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Jorge Traverso.

Foto: Mariana Greif

Jorge Traverso: “Voy a trabajar al canal del Estado, no al canal de un gobierno”

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“Está interesante, aunque mitifica un poco el periodismo”, me dice cuando le pregunto si vio The Post, la película de Steven Spielberg que narra la aventura de los periodistas de The Washington Post (y del New York Times) ante la oportunidad de anunciar en primera plana lo más jugoso de unos cajones llenos de papeles secretos del gobierno sobre la guerra de Vietnam.

Jorge Traverso se mantiene atento a la pantalla grande desde su niñez, cuando descubrió a los críticos especializados de los diarios que llegaban a su casa, de día y de noche. En su juventud no dudó en probar suerte con su estilo, ganó un concurso en el Cine Club del Uruguay (con un artículo sobre la obra del guionista y director sueco Ingmar Bergman) y así comenzó su carrera periodística: como crítico de cine.

A las cinco de la tarde de un martes acaba de almorzar un caliente y un capuchino, entre muchas reuniones de trabajo que continuarán luego de esta entrevista. “Siempre son más lindos los boliches más viejos, pero esto me quedaba al pelo”, nos cuenta en una mesa esquinera de la confitería del Radisson, y parece como si siempre le quitara un poco de misterio a todo, tal vez por sus demasiados años acostumbrado a los trucos de las luces, los decorados y las puestas en escena de los sets de televisión, a las alertas, y los gráficos movedizos, a los personajes de la realidad uruguaya un poco maquillados para salir en vivo en el informativo central, o apoltronados en sus sillones color crema de Hablemos, su más célebre ciclo de entrevistas, por el que pasaron las máximas luminarias de la literatura latinoamericana, el cine, el teatro y la música.

Escribió en diarios, revistas, semanarios, fue referente de los periodísticos de las mañanas radiales de varias emisoras, y por más de veinte años, como conductor de Subrayado (junto a Blanca Rodríguez), se instaló en las siete de la tarde de los hogares uruguayos. “Así está el mundo, amigos”, era su catchphrase de cierre, y puede que los conflictos armados, las catástrofes naturales, los goles, los pozos, los aumentos, las injusticias, los nubarrones y las declaraciones disonantes de un edil no fueran para tanto, después de todo, luego de su despedida amable y familiar, hasta el otro día.

Luego de su retiro voluntario del prime time noticioso de Saeta, algo agotado de la inmediatez, siguió haciendo radio, reinició brevemente Hablemos, y siguió haciendo largas entrevistas en Hora pico por la señal de cable de VTV.

El martes volverá a la pantalla chica como conductor de Periodistas, el nuevo programa de TNU, que irá martes y jueves de 20.30 a 22, y que contará con la participación de Alfonso Lessa, Cecilia Olivera, Diego Zas y Eugenia Rodríguez Cattaneo.

“Me duermo más tarde y me despierto más tarde”, cuenta sobre el efecto más notable que le dejó la pandemia. “Estaba acostumbrado a levantarme casi al amanecer, y ahora no puedo remontar la cometa. Pero me armé una rutina para que las horas no se alarguen. Libros, una serie, una película. De repente, un partido de fútbol”. Ahora está fascinado con las series danesas y finlandesas: “Me gusta mucho Sorjonen. Es sobre un perdedor en la vida, y un detective supuestamente exitoso. Tiene algo de los detectives de la novela negra norteamericana, pero tiene algo más”, y también nos recomienda un documental sobre la escritora Joan Didion, que encontró en Netflix.

En varios momentos de la charla Traverso volverá a la escritura y los escritores. Sostiene que “los debates no demuestran nada”, y cuando quiere saber cómo lidiar con los eventuales momentos de fastidio de un político entrevistado vuelve a sacarle el IVA al asunto: “Se les pasa, y muchas veces no están enojados, y simulan estar enojados, y si te pueden intimidar lo van a intentar, y también van a querer llevar la entrevista para donde a ellos les interesa. Es del oficio. Pero nosotros no podemos con todo. Tenemos que hacer nuestro trabajo con la mayor responsabilidad posible y estar preparados tanto para los halagos como para las críticas”.

