Asado, fiesta, naturaleza, camaradería y música. Son algunas de las palabras que sobresalen al ver el videoclip de “Como quiero estar”, la nueva canción de La Teja Pride, que verá la luz el viernes en plataformas digitales. En una cooperativa de viviendas por La Blanqueada, en el apartamento de más arriba vive Edgardo Mattioli y en el de más abajo, su hermano, Leonard, que cuando están juntos conforman el núcleo duro de La Teja Pride. Por ejemplo, ahora, que ambos están cómodamente sentados en el sillón del primero para conversar con la diaria.
El motivo es la vuelta a los escenarios de su banda, que tendrá lugar hoy en Sala del Museo. La nueva canción, que muestran impacientes, es una de las tres o cuatro que estrenarán esta noche, luego de un año y medio de pandemia y de sequía de material. En el ida y vuelta de la entrevista se nota que Edgardo y Leonard son hermanos, porque no siempre están de acuerdo.
Mientras preparaba la entrevista, llegué a la gacetilla del sello Bizarro sobre el último simple que sacaron, “Hábito”, en marzo de 2020, y se presentaba a La Teja Pride como “la banda pionera del rap del siglo XXI en Uruguay”. ¿Lo son? ¿Se sienten así?
Leonard Mattioli (LM): No. Es complejo porque dice “pionera del siglo XXI”; nosotros nacimos en 1997 y había otras bandas de hip hop, como V.D.S. –que después se transformó en Sudacas en Guerra–, Fun You Stupid! y Critical Zone. Por eso, si pionera significa la primera, no, no hay forma.
Pero quizás por los albores del siglo XXI empezaron a ser más conocidos fuera de ese ámbito.
Edgardo Mattioli (EM): Sí, pero tampoco era algo tan complejo, porque la movida del hip hop era micro en esa época, y nosotros jamás tuvimos como meta que nuestro público fuera de hip hop. Organizábamos un toque y por lo general no lo hacíamos solos, porque precisábamos traer gente; entonces, lo hacíamos con bandas de punk, reggae, hardcore, new metal, lo que fuera. Y había esa sintonía entre las bandas, que no sé si hoy sigue existiendo, pero que en ese momento sí, y se armaban toques en clubes de pesca o en Perdidos en la Noche, que era un faro.
¿Extrañan algo de aquellas noches?
LM: La juventud... No, era un tiempo de mierda: todo mucho más pobre y mucho más violento.
EM: Si bien había mucha hambre de fiesta, también había un descontrol en el que no había tanto respeto por la fiesta en sí: afuera se armaba batalla, y no de freestyle, sino de botellas y piedras; aparte, por boludeces.
LM: Sí, no hay que romantizarlo. Lo único que podemos romantizar es que éramos jóvenes. Principios de los 2000, se termina de quebrar todo en 2003. Me acuerdo de un toque que dimos en el invierno de ese año en Durazno, en AEBU.
EM: Estuvo denso. En Durazno no pasaba nada y se hizo una fiesta con ocho bandas. Entre ellas, nosotros, y la gente estaba re afín con la fiesta, pero empezó a escabiar y a soltar otras cosas. Unos entraron a hacer break dance en un piso de cemento, sin ningún tipo de protección de nada, dejando sangre. Decíamos: “Bo, amigo, cuidate un poco”.
LM: Nos mostraban que tomaban vino mezclado con nafta y con unas bolitas de naftalina adentro. Era como what?! Principios de 2000, un Uruguay quebrado, no es un momento que añoremos tanto. También me acuerdo de un toque en Kibón en 2002, en el que se presentaron Los [Fabulosos] Cadillacs y Los Fatales, y lo produjo Canal 12. Había una huelga universitaria re zarpada y en medio de la multitud había unas banderas. Primero tocaron Los Fatales, que agradecieron a todos los sponsors. Me acuerdo de que las cámaras iban filmando, y cuando llegaban a las banderas de la FEUU [Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay] apagaban y seguían del otro lado. Cuando salieron a tocar los Cadillacs, dijeron: “Sólo queremos agradecerles a ustedes, porque nosotros estamos acá porque ustedes nos vinieron a ver; si no, estos señores jamás nos hubieran contratado”. El show fue increíble, me marcó zarpado, pero también terminó en una batalla campal con la Policía. Todo era así.
“Hábito”, que fue lo último que sacaron, es una canción bastante optimista.
LM: Sí, salado. Es que la grabamos a fines de 2019 y la estrenamos en marzo de 2020. La tocamos una vez en la Fiesta del Río, en Santa Lucía, y a los pocos días se acabó todo. La canción quedó como el legado de la era progresista, la foto de 2019.
