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Cão sem plumas. Foto: Diego Acosta García

Piel de barro: con la coreógrafa brasileña Deborah Colker, que presenta “Cão sem plumas” en el Auditorio del SODRE

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“La danza busca formas, y yo empecé este espectáculo tratando de encontrar el río”, dice Deborah Colker sobre Cão sem plumas. Premiado con el Benois de la Danse 2018 a la mejor coreografía, es un híbrido que articula el poema homónimo de João Cabral de Melo Neto (1920-1999), interpretado por 14 bailarines mientras se proyectan escenas creadas en asociación con el director pernambucano Cláudio Assis. El barro lo impregna todo, como a los habitantes de los manglares. Es que Cabral, que fue además diplomático, escribió su poema en los años 50, viviendo ya en Barcelona, cuando supo que la mortandad infantil en India era menor que en su Recife natal. En él alude tanto a los ribereños como a los dueños de los ingenios azucareros que vivían de espaldas al río Capibaribe. “Este poema contiene un manifiesto político y ecológico, habla del descuido humano y geográfico”, señala Colker.

Con una compañía de danza consolidada internacionalmente, a la coreógrafa carioca le sobran credenciales, pero hay datos que le agregan atractivo para los que no hayan sido parte de sus anteriores visitas: Colker dirigió la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos Río de Janeiro 2017 y fue responsable de Ovo, de Cirque du Soleil. Con Cão sem plumas, espectáculo destacado de la programación del Festival Internacional de Artes Escénicas, vuelve a Uruguay, un sitio al que la unen el gusto por el candombe y por La Vela Puerca, su colega y maestra Graciela Figueroa (“siempre digo que hay un hombre y una mujer que me hicieron bailar: Michael Jackson y Graciela Figueroa”) y una fascinación intacta por José Mujica, a quien espera ver en la función de hoy o mañana.

¿Qué vínculo tenés con Recife, la capital más antigua de Brasil?

Tengo una relación muy vieja con Recife porque tengo dos hijos, una de 34 años y uno de 32, y su padre era de Pernambuco. Él era Cafi [el fotógrafo y artista plástico Carlos Filho], que se fue este año. Estuve casada con él mucho tiempo, fuimos muy próximos, y él fue la primera persona en presentarme la potencia de Pernambuco, la fuerza de la geografía, la fuerza cultural de las imágenes, y fue también quien me presentó a João Cabral de Melo Neto. Yo era joven, tenía 21 años, y por primera vez leí a este poeta, que utilizaba palabras como “espeso”, fundamental en este poema, que relaciona lo espeso con todo: el río es real y es espeso, la sangre del hombre es más espesa que el sueño; espeso en el sentido de profundo, de largo, de intenso...

De denso.

¡Denso! Qué lindas son las lenguas latinas: trato de explicarles esto a los anglosajones y es muy difícil, porque “espeso” es muchas cosas. Creo que la cualidad de espeso no tiene juicio de valor; es algo que arrastra. Cabral de Melo Neto habla de este río que carga la memoria, la vida de las personas, las riquezas y las tragedias, de este río que comienza muy chiquito y va creciendo. Este poema habla del cielo, de la tierra, del barro. Cão sem plumas [perro sin plumas] es una metáfora; no habla de un perro.

Es la imagen de un devenir: compara al río con un perro que atraviesa una ciudad.

Tiene algo muy rico también: la fruta, después de cortada, continúa produciendo azúcar, como la vida o el río cortados, que continúan produciendo vida. Cabral de Melo Neto divide su poema en cuatro partes: en la primera y en la segunda habla del paisaje del Capibaribe, después habla de la fábula del Capibaribe, que es la lucha entre el mar y el río, porque al principio el mar rechaza al río, que es sucio, pequeño... para nadie. El mar después entiende la importancia del río y de la mezcla. Eso es lo que pasa en Recife, la capital de Pernambuco, donde el río Capibaribe se junta con el mar y es impresionante. ¿Sabés lo que es “pororoca”? Es el estruendo que produce ese encuentro, ese shock. Digo eso para explicar por qué traté de encontrar un lenguaje como el del cine, porque es un poema en el que la imagen y la palabra son muy importantes para llevar al público a ese lugar. Para eso la película me ayuda mucho. Me acuerdo de que Cafi en un momento me dijo “encontraste el gesto de este poema”, porque allí se habla de un hombre-cangrejo y de un cangrejo-hombre, como un bicho, pero un animal instintivo, que conecta con la tierra, con la lucha, con la piel. Es la idea de que las personas que viven en las riberas son parte de eso. Yo siempre hablaba con Cláudio Assis, el director de la película que acompaña este espectáculo, un tipo con una cinematografía muy importante, y alguien que entiende Pernambuco, que es Brasil, que es negro, que es blanco: “Vamos a hacer un híbrido. No quiero hacer danza, no quiero hacer cine: quiero hacer los dos”. Si la gente quiere mirar la película, buenísimo; si quiere mirar el escenario, también. Para mí el timonel de este espectáculo es João Cabral.

