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Graciela Borges.

Foto: Difusión

Con Graciela Borges, que repasa su carrera en Mi vida en el cine

9 minutos de lectura
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“Clara Somoloff de Marino murió en un tiroteo entre personas desconocidas el 16 de octubre de 1945”. La noticia, escrita en letras blancas sobre un fondo negro, devela la triste sospecha y marca el final de la historia contada en Pobre mariposa, de 1986. Sin embargo, la película no terminó. Los espectadores, todavía hundidos en las butacas del cine, descubren una última escena, un primerísimo plano de Clara (Graciela Borges), la locutora radial de Galas de Brighton que nos desea, “como siempre”, “un mañana feliz”.

Durante un minuto, y con la música amable de la orquesta oficial del programa, la cámara prueba, casi mareada, un enésimo intento en busca de la raíz de ese encanto; se acerca a sus ojos con una lágrima, intenta provocar una sonrisa definitiva, una sola certeza tranquilizadora que permita descansar el alma; la actriz la convence, y la envuelve, luego la decepciona y, al final, no lo consigue.

Junio de 2021. Graciela es feliz y libre en su programa Una mujer, que se emite por Radio Nacional de Argentina. Está en las suyas, lo más campante, sin apuros y de buen humor. A las 23.00 de un martes comienza leyendo una poesía de Andi Nachon: “Soy buena copiloto, aunque no lea mapas y pasen los carteles a la velocidad de la luz. Nunca me duermo ni dejo solo al conductor con su magia en avanzada constante. Soy buena copiloto y ya: desde los cuatro lo sé y cada viaje o este único largo viaje interminable, con su movimiento, marcan su propia realidad. Cuando fui chica la familia nucleaba en su Chevy naranja el terror de la huida. Ahora como toda copiloto sé no hay viaje sin fuga y nada hay que no haya empezado en algún dolor”.

Luego, y con notorio afecto, recibe en el aire como invitado al artista y poeta Fernando Noy. Él, rápido y en ajustada reverencia, se anticipa: “Hola, mi vida, mi geminiana favorita, leyenda viva, poema encarnado de verdad, un ser que irradia poesía para siempre”. La charla, muy disfrutable, irá para largo, y a la célebre actriz argentina, como cada vez que se enciende la luz roja, le resulta el mejor de los relajantes.

No ha parado de hacer, de ir y venir, en todo el mes. Su podcast Graciela Borges: mi vida en el cine (producido por Film & Arts, con más de 30 episodios disponibles en Spotify y diez en formato audiovisual en Youtube) ha tenido una excelente recepción del público y la crítica, que además de felicitarla la convocan a diario para saber más de esta experiencia: contar su extensa e inabarcable carrera, que es al mismo tiempo, y como su título sugiere, gran parte de su vida.

En cada uno de los episodios, de poco más de cinco minutos. Graciela cuenta sobre sus películas más recordadas, y las historias entre rodajes, tanto o más increíbles (trataremos de no spoilear) que aquellas que fueron escritas para conquistar a tal o cual productor o mesías.

En su relato, sensible y poético, decenas de velos de ficción y realidad se confunden de forma magistral y, luego de cada capítulo, resulta inevitable ir a buscar sus películas para comprobar el resultado de las directivas de Leonardo Favio o la dimensión de las dificultades y los imprevistos de sus primeros largometrajes.

Cuando la llamo por teléfono por primera vez para esta nota tengo en la mente aquel primerísimo plano, y entonces le pregunto por el asunto del encanto. Esa sensación de plena cercanía que se diluye en una distancia insalvable al instante, la que generan sus personajes o ella sola, sin más nombres que el de Graciela Borges. Su marca registrada.

Así, volveremos a hablar varias veces mientras sale de su casa, en medio de uno de sus viajes, apurada, o con buen tiempo. Siempre resulta como una ráfaga de aire frío, como una agarrada de solapas para que te des cuenta, pero sin perder sus modales y sus gestos de afecto.