Arrancás un programa nuevo, en un momento en que las noticias se han vuelto más trascendentes que nunca. ¿Con qué expectativas afrontás este nuevo capítulo en tu carrera?

Lo tomo con mucha tranquilidad, y además con el mismo estado de ánimo que he tenido en el comienzo de otros ciclos en canales privados. Generalmente te dicen cosas como: “bueno, vas al canal del gobierno”, o algo por el estilo. Yo voy a trabajar al canal del Estado, no al canal de un gobierno. Voy a hacer mi trabajo con responsabilidad, a tratar de realizar una tarea que me gusta lo mejor posible, y de tener la más amplia repercusión.

¿Qué contenidos va a tener el programa?

Se va a interesar por la actualidad política, pero no exclusivamente. Vamos a tener informes especiales, entrevistas, debates, y vamos a tratar de estar atentos a lo cotidiano. La vida de un país se constituye de muchas cosas, y a veces nos encerramos mucho en el aspecto político, que por supuesto es gravitante para todos. Pero la idea es empujar hacia aquellos puntos que creemos que deberían interesar al espectador. Queremos que uno de nuestros puntos fuertes sea la cultura, muchas veces no valorada, o desaprovechada, en nuestro país. Del mismo modo, la ciencia. Es decir, no queremos hacer un magazine pero tampoco un programa que se encierre bajo el caparazón de la política. Nos suceden muchas cosas, entre ellas la política, pero vamos a ingresar en otras áreas.

¿Y con qué energías te encontró este nuevo programa?

Muy bien. Con ganas de trabajar. Independientemente de este proyecto, yo ya tenía decidido hacer algo el año que viene, aunque sea en streaming, idea que no descarto. El ánimo es muy importante en lo que uno hace, sea lo que sea. Yo no dejé de pensar cosas después de que terminé mi último ciclo televisivo. Seguí creando proyectos que tal vez nunca se van a concretar, otros tal vez sí. Tenía la expectativa de que surgiera algo como esto, pensaba en tomarme todo con más calma, pero no quería dejar de trabajar. A mí me gusta trabajar, me gusta el periodismo, porque siento que sigo teniendo cosas para aportar.

Y estás escribiendo un libro, ¿verdad?

Tengo un libro prácticamente terminado. En realidad ya lo tendría que haber entregado en la editorial, pero de cualquier manera mi demora coincide con la postergación de los catálogos editoriales por las dificultades de la pandemia. Es un recorrido de entrevistas, experiencias personales, algunos viajes, cosas que me han sucedido en la vida y me han sorprendido.

Así que es muy en primera persona, con parte de tu trabajo, pero no solamente.

No tanto. Primero, no creo estar en edad de hacer un libro de memorias, pero además pasa que en los últimos años estoy muy enganchado con el periodismo narrativo. He ido consiguiendo libros, no solamente de latinoamericanos, sino también de norteamericanos, y algún otro como el francés Emmanuel Carrere. De a poco fui dándome cuenta de que era un género que se acercaba a lo que yo estaba buscando hacer. A mí me gusta mucho escribir. Mi sueño inicial desde muy pequeño era ser periodista escrito, y lo fui durante varios años, hasta que empecé en la radio y la televisión, que son medios que te atrapan, no solamente por el ego, sino porque económicamente, por ejemplo, te marcan una diferencia; no sé si la sigue habiendo.

Así que periodista escrito...

Sigo creyendo que el periodismo escrito es más trascendente. A pesar de que hoy tanto en televisión como en radio quedan los registros, sigo pensando que el periodismo escrito tiene algo muy personal. Sobre todo cuando el periodista, además de informar bien, escribe bien. En Uruguay hay una tradición de muy buenos periodistas. Últimamente han aparecido algunos valores que han ingresado en ese camino en donde vos intuís que el individuo, además de periodismo y la disciplina que atienda, se ha preocupado de leer algún libro de psicología, o de sociología, de literatura en general, y entonces adorna la nota con ese conocimiento y la hace más trascendente.

¿Cómo llegaban los diarios a tu casa de la infancia?

