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Hugo Soca

Foto: Federico Gutiérrez

“Soy el mismo Hugo Soca de siempre”: el chef y conductor de TV estrena nuevo programa

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“20 minutos” insiste Ricardo. Un hombre de noventa años bajo una parra a la hora de la siesta clava sus ojos claros y sus dientes finos para que su novel y esperada visita jamás olvide el detalle del más sutil de sus secretos de reposo. Hugo acaba de cumplir cuarenta y seis, y lo festeja junto a uno de sus invitados, en el comienzo de la quinta temporada de su programa De la Tierra al Plato y lo presenta con entusiasmo, “emoción”, y agradecimiento.

Ricardo continuará más tarde con la descripción de su receta para conservas de tomates, y solo escucharemos su voz, y la agradable compañía de algunos sonidos de la naturaleza, hasta que termine de develar la trama de su especialidad.

El comienzo de Hugo en estas lides es un tanto diferente, y en su camino hasta uno de estos remansos caseros escondidos en el campo, se acumulan recuerdos e imágenes de varios días sin descanso. A sus quince, sin mucho pensarlo, un día econtró entretenido quemar pasto seco en verano con un encendedor. El fuego avanzó por montes de coronilla, pastizales. Un puñado de vecinos con chircas lo salvaron del desastre. “Mi madre me mata” recuerda que pensó, cuando vio crecer las primeras llamas.

De niño lloraba “a mares” por haber nacido en el campo. “Cuando llovía crecían las cañadas y para ir a la escuela tenías que pasar por arriba de los alambrados. Mi casa era un lugar de muchos manantiales, siempre estaba toda rodeada de agua y barro, andaba siempre de botas, y pasabas frío”.

Se levantaba a las dos de la mañana para ir a la feria con sus manos cuarteadas cuando le toca tomar las riendas del negocio familiar junto a su madre.

Un retrato de su madre en fondo celeste, y un ramo de rosas en sus manos. Un plato azul, con una vasija repleta de sus buñuelos, y el título “In Montevideo, a Restaurant Serving Old-School Recipes” en las recomendaciones culinarias del New York Times.

Un monte rocoso, solitario, en el que juega a ser profesor, escritor, y conductor de televisión, cuando todavía no había luz eléctrica en su casa. Una copa melba en su primera visita a Montevideo, y la fascinación con el programa Utilísima, como primera elección personal en la pantalla de su madre.

“Te pido solo una oportunidad” le dijo en 2013 a la productora Andrea Pozzolo. Quería comenzar a cumplir su sueño en la televisión. Este año, Hugo Soca acaba de cumplir 46 y lo festeja en el comienzo de la quinta temporada de su programa De la tierra al plato, que va los sábados a las 21.00 por Canal 4.

Todo parece sucederle sin pausa, un poco desde que nació, y otro, desde la muerte de su padre. “Tenía 15 años. Iba a escuela rural a caballo, después en bicicleta. En ese momento, con mi madre, nos empezamos a encargar de la quinta. La gente de campo no tiene días libres Mi padre falleció un jueves, y el viernes lo enterramos en el cementerio de Pan de Azúcar. Con mi vieja, llegamos del velorio a la tarde, tuvimos que ir hasta la quinta, y el sábado directo a recolectar toda la verdura para poder vender en la feria de Maldonado. No podíamos hacer un duelo, y decir ‘me quedo tres días tirado, encerrado en mi casa’. Es una gran cadena que pasa detrás del campo y tenés que estar siempre atento a lo que producís en la tierra”.

“Vengo de abuelos y padres vinculados al campo”, dice. “Me crié en Colonia Victoriano Suárez, un pueblito de Maldonado que ahora se llama Petrona Fontes de Bonilla, por la primera maestra de la escuela rural, y que está entre Pan de Azúcar y Piriápolis. Se trabajaba en la tierra y se vendía en la feria. Una vez al mes se iba al pueblo a comprar lo básico: harina, aceite, polenta y tres cosas más. El resto se hacía en casa: grasa de cerdo, duraznos en almíbar, chorizos, salsa de tomate, pollo, los huevos, todo”.

