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Diego Jemio en Epistolar.

Foto: Nicolás Borojovich

Resucitar las cartas: Epistolar, el podcast argentino que pone voz a cartas escritas hace tiempo, llega a Uruguay como espectáculo con cuatro funciones.

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Hay cartas de amor, cartas que son confesiones, cartas de despecho. Hay muchas cartas sobre el dolor. Hay cartas que podrían costarnos la vida, hay cartas escritas para ser leídas ante miles de personas, hay cartas que celebran victorias y otras que fueron falsificadas. Hay cartas filosóficas y cartas políticas que son gritos. Hay cartas guardadas en cajas fuertes. Otras ardieron. Mediante cartas se terminaron guerras, se contaron muertes, se contaron vidas. Hay cartas que valen millones de dólares.

Hay cartas de despedida.

Desde hace cinco años el periodista tucumano Diego Jemio busca cartas. Junto a Tomás Sprei, encargado del sonido, creó el podcast Epistolar. Antología de lo íntimo, que ofrece una selección de textos escritos por distintas personalidades, interpretados por actores y actrices.

Sus creadores buscan que los textos elegidos sean una unidad de sentido en sí mismos para que puedan ser comprendidos y disfrutados por cualquiera que los escuche. Las cartas están acompañadas por una minuciosa y concreta introducción relatada por Jemio.

La selección es de lo más variada: una carta escrita por una chica a un soldado de Malvinas que no recibía correspondencia, una de Diego Maradona a Julio Grondona después de un gol de Lionel Messi en 2014, una carta de Johnny Cash a June Carter para su cumpleaños 65, una carta del golero Gianluigi Buffon a su yo de 17 años, una de Truman Capote a Perry Smith, uno de los asesinos de A sangre fría, la carta que escribió Janis Joplin el día que cumplió 27 años, una de la escultora Lola Mora a la aristocracia porteña, una de Albert Einstein a una niña que le preguntó si los científicos rezan, una de Nick Cave, otra de una antropóloga forense a un desaparecido colombiano, una de Groucho Marx a la Warner Brothers, una de Juan Domingo Perón preso en Martín García, una de Delmira Agustini a Manuel Ugarte, un hombre al que amó, una de Victoria Ocampo a María Elena Walsh, una de Hebe Uhart a su madre muerta, entre muchísimas.

A Jemio le dio curiosidad ver qué sucedía al juntar varios universos con los que le interesaba trabajar (el teatro, la literatura, el género epistolar y el mundo del lenguaje radial) y observar de qué forma estas cartas tomaban un nuevo vuelo.

Epistolar terminó su cuarta temporada a finales de 2022 con 145 episodios y lanzará la quinta en marzo.

“En las primeras temporadas grabamos cartas de autores muy conocidos de la literatura epistolar, ahora buscamos esas rarezas que el gran público no conoce”, cuenta el periodista argentino.

Durante el proceso de búsqueda, Jemio se encontró, por ejemplo, con que existían muchas más cartas de hombres que de mujeres. “La voz de las mujeres fue silenciada durante mucho tiempo, a raíz de eso empezamos a ver cómo también la carta era tener la voz, había cartas de hombres a mujeres, pero no aparecían sus respuestas”, cuenta. “Me da la impresión de que tenemos entre manos un juguete que brinda muchas posibilidades, no tiene un menú fijo”, dice.

Es así que Epistolar tuvo ramificaciones, y una de ellas es el espectáculo que se presenta esta semana en Montevideo, una lectura de cartas con música en vivo, que ya se realizó en Buenos Aires, Mar del Plata y Santa Fe.

“La idea era pasar del podcast a lo escénico, en donde la palabra continúe siendo la protagonista. Me interesó hacerlo por el intercambio que hay con la gente y la presencia viva, porque revive la carta de puño y letra y cobra un valor en una convivencia con lo teatral”, cuenta Jemio.

