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Gabriel Melgarejo y Eduardo Rabellino.

Foto: Alessandro Maradei

Como un cuento: Contrafarsa celebra los 20 años de El tren de los sueños

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El periplo de Contrafarsa podría ser considerado un cuento de hadas a la uruguaya. La historia comienza en 1980, en plena dictadura y en una cooperativa barrial. Una barra de chiquilines decide armar una murga para celebrar el Día del Niño y la bautizan El Firulete; el berretín continuó luego de aquella efeméride y entre otras actividades graban el “Himno a las cooperativas”, obra del cantautor Rubén Olivera muy difundida en los años de apertura democrática. En 1987 deciden participar en el concurso oficial del carnaval, pero tienen que cambiar el título –ya que Firulete estaba registrado– y pasan a llamarse Contrafarsa. De esta manera se convirtieron en “la murga joven”, mucho tiempo antes de que surgiera el movimiento.

En 1991, uno de los fundadores, un menudo y destacado director escénico de apelativo Pitufo, vuelve al conjunto, tras un exitoso pasaje por otras tiendas, y ganan su primer premio, galardón que repiten en 1998. Pero el capítulo más brillante de este cuento sucedió en el año 2000, cuando presentaron El tren de los sueños, espectáculo que trascendió las fronteras del concurso, se convirtió en un ícono cultural del principio de siglo y, según los entendidos, significó un quiebre en la manera de concebir el género carnavalero. A 20 años de aquella temporada, a 40 de su fundación y tras varios febreros de ausencia, los murguistas de Sayago vuelven a las tablas para celebrar. El encuentro será los días 1º, 2 y 3 de noviembre en el Auditorio Nacional del SODRE. Por entradas agotadas, la producción puso a la venta la modalidad streaming, que además cuenta con contenidos adicionales y se puede adquirir por Recitales App.

Gabriel Melgarejo (GM) y Eduardo Rabelino (ER) conversaron con la diaria sobre esta fantasía que en unos días arriba a la próxima estación.

Más allá de que la excusa es celebrar El tren de los sueños, ¿qué pueden adelantar?

GM: También se están cumpliendo 40 años del nacimiento de la murga, que en 1980 nace como murga de niños El Firulete, allá en Sayago, en Garzón y Propios, en la cooperativa de viviendas; entonces, hay un marco de festejo doble. Es más, incluimos a algunos compañeros que son fundadores de la murga que no estaban en el cuadro del año 2000, pero que se integran para esta ocasión. En cuanto al espectáculo, va a haber algo más, no sólo la matriz de El tren de los sueños; van a aparecer algunas cosas de otros años.

Le agregan estaciones al tren.

GM: Sí, son nuevas estaciones. Ese hilo conductor permite muchas cosas, ese tren que recorre estaciones nos permite insertar fragmentos de otros años y poder redondear el festejo, que es lo que nos une y motiva.

¿Qué tiene en particular ese espectáculo?

GM: El año 2000, tal vez sin buscarlo, partió aguas, tanto en el género como en el grupo. Hubo una nueva concepción estética y técnica del género murga, puesto en un concurso, además, que dio vuelta la cabeza. No sólo a la gente, que fue lo que pasó después, sino a nosotros mismos.

¿Por ejemplo?

GM: Por ejemplo, la concepción de los trajes de murga. Salir vestidos como salimos ese año era medio raro. No esos trajes de volumen o de brillo sino buscando otros colores, lo sepia. Apostando más a la visión global del espectáculo y no tanto al rubro.

ER: Fue, como dice Gabriel, sin darnos cuenta. Porque cuando vos empezás de cero pensás que es un espectáculo más. Pero este marcó algo más, en el espectáculo murguero y en cómo nosotros lo asumimos. Lo de los trajes, por ejemplo, había compañeros que decían: “Bueno, esto yo no me lo voy a poner”. Quedabas como ridículo, exponías más tu cuerpo, sobre todo los que eran más grandes, los más gordos; te ponías esos pantalones que subrayaban tu físico. Imaginate ahora, 20 años después. Esperemos que los vestuaristas tengan un poco de piedad.

