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La fragilidad de la dominatrix

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Mirada de neófito.

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Una púa punza sin lastimar del todo, una bolsa de nailon quita momentáneamente el oxígeno, una vela encendida quema la espalda. El dolor consensuado entre adultos como un pasaporte hacia otra cosa. Así ocurre en Los perros no usan pantalones (2019), película finesa disponible en la plataforma de streaming Mubi. El título procede de una frase de la dominatrix principal cuando recibe por primera vez a su cliente protagónico, afamado cirujano, quien se había presentado inadecuada y bípedamente vestido.

No es, sin embargo, una historia que trate sobre el dolor del cuerpo, sino sobre el dolor del alma. Lo que el protagonista busca no es placer, sino consuelo. Esa búsqueda desfasada (también la escena sadomasoquista tiene una normalidad) sacará de su lugar el vínculo entre dominante y dominado y fijará el eje del film.

El director Jukka-Pekka Valkeapää narra su historia con naturalidad y pulso controlado. Visualmente le debe más a películas como L’Atalante (1934), de Jean Vigo, que a los antecedentes del cine BDSM. Aquella inmersión de la novia desencantada de la película francesa, con esa secuencia subfluvial que está entre lo mejor que ha dado el cine europeo en su largo bogar, es evocada por las buscadas asfixias del médico que quiere encontrar –en esa pérdida circunstancial de la conciencia– lo que no acepta que esté perdido para siempre.

Por más que tenga momentos en que la risa llegue al auxilio de la incomodidad, no hay que pensar que se está frente a una comedia. Ni siquiera de humor ácido. Es, más bien, un haz de historias de amor entrecruzadas. Que nadie busque, entonces, la edulcorada transgresión chic de 50 sombras de Grey (2015) ni el humor corrosivo de La secretaria (2002). Está más cerca de La profesora de piano (2001), de Michael Haneke.

El cine y el BDSM tienen una larga historia en común. Desde aquel primer cruce que casi nadie pudo ver, Mercado de esclavas (1908), de Johann Schwarzer, hemos tenido ejemplos más o menos afortunados. Podría mencionarse El vicio y la virtud, (1963), de Roger Vadim, con Annie Girardot y Catherine Deneuve, y Justine o los infortunios de la virtud (1967), de Jesús Franco, con Klaus Kinski, ambas centradas en el Marqués de Sade.

Es verdad que la mayor repercusión de público se dio con Historia de O (1975), de Just Jaeckin. Pero eso se debió, muy probablemente, a que el director venía precedido del éxito de Emmanuelle (1974), esa película que en muchos países coincidió con las formas más superficiales del “destape”, ideal para sociedades mojigatas como la nuestra.

Mucho más relevantes han sido las exploraciones de Portero de noche (1974), de Liliana Cavani, o de Crash (1996), de David Cronenberg. En esa línea, pocas películas han ido tan profundo como Enfermo, la vida y muerte de Bob Flanagan (1997), un documental algo denso de Kirby Dick sobre un artista que usa el sadomasoquismo como terapia contra una rara enfermedad.

Entre esos ejemplos, Los perros no usan pantalones brilla con una particular y ambigua lozanía.

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