Se encontraron en el museo el anciano artista y la joven luthier, cinco cajones hechos a medida y una obra para recomponer. Hoy La orquesta brilla en la sala del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV) mientras los personajes de los cuadros esperan que los deconstruidos instrumentos se armen y comience la música para salir a bailar.
Quizás arranque con un chárleston para las mujeres del lienzo Retratos desde el jardín, de Petrona Viera, que luego de ocho años de restauración también están ahí, brillantes como las plumas de un pavo real, prontas para salir a escena. La obra de la pintora sorda dialoga con La orquesta, una pieza tan musical como abstracta que Wifredo Díaz Valdez había donado al MNAV hace casi una década y vivió un periplo digno de contar.
“El mundo está repleto de orquestas. Las estructuras económicas son orquestas, en definitiva. Las estructuras políticas también lo son. Todos hemos oído los conciertos que nos han dado. Y también los desconciertos”, había dicho Díaz Valdez al periodista Miguel Carbajal, de El País, en 1997.
Gente de los árboles
Denise Gamboa tiene 27 años, es oriunda de La Paloma, es luthier y restauradora. Wifredo Díaz Valdez es un artista consagrado, nació en Treinta y Tres y tiene 90 años. La orquesta, la obra sobre la que trabajaron juntos, está compuesta por dos violines, una viola, un chelo y un contrabajo deconstruidos.
Armaron y desarmaron. El anciano buscando alargar el tiempo de vida de los objetos y la joven, durante cinco meses, buscando recomponer aquello que el tiempo (y una mala praxis) deterioró.
Ella es de tez muy blanca, ojos claros, tiene dedos finos y largos. Se formó en la Escuela de Artes y Artesanías Pedro Figari en talla en madera y violería y en el Sodre (en el taller de cuerda frotada apoyado por el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional, el Ministerio de Educación y Cultura y el sistema de Iberorquesta latinoamericano). Forma parte de una red de luthería de mujeres y disidencias latinoamericana que se llama Lutheristica.
“Desde el día cero me di cuenta de que nuestra visión como artistas es muy similar: para nosotros la materia es la madera del árbol. Nos une la sensibilidad y la gratitud hacia estos seres que no hablan pero dicen mucho. Pudimos compartir esa visión, esa sugerencia que tiene la naturaleza, las formas orgánicas del árbol”, cuenta Gamboa, sentada en la placita infantil del Parque Rodó.
“Los dos sabemos que el árbol está ahí y es suficiente. Aun antes de que un artista pueda ver con ojos direccionados en su inspiración, es una maravilla que nos da la vida”, agrega. Trabajaron desde esa actitud reverencial hacia la madera, honrándola.
El escultor, de oficio carpintero, creó el conjunto escultórico en 1996 y lo donó al MNAV en 2014. Luego la obra estuvo expuesta en el Auditorio del Sodre y sufrió un gran deterioro. En 2018 Díaz Valdez le pidió a Enrique Aguerre, director del MNAV, que la recuperara y la restaurara. Durante 2020, en plena pandemia, la obra volvió al museo.
“La primera vez que vi la obra fue con Wifredo. Abrimos los cajones, era un sinsentido de materia en mal estado”, cuenta Gamboa, y recuerda que la voz de Wifredo se quebraba de dolor. Para recuperar la obra tenía sólo tres fotografías de las cinco esculturas. El autor le dio carta libre y ella tuvo que reconstruir la obra, pero había mil posibilidades.
Para la tarea usó trozos de instrumentos y su ajuar de luthier, como un arco de violín. Fue descubriendo y decidiendo desde las piezas más pequeñas, comprendiendo cómo hacía el artista “para que las figuras tomaran una espacialidad amplia, partiendo de la unidad de un instrumento que parecía sólido, para destrabar, abrir y encontrar los espacios internos, los pliegues, y empezar a jugar con los pesos”, cuenta Gamboa.
Tuvo que trabajar con imanes para alcanzar los recovecos más pequeños: “Comencé con los instrumentos más chicos porque era más visible su forma, sus pliegues, y fui encontrando ese capricho. A medida que iba avanzando la obra, avanzaba la dificultad; con la última pieza estuve un par de horas agarrándome la cabeza e intentando comprender dónde iba cada cosa. Había tres o cuatro piezas compuestas que trancaban pliegues que se abrían y cerraban; parecían iguales, pero cada una tenía un lugar específico en la obra y si yo no la ponía donde iba, forzaba el resultado final”.
Fue, qué duda cabe, una restauración especial, porque el artista está vivo. Gamboa piensa que Díaz Valdez fue “un maestro que con dulzura mostró su pasión desde un lugar muy lúdico”.
Díaz Valdez tiene su taller en Palermo, en Montevideo. Trabaja con maderas de vías de tren o ruedas de carreta; parte de lo cotidiano para llegar al abstracto en busca del ensamblaje, del encastre lúdico que genera infinidad de respuestas a una simple pregunta: ¿por qué tiene que ser así?
Representó al país en la Bienal de Venecia 2013, entre los premios que recibió están el Figari (1999) y el Morosoli de Plata (1992) e integra colecciones como la del BID en Washington, el Museo Paraguayo de Arte Contemporáneo, la Fundación San Telmo de Buenos Aires y el MNAV.
Enrique Aguerre explica que la legitimación de un artista “tiene varias patas: la parte académica, la parte de la crítica, la del mercado y de los colegas, y arriba de esas patas está la comunidad que define qué es cultura y cuáles son los puntos más altos”. Wifredo Díaz Valdez es un artista legitimado en todos esos planes, pero además la obra lo demuestra: su magnificencia en el centro de la sala de 2.500 metros cuadrados es evidente.
Desde hace dos años, Aguerre está trabajando en darle más visibilidad a la escultura en un museo que cuenta con acervo centenario. Hay esculturas de José Belloni, Zorrilla de San Martín, Bernabé Michelena, Hugo Nantes, y piezas que quizás no son esculturas en el sentido clásico, sino esculturas blandas, como las de Lacy Duarte.
“La orquesta resuelve un vacío muy grande en la escultura de los años 80 y 90. Es interesante con lo que dialoga: al llegar por lo general pasás por el pasillo de [Joaquín] Torres García y si ves a los costados tenés a [Jorge] Abbondanza y [Enrique] Silveira con sus cerámicas crudas, y del otro lado están las esculturas más clásicas, como Belloni, [Juan Manuel] Ferrari, una línea que, aunque se rompe, actualiza, pone en cuestión; hay una tradición escultórica que es difícil de mostrar de otra manera. Uruguay tiene una gran tradición escultórica, pero no es tan obvia para mucha gente y me interesa que sea más explícita”, dice el director del MNAV.
Hay un coro en silencio, parece inerte: son cerámicas en círculo que paulatinamente van abriendo sus bocas, prontas a cantar. Están al lado de La orquesta. Estoy segura de que ese coro de Abbondanza y Silveira está pronto para empezar a cantar. Y será con su primer aliento que las piezas de los instrumentos de cuerdas tan pacientemente construidos por Denise, tan pacientemente deconstruidos por Wifredo, comenzarán a sonar.
La orquesta, de Wifredo Díaz Valdez. De martes a domingos de 13.00 a 20.00 en el Museo Nacional de Artes Visuales (Tomás Giribaldi 2283 esquina Julio Herrera y Reissig, Parque Rodó). Entrada libre.