La puesta en cuestión de la posibilidad de verdad o de objetividad en el documental viene dando lugar a la prescindencia de siquiera pretender o simular verdad u objetividad, y generando estatutos de género fluidos como el de la presente película. Incluso el vínculo con el libro, del que la película es legalmente tributaria (entre otras cosas, por adoptar su título) es permisivo. El original es un libro-reportaje de 1976, en el que el célebre periodista polaco Ryszard Kapuściński (1932-2007) relató los tres meses que pasó en Angola en plena guerra civil y proceso de independencia. Los aspectos más claramente documentales de la película son los que, justamente, se salen del libro, porque consisten en entrevistas a tres de las personas que tuvieron contacto con Kapuściński en aquella ocasión, que narran a cámara sus reminiscencias de hace 40 años y aportan reflexiones desde el hoy. Otros aspectos documentales, como la inserción de material de archivo, funcionan de manera más lineal como ilustración del relato.
Lo grueso de la narrativa está ficcionalizado usando animación, y aunque se dice que algunas frases están sacadas en forma literal del libro, hay al menos un pasaje aventuresco (Carlota salvándole la vida a Kapuściński) que –según me cuentan quienes lo leyeron– es un invento. Esto, por supuesto, es moneda corriente en películas ficcionalizadas (aun si están basadas en relatos de no ficción), pero es abusivo en la categoría “documental”, que incluye un pacto, si no de objetividad, al menos de sinceridad. Además, si los demás personajes están dibujados como semblanzas de sus modelos reales, Kapuściński dejó de ser el petiso pelado que fue, para ganarse un semblante varonil, como un Indiana Jones un poco más reflexivo y desgastado.
La historia, por supuesto, es conmovedora y fascinante. Involucra el proceso de independencia de una nación africana, una guerra civil cruenta insertada en el contexto de los conflictos capitalismo / comunismo y mundo desarrollado / Tercer Mundo. Involucra también a un periodista intrépido, que arriesga su vida para conocer, vivenciar e informar, que tiene opiniones y simpatías fuertes (de izquierda) y que se ve en un tironeo ético entre reportar correctamente lo que ve (pero de esa forma dejaría expuestas maniobras cuyo éxito depende del secreto) o mentir (fallando en su cometido primario como periodista, pero quizá haciendo lo correcto desde una perspectiva más amplia).
No sé detalles sobre cómo hicieron la animación. Supongo que la apariencia curiosa de las imágenes se habrá obtenido con captura de movimientos de actores reales, que produce un efecto inesperado cuando se acopla con figuras que tienen la apariencia de dibujos planos, y no de muñecos digitalizados como en la animación mainstream actual. Ver esos dibujos planos con todos esos cambios de perspectiva realistas recuerda la vieja técnica del rotoscopio, pero el estilo visual en este caso está influido por las historietas para adultos, incluidos muchos momentos con ese tipo de expresionismo pueril en los que, para expresar sueños, divagues mentales o estados de angustia extrema, los colores del mundo se trasmutan, los objetos vuelan, los cuerpos se desgarran y se vuelven a componer. Lo más interesante es el juego, a veces muy rico, entre reconstrucción animada e imágenes documentales (por ejemplo, un corte en continuidad de movimiento del Artur dibujado de 1975 al Artur real de hoy día).
Los movimientos de encuadre y el montaje veloz están totalmente metidos en los criterios de la continuidad intensificada de Hollywood. El comportamiento de Kapuściński, sobre todo en la descripción de su vínculo con otros varones (frases cortantes, ironías, que luego de un pequeño enfrentamiento simbólico terminan derivando en simpatía, y pronto evolucionan hacia amistad y compañerismo) también obedece a la usanza del cine de acción yanqui reciente. Los diálogos importantes son en inglés. En las partes documentales, filmadas, cada cual habla en su idioma, sea portugués o un portuñol extraño que no sé de dónde sale (¿será que esas personas se mudaron a Cuba o convivieron mucho tiempo con cubanos al punto de entreverar su idioma materno?). Pero en la animación hablan inglés. Cuando escuchamos algo en portugués o en algún idioma africano, quiere decir que eso es parte del ambiente sonoro o del color local. Pero cuando el personaje o la acción va a tener alguna relevancia para la anécdota, está en inglés (y eso se termina convirtiendo en una señal para que el espectador establezca la diferencia entre un extra que puede contemplar con distracción, o un personaje-personaje, al que debe atender para no perder el hilo de la historia). No sé en qué idioma se comunicaba Kapuściński con los angoleños, pero dudo de que fuera en inglés, y si fuera así, que la comunicación con los locales –incluso los de extracción más humilde– resultara tan fluida.
Esas opciones de estilo quedan medio raras en esta película que toma una posición tan claramente antiimperialista, contra la intervención estadounidense y sudafricana, y a favor de la intervención cubana y de la independencia angolana. Por supuesto, es parte del éxito de la dominación cultural y económica estadounidense esa capacidad de asimilar las contradicciones y narrar, como una épica más, una guerra de liberación antiestadounidense (o anticapitalista) como si fuera un capítulo de Pantera Negra. Quizá los realizadores asumieron que esa retórica hollywoodense es la más apta para convencer a la mayor cantidad de gente lo más rápidamente, o, sencillamente, la adoptaron en forma acrítica porque esa fue la cultura en que crecieron y es lo que les sale, lo que “parece cine”.
Queda medio raro, porque la película se compromete con una postura que uno no suele asociar con esa estética. En Pantera Negra no se pronuncia la palabra socialismo, y si Fidel Castro llegara a ser nombrado, nunca lo sería como algo menos que un dictador bananero, ni el internacionalismo cubano se mostraría como algo que no fuera una extensión del intervencionismo soviético. Y aquí sí. Es como que la película, en su “contenido”, llama a la lucha, pero la “forma” aceptó la rendición con los brazos abiertos.
Un día más con vida (Another Day of Life). Dirigida por Raúl de la Fuente y Damian Nenow. Basada en libro de Ryszard Kapuściński. Polonia/España/Alemania/Bélgica/Hungría, 2018. En Cinemateca.