Siempre lo digo. Yo soy hijo único. En invierno para mí era leer, y en verano me dormía más tarde, y leía. Cuando llegaba de la escuela de mañana, hacía los deberes, salía un rato a la calle, volvía y me ponía a leer. Para mí la lectura fue un compañero realmente importante. Siempre me transportó. Era algo que me aumentaba las impresiones que yo podía tener sobre el mundo en el cual vivía. Yo no sería yo sin mis lecturas. Creo que todos, si la hemos tenido, somos productos de la lectura. Y si no la tuvimos, somos producto de la no lectura. Más allá del atractivo que tiene el audiovisual, hay que tratar de fortalecer el hábito de la lectura de la gente, que lo hemos perdido, o lo estamos perdiendo.

Foto: Mariana Greif

¿Y qué diarios, semanarios, periodistas fueron los que te llamaron la atención?

Bueno, en casa se recibía El Día, El País, el semanario Marcha los viernes. Y recuerdo que mi padre, los viernes o los sábados, compraba El Diario de la noche. Mis padres eran lectores de diarios, pero ellos querían que yo leyera libros. Depositaban su aspiración en mí. Una típica aspiración de familia de clase media baja. Y lo que yo hacía después era escribir en un cuaderno rojo, tomaba algunas frases de las páginas de espectáculos, o literarias, o un concepto, de Rodríguez Monegal, o de Rama, y en la página de al lado escribía el mismo concepto con palabras mías. Como una especie de plagio, o de ejercicio, que me hacía sentir bien.

Ayer volví a ver tu despedida en Subrayado. Y también recuerdo ese momento en vivo. Siempre me quedé con aquello de que el medio te devora, y que es muy estresante.

Yo creo que era un buen momento para salir de Subrayado y no hacer noticiero. Después me hicieron alguna propuesta parecida en radio y dije “noticiero no”. Fue un desgaste muy grande y me significó alejarme de mis intereses verdaderos. Claro que me importaba dar una noticia, pero siempre me importó más la entrevista, y la crónica, y yo había abandonado las dos cosas durante mucho tiempo. Estaba también la saturación de estar todos los días a una misma hora. Me sentía robotizado, todos los días sonriente, de corbata, impedido de irme a tomar un café con un amigo, trabajando todos los días del año. Creo, además, que en la vida de las personas, aun manteniendo nuestros intereses, hay que cambiar, arriesgar un poco.

“Sigo creyendo que el periodismo escrito es más trascendente”

¿Cuál es el secreto para salir al aire tanto tiempo, del mismo modo, como lo espera el televidente que confía en vos y en tu presencia?

Es una tarea ardua, y para llevarla adelante es muy importante el equipo chico con el que trabajás en el estudio, sin olvidar el otro que trabaja todo el día para que nosotros presentemos las noticias. El gran tema es cómo no dejar de ser uno mismo, pero a la vez estar al nivel de lo que los demás están esperando. Es gente que no ves, no sabés qué cara tiene, ni cómo exactamente toma tu trabajo. Siempre hay una carga de estrés muy importante. Siempre hay alguien que llama por teléfono, no solo políticos, sindicalistas, empresarios, hasta gente de teatro, y a veces con una crítica razonable. Es muy tensionante, pero no estoy arrepentido.

Hablemos es un clásico de la televisión uruguaya. ¿Cómo aprendiste a hacer entrevistas?

Siempre leí, escuché y vi muchas entrevistas. Es un género que me gusta mucho. No hay entrevista buena si el entrevistado no se brinda. Esa es una máxima. Si el entrevistado no arranca no hay entrevista que puedas salvar. Pero si arranca y el entrevistador tiene muy buen nivel, es como escuchar una conversación en un bar donde alguien le está contando algo interesante a otra persona, y vos estás afuera pero empezás a poner el oído para ver qué es lo que está pasando ahí. A García Márquez no le gustaban, hablaba muy mal del género. A Kapuściński tampoco. Son dos maestros, pero me permito decir que estaban equivocados. García Márquez decía “no hay que grabar”. La voz dice mucho, hay titubeos, énfasis, puede ser una voz enojada o serena. Yo creo que aprendí más con la lectura que mirando televisión, pero inclusive hoy sigo mirando entrevistas, para ver si aprendo algo. Por ejemplo, a ver, ¿qué tiene Iñaki Gabilondo? Está haciendo un ciclo brutal que te lo recomiendo especialmente. Se llama Cuando ya no esté.