Después de elegir las cartas con las que van a trabajar, comienza la segunda parte: la interpretación por parte de quienes leen. “Es un trabajo que tiene dos caras. A veces encuentro una carta y pienso qué actor o actriz la podría leer, por alguna característica personal, por su voz, por algún personaje que le vi [interpretar] en teatro. A veces pasa al revés, veo en escena a alguien y se me ocurre una carta para que lea esa persona”, cuenta Jemio.

La puerta de entrada de Jemio al mundo epistolar fue la literatura. “El amor por las cartas es primero el amor por la palabra escrita. Soy un lector constante, diría que voraz y disperso. Y esa dispersión forma parte de Epistolar”.

Dentro del universo literario, siempre le interesaron los diarios íntimos y las cartas, porque cree que son el “sustituto más vívido de una persona, se puede rastrear la personalidad de escritores y creadores a partir de ellos, además de también compartir la belleza [...] Si veo un párrafo bien escrito me surge compartirlo, me pongo efusivo, me gusta cuando al otro le gusta lo mismo que a mí, y creo que en ese ánimo de compartir también se puede encontrar la raíz de este proyecto”.

Considera que la vida de un artista y su obra muchas veces están tan emparentadas que la división se hace casi imperceptible. “Uno puede, por ejemplo, en el caso de [Julio] Cortázar, rastrear buena parte, no sólo de su literatura, sino de su vida a través de las cartas. Uno puede saber cómo era [Franz] Kafka y cómo era su agobio para con la vida si rastrea sus Cartas a Felice, su amor, o intuir la depresión de Cesare Pavese en las cartas que escribe”, agrega.

La correspondencia se ha tomado como punto de partida para reconstruir la vida de muchas personas. ¿Qué aporta, además de datos perdidos, la literatura epistolar?

Ofrece la potencia verbal de quien escribe; muchas cartas se parecen a sus autores. También sirve para conocer la personalidad de un modo pleno, sus formas del pensamiento y el proceso mental de la escritura. Era otra manera de pensar y de comunicarse que perdimos por mensajes más fragmentados. Nadie va a negar la maravilla de que estemos hablando ahora vos en Uruguay y yo acá [Argentina], pero sí me parece que hay una cuestión del carteo como una forma activa, reactiva y creativa que está puesta en estas cartas. Hay obras que se hicieron a través de las cartas, las cartas de Séneca a Lucilio son tratados filosóficos, te enseñan a vivir. La carta de [Federico] Fellini encargando el afiche de la película Amarcord (1973) muestra lo obsesivo y detallista que era en sus trabajos. Es muy rico el abanico que puede aflorar de un párrafo, las palabras elegidas, la forma de redacción. No olvidemos que estos textos no fueron escritos para ser dichos en voz alta; hay una traducción, una decodificación a la hora de que los actores se apropien de ese texto y lo interpreten.

Cabe hacer una diferencia entre las cartas públicas y las privadas, que entra en relación con la intención del autor, pero también con lo que el destinatario hace con ella. ¿Qué pasa cuando algo que fue escrito para leerse en el ámbito privado pasa a lo público? Cuando se escribe una carta, un mail o un Whatsapp, siempre existe la posibilidad de que eso sea leído por otras personas. ¿Hasta dónde hay conciencia de esto?

No es un tema que a nosotros nos preocupe tanto, porque, por ahora, no vamos a rastrear el epistolario de gente que no quiera mostrar sus cartas. Son todas cartas que fueron publicadas en algún libro. Igualmente, me parece que hay un rito de intimidad que perdimos cuando dejamos el carteo. Epistolar intenta recuperar eso, aun cuando el autor no haya querido que esa carta llegara a manos de todos. Me parece que así como ahora uno sabe que si envía un Whatsapp probablemente ese mensaje ya no le pertenezca, al leer algunos tratados epistolares y cosas con las que me voy topando me parece que había una noción de eso, de que era algo íntimo, pero que también puede ser de otro y tener muchos destinos, y al que le pasa el tiempo, es un bien preciado. Un correo electrónico nunca va a dejar de ser un byte, en cambio una carta no.

Vos hablás de una antología de lo íntimo. Leer, o en este caso escuchar, cartas del universo personal de otros es una especie de voyeurismo. ¿Por qué considerás que esto genera atracción?