¿Cómo se empieza a construir un espectáculo así?

Un profesor de Literatura fue a la compañía para dar unas clases y nos decía que a Cabral, que no era un romántico, no le gustaban las metáforas. Yo le preguntaba: “Pero ¿perro sin plumas no es una metáfora? Él va haciendo encadenamientos: dónde empieza el río, dónde empieza el barro en el río, dónde empieza el cangrejo en el barro, dónde empieza el hombre en el cangrejo, dónde empieza el hombre en el hombre. Este es el poema. Luego de las clases, tratamos de traer la palabra al cuerpo.

Aparece una especie de capoeira en algún tramo.

No tuve esa intención pero conozco bastante de ella, entonces el espectáculo tiene capoeira y muchas danzas del nordeste, como cavalho marino, maracatú, coco, y no sólo danzas o música: ritmos de allá. El tambor es como si fuese la piel de la tierra. Acá tienen un ritmo que me encanta: el candombe.

¿Qué pasa con la estética del espectáculo: vas buscando algo bello?

Voy a contar una historia: a Cláudio Assis le gusta lo feo, lo sucio de lo real, y en nuestra primeras conversaciones le dije que no quería eso. Entonces hice un paseo en barco, en Pernambuco, y cuando miré las favelas me resistía, pero después empecé a encontrar un camino, porque era necesario hablar de eso, es parte del poema. La idea de este espectáculo es hablar de lo que es inadmisible, inconcebible, lo que no debería existir. Yo no busco belleza o fineza, busco hablar de lo que tengo que hablar, y si tomé la decisión de tomar este poema tengo que hablar de este lugar y de lo que pasa. Busco profundizar en cada tema. Mi próximo trabajo se llama Cura, entonces tengo que hablar de la dolencia.

¿Qué te condujo a esos temas?

Tengo algo personal, un nieto con una enfermedad rara, terrible, cruel. Desde que nació –van a hacer tres años– cambió mi mirada, y no sólo como artista, sino el foco, qué pasa en el mundo. Sabemos que hay muchas cosas que pueden ayudar: el amor, aceptar a uno que es diferente, que tiene heridas, aceptar a ese niño, aceptar al negro, aceptar al pobre. Quiero hablar de discriminación, hablar de cura como un puente entre la fe, la esperanza, el amor y la ciencia. En la investigación para este espectáculo me aproximé a muchas cosas: fuimos a África, me aproximé a pensadores de lo sagrado. Cuando Stephen Hawking murió, nombré a este espectáculo Cura. Estamos trabajando desde abril de 2018 y vamos a estrenar en enero de 2021.

Da la impresión de que los bailarines de tu compañía tienen algo de atletas y de poetas, un entrenamiento que les permite hacer cualquier cosa sin que parezcan fríos. ¿Cómo lográs eso?

Si uno va a hablar con el cuerpo, que es el instrumento, tiene que estar trabajado para poder hacer cualquier cosa: crear, decir, pensar, pelear. Entonces, la técnica, para mí, no es algo para mostrar; la técnica es para tener libertad. Cuando uno tiene un cuerpo con técnica, conoce su condición y tiene la posibilidad de hacer muchas cosas. Entonces de verdad que estoy cada vez más en la palabra, con el sentimiento, con la filosofía, cada vez más necesito poetas en el barco, necesito expresividad, intención y también la máquina, porque es una máquina que tiene que producir velocidad, control, dinámica, y resistir. Fue algo que conversé mucho con Julio [Bocca] cuando estaba acá: cómo es difícil tener un grupo de personas que tienen que ser profesionales pero tienen que ser artistas, tienen que ser poetas, y cómo administrar eso.

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