El viernes 23 se reestrenó, en la sala Vaz Ferreira, El accidente (pesadillas patrióticas y otras creencias), de María Dodera y Gabriel Peveroni. Se trata de una versión libre de “El combate de la tapera”, de Eduardo Acevedo Díaz, publicado por primera vez en La Tribuna de Buenos Aires, en 1892. Un relato épico en el que se narra la resistencia de 15 hombres y dos mujeres, dragones, que escapan del “Desastre del Catalán” y, perseguidos y sin tregua, recalan en una tapera.
La idea de enmarcar la obra en esta conocida gesta heroica, teñida de la sangre criolla y subrayada por la hazaña de una mujer, es provocativa porque impone al espectador un permanente ejercicio a través del cual irá armando las piezas de un rompecabezas que no parece tener sentido.
El accidente constituye el primer elemento articulador de esas historias que surgen como flashes dentro de un sueño incomprensible. Las heridas abiertas por la derrota en una batalla son intercaladas con la dictadura, que vino a atropellarnos para borrar el futuro, dejando la realidad política del país también accidentada.
El espacio escénico define una carretera en la noche. Entonces un accidente de tránsito, que podría ser absolutamente intrascendente, se convierte en el disparador de los hechos. La obra comienza con la muerte de los involucrados, una estrategia necesaria para instalar un tiempo y un espacio indefinidos. La singularidad de que los personajes ya estén muertos favorece el relato inconexo, discontinuo, aspectos que juegan con la idea de disociación como una consecuencia del accidente. ¿Quiénes son las víctimas realmente? ¿Las que murieron en la ruta? ¿Las que murieron en la tapera? ¿O las del terrorismo de Estado? ¿Cómo vincular tramas tan disímiles entre sí? En la búsqueda de sentidos, el espectador deberá poner en suspenso el uso de la lógica para dejarse llevar por el juego del texto, que irá arrojando ciertas pistas a lo largo de la obra. La intersección de caminos en que el azar se resuelve en asesinato bien podría ser una de esas pistas.
La propuesta de dramaturgia y dirección entreteje cuerpos de distintas mujeres que se cruzan en la escena como fantasmas. Entre Cata que se desangra luego de asesinar al “portugo”, el accidente de tránsito, la morfina y la tortura, se manifiesta el peligro del olvido. Ellas no existen, son las voces que resuenan como un eco, vienen a reclamar una justicia que parece imposible. Entonces se instala el tema de la memoria como una clave importante del mecanismo de la obra. La batalla en la soledad de la tapera es también la del accidente que descubre la línea de acción. Las luces producidas por los disparos son las luces de los autos que terminan en el choque, donde una voz se conecta con el responsable del asesinato de Ciriaca, la hermana de Cata, raptada por un grupo de paramilitares en la dictadura uruguaya.
Las piezas del argumento se van imponiendo como partes de realidades que, históricamente, también están accidentadas, dislocadas, constituyendo una denuncia de los terribles efectos de estos tiempos posmodernos.
La ambientación acompaña muy bien esta propuesta. El público se encuentra en la sala cubierta de niebla, que tiene una doble función. Por un lado, nos ubica en medio de la noche, con baja visibilidad, en donde ocurre el accidente, y por otro nos instala en un estado de irrealidad como marco perfecto para lo que va a suceder.
La música en vivo, el rapero crítico, la exigencia corporal de los actores, todo forma un entramado que imprime un ritmo vertiginoso a la historia.
La obra en su conjunto se sostiene en la fortaleza del texto y la actuación de Adriana Ardoguein, que se impone en escena, jugando su papel con la fiereza necesaria para vivenciar un personaje tan icónico como la Cata de El combate de la tapera.
El accidente. De María Dodera y Gabriel Peveroni. Dirigida por María Dodera. Sala Vaz Ferreira. Últimas funciones: 30 y 31 de julio a las 20.00.