Me parece que porque nos sentimos, en algún punto, identificados con esas historias, aun cuando hayan sucedido hace muchísimos años. Creo que hay un punto de identificación, además del voyeurismo, que lo tenemos todos, de pensar mientras escuchamos: ¿cómo le va a decir esto?; ¿cómo lo va a dejar de esta forma?; ¿cómo va a escribir de esta manera? Además de husmear en la vida de otro, que sigue produciendo placer, pienso que escribir cartas fue, durante mucho tiempo, el equivalente de la confesión o de analizarse.

El tiempo de espera formaba parte del código del carteo. ¿Qué sucede ahora con esa espera?

El carteo es una conversación entre dos ausentes, aun cuando esas ausencias puedan ser breves. Antes había un pacto postal, que era: carta enviada, carta recibida, respuesta. Sucedía algo si ese pacto se rompía, estaba hecho de largas esperas, muy ansiosas en algunos casos, por ejemplo en el epistolario de Kafka, que le decía a Felicia: “Escribime sólo los sábados porque no soporto más tus cartas”.

¿Cómo considerás que fue cambiando la información que comunicamos por escrito, de los telegramas a los mensajes por Instagram?

Me parece que ahora es más fragmentada, que es más pobre, por un lado, más impaciente, y que, ya desde el teléfono, se eliminó la influencia literaria de esa información. Con esto no estoy haciendo una elegía de la carta ni diciendo que la gente tenga que volver a eso, pero perdimos cosas –lo táctil del sobre, la fuerza de la tinta sobre el papel, la emoción de recibir una carta– y creo que la escritura se fue empobreciendo. Hay una canción de Charly García que dice: “No me mostrés tus celulares con su gramática fatal”, y me parece que hay un poco de eso. Es algo que se viene discutiendo desde hace un montón; vos nombraste los telegramas, cuando se empezó a mandar telegramas la gente decía que las cartas habían muerto y qué terrible esos mensajes tan cortos, y después llegó el teléfono. Estoy convencido de que gran parte de la mejor prosa, o de la prosa que ilumina sobre la vida y los temperamentos de las personas, no está demasiado presente en las conversaciones telefónicas, sino que está depositada en las cartas.

Hay una cultura epistolar que está entre la escritura, la imprenta, la cultura oral, la literatura; forma parte de todo eso, y esa cultura es la que nosotros fuimos perdiendo. Lo que queremos con este podcast es traer al presente algo que es un arcaísmo y ponerlo en un formato nuevo, a través de la voz de los actores; me parece que este es el pequeño aporte que hace Epistolar, porque las voces son muy personales, no hay dos personas con la misma voz. Nos gusta pensar que estas cartas cobran un nuevo vuelo y son redescubiertas, y son mejores y más bellas a través de la lectura. Nos gustaría pensar eso, o al menos es nuestro norte.

¿Epistolar funciona también como un homenaje al género?

Una de las cosas que me gustan de este proyecto es que empezó a tomar caminos que nunca había pensado. No nos habíamos enfocado en hacer un homenaje, pero lo terminó siendo porque hay cartas que quizás estaban destinadas al silencio y les terminamos dando un espacio.

Otra cosa que me pone muy feliz es que hay un efecto contagio que es hermoso, los actores siempre nos dicen que sí, la gente nos manda mensajes, nos sugieren cartas, se ofrecen a leer, y eso es precioso.

¿Por qué hay cosas que elegimos decir por escrito y no de forma oral?

Muchas veces le escribimos a otro para decirnos cosas a nosotros mismos. Es lo que te decía del equivalente a la confesión. En el psicoanálisis, cuando vos te acostás en un diván y te analizás, muchas veces estás escribiendo ahí tu propia historia. Y me parece que ese es uno de los beneficios del papel. Están en juego un montón de cosas psicológicas de lo que uno le dice al otro, pero también de alguna forma se lo dice a sí mismo, también como una forma de exorcizar el dolor.

Epistolar. 15/2 y 16/2 en El Hormiguero (entradas agotadas). 17/2 en La Cretina. 18/2 Hostería Bella Vista.

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