras son presa fácil del impulso “embellecedor” de las editoriales, que no vacilan en publicar pequeñas joyas ilustradas con la excusa de un texto breve que quedó fuera de una obra maestra (La fiesta de la señora Dalloway o Un cuarto propio, de Virginia Woolf, ambos publicados por Lumen con ilustraciones, respectivamente, de Yelena Bryksenkova y Becca Stadtlander) o para ofrecer un relato biográfico, siempre más fácil de leer que un ensayo, como es el caso de Un paseo por la vida de Simone de Beauvoir, escrito por Carmen G de la Cueva, ilustrado por Malota (la misma dupla de Mamá, quiero ser feminista) y también publicado por Lumen.
Alguien decía que el feminismo no tiene líderes, aunque tiene teóricas. Y la teoría, ya se sabe, es áspera y dolorosa, y no siempre queremos meternos en cuestiones ásperas y dolorosas. Así que podemos llenarnos de palabras como “conjuro”, “aquelarre” y “magia” y rodearnos de bellísimos dibujitos que casi siempre incluyen gatos, teteras y misteriosas plantas de raíces que se hunden en la carne, y participar juntas del gran juego del feminismo al alcance de todas. “Por los pasillos de la casa de Simone no caminamos solas ni de puntillas. Vamos todas cogidas de la mano: Simone, vosotras y yo, como unas amigas que después de mucho tiempo vuelven a encontrarse para hablar y saber por fin que otra vida es posible”, nos dice Carmen G de la Cueva para que le perdamos el miedo a la biografía de una pensadora central del feminismo del siglo XX. La elaboración teórica de Simone reducida a su biografía, y su biografía metaforizada en la casa, posiblemente la equivalencia más cantada, más obvia de todas las que hay para la mujer.
El puñado de brujas literarias, entonces, me irrita al mismo tiempo que me seduce. Me gusta pasar sus páginas gruesas y coloreadas, jugar a adivinar quién es la del retrato a la izquierda (la verdad es que todas se parecen bastante en los dibujos de Horan) y buscar en Google a las autoras que no conozco. Pero no puedo dejar de sentir que me están estafando. Que están asumiendo que soy una nena, alguien que no tiene tiempo o no tiene ganas o no tiene capacidad para entrarle a la poesía de Safo o de Ajmátova, que no está dispuesta a hacer un esfuerzo para leer a Gertrude Stein y que de ningún modo quiere complicarse la vida con Silvia Federici, Rita Segato o Judith Butler.
En los días primeros de las naciones americanas se publicaban a veces conjuntos de versos escritos por mujeres, y solían reunirse con títulos que usaban palabras como “ramillete” o “florilegio”. La belleza, la delicadeza propia de la creatividad femenina era portadora de una verdad esencial, de una pureza y sinceridad del alma que sólo podía equipararse a la belleza y la fragilidad de las flores.
En estos conjuntos decorativos de pastillas sobre escritoras subyace el mismo concepto de la mujer como un ser intrínsecamente creador pero, al mismo tiempo, narcisista y ensimismado, incapaz de salirse de sí para enfrentar un texto que desafíe su inteligencia.
Gracias Taisia, Gracias Katy. Muy lindo todo, pero dejemos hablar a la escritura y hagamos el esfuerzo que sea necesario para entenderla, aunque venga sin viñetas de colores.