Fines de los 70. Yo tendría cinco o seis años, recuerdo que Ina, la empleada que trabajaba en casa, canturreaba siempre que aparecía la voz de él en la radio. Era fan, tenía un póster atrás de la puerta de su cuartito, donde se quedaba algún fin de semana en que papá y mamá viajaban. Un desplegable en el que Roberto con traje blanco y camisa azul cielo la miraba dormir. Se sabía todas las letras y se emocionaba cantando mientras barría. Cantaba también mientras se bañaba. Yo la escuchaba desde el patio a través de la ventanita del baño. Me acuerdo de su pelo encaracolado, húmedo al salir de la ducha, como con gotas de rocío y su perfume a rosas. Ina salía renovada, con los lentes “culo de botella” empañados y una nueva disposición hacia la vida que tenía con nosotros. Mis padres no escuchaban a Roberto. En el tocadiscos sonaban otras voces: Aznavour, Serrat, Mercedes Sosa, Brel, Milanés, alguna brasileña como Elis, Gal Costa, Chico Buarque, pero él no. Roberto era de ella.

En Rivera, donde viví mi infancia y primera juventud, Roberto siempre estuvo presente. Omnipresente en la radio, la televisión y en el sonido ambiente de churrascarias, tiendas, peluquerías y piringundines. Era y sigue siendo un clásico su show de fin de año, transmitido por la Rede Globo casi ininterrumpidamente desde 1974, el año en que nací. Lo escuchaba y lo veía seguido pero sin elegirlo.

Cuando vine a Montevideo, ya con un interés especial por la música, empecé a comprar discos en Tristán Narvaja. Roberto de nuevo estaba en todas las bateas. Había muchos y variados. Lo empecé a elegir tal vez por nostalgia. En español, en portugués, en italiano. Sesentas, setentas, ochentas, noventas, discos de todas las épocas a precios muy económicos con tantos ritmos como emociones. Hurgando descubrí su enorme carrera y el valor de sus escuderos más nobles: Erasmo Carlos y Lafayette. Baratos y valiosos.

En esa época cultivaba un modo de vida muy solitario y era un ritual de domingo escuchar los discos de Roberto que conseguía en la feria, acompañado por una cañita con naranja al atardecer. Podía saborear aquello que supongo que sentía Ina y no lograba comprender en mi infancia. No es la música, ni las historias que cuenta, son las emociones. Los vaivenes del corazón adulto.

Roberto es un gran intérprete y todo lo que canta es una verdad incontrovertible. Pero además de esa franqueza hay un poder de transmisión tan directo y eficaz, tan certero y transparente. Roberto-cantante es increíble, su magistral manejo de la respiración, la economía del aire, la afinación microscópica, el vibrato sutil, la fuerza medida y relajada, el matiz justo para cada palabra al servicio de la comunicación. Forja con su aliento la emoción que requiere la letra y la intimidad para que esa emoción navegue. La falta de dudas en lo que quiere transmitir es notable.

A pesar de que sabemos (y él lo sabe mejor que nadie) que puede hacer lo que quiera con su voz, Roberto hace solamente lo que se necesita para transmitir el sentimiento. En ese ejercicio radica su grandeza y humildad, no se enamora de sus posibilidades y capacidades. Está enfocado totalmente en que sientas lo que está diciendo, en que escuches lo que siente. De manera sencilla y honesta te cuenta lo que le pasó sin vanidad ni exageraciones. Conoce bien la diferencia entre el gesto y la intención. Trasciende lo musical para comunicar sin regodeos. Bah, no es increíble, justamente todo lo contrario: es totalmente creíble.

Pionero de la MPB

Su maestría como cantante, compositor e intérprete es reconocida, pero también las decisiones musicales que ha tomado en su vasta carrera han influenciado el rumbo de la rica Música Popular Brasileña. Surcó transversalmente gran parte de su historia, de manera inquieta y curiosa. Fue parte de los pioneros en incorporar los principios del rock and roll, la bossa nova, el pop europeo, la música negra estadounidense, el góspel, la psicodelia, el fado portugués, la balada romántica iberoamericana, el bolero, el samba, el sertanejo, el tango, etcétera. Catalizando influencias con libertad y osadía practicó un mestizaje musical que luego sería el sello de la moderna música popular brasileña. Fue el primer brasileño en ser realmente grande en su tierra con un género considerado extranjero, fuera de la MPB.

Desdeñado por mucho tiempo por tradicionalistas, conservadores y nacionalistas, perseveró en el desarrollo de su propio estilo, que traspasó fronteras e idiomas y que finalmente fue incorporado y reconocido, no sólo como un género, sino como un vector de cambio en muchos otros géneros. Se volvió un clásico.

“Aplaudan, escuchen y no hablen más”

En 2014, aprovechando un viaje familiar, fui a verlo en San Pablo. Una especie de cena show hipertrofiada en un local gigante. Entré a un salón de bienvenida donde la decoración era suntuosa. Terciopelo, retratos gigantografiados, rosas, jarrones, alfombras y candelabros. Te recibían con una copa de espumante y un programa del evento. La gente estaba vestida de gala con sus mejores trajes, oropeles, gemelos y tapados. Mucho perfume en el aire, tacos altos y vestidos nuevos. Visité los stands de merchandising sin comprar nada y me metí en ell salón del concierto. Decenas de mozos recorrían cientos de metros sirviendo apurados a miles.

Me autoinvité a una mesa donde un grupo de cortesanas esperaban con ansiedad el comienzo picando croquetitas y tomando guaraná. Conversando descubrí que eran todas ex compañeras de escuela y habían ido a verlo en vivo por primera vez. Eran de un pueblito en Minas Gerais a cientos de kilómetros. ¡Qué alegría y emoción había en esa mesa! ¡Cuánta expectativa! Era un día histórico que añoraban hacía décadas. Muy charlatanas me contaron que lo escuchan desde la época de la Jovem Guarda, cuando estaban en el liceo. El ambiente era el de una fiesta de quince o un casamiento. Una efervescencia llenó el salón de sonrisas cómplices y todas las miradas apuntaron al escenario. Allí viene el Rey Roberto Carlos con un ramo de rosas para nosotros.

“Batam palmas, ouçam e não falem mais” , dijo la que a todas luces era la capitana de esa barra de setentonas. Nos callamos y nos sentimos súbditos por un par de horas.

Roberto Carlos, el jueves 2 a las 21.00 en el Antel Arena. Entradas desde $ 2.600 a $ 11.000.

Santiago Guidotti es diseñador y músico. Ha integrado las bandas Sonido Top y Monkelis, entre otros proyectos.