GM: Yo creo que, desde sus inicios, Contrafarsa siempre apostó a un lenguaje más sutil, no tan directo, cuidando las formas. Cualquier hecho artístico, ya sea de una persona o de un grupo, no deja de ser subjetivo, y refleja de alguna forma un determinado momento de la historia o de la sociedad. Ese año se veía como una tormenta en el horizonte, era difícil plantarse en el escenario y decir determinadas cosas. Pero lo mágico de todo esto es que vos cantás las letras hoy y tienen vigencia.

Hasta el popurrí de actualidad tiene algunas cuartetas con mucha vigencia.

GM: Exacto. Es como un círculo que cae de nuevo en el mismo lugar y, obviamente, te da otra perspectiva 20 años después. Eso tiene que ver con la búsqueda de un lenguaje universal. Hay veces que vos podés sacar una murga en Montevideo y en el exterior la gente no entiende, porque es muy localista. En este caso es un espectáculo muy redondo.

¿Van a modificar ese popurrí para actualizarlo?

ER: 95% es la misma letra. La idea es ver qué pasaba hace 20 años y las similitudes con lo que está pasando ahora. Algunas cosas son muy de aquella época, pero la mayoría están entrelazadas con la actualidad. Un ícono, por ejemplo, es el cuplé del consumista, que en aquel momento era porque había abierto un gran supermercado y la gente se llevaba en los carros televisores, de todo, era una locura. Y seguimos más o menos en lo mismo.

GM: La intención es que la gente se transporte 20 años atrás. Además, estamos buscando cosas nuevas desde lo técnico, arreglos nuevos. Viene Pitufo [Eduardo Lombardo] y te dice: “Vamos a probar acá esta armonía nueva”. Y eso está bueno para nosotros, no repetir como loros el show, sino que le estamos encontrando cosas.

¿Cómo surge el tren?

GM: La idea del tren surgió en el anfiteatro de AEBU, mientras estábamos en un ensayo. Nosotros teníamos la dinámica de armar la estructura musical de las piezas y después le componíamos la letra. Teníamos la presentación armada y no teníamos ni idea de que iba a ser El tren de los sueños. Cuando la empieza a tocar Pitufo, estaba Álvaro García, y creo que fue él que dijo: “Esto tiene la impronta de algo progresivo, de la marcha de un tren”. Y ahí fue que decantó y surgió todo.

ER: Y el formato tren, con sus estaciones, venía ideal para un espectáculo. Con una misma temática, un mismo hilo conductor, poder avanzar con temas diferentes.

“Realmente fue una murga de barrio. Tanto es así que Racing tuvo camiseta alternativa con el logo de la Contrafarsa, y el club Sayago lo pone en la espalda de su casaca. Son cosas muy poderosas, son señas de identidad que le diste al barrio”.

Y sin querer inauguraron un estilo.

ER: Sí, porque antes los espectáculos no tenían nombre. Ahora hablás de tal murga que hace El futuro, ponele, antes no. Mismo Contrafarsa, antes de El tren de los sueños te acordás del cuplé “Las chusmetas”, por ejemplo. El tren... es como un cuento.

¿En la calle cómo se recibieron estos cambios?

GM: Estuvo bravo al principio. Porque claro, nos costó mucho a nosotros, porque era otra cosa. En los primeros tablados no estaba esa devolución, no lográbamos la conexión, y creo que era porque tampoco estábamos convencidos nosotros. Cuando vos no estás convencido de lo que estás haciendo no vas a convencer a la gente. Hubo todo un proceso que a nosotros nos costó que decantara hasta que vimos la foto. Muchos espectadores que fueron a la primera vuelta del Teatro de Verano cuentan que cuando se abrió el telón y vieron esa foto impactante pensaron: “Ya ganaron”.

ER: El espectáculo se fue formando en los tablados, y la gente lo fue entendiendo ahí. Pero ¿te acordás de lo que fue el último ensayo de ese año? Se nos cayeron las gradas de la cantidad de gente, terminamos con tres ambulancias en el Salesiano, los ensayos ya eran multitudinarios, eran un tablado. Más allá de que después salís a otros barrios y te los vas ganando, pero ya era algo multitudinario.

Los periodistas de carnaval solían destacar que la murga cantaba todo el tiempo.

GM: Claro, una crítica habitual era el cupletero que hablaba 15 minutos de 45. Y nosotros no es que lo hayamos inventado, pero reflotamos los cuplés colectivos, le dimos como una vuelta de tuerca que, cada tanto, necesita cualquier género para desarrollarse.

