“Muerte súbita” bien podría haber sido el título de alguno de los inquietantes cuentos de la mexicana Violeta García, pero no. En su corto recorrido escribió poesía y narrativa, incursionó en la dramaturgia y fue artista visual. Nació en San Luis Potosí en 1984. Murió hace apenas unas semanas mientras dormía en su casa, sin más explicación. Descompensación, falta de aire y muerte. La noticia podría no decir mucho si no fuera porque desde 2019 había comenzado a entablar interesantes lazos literarios con el Río de la Plata. Publicó en México su primera obra en 2009, pero en los últimos años, gracias al impulso de su productor en Montevideo, Pablo Nario, la escritura de la mexicana había llegado a estas costas. En 2019 se conocieron el libro de relatos breves Siniestro, la plaquette de poemas Las brujas y, más tarde, en 2020, el texto dramático Suite Pabellón psiquiátrico. Las tres publicaciones vieron la luz en Buenos Aires, bajo el sello de la editorial Clara Beter.
La obra de Violeta García está teñida de una coloración nocturna. Siniestro se llamó su último libro de relatos y, en opinión de la autora, Friedrich Schelling fue quien mejor definió ese concepto: “[Siniestro] es aquello que, debiendo permanecer oculto, se ha revelado”. La tradición psicoanalítica también se ocupó de la sensación de extrañeza frente a lo cotidiano (lo ominoso, a veces traducido como “lo siniestro”) y analizó con esa herramienta los cuentos de ETA Hoffmann. Lo grotesco, por otra parte, describe lo híbrido y monstruoso, que en la historia del arte aparece desde las gorgonas griegas. Esa zona del espíritu humano que se complace con las formas alucinadas de la imaginación, que encuentra en los secretos escondrijos del alma algo que dice mucho más sobre el mundo real, es el universo que habita la escritura de Violeta García. Lo mismo sucede con su obra dramática Suite Pabellón psiquiátrico, compuesta por una serie de 11 escenas hilvanadas por la enajenación mental de los personajes y por la unidad espacial: es una propuesta de recorrido por las habitaciones de una casona, y cada espacio es una estación en la que algo perturbador sucede.
El universo ficcional de Violeta García respira la tradición del relato de horror, en su sentido más amplio. Desde la vieja novela gótica El castillo de Otranto –de Horace Walpole, lleno de fantasmagorías y húmedos pasadizos y que dio aliento a El vampiro, de John Polidori, y a Frankenstein, de Mary Shelley– hasta los relatos de García se desgrana una lista imposible. En el mundo anglosajón no se puede ignorar la figura de HP Lovecraft, que se transforma en la referencia dominante de una tradición seguida por Robert Bloch, Stephen King, Peter Straub, Ramsey Campbell. Ajustando la mira, en el territorio mexicano se identifica una sucesión de escritoras que habitan el universo del horror y que tiene a Amparo Dávila como una figura clave. Su libro Tiempo destrozado (1959) es una extraordinaria colección de relatos de horror en que lo inexplicable y monstruoso amenaza el mundo cotidiano. La misma tonalidad llevan Música concreta (1961) y Árboles petrificados (1977). Dávila falleció en 2020 a los 92 años y fue una pieza central en la historia del cuento mexicano. Violeta García es, probablemente, la más joven continuadora de esa tradición, pero con impronta propia.
Lo que parece definir la escritura de García dentro del género es la capacidad para instalar un clima y lograr un impacto a veces inesperado, en no más de tres páginas. Cada uno de sus relatos y sus escenas son shots de horror, por decirlo así. Logra el efecto con un lenguaje muy simple que, por momentos, se acerca mucho a la oralidad, como si asistiéramos a la narración de una anécdota que desde antes sabemos espeluznante. Esa simpleza va acompañada de un buen manejo del tiempo, que omite fragmentos del relato, omite todo lo que no vaya directamente al grano. Esas elipsis temporales a veces se transforman en gigantescas parábolas que nos hacen avanzar la historia diez años de un párrafo al otro. Eso, que también es tan propio de la oralidad, no se acompaña con ningún otro juego temporal: no hay prolepsis, no hay analepsis, no hay ninguna clase de firulete extra. En Siniestro se cuentan 18 relatos hiperbreves, acompañados por la misma cantidad de ilustraciones, a cargo de la artista visual Lorena Torres Martell.
La obra más relevante de García que circula en Montevideo es Suite Pabellón psiquiátrico: una dramaturgia para espacio no convencional. Imaginamos la casona que se propone para la obra, antigua y apartada. Es importante que cuente con una amplia cocina y un buen patio trasero que permita enterrar un cuerpo humano. Cada escena es un monólogo o, a lo sumo, presenta dos personajes. Como en sus relatos, se trata de escenas muy breves que van directamente al conflicto. En este caso la dramaturga debe mucho a la narradora, porque las escenas de Pabellón son una sugerencia para la puesta. Cada parte incluye una acotación inicial que boceta el espacio de representación, una relación entre personajes, alguna acción dominante. Pero no son mucho más que sugerencias: el texto carece de indicación de personajes al estilo tradicional, y por momentos parece que hablan un poco más de lo debido, como si la narradora no dejara el paso totalmente libre a sus criaturas. Más allá de defectos formales en algunos diálogos, la obra es una singularísima dramaturgia de horror que vale la pena tener en el radar.