No lo descubro todavía, pero creo que la mejor respuesta me llega en un mensaje de audio de Whatsapp, un jueves a las dos y media de la madrugada: “¿Cómo estás, Federico? Ahora estoy acá en casa, acostada, a punto de dormirme. Me puse a escribir material para los podcasts nuevos, ya que se viene una próxima temporada en Film & Arts sobre otras películas, y además está por estrenarse algo que hicimos con Ana Katz [Terapia alternativa] en la plataforma Star+. Eso salió de repente y lo hicimos en muy poco tiempo. Me gustó mucho hacerlo, me divertí. También aparecen otras figuras muy interesantes en ese programa. Me llegaron dos guiones, pero no los voy a hacer. Como ya te conté, pienso descansar un poquito del cine. Ahora voy a estar como presidenta del jurado del Festival Internacional del Cine de las Alturas; es un jurado latinoamericano, nos reunimos por Zoom y tengo que ver 12 películas. Después veré cómo sigue el año. Me gustaría seguir con la gira de mi show [Alquimia], con mi cantante Adriana Barcia, que es lo que más me gusta hacer. Con Mario Morgan [productor y director teatral] lo hicimos en Uruguay en ese teatro tan lindo que es El Galpón. Y obviamente, voy a seguir con mi programa en Radio Nacional, que es algo que me hace muy, muy feliz. Te mando un abrazo enorme”.

Graciela dice que es “Búho, no alondra”, por su condición de noctámbula. “Me acuesto a las once y media, doce, y me quedo leyendo y estudiando hasta las dos, tres de la mañana.

Una de sus primeras y más importantes compañías es la poesía: “Fue lo primero que aprendí en el arte. Cuando tenía siete años empecé a estudiar declamación con una profesora que se llamaba Clotilde Milano De ahí seguí mi vocación, y además amo la poesía. Como decía Alfredo Alcón, la poesía no tiene seguidores, tiene amantes. Es fan de Idea Vilariño y dedicó muchos momentos de su vida a leer y grabar textos de Marosa Di Giorgio.

Detrás, sólo parece haber disciplina y mucha dedicación a su trabajo. Buena parte de las horas de sus días siguen destinadas a crear nueva ficción. Cuando se le pide precisión y nostalgia responde de forma contundente y borgeana: “Sólo recuerdo la emoción de las cosas, y esa es la verdad. Me acuerdo de las cosas que crearon en mí mucha emoción. Si lo recordara todo, sería terrible.

Además de tu talento, como actriz, ¿cuándo te diste cuenta de que tenías un particular encanto que podías dominar?

Es difícil que te conteste esto. No tengo idea. Por suerte no soy alguien que esté pendiente del afuera. Pero el encanto no sólo tiene que ver con el afuera.

Creo que al principio me pareció que iba bien lo que hacía, a pesar de que cuando tenés 14 años, como cuando empecé a hacer cine, no tenés mucha conciencia de nada. Sobre todo, en mi generación, era como jugar a otra cosa. Fue todo un poco de casualidad, porque Hugo del Carril vino a donde yo estudiaba teatro a buscar un chico y una chica para hacer de estudiantes en Una cita con la vida [1958]. O sea que mucha idea de eso nunca tuve.

Y sobre eso del encanto, la belleza, y el talento, hay una cosa buena en mí y es que fui caminando cada día tratando de hacer las cosas lo mejor posible, sin esperar resultados. Nunca estuve pendiente de eso. Empecé tan chica que el ser del ego mío, qué sé yo, se perdió por el camino. No porque no sepa que hago cosas bien –sería una tontería negarlo–, sino porque no vivo pensando en eso.

Como con muchas actrices, hay algo de la cámara que va conmigo, que combina, y probablemente eso provoca algo que tiene que ver con el encanto.

De todas tus películas tal vez mi preferida sea Dos hermanos [Daniel Burman, 2010]. ¿Qué recordás de esa experiencia?

Qué linda. La filmamos en Uruguay y fui feliz. Lo digo desde el corazón, y todo el mundo sabe que es un país que amo. Luisito de María, el dueño del hotel La Capilla, donde filmamos la película, era alguien muy importante para mí. Fue un gran amigo. Adoraba Argentina y también Uruguay. Él lo defendía y lo quería. Decía que habíamos nacido en la mitad del río. Recuerdo un rodaje tranquilo, equilibrado, divertido, y fue muy emocionante hacer Dos hermanos. Naturalmente, también hubo dificultades. Hicimos muchas tomas de las escenas, y a veces se hacía complicado. Pero la verdad es que fuimos muy felices. Es una película entrañable sobre la vida de dos seres muy especiales, y me consta que lo que vos me contás que sentiste cuando la viste le ha pasado a mucha gente.

Viendo tu primera película, El jefe (Fernando Ayala, 1958), me llamó la atención algo que le dice tu personaje a Alberto de Mendoza: “Ya no es tiempo para galanterías”. Estaban muy adelantados, parece.

No me acuerdo nada de El jefe. Tenía 15 años y no la volví a ver. Creo que tenía muy buen libro, de David Viñas. Y si me decís esto ahora, es verdad, puede que esa frase tenga una connotación actual muy fuerte.

