“Es un libro con un disco de regalo”, bromea Walter Bordoni acerca del material que acaba de publicar. Se trata de un álbum con diez canciones, en su mayoría, regrabaciones de temas que siempre lo entusiasmaron pero que por diversos motivos habían quedado “perdidos” en su discografía.
Ahora, con la producción de Santiago Peralta y tocadas por la banda que suele acompañarlo, las composiciones adquieren otro vuelo. Para muestra, la canción “Falso”, de las más antiguas del nuevo disco, originalmente era a sólo piano y voz, una especie de balada bluserotanguera, y ahora se transformó por completo, con un enfoque de rock clásico.
El disco está disponible en plataformas, y en formato físico viene acompañado de un libro –es una edición conjunta entre Yaugurú y Bizarro– con 50 textos de canciones más dos inéditos, que nunca fueron musicalizados. Bordoni dice que, salvo cuatro o cinco, “que tenían que estar o estar”, para poner en negro sobre blanco seleccionó las letras que “se sostienen más en formato poemario”.
“Venía fantaseando con publicar un libro con letras de canciones desde hace mucho tiempo”, agrega el músico