¿Cómo encontraste tu estilo? Hay algunos entrevistadores más confrontativos, otros menos.

Tiene que ver con la personalidad de cada uno. Creo que si de entrada le pegás dos trompadas al entrevistado, se te cierra, y después va a ser muy difícil entrarle. Tampoco te podés pasar de amable, porque concedés que maneje él la entrevista a su antojo. Tiene que haber un término medio, pero creo que el periodista no tiene que destruir a un entrevistado, salvo casos excepcionales. El trabajo que el periodista tiene que hacer es mostrar lo que ve y lo que escucha. Hace como tres años, medio de casualidad, tuve una conversación con Jon Lee Anderson. Yo había terminado mi ciclo de leer sus libros, ya no había más en la vuelta. Había leído lo que escribió sobre Bagdad, sobre el Che Guevara, un libro de relatos que tiene, y estuvimos conversando como unos 20 minutos. Entre las cosas que hablamos le pregunté: “¿cómo hiciste para hacerle una nota a Pinochet?”, y me contestó: “bueno, como periodista fue una entrevista, como persona fue un asco. Pero yo fui como periodista”. Leila Guerriero dice que no tenemos que viajar con nuestros prejuicios. Claro, si te toca hablar con un dictador, o un torturador, esos son hechos reales y concretos, pero es verdad que hay que intentar despojarse de la idea previa de cómo es esa personalidad a la que vas a entrevistar para permitirte conocer en profundidad al entrevistado.

¿Qué recordás de tus entrevistas a Jorge Luis Borges y Bioy Casares?

De Borges recuerdo la facilidad con que me concedió, primero, una entrevista en Buenos Aires, y después aquí en el hotel Crillon, a través de los buenos oficios de gente como Elsa Mesa, Mecha Gattás, que lo trajeron para dar unas conferencias aquí en Montevideo. Me pareció que concedía entrevistas por la necesidad de hablar, y de estar acompañado, y me impresionaba que se acercara tanto al entrevistador, como un deseo de verlo, se me ocurre. Borges mostraba un afecto muy especial por Uruguay. Él incluso en sus memorias dice que su primer recuerdo es un arcoíris, que no sabe si lo vio en Buenos Aires o Montevideo. Era una persona muy afectiva e irónica. Tenía una visión oscura de Artigas. Era alguien muy gentil, de muy buenos modales, igual que Bioy Casares. De él recuerdo cuando me dijo que una de las cosas que le daban más placer era tomar agua fresca de un aljibe, y que cuando le pregunté qué escritores jóvenes estaba leyendo, me nombró escritores muertos que habían fallecido jóvenes, en un ejercicio de ironía muy inteligente.

En muchos momentos de tu carrera como periodista te ha tocado estar cerca del poder, de presidentes, de candidatos, de políticos que, como es habitual, usan los espacios en los medios para sacarles el mayor provecho posible. ¿Cómo se lidia con esa tensión entre la tarea periodística y el interés del político?

Es difícil. Ningún candidato va a la televisión con la idea de hacer una macana. En la mayoría de los casos van con las cosas pensadas, salvo alguna excepción, como Jorge Batlle. No quiero ser injusto, seguro hay algún otro, pero la mayoría de los candidatos son muy cuidadosos, y saben que hay una cierta repercusión cada vez que hablan en un medio. Nunca sabés cuán grande, pero siempre puede haber.

De una de tus entrevistas a Luis Alberto Lacalle, en Hablemos –la que dio junto con su familia–, se dijo que ayudó a definir la elección de 1989.

Sí, estaba con Lacalle Pou... chiquitito. El más callado e inquieto de todos.

Y con el paso del tiempo, ¿crees que fue así?

