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Virginia Patrone.

Foto: Federico Gutiérrez

Virginia Patrone: el objeto del tango

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Hace unas semanas se inauguró en el Museo Blanes El objeto del tango –que tuvo una versión, reducida, en España–, la nueva muestra de Virginia Patrone, que se sumerge en el arrabal focalizándose en la figura de las mujeres y en el rol especial y problemático que tuvieron en este género musical que trasciende, por supuesto, el mundo de la canción. Con Patrone, que desde hace 15 años vive en Barcelona, habló la diaria sobre esta exposición que, en palabras de Verónica Panella, “alcanza una dimensión pesadillesca, que nos despierta temblorosos pero, a la vez, más conscientes”.

¿Cómo explicaría la muestra? ¿Cómo surgió?

En 2017, en ocasión de los 100 años de “La cumparsita”, el consulado uruguayo en Barcelona me propuso armar algo con ese tema, ya que en 1997 yo había hecho una muestra en la que el tango tenía un rol importante. El tango para mí es un tema perfecto para ser trabajado artísticamente; permite decir las cosas que quiero decir. El tema del tango atrae a la gente en general, aun a gente que no está especialmente interesada en el arte. Luego, cuando ven que no se trata de una representación naturalista, ni folclórica o nostálgica, más bien compleja y ambigua, se genera siempre algo interesante. También cuando hice la muestra Iris. La curación de un fantasma [sobre una joven que en 1935 mató a su padre abusador] en el Museo Nacional de Artes Visuales, u otra sobre la Señora Macbeth, pasó lo mismo: las personas se acercan porque ven algo conocido, y luego ya están adentro.

¿Usás un hecho o un tema como disparador y elemento de atracción?

Una de las cosas que más me interesan es que mis muestras sean para todo el mundo. Que no sea un diálogo entre artistas o artistas y curadores, donde finalmente aquello queda ahí en el castillo y no llega a quien debería llegar, que es a un público amplio. Porque el arte cumple una función social, cultural, de conocimiento, de formación. Si no llega, no se cumple.

¿Cómo es tu relación con el tango?

Es una cosa rioplatense, que tiene que ver con la inmigración italiana y francesa. En 1997 empecé a estudiar el tema, a escuchar mucho a Carlos Gardel, a leer letras de tango en cantidad. Ahí ratifiqué algo que ya había notado y que me interesaba: el rol de la mujer en el tango, que, por supuesto, también se halla en otros ámbitos. Es un lugar demonizado, que se encuentra ya en la cultura griega y romana, en las sátiras, por ejemplo, y vuelve ahí. Fundamentalmente hay tres mujeres en el tango. Una es la madre, que es santa –básicamente, no hay padres–, es la virgen, la madre virginal. La otra es la novia, también virginal, a la que se abandona, se engaña, que muere tuberculosa y no llega a mucho. Finalmente, la mujer que despierta la pasión, la que atrae, la que enamora, la peligrosa.

Que estaba en el centro de aquella exposición y ahora en el de esta.

Yo me preguntaba, entonces, ¿quiénes son en realidad estas mujeres? ¿Son mujeres malas? O apasionadas. O, posiblemente, pobres, que tienen que conducir cierta vida por razones sociales. Claro, están las novias, pero sobre ellas no tengo mucho que decir, son muy poco protagónicas, así como las madres. En aquella muestra trataba este tema, y también tomaba otros hitos de las letras. Aquí, 20 años después, me propongo revisar el tema, que nunca he dejado –he hecho, sueltas, obras con estas mujeres–, partiendo de “La cumparsita”. Yo no soy ni socióloga, ni antropóloga, ni teórica del arte; trabajo lo que me estimula para crear. Leo mucho, me informo sobre los temas que enfrento, pero trabajo el tema desde la emoción, aunque siempre situándolo en su momento histórico. Y el año en que se compone la canción, 1917, además de ser el de la revolución rusa, que es un tema enorme, es el año en que se escribe un famoso manifiesto dadaísta. Así que pensé poner aquí algunas luces dadaístas. Lo primero que hice fue tomar las dos letras de “La cumparsita” –las de [Gerardo] Matos Rodríguez, más bien tenebrosas, y las de Pascual Contursi y Enrique P Maroni, más livianas–, recortarlas en frases y palabras, mezclarlas y recomponerlas según el método dadaísta. Así surgieron pistas, imágenes, que me fueron llevando a varios lados y a otras letras de tango. Todas las canciones del tango, en realidad, tienen un cuentito, una pequeña historia. La de “La cumparsita” es la de un hombre que abandona a la madre por una “malvada”, y cuando él vuelve, la madre se ha muerto de frío; un dramón tremendo: hay trazos también de esto en la muestra.

En la exposición usás las letras del tango como en una historieta.

Sí, siempre en mi obra hay un poco de juego, algo de lo que uno se pueda reír. Hay cierta suspensión, con personajes que miran al público, como si le hablaran, creando una distancia. Este humor, distancia y juego permiten hablar de cosas terribles de una manera más humana. Y son cosas terribles. En las letras de tango hay una violencia hacia la mujer que es permitida, autorizada; las mujeres son malas, hay que pegarles y hay que matarlas. Es un tema que sigue siendo, desgraciadamente, muy actual. La cuestión del género. Hoy parece que se está tomando conciencia de que el género es, en definitiva, una creación. Sí, biológicamente hay hombres y mujeres, pero todos tenemos los principios masculinos y femeninos, cada uno tiene mayor o menor proporción de estos principios, más allá del propio cuerpo, que es un cuerpo apto para la reproducción. No hay roles predeterminados, como a menudo muestran las letras del tango. Y hay que fijarse en qué estamos escuchando. Claro, el tango hoy no es la música más popular, pero ha formado el pensamiento de mucha gente. Uno está escuchando eso y todo el tiempo es así, se legitima cierta violencia.

Es una cuestión central de El objeto del tango.

Creo con firmeza que hay que recordar permanentemente ese tema, sobre todo hoy, por cómo están las cosas, porque es un tema de derechos. El derecho de todos, pero en especial el derecho de las mujeres a que no nos maten. Y es un tema complejo; habría que manejarlo con delicadeza, pero a veces no se maneja así, porque cada vez que hay un problema tenemos que irnos a los extremos para que se vea y se entienda.

Me llamó mucho la atención el uso del color con respecto al sujeto: el color es siempre muy vivo, chillón en ocasiones, mientras que en el imaginario común el ambiente arrabalero es un lugar sombrío, oscuro. ¿Buscaste ese contraste?

Sí. Nunca represento la realidad; más bien armo una imagen que despierte determinadas emociones. La idea es trabajar con la emoción: la de otros y la mía. Tengo que meterme en la situación, incluso uso otras formas expresivas, me saco fotos con gestos, expresiones, posturas físicas, actúo, para luego poder trasladarlo afuera. Ahí tengo pocos elementos, y el color es uno de ellos. No quise crear el ambiente tanguero oscuro, porque lo que se vive ahí tiene mucha vibración, es muy erótico o dramático, y la oscuridad no lo transmite. Trabajo el color a un nivel psicológico.

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