Graciela Borges, en La Ciénaga.

Muchos de tus personajes son mujeres indescifrables, que entran en conflicto cuando los hombres intentan acotarlas o limitarlas en algún sentido. ¿Creés que los directores de cine te buscaron para interpretar ese tipo de papeles o que es algo tuyo que está presente en cada interpretación?

Yo creo que en realidad, gracias a Dios y a la Virgen, como dicen en el campo, ningún personaje fue parecido a otro. Crónica de una señora [Raúl de la Torre, 1971] no era lo mismo que el personaje de El infierno tan temido [Raúl de la Torre, 1980], nada que ver. Lo mismo con la maravilla de esa mujer que se preguntaba qué era ser un judío en Pobre mariposa, que no tuvo nada que ver con mi personaje en La ciénaga [Lucrecia Martel, 2001], una mujer torturada, alcohólica, desolada, y solitaria en el fondo, a pesar de tantos hijos y gente que la rodea. Creo que he tenido la suerte de interpretar personajes muy distintos.

En el podcast hablás de “tomarle el tiempo a la película” ¿Qué significa eso para vos?

Siempre explico que el personaje llega en algún momento. Mágicamente. Lo ensayás, pasa el tiempo, no lo encontrás, no sabés, lo seguís ensayando, y un día, no sé cuál, qué número, pero ese día llega, y en ese instante, cuando sabés cómo camina, cómo es, cómo piensa, cómo respira, es que vos sos el personaje. Una vez que sucede eso, aunque te cambien la historia o te pongan escenas nuevas o imprevistas, el personaje viene por añadidura. Y es algo fundamental para no actuar y poder sentir.

Un nombre que me quedó resonando cuando lo escuché en un episodio del podcast fue el de Héctor Pellegrini. ¿Quién fue?

Un amigo mío, un actor estupendo, un compañero que desgraciadamente se fue joven. Entrañable, como muchos otros compañeros. Yo tengo mucho amor por todas las actrices y los actores con los que me tocó trabajar. He tenido siempre una relación estupenda. No recuerdo a alguien que no haya sido entrañable. Porque es muy difícil trabajar con alguien y no tener empatía. A algunos los querés más, a otros los querés con cariño pero tal vez con menos intensidad, pero puedo decir que en todas mis películas tuve ese tipo de vínculos que son tan necesarios a la hora de actuar. Héctor ha sido lindo toda la vida. Incluso cuando con Juan Manuel [Bordeu, esposo de la actriz, fallecido en 1990] hicimos una película que se llamaba Turismo de carretera [Rodolfo Kuhn, 1968], él fue el protagonista, y siempre lo recordaré como un compañero precioso a Pajarito Pellegrini.

Hiciste El infierno tan temido, película inspirada en el cuento de Juan Carlos Onetti. ¿Qué te quedó en la piel de ese proyecto?

Fue una película magnífica, hecha de forma excepcional por Raúl de la Torre. La hemos llevado a todos los países, en cada lugar tuvo una excelente recepción. Francamente, cuando se cree que esta mujer, Gracia, era una persona mala, digamos, en la vida de este hombre, fue ella la que realmente empezó a ser herida. Quiso decir su verdad y él no la acepto, lo cual fue muy feminista ya en ese momento.

Alguien podría pensar que con tu carrera no tuviste demasiadas dificultades. ¿Te tocó luchar por conseguir tal o cual papel, trabajar con determinado director?

Nunca fue fácil hacer cine. Me tiré de un tercer piso, trabajé con tuberculosis cuando tenía 16 años en una zafra, y trabajé con otros problemas de salud. Si hay algo que no es fácil es hacer cine, nada. Con 45 grados aprendí a echar caña en Jujuy. Ahí me corté una pierna y después estuve tuberculosa. Me pasaron muchas cosas, nos pasan muchas cosas a la gente que hacemos cine. Vivimos en buenos lugares, otras veces en lugares complicados, o en los peores, comemos mal, comemos mejor. Es un gran desafío hacer cine.

Pero muchos ante circunstancias similares seguramente dijeron “no puedo” o “no quiero”. Sin embargo, vos continuaste y seguís hasta el día de hoy metida en el cine. ¿Por qué?

Es algo muy especial. ¿Y en qué sentido es un desafío? No es fácil conseguir un libro, conseguir un director, una película, el dinero, el equipo, la armonía para trabajar; nada es fácil. No hay otra cosa. Hacer cine es resistir.

Foto: Difusión

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