Años después, estudió en Francia, le fue bien, se aburrió y abrió Tona, un restaurante en homenaje a su abuela y la comida uruguaya. Cuando comenzó la pandemia, se le ocurrió transformar su negocio principal en Almacén Hugo Soca. Le vuelve a ir bien, se separa de su pareja, comienza con ataques de pánico, se cura con reiki. Vuelve con el programa De la tierra al plato, y en su Instagram adelanta un fragmento de Cena con mamá, su próximo proyecto en Canal 4.

Un rato de un mediodía nos atiende con su habitual simpatía y amabilidad, para charlar sobre su vida, sus pasiones y el tiempo.

¿Con qué te entretenías de niño?

Siempre fue muy imaginativo, y lo sigo siendo. A veces me juntaba con amigos, una vez a la semana. Era mucho de crear historias y jugar solo, y también mucho con los perros. Los que nos criamos en el campo tenemos un mundo imaginario muy grande. Hacíamos casas con palos, nos arreglábamos con cualquier cosa. Mi infancia fue muy feliz, nunca tuve ni juegos de computadoras ni nada. Era un rancho de terrón. No tenía juguetes casi, pero eso para mí nunca fue importante. Tuve tantas otras cosas, como valores, la educación, el respeto, y algo que mi madre siempre me repitió: “Nunca dejes debiendo”. Hasta el día de hoy, prefiero no comprar si tengo que dejar debiendo, y a los proveedores les pago al contado. Me acuerdo que una vez fuimos a Pan de Azúcar con mi madre y le digo “Ma, comprame un alfajor”. “No , m’ijo, no puedo”, me dijo. La miré y le dije: “¿Sabés qué? Un día te voy a traer a un supermercado, y te vas a poder comprar todo lo que se te antoje”. Y obvio que lo hice muchas veces. Ella siempre se acordaba de eso, y se lo contaba a las amigas. Ya en ese momento pensaba: “Voy a ir a la capital”, y mis amigos me decían: “No, es imposible, muy complicado”.

Yo me llamo Hugo Gabriel, y cuando tenía 16 años, un día dije: “No quiero llamarme más Gabriel. Quiero que me digan Hugo, Hugo Soca. Y es como que inconscientemente empecé a perfilar la marca Hugo Soca, sin saberlo. No me gustaba cómo sonaba Gabriel junto al apellido.

Tu trabajo tanto en la televisión como en tus emprendimientos gastronómicos te ha llevado a relacionarte y conocer gente con mucho dinero, y también gente que tal vez solo tiene un árbol y un pequeño terreno para plantar. ¿Qué aprendizajes deja esa experiencia?

Varias personas han reparado sobre eso y me dicen que no entienden el fenómeno Hugo Soca. Yo soy siempre el mismo, pero hay cosas que la gente ve y yo no me doy cuenta. Vienen comunicadores y me dicen “no entendemos cómo hacés”. No estudié comunicación, no estudié nada de lo que hago, salvo gastronomía. Desde mi punto de vista, creo que tengo un poder de comunicación o cierta capacidad de adaptación a diferentes lenguajes. Conozco esa humildad. Puedo hablar con una señora que vive en un rancho de tierra porque viví en un rancho de tierra, o una señora que cría cerdos porque mi tía tenía cerdos. Puedo hablar con un señor que va con los bueyes y un arado, y de cómo le pone el yugo, esto y aquello porque lo hice, o el que tiene un tractor, porque supe manejar un tractor. Después la vida me llevó a conocer personas de alto poder adquisitivo, y también supe vincularme con ellos. Valoran mi forma de comunicación, cómo ayudo a la gente, y muchos de ellos también empezaron de abajo, y se identifican conmigo. O los que por ahí la traen de herencia, les parece increíble cómo logré realizar todos mis proyectos.

