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Gustavo Ripa.

Foto: Alessandro Maradei

Gustavo Ripa: “Uruguay era referente de la escuela guitarrística, y eso se perdió”

7 minutos de lectura
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El músico celebrará sus 50 años de carrera el sábado a las 21.00 en la sala Zitarrosa.

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Nació en Salto en 1959, y desde niño la guitarra es lo suyo. En 1971, a punto de cumplir 12 años, Gustavo Ripa hizo su primera presentación oficial en el escenario, en un concierto de guitarra clásica en el Instituto Anglo de Montevideo, y nunca más paró. Supo integrar dos proyectos clave de la música popular uruguaya: Canciones para no dormir la siesta y Rumbo.

También tocó en Las Tres, y luego se dedicó a la música publicitaria, donde aprendió a sintetizar una idea en 20 segundos, resolver un estilo musical de mañana y otro muy diferente de tarde. En 2010 publicó Calma, el primer disco de una serie dedicada a versionar canciones clásicas uruguayas en formato instrumental y acústico, como “Vientos del sur”, “Y hoy te vi”, “Tus abrazos”, “El instrumento” y muchas más.

El sábado a las 21.00, en la sala Zitarrosa, Ripa presentará el espectáculo 50 años de música y guitarra, con el que repasará y celebrará su extensa carrera, acompañado por varios músicos invitados: Laura Canoura, Susana Bosch, Victoria Ripa, Edú Lombardo, Popo Romano y Camilo Astiazarán. Entre ensayos y ensayos, mientras deja descansar un poco su guitarra de ocho cuerdas, Ripa conversó con la diaria.

¿Qué recordás de aquel primer concierto que diste en el Anglo, cuando tenías casi 12 años?

Nada. Como que tengo una sensación, nada más. El único chispazo de memoria es el de saber que estaba toda mi familia, primos, tíos, y que lo sentí natural. Yo vivía en Salto, y ya antes de esa situación había hecho algunas cosas. O sea que el hecho de sentarme con la guitarra, aunque me ponía muy nervioso, no era tan extraño, no era como si fuera la primera vez.

¿Qué te llevó a la guitarra clásica?

En aquella época no ibas a estudiar música popular sino guitarra clásica, con el típico solfeo. Nada más que yo, por mis inquietudes, hacía música popular paralelamente, pero no era que la profe me enseñara música popular. Alguna cosa sí, pero muy poca. Entonces, seguí estudiando, avanzando año a año; no era gran estudioso, estudiaba más cuando se acercaba la época de exámenes. Y tempranamente me empecé a dar cuenta de que era de las cosas que más me gustaba hacer. En un momento fue como una contradicción interna: por un lado, querer dedicarme a la música, y por otro, estaban todos los mandatos de la sociedad: “¿Cómo no vas a estudiar Ciencias Económicas, Arquitectura o Ingeniería?”. Por suerte, mis padres siempre me apoyaron.

En aquella época, imagino que más que ahora, era “la guitarrita”.

Sí, y hasta el día de hoy hay un pensamiento colectivo flotante de que el músico no es tan profesional: es una diversión, un pasatiempo y nada más, algo de fin de semana. Pero yo estudiaba ocho horas. Un día [Eduardo] Larbanois me comentó lo que decía Abel Carlevaro: que había que practicar una hora y pensar siete en la música. Cuando estás metido en la música, te das cuenta de que estás trabajando, aunque sea mentalmente, en forma permanente, porque todo lo llevás para ahí. De hecho, ahora estoy en la previa de un concierto, trato de administrar mis días y mis cosas, pero lo que ocupa más mi mente es la música y los detalles del concierto.

Arrancaste muy joven a tocar en grupos.

Vine a Montevideo con 17 años, específicamente a perfeccionarme en la guitarra clásica. Estudié con Olga Pierri, y di conciertos acá, en 1977. En 1978 tuve la fortuna de entrar a Canciones para no dormir la siesta, tocando un instrumento que no conocía y que nunca había tocado en mi vida: el bajo. Por alguna razón, [Walter] Venencio pensó que yo lo podía hacer bien. Ahí arrancó otra historia, al empezar con Rumbo en 1979, llevando las dos cosas en forma paralela.

Dos proyectos que tenían su veta de resistencia a la dictadura.

Sí, pero era como ir fluyendo, haciéndolo. Nos divertíamos muchísimo, que no es contrapuesto a tener conciencia de la realidad que se vivía en ese momento. Yo era plenamente consciente de lo que sucedía, pero aun así todo lo que hacíamos me divertía mucho, y además trabajaba.

¿Qué recordás de aquellos dos grupos?

Rumbo tenía esa impronta de trabajar para mayores. Se supone que era un producto para grandes, entonces, si veías fotos –hay muy poco registro de video–, era eso que se ve: muy serio y formal, pero Canciones era un desparpajo. El objetivo eran los niños, jugar, divertirse, etcétera, por más que hubiera un contenido ahí atrás y que nosotros hiciéramos las cosas con el máximo profesionalismo posible; sin minimizar al niño, no pensar que es un bobito que todavía no creció, partiendo del respeto total por la infancia. Entonces, a veces los ensayos con Canciones eran diez veces más duros que los de Rumbo, para buscar el arreglo, la forma de hacerlo y de decirlo. Además, incluía muchas otras cosas, como los movimientos y el contacto con la gente. Hubo una respuesta muy grande. Hacíamos las temporadas en el teatro, con dos funciones los sábados de tarde y los domingos, siempre lleno, durante largos períodos de tiempo. No era como ahora, que es solamente en vacaciones de julio: nosotros estábamos todo el año. Incluso, en determinado momento, cuando se empezó a visualizar a Canciones como posible espectáculo para mayores, llegamos a tener una función trasnoche en el teatro Circular, a las 0.30. Era para adultos pero no cambiábamos ni un solo texto de lo que era para niños.