ER: “Las chusmetas” [de 1998] es como un ícono de eso, participábamos todos, éramos todos las chusmetas del barrio.

GM: Y en el propio Tren de los sueños el planteo es que cada uno sea un personaje durante todo el show.

Eduardo Rabellino y Gabriel Melgarejo. Foto: Alessandro Maradei

El timbre de la Contrafarsa también es un clásico.

GM: El timbre es un sello de identidad. Contrafarsa no es una murga que haya cambiado mucho de cuadro. Siempre mantuvo una matriz en el sonido. Yo he visto murgones que cada uno que sale al micrófono es un solista; ahora, el sonido general no te produce nada. Sin embargo, en la Contra el coro tiene una voz. Tenés estrellas, gente que es descollante, como Marcel [Keoroglian] o el Pitufo en sus trabajos, pero el sonido de la murga es el coro.

ER: Y la cabeza: tener a Pitufo es un lujo increíble, porque es un músico extraordinario. Cuando yo entré a Contrafarsa no estaba, lo conocía de carnaval. Cuando viene, en el 91, le dio una sutileza... Yo canto en coros y siempre te dicen: “Si salís en murga no podés salir en coros porque te destroza la garganta”. Yo les decía: “El Pitufo es mejor director de coros que cualquiera”. El Pitufo empezó a manejar matices, sutilezas que quizás antes no se usaban tanto, y eso hace a todo el sonido y a tener gente dúctil del otro lado, comprometida con el colectivo.

¿Vuelve la murga?

GM: Esto es una cuestión puntual y estamos con la cabeza en esto. Lo que pase después no lo tenemos definido ni planteado. Lo que te puedo decir es que este es un encuentro muy lindo. Tiene que ver con historias personales que hacen al colectivo. Crecimientos personales, formación; tiene que ver con amores, con odios y con tolerancias. El día que algunos tuvieron la necesidad de despegarse y el grupo quedó rezagado, ahí es cuando la murga no salió más. No hay ningún conflicto.

No es un título que lo llenen 17 murguistas al azar.

GM: No es y pretendemos que no lo sea. Que no se prostituya el título. No es una cosa de continuar la grifa porque sí. Contrafarsa es una historia intransferible de este grupo. Para que te quede claro: los dueños legales de la murga somos Marcel y yo. Mis cuatro hijos tienen bien claro que mañana, cuando yo no esté, ellos no pueden sacar el título. Es una cosa hablada en la familia y es así. Esta es mi experiencia, tuve la suerte y la fortuna, vos buscate la tuya.

Me queda claro que no van a salir el año que viene, pero qué año para escribir.

GM: Uh, sí, está jugoso.

ER: Suerte que no somos letristas, si no te quedás con todas las ganas.

GM: Igual se presenta raro el carnaval, por el entorno, lo organizacional.

¿A qué te referís?

GM: Mirá, los cambios siempre duelen. Yo creo que se vienen cambios, hay que ver para qué lado salen. Lo que yo creo es que hay que propender a cuidar algo característico y tradicional, como es el carnaval como la gente lo ve, lo que no quiere decir que no puedas cambiar nada. Pero tratar de hacer cosas nuevas, fuera de ese contexto, creo que son saltos al vacío.

¿Por ejemplo?

GM: El concurso es el concurso. Yo no me imagino un carnaval paralelo sin el concurso.

Por ahí un hincha de la murga decía que Sayago en verano era el mejor lugar del mundo. ¿Qué tenía el barrio?

GM: Yo tengo recuerdos muy buenos. Aparte de haber nacido ahí y de haberme criado ahí, realmente fue una murga de barrio. Tanto es así que Racing tuvo camiseta alternativa con el logo de la Contrafarsa, y el club Sayago lo pone en la espalda de su casaca. Son cosas muy poderosas, son señas de identidad que le diste al barrio. ¿Por qué se conoce Sayago? ¿Qué tiene de lindo? Tiene la vía del tren, la estación, íconos del barrio; y después tiene el Estrella del Norte [club de baby fútbol], el Salesiano, Sayago y Racing. Eso es Sayago.

¿Y qué más?

GM: Y la Contrafarsa.

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