De la tierra al plato es el homenaje homenaje a la gente de campo, al productor rural. Porque gracias a los que trabajan en la tierra tenemos un producto terminado en el plato. Ahora es todo “olla, tierra, y plato” y todas las combinaciones.

Hoy de grande, y analizando todo, doy gracias a que nací en el campo. Con lo que aprendí ayudo al hombre de campo, al feriante y a que la gente coma más casero.

Un aspecto interesante de tus programa de TV es cómo usas el humor para vincularte con tus entrevistados.

Sí, mucho. Me considero un tipo divertido. Es más, este año le dije al director: “Tenemos que poner lo que pasa en los cortes de grabación”. A veces me pongo a reír, o digo cualquier pavada, y eso a la gente le divierte. Le gusta entretenerse con cosas naturales y reales. Nunca fui un tipo amargado y trato de transmitir ese humor. Cuando empecé en la tele era más serio, y un día me dije: “¿Por qué me muestro serio si yo tengo mucho humor?”. Y ahí lo empezamos a llevar para ese lado.

También llama la atención el cuidado de algunos aspectos técnicos como la fotografía y la iluminación.

Somos un excelente equipo. Guido Haim es el director del programa. A mí me gusta mucho la estética, entonces de todo lo que tiene que ver con los arreglos de la mesa y la decoración, me encargo yo. Después Guido con su ojo busca el plano para que la luz sea perfecta, y también buscamos el mejor momento del día para grabar. Muchas veces hemos esperado horas a que el sol esté como tiene que estar.

No es que llegamos y grabamos en cualquier lado. Trabajamos de una forma muy profesional. También elegimos que el fondo sea lindo, atractivo. A veces nos ha pasado que se larga a llover y decimos “¡vamos a grabar ya!”. Un día estábamos en Piedras de Afilar, en Canelones, se larga la lluvia y en la casa donde estábamos había un techito en el patio. Atrás veo un horno de barro. “Guido, vamos a prender el horno”, le digo, y a la dueña de casa: “¿Tiene harina, esto, lo otro?”. Y me puse a hacer tortas fritas. Muchas veces el guion lo vas armando en el momento. A mí me gusta guionar y tengo mucha facilidad. Lo que ves en el programa es un guion que sale de mi cabeza de continuo. Y el programa lo hago de una, no corto. Es una habilidad que adquirí con el tiempo, ya vamos cinco años haciendo De la tierra al plato; con Guido nos entendemos bárbaro y lo disfrutamos muchísimo. Siempre fui arriesgado. Soy muy de los cambios. A veces pienso las cosas que he hecho y digo “qué locura”.

Foto: Federico Gutiérrez

Así empezó Tona, ¿no?

Sí, en homenaje a mi abuela y la cocina uruguaya. Los colegas me decían “vos estás loco. Precisás un restaurante que te funcione y vas a hacer buñuelos, lengua a la vinagreta, chorizos, tortillas, guisos, albóndigas, comida de olla”. Y yo convencido les decía que sí, no tenía dudas. Abrió Tona y fue una explosión, se trabajaba increíblemente. Después empecé a ver buñuelos en todos lados, tortillas, las comidas de la casa te las encontrabas en todos los restaurantes.

Y otro asunto eran los recipientes que usabas.

Claro, los esmaltados resurgieron después de eso. Entre Tona y De la Tierra al Plato pasaron a ser furor. Incluso una cadena de supermercados puso toda una góndola de esmaltados. Recibí cientos de mensajes de gente que me decía “pensar que no los usé más” o “los regalé, y ahora me arrepiento”. Durante mucho tiempo fueron considerados una chatarra. La historia que yo cuento es que mi abuela los usaba. En el campo los vendían los gitanos. Venían a casa, pero nosotros no teníamos plata para comprarlos, entonces hacíamos trueque. El gitano le daba a mi vieja una fuente y tres platos y mi vieja le daba un pollo, un queso, una docena de huevos. A veces, cuando doy charlas, me preguntan “¿tenés contenido?”. Si tendré contenido.

