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Franco Battiato, durante el 61o Festival de la Canción Italiana de San Remo en el Teatro Ariston, Italia (archivo, febrero de 2011).

Foto: Claudio Onorati, Efe

El bramido del Etna: adiós a Battiato

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Leído por Abril Mederos
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El Etna ha despertado. El mayor volcán activo de Europa ha vuelto a salir a escena con un alboroto de chorros incandescentes y una fuente de lava para saludar a Franco Battiato, fallecido el 18 de mayo. “Hoy una nueva fuente de lava saluda el primer día sin uno de los más grandes artistas contemporáneos”, escribieron los investigadores Alessandro Bonforte y Eugenio Privitera en el blog del Instituto de Vulcanología, poniendo en relación ideal la última erupción del Etna de esa noche con la muerte del cantautor, ocurrida en su casa de Milo, cerca del volcán . “Como amantes de la belleza en todos sus aspectos, de la creatividad de la naturaleza y de su perfección, no podemos dejar de conmovernos por la ausencia de una figura, la del maestro Franco Battiato, que había hecho del conocimiento y la cultura su principal fuente de inspiración. Para nosotros, y esperamos que para todos, esta seguirá siendo la Fuente de Franco Battiato. Adiós, Maestro”.

El volcán, fuente de inspiración y guardián a veces invasivo, vigila Villa Grazia, la residencia en la que Franco Battiato pasó sus últimos años en el silencio de una enfermedad cuyo origen se ocultó a todos. En la década de 1980, el cantautor catanés compró el castillo que había pertenecido a la familia Moncada en el Parque del Etna, en la ladera oriental del volcán. La casa de Battiato en Milo es un lugar impenetrable que mantiene la misma intimidad profunda de su propietario, que, desde la veranda de la casa, podía dejar vagar (soltar) su mirada desde Taormina hasta Siracusa, en el espacio infinito del cielo y el mar y en los barrancos de una vegetación exuberante con pinos centenarios, doblados hasta el suelo por el viento, y arboledas de cítricos perfumados. Y es en esa naturaleza tan suntuosa, salvaje y temible en donde, por su expresa voluntad, las cenizas del cantautor volverán a reposar, en el lugar que había elegido para vivir y donde se celebró su pasaje.

No es posible entender a Battiato sin tener en cuenta a Sicilia, esta tierra heterogénea, balsa en medio del Mediterráneo, lugar de encuentro y antiguo crisol de pueblos, historias y culturas; frontera y puente entre Europa, Oriente y África.

Es desde este territorio, desgarrado entre la inmutabilidad gatopardesca de los señores y la vitalidad descompuesta del pueblo, que Battiato sale, atravesando y haciéndonos atravesar lugares remotos o icónicos que nos conducen al único viaje realmente importante para él, el cultural e introspectivo.

Battiato fue compositor, músico, director y pintor. Era un artista, una persona con una extraordinaria conciencia de sí mismo y un profundo respeto por su propio mundo interior. Un mundo complejo, nunca trivial, que buscó constantemente la innovación en la música, la perfección en las letras de sus canciones y una investigación filosófica y espiritual.

Su estilo libre, irónico, alto y bajo al mismo tiempo, osciló entre un gran número de géneros, desde la música pop hasta la culta, rozando momentos de vanguardia y alcanzando también una gran popularidad.

En los años 70 produjo álbumes experimentales que hicieron descubrir a Italia la música electrónica, las elaboraciones más avanzadas del rock y la contaminación por los grandes autores de la música contemporánea. Buscaba la verdad también en la música y tenía la manía de experimentar lo posible y lo imposible; buscaba la belleza y la esencialidad pintando en sus letras paisajes claros y soleados.

Hizo cantar al unísono a una Italia enojada, “aplastada por los abusos del poder”, como decía en una de sus más famosas canciones, tan recordadas en estos días. Géneros y generaciones, burgueses y proletarios, patrones y obreros, intelectuales del centro y gente vulgar de los suburbios, en el césped de un estadio, en un teatro, en una playa abarrotada y en una discoteca de verano, se vieron abrumados por la posibilidad de “Un centro de gravedad permanente” o agitaron la “Bandera blanca” desde su puente personal.

Todos y todas corrimos detrás de él, confiando en aquel tipo alto y huesudo, con unas grandes gafas apoyadas en una nariz importante, capaz de bailar elegantemente o cantar durante toda una velada sentado en un sofá de Oriente Medio; su voz tranquila era una guía firme en el universo de sus producciones pop y en el encanto de su mística culta. Para muchos, estas incursiones espirituales han sido el único bocado de misticismo; para otros, el descubrimiento de “Universos paralelos”. Con Franco llegamos a creer que “Volveremos de nuevo”.

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