Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Es frecuente, pero ilusorio, que desde Uruguay miremos la realidad política argentina y nos reconfortemos, con la idea de que las diferencias nos ubican en un plano más elevado. Siempre tuvimos mucho que aprender de lo que ocurre en el país vecino, pero a veces llegan de allá noticias realmente grotescas, y el mejor aprendizaje es pensar en medidas preventivas.

Empecemos por lo más grave: Javier Milei respaldó la idea de que la población de la provincia de Buenos Aires no pague el aumento de impuestos aprobado en diciembre del año pasado. Sin disponer de una investigación histórica en la materia, cuesta creer que existan antecedentes de semejante sabotaje a la institucionalidad estatal por parte de un presidente.

El gobernador de la provincia es Axel Kicillof, la figura más destacada del peronismo en un alto cargo. El aumento, votado por representantes de varios partidos que apoyan a Milei, es duro para una población sumida en la crisis económica y social que afecta a Argentina, pero también inevitable porque entre los componentes de esa crisis está una tremenda inflación.

La exhortación a no pagar fue lanzada por el diputado José Luis Espert, un liberal extremista que se incorporó hace poco a la pequeña bancada del partido de Milei, La Libertad Avanza, y hace cuanto puede por destacarse en ella. Para que quienes no lo conocen se hagan una idea de su forma de hacer política, basta con mencionar que hace poco más de tres meses, cuando se discutía el “protocolo antipiquetes” de la ministra Patricia Bullrich, expresó su opinión tuiteando “cárcel o bala”.

Para redondear los datos de contexto, es preciso señalar que el presidente está enfrentando grandes obstáculos. Su proyecto de “ley ómnibus” naufragó a comienzos de febrero, su “decreto de necesidad y urgencia” fue rechazado por el Senado la semana pasada, y ha sido muy conflictiva su relación con los gobernadores (no sólo con Kicillof, sino también con varios otros de muy distinta orientación ideológica). En este marco, cabe suponer que le interese recalentar la polarización con el peronismo e introducir en el debate público un tema nuevo y escandaloso, que desvíe la atención.

Todo esto sitúa, pero de ningún modo justifica, la ocurrencia de resucitar las ideas antifiscales de Pierre Poujad, quien tuvo un fugaz pasaje por la política francesa a mediados del siglo XX y tuvo la infame responsabilidad histórica de auspiciar que Jean-Marie Le Pen ingresara al Parlamento.

Milei, siempre varios pasos adelante en la provocación, no sólo se sumó al planteamiento de Espert, quien había cargado contra la suba de impuestos alegando que resultaba desproporcionada, sino que además la definió como “una violación del derecho de propiedad”, trasladando la discusión a un terreno doctrinario. Venía sosteniendo que las políticas redistributivas son un robo; ahora extiende el concepto al simple cobro de tributos.

No debería ser necesario explicar que, en un país tan castigado por la pobreza y tan necesitado de políticas públicas eficaces, es enormemente riesgoso legitimar la “rebelión fiscal”, que se puede aplicar tanto contra Kicillof como contra cualquier otro gobernador o contra el propio Milei.

Hasta mañana.