¿De dónde viene tu energía, tu entusiasmo?

Creo que siempre fui una persona feliz. O, mejor dicho, siempre supe buscar la felicidad y alejarme de algo cuando no me hace feliz. Por ejemplo, estuve 13 años en una relación de pareja, ya no era feliz, y decidí separarme. Me ha pasado con amigos, o familiares, que tenían cosas que me afectaban negativamente, y me alejé. Hoy estoy en una etapa de mi vida en la que me siento muy feliz. Disfruto todo lo que hago. Sigo soñando. Nunca tenemos que dejar que el motor de los sueños se nos apague, siempre tiene que estar vivo. Creo fervientemente en la energía, en el positivismo, en vincularte con gente que te aporte y a la que vos le puedas aportar, y no con gente negativa. No voy a un lugar al que no quiera ir. Ahora embromo con que lo único que me faltaría sería una pareja.

Canal 4 ya comenzó a anunciar que pronto comienza Cena con mamá, tu nuevo programa.

Cuando el canal compró el formato todavía vivía mi madre. Increíblemente, por las circunstancias de la vida, hoy ya no está, y parece que el programa adquiere otro significado, pero es pura casualidad. De todas formas, creo que el programa ahora va a tener más fuerza todavía. Son esas cosas que suceden y no sabés por qué.

Cada programa que grabo es toda una experiencia. Es muy real, y muy emocionante. Todo el mundo se va a identificar en algún punto. No solamente por la charla con la madre, también te vas a identificar como hijo, amigo, como hermano, como persona. Todo el mundo se va a identificar en algún punto.

Seguramente después que mires un programa, vas a agarrar un teléfono y vas a llamar a alguien. Y también te va a ayudar a replantearte muchas cosas. Por ejemplo, yo siempre le digo a la gente “no dejes cosas pendientes para hablar”. Con mi madre hablé todo, y sabía todo de mí. Si tenía un novio, ella lo conocía. Te menciono esto porque para una mujer rural de ochenta y pico de años, el tema de la homosexualidad podría no ser fácil y, sin embargo, para ella nunca fue un tabú, jamás le importó nada, y fue una mujer que llegó hasta tercer año de escuela. A veces te encontrás con gente que se crió en los mejores colegios, estudió en las mejores facultades, y es totalmente homofóbica. Pero con mi padre me pasó todo lo contrario. Fueron cosas pendientes. Me di cuenta de que mi viejo había fallecido y nunca le había dado un abrazo ni le dije “te quiero”. Y eso hizo que luego, en mi vida, sin terapia, lo empezara a aplicar con mis afectos y a charlarlo con la gente. Cena con mamá parte de ese sentimiento. De “cómo nunca abracé a mi madre, a mi hermano, no abrazo a mi hijo”. Creo que cada persona, después de ver el programa, va a replantearse algo.

Vi en la promo que ya grabaste un episodio con Martín Buscaglia y su madre, Nancy Guguich.

Sí, otro con la hija de Lourdes Ferro, con el Reja y su madre. Ese programa con el Reja es increíble, muy emocionante. Y todavía faltan muchos por grabar.

¿Cómo te bancaste esas grabaciones? La muerte de tu mamá era muy reciente.

Sí, fue el 30 de setiembre de 2020, y enseguida grabé un especial de De la tierra al plato, en homenaje a ella. Ese sí fue difícil. Ya habíamos grabado uno antes y le había encantado. Lo mismo cuando participó en Criollo [documental sobre la cocina uruguaya y la vida de Hugo Soca], la pasó de fiesta. Ya teníamos la idea de hacer otro programa con ella. Fui 15 días antes de su fallecimiento a su casa, la grabé arreglando su quinta. Se va a hacer un control de salud, cae y no sale más. Y mirá en lo que termina, con un programa nuevo de homenaje a las mamás. Es de película. Toda mi vida me han pasado cosas así.

Ya me contaste lo de tu nombre. Con el tiempo has ido aprendido otras cosas para hacer crecer tu marca.

Sí, leí mucho, pero, sobre todo, siempre cuidé la marca Hugo Soca. Me llaman muchas marcas para promocionar productos en redes y al 90 por ciento les digo que no. Yo no soy un quiosco. Y jamás te voy a mostrar un enlatado, ni un pan envasado, ni nada que no entre en mi concepto de cocina. Vos cuando sos una marca, también sos una influencia para la gente. Cuando yo digo “coman esto o lo otro”, la gente lo consume porque sabe que se trata de algo bueno y que mi recomendación viene desde la confianza que yo ya tengo en ese producto.

¿Qué es lo más importante que has aprendido para el desarrollo de tu carrera?

No sé qué libro mencionarte. Yo tengo mucha intuición. No me preguntes por qué. Soy pisciano. Mi intuición es lo que me ayuda y me guía, y la fe en mí, en lo que voy a hacer. Muchas veces me pasa, inclusive con amigos, que me dicen “mirá, Hugo, voy a abrir tal negocio”. Y les digo “no va a funcionar”. Y no funciona. O “andá por acá, que sí te va a funcionar”. Me dejo llevar mucho por el sentido común también. Y no estudié nada de marketing. Te diría que otro aspecto tiene que ver con la apariencia. Como cocinero pasé a la comunicación, y también promuevo el bienestar, el sentirse saludable. La verdad, no hay muchos cocineros que se dediquen a matarse en el gimnasio, a combinar la ropa. Yo sé que soy una mezcla de todo, pero lo disfruto y me gusta. Cuando uno se ve bien, eso te hace sentirte bien y contagia. Que vos te mires al espejo y te gustes es muy importante, y eso intento comunicarlo. Si te sentís bien con vos mismo, el resto de las cosas que hagas va a fluir solo. Por eso yo promuevo mucho el sentirse bien, cuidarse, mimarse, encontrarse, comer sano, saludable, casero. Lo meto todo dentro de un combo. Entonces ya no es la receta de la cocina, sino la del buen vivir.

¿Vos vas todos los días a tu almacén?

Sí, claro. A veces atiendo el teléfono y la gente se sorprende. O los mensajes de WhatsApp los respondo yo. Yo soy el mismo Hugo Soca de siempre, y eso es algo que a veces a la gente le resulta raro. Cuando voy a hacer un mandado y me encuentro con alguien, soy el mismo, con las mismas pavadas que digo en la tele o en la radio. Nunca me gustó la palabra famoso, en todo caso, popular, y un día te morís y te entierran como todos.

¿Tu padre también trabajaba la tierra?

Mi padre era militar, y cuando yo era chico, ya se había jubilado y era productor rural. Yo nací muy tarde en la familia.

Siempre fuiste más cercano a tu madre.

Ah sí, cien por ciento. Nunca sentí lo que era una relación padre-hijo. Jamás, nunca. Era un tipo que nunca entendí.

Lo has contado muchas veces. ¿Por qué fue tan especial la conexión con tu madre?

Por la cocina, por la tierra, por el campo, pero, sobre todo, de grande me di cuenta de que gracias a ella tengo esta profesión. Y siempre le agradecí la educación que me dio. Mi madre era una niña que iba descalza a la escuela, y se ponía el calzado cuando entraba a clase porque le decían que lo ensuciaba con barro en el camino. Mi abuelo después de los ocho años no la dejó ir más a la escuela para que se quedara trabajando la tierra. Y así, con todas esas dificultades, ella supo darme la mejor educación. Tal vez, sin proponérselo, fue mi maestra, me enseñó a amar y a cuidar la tierra, y me educó el paladar. Lo que promuevo hoy no se enseña en una facultad. Si yo no hubiese nacido en el campo, todo lo que hago ahora no existiría.

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