¿Hay alguien que no se haya dado cuenta de que la letra de “Al botón de la botonera” era una referencia a la dictadura?

No sé si no se dieron cuenta o se les escapó. En ese momento había represión y no te dejaban tocar determinadas canciones. No te dejaban hoy, mañana sí y pasado no; la censura funcionaba muy así. “Al botón de la botonera” nunca fue prohibida. Se les traspapeló, como “A redoblar”, de Rumbo, que jamás fue prohibida.

Capaz que “Al botón...” no la prohibieron porque los censores le prestaban más atención a lo lineal y directo. Pero lo de “A redoblar” fue raro.

Fue rarísimo, yo todavía no me lo explico. Muchachos, se durmieron. “A redoblar” nunca fue censurada, y “Sal de ahí, chivita, chivita”, sí. Qué loco, ¿no?

¿Cómo nació la idea de Calma, la serie de discos de versiones acústicas instrumentales de canciones clásicas uruguayas?

Después de trabajar muchos años en la música publicitaria, estuve muy enganchado con aspectos terapéuticos de la música y el sonido, desarrollé la técnica de los cuencos tibetanos y trabajé durante unos tres años en Brasil, viajando permanentemente a San Pablo, Río y Brasilia, y haciendo cosas también acá. Fue en uno de esos viajes de regreso que me dije: “Voy a agarrar la guitarra otra vez”, porque la tenía un poquito abandonada. Se me ocurrió hacer eso porque fue lo que me fue saliendo. Es una síntesis de toda la época de la música popular y de la música clásica. De hecho, en aquel momento me extrañaba mucho que no hubiera más guitarristas que hicieran eso, porque en países vecinos no es raro. En Brasil no es para nada raro que alguien toque a Jobim, Vinícius o Chico Buarque en forma instrumental con la guitarra. Y en Argentina sucede lo mismo: no te llama la atención alguien tocando una chacarera, una zamba o un tango instrumental en guitarra. Nosotros acá estamos muy en pañales, y me encantaría que hubiera muchos guitarristas que hicieran eso, porque desarrollás un estilo, una forma, y a la guitarra del país. Uruguay, en la época de Carlevaro y Olga Pierri, desde el punto de vista clásico, con figuras como Álvaro Pierri o Eduardo Fernández, era referente en cuanto a la escuela guitarrística, y eso se perdió.

Imagino que la tecnología tuvo algo que ver. Porque hace 50 años el que quería hacer música tenía que agarrar la guitarra o el piano y no había mucho más que eso. Hoy ponés una base de hip hop en la computadora y listo.

Estás tocando un tema difícil... Estoy un poco como Pappo, que decía que tocar botones no es hacer música. Creo que tocar botones y hacer música es una posibilidad, pero tenés que ir a estudiar, porque si no, esto se transforma en nada. No voy a generalizar, pero la mayor parte de lo que escucho por ahí no me interesa en absoluto, me resbala, no me toca la emoción. Me interesan las experiencias que van combinando cosas: una electrónica, un loop, tocar arriba; de hecho, yo lo he hecho y también sé hacer parte de eso, pero son dos cosas distintas: si estás para la fiesta y para agitar, es una cosa, está bien; ahora, de ahí a “estoy haciendo música”, no sé, tendríamos que conversar un rato... Sobre todo cuando todo se transforma en eso: simplemente en alguien que está en su casa, que no interactúa con otro, y que lo único que hace es agarrar música de otros y combinarla de determinada manera, apretando botones. Por otro lado, hay un gran tema de identidad. Si yo repito exactamente lo que un género me está proponiendo porque me lo proponen los medios, estoy replicando, sin más, la identidad de otro grupo social. Un día hice un recorrido por Youtube y todos los hiphoperos del mundo en general suenan idénticos, son casi los mismos loops; lo único que cambia es el idioma con el que se canta arriba. Eso me hace ruido. Porque creo que la identidad hay que mantenerla de alguna manera, y no digo que tengas que tocar milonga, sino que tiene que haber algo que suene propio y que tenga que ver con el lugar donde vivís.

Das clases de guitarra: ¿pensás que a la hora de tocar el instrumento tiene que haber algo innato o simplemente es cuestión de practicar?

Creo que todos podemos hacerlo y lo comprobé con la cantidad de alumnos que he tenido. En determinado nivel de la cosa, todos podemos hacerlo, como todos podemos bailar. Ahora, ir a bailar al [teatro] Solís o hacer un concierto en tal lado tal vez no es para todos, pero todos podemos acceder a la música y disfrutar de ella. Hay una tribu africana que dice que si podés hablar, podés cantar; y si podés caminar, podés bailar. Entonces, en realidad son todos los condicionamientos permanentes que tenemos desde chiquitos: “Eso no es para vos”, o “no sos lo suficientemente bueno”, o “si no descollás, no lo podés hacer”. Tengo muchísimos alumnos que son plus 40 y la típica que me dicen es: “Siempre quise, nunca pude, pero yo no sé si podré, porque no tengo oído”. Bueno, si estamos hablando y me estás escuchando, tenés oído. O sea que todo es entrenamiento y ponerse a hacerlo.

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