Yo tengo algunos halagos en mi carrera. Hay un par de libros que dicen que Tabaré Vázquez llegó arriba, realmente al conocimiento de la gente, por un programa largo que hizo conmigo. Después, hay un libro de Fernando Andatch que compara aquella entrevista a Lacalle con el encuentro que tuvo Mirtha Legrand con Menem, o Neustadt, no recuerdo bien, y muestra las diferencias de estilo. Lo que habíamos decidido en el canal en ese momento era llevar a los cuatro candidatos con sus familias, y presentar al ser humano. Para algunos, una idea frívola. Se entiende que lo más importante es preguntar qué va a pasar con el producto interno bruto, y con la economía, pero entendíamos que podíamos conocer otros aspectos del candidato. Este tipo, que está prometiendo tal cosa, ¿tiene sensibilidad para hacerlo?, ¿está capacitado? Yo creo que debe haber sido un programa importante para Lacalle, y lo digo desde una perspectiva absolutamente alejada de un elogio para mí. Hice mi trabajo y nada más, y eso es lo que voy a hacer ahora. Yo compito conmigo mismo.

Ahora el mundo atraviesa una época de especial crispación y de fanatismos. ¿Sos consciente de eso a la hora de encarar esta nueva experiencia?

Creo que vivimos en una sociedad muy dividida, y nos estamos dividiendo cada vez más. A veces inútilmente. Cuando veo ciertos cruces vía redes sociales de colegas míos de muy buen nivel pienso “¿por qué hacen esto?”. No hay que olvidar que el periodismo hoy también está en cuestionamiento, como casi todo: la política, la religión, los sindicatos, el fútbol, todo. Hay una sensación generalizada de disconformidad y de que hay cosas que se hacen malintencionadamente para perjudicar el bien común. Y estos enfrentamientos en las redes agudizan esa impresión que algunos tienen de que el periodismo está hecho de zurdos y de derechas, que construyen su trabajo a partir de una ideología sin apegarse a contar las cosas como son, o por lo menos como las ve cada periodista. Hay mucho odio en Uruguay, y eso realmente me entristece. Lo que pasó acá no fue gratuito. La dictadura no fue gratuita, la acción de la guerrilla no fue gratuita. Dejó huellas. Pero de alguna manera creo que estamos adquiriendo –todos– un tono de barra brava para defender nuestras ideas. Estamos perdiendo una de las cosas más valiosas que tenemos en nuestro país: que alguien piense diferente y pueda actuar libremente. Las redes sociales han canalizado buena parte de esos sentimientos, y no es su culpa, es culpa de quienes dan contenido a las redes.

¿Qué colegas te gustan, o seguís?

Yo no hablo mucho de mis colegas de Uruguay. Admiré a muchos. Las generaciones anteriores tuvieron gente que escribía como los dioses, ni que hablar en las páginas de espectáculos y de literatura. Que este país haya tenido a Rama, Rodríguez Monegal, Cotelo, Alsina Thevenet, Taco Larreta... es un lujo. No había con qué darles. Los argentinos compraban los diarios uruguayos para leer las críticas de las películas y venían a verlas acá porque muchas no se estrenaban allá porque estaban en dictadura. Me gustaba también el Galeano periodista, no tanto el poeta; de quien tengo todos sus libros, como un tesoro, es Carlos María Gutiérrez; injustamente no mencionado cuando se habla de periodismo narrativo, cuando sus crónicas en Sierra Maestra eran formidables. Estés a favor o en contra de la Revolución cubana, no importa, es periodismo. Me gusta mucho Roberto López Belloso, cuando viaja. Tal vez a él le importe más su poesía, pero lo que yo siento en Roberto es una gran capacidad de descripción.

Con una carrera tan extensa, pero que inevitablemente tiene altibajos, ¿te pasó en algún momento pensar “bueno, ya está, me fue bien, la dejo por acá”?

Me costaría muchísimo pensar eso. Tendría que encontrar algo más. Estoy convencido, primero, de que hay que trabajar menos, en un cierto momento de la vida. Segundo, acercarse a los afectos, más de lo que ya lo hiciste, aunque hayas sido un buen hijo, o buen padre. Hay que tener un poco más de tiempo para despojarte de tu interés personal. Pero si apago la luz totalmente, me costaría mucho reinventarme. Y estamos en una época en que hay que reinventarse. Tal vez podría dejar la televisión, la radio, pero no dejaría ni de leer ni de escribir, y tampoco de viajar, si lo puedo hacer.

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