Desde esa canción hasta ahora estuvieron trabajando en un nuevo disco, en medio de la pandemia. ¿Cómo les fue?
EM: Veníamos laburando desde antes, pero la pandemia profundizó ese trabajo. Pasamos por varias etapas: angustia, ansiedad, preocupación, no solamente por nosotros sino por nuestro entorno, etcétera. Estuvo bueno poder canalizar todas esas cosas que te desbordan en algo productivo, como la música. Es como que a la fuerza te hace cambiar los aires con los que venías cargando –que pueden ser buenos, malos o más o menos– y te hace rever un montón de cosas propias y grupales.
LM: También tuvimos el impulso de estar juntos, porque no se podía, por hache o por be, pero al final terminamos juntándonos todos. Si bien en nuestros discos casi siempre la base electrónica era lo central, en este que grabamos ahora fue importante pero nos juntamos todos los músicos, ensayamos bastante, cada uno en su casa, y después nos fuimos a una casa sobre una cañada perdida, un fin de semana largo, grabamos y rodamos. Entonces, lo nuevo tiene un pulso muy orgánico.
EM: También fue como una forma de consolidar el proceso que estaba teniendo la banda, porque ya desde hace unos cinco años mutó en su formación y se transformó en una banda más tradicional: con instrumentos, batería, bajo y guitarra.
LM: Porque antes los instrumentos eran más para traducir en vivo lo que se hacía con las máquinas. Y la grabación, aparte, no fue como la de un disco estándar, que se graba por separado: tocamos como ocho veces cada canción, todos juntos, grabamos todo –por pistas, obviamente– y después elegimos la pista que más nos gustó de batería, por ejemplo, pero todo tocado ahí en vivo, en directo.
¿Cómo les cayó la gestión del gobierno relacionada con los espectáculos públicos, sobre todo, la prohibición de tocar?
EM: Yo lo sentí como una especie de vendetta con la cultura. Hay una visión de que la cultura nacional es muy de izquierda o tiene esa veta, entonces, fue como...
LM: Yo no tengo esa visión, sino que fue la lógica liberal: “No se puede tocar porque hay una enfermedad. Listo, arréglese, vaya y corte madera, haga lo que pueda”. No se lo hicieron a los shoppings ni a otros lugares que son bastante complejos, pero sí con esto, porque son más débiles; pero tampoco generaron formas de sustento para esa gente, ni las pensaron ni las diseñaron. Hubo algunos ínfimos apoyos, que no alcanzaron y no alcanzan. La escena musical, todo lo que gira alrededor de los músicos, se desplomó de una manera increíble, desaparecieron escenarios.
Pero prohibir tocar no es muy liberal.
LM: Y no, pero, nada, pandemia... También podrían haber prohibido otras cosas. Lo mismo que el debate este de “pase verde” sí o no. Eso es algo que debería decidir la política pública, el Estado. Pasarles la responsabilidad a los privados bajo el argumento de la libertad es una ridiculez. Te lavás las manos y hacés que otro decida. Es una definición que debe tomar el Estado con base en la ciencia, y no en base a mí, que estudié Sociología y Urbanismo. Y la decisión que tome el Estado, como política pública, tiene que estar respaldada con medidas para mitigar el daño que genere. De esta forma lo que se hace es tercerizar el problema: “Arréglense: 40% o 60% [de aforo], elijan ustedes dónde se paran”.
EM: Para mí es una industria en la que no tienen un público objetivo y les chupa un huevo que exista. O les sirve más que no exista o se deteriore. Entonces: “a ustedes les clausuramos todo”, shopping, iglesia u otro tipo de industria se mantiene. Porque te prohibían los toques pero te tomabas un bondi e ibas como ganado. ¿Cuál es el criterio? No me parece que sea tan ingenuo.
¿Cómo les afectó no tocar durante tanto tiempo?
LM: Nunca habíamos estado ocho meses sin tocar. Nunca. Mínimo, tocábamos una vez por mes. Estamos viviendo este momento como una primavera, no la de ahora sino de un año y medio de encierros, miedos y distancias. Esto se vive con las ganas de salir y de que pasen cosas. Es un poco lo que está pasando en toda la ciudad: en los espacios públicos ves que hay pibes por todos lados. Recordemos que somos animales gregarios y queremos juntarnos con otros. Mi hipótesis es que ese impulso de juntarnos a grabar y tocar es una respuesta a esto también, a todo un proceso de aislamiento que terminamos antes, porque nuestra burbuja se amplió para incorporar a la banda. “No podemos tocar en vivo, no podemos estar con el público; bueno, vamos a juntarnos entre nosotros para vernos, producir y hacer cosas”.
¿De qué viene la canción “Como quiero estar”, que estrenarán el 10 de setiembre?
EM: Viene de la vivencia dentro de la pandemia, de reencontrarse en la música, repensar cómo uno quiere estar, las cosas que se hacen bien: estar con las amistades, el grupo humano de la banda, las cosas simples. Teniendo en cuenta de dónde vinimos, de este año y medio de inseguridad, angustia y de estar rebuscándole la vuelta para escapar de toda esa situación y encontrar refugio en esas cosas.
LM: Para mí también es un himno a la zona de confort, y con eso quiero desmitificar la zona de confort, porque está bárbara. Podés salir un ratito de ella, pero está bueno volver, porque el confort lo vale. Hay que ser bueno para construir una zona de confort interesante, que es distinto a dejarse estar.
¿Te referís a la zona de confort como lugar físico o simbólico, de la música, por ejemplo?
LM: No es un problema de la zona de confort musical, porque es mentira que siempre hacés lo mismo. En realidad, decís “me gusta este tipo de ritmo” y lo empezás a repetir y a repetir, y lo vas cambiando todo el tiempo. En todo caso, lo vas puliendo, y no creo que sea un problema. “No, ahora vamos a hacer punk”. “¿Por qué?”. “Porque nunca hicimos punk”. ¿Y querés hacer punk, te interesa? ¿Realmente te copa o es sólo porque nunca lo hiciste? Es casi una suerte de consumismo.
¿Cómo ven la movida actual del hip hop?
LM: Hay bandas y gente que hace cosas raras, como Sáez’93, que me parece absolutamente brillante, y quizás nunca sea un éxito pop, porque lo que hace no va por ahí, pero me parece re interesante por dónde camina eso. También me encanta Kif, un dúo que ahora vive en Maldonado y me vuela la cabeza las cosas que hace. Eso tiene alguna cosita de hip hop pero también de electrónica y de dub. Hay un montón de bandas, grupos, solistas y freestylers con sonoridades que nos gustan y que no sólo nos gustan de ahora. En un momento me sentí un poco dolido con la música uruguaya, porque las sonoridades que me gustaban eran absolutamente bastardeadas. A mí me gusta La Vela [Puerca], pero me acuerdo de una nota al Enano [Sebastián Teysera] que me dolió acá [se señala el pecho]: dijo algo así como que ellos hacían ska porque era fácil de tocar, pero les gustaba el rock, o algo así, lo leí en la diaria, y fue como ¡la puta madre, Fishbone, Madness! Amo el ska, pero toda la sonoridad negra en Uruguay era como que no: acá priman los Ramones, el rock español de los 80 y poca cosa más. O el rock del sur de Estados Unidos de los 70, y ahí pienso en Hereford o en el espacio de rock que tienen en Fácil desviarse... Pasó el tiempo y de golpe la electrónica se hizo mucho más fuerte, en un período ya pasado, y ahora esto con el hip hop y los distintos cruces. O las búsquedas de cruzar electrónica y música étnica, que hay un cuelgue con samplear sonidos latinoamericanos. Es como que la música que me gusta hoy es mainstream, capaz que no para Radio Disney pero sí entre los pibes que están haciendo música, y eso me re copa.
Así que, si no entendí mal, el sonido del rock uruguayo en general no te gusta.
LM: [Ruben] Rada y Claudio Taddei, que era increíble.
En el Pilsen Rock compartieron escenario con varias bandas de rock.
LM: Yo no tenía ni idea de quién escribía las letras en La Trampa, y me acuerdo de que me acerqué al vocalista, [Alejandro] Spuntone, y le dije: “Bo, sabés que a mí no me gusta el rock, me aburre, pero me encantan las letras de ustedes”. Se lo dije a él y en realidad las escribía el otro [Garo Arakelian].
EM: Hoy está como banda de culto, pero para mí la banda uruguaya siempre fue Buenos Muchachos. Yo trabajaba en un programa que se llamaba Azoteas y me acuerdo de que el primer piloto que se hizo, para ver si el programa podía funcionar, fue con Buenos Muchachos, en 2007. Yo los había visto en vivo un par de veces, los locos cayeron con sus equipitos y todo, armaron, y así como prendieron los equipos, empezó a sonar la banda y dije “por Dios”.
¿A vos te gustan los Buenos Muchachos?
LM: A él le gustan más. Si tengo que elegir una banda de rock de Uruguay: Buenos Muchachos. Pero me gustan más Los Buenos Modales.
La Teja Pride, hoy sábado a las 21.00 en Sala del Museo (Rambla 25 de Agosto y Maciel, Ciudad Vieja). Entradas en Abitab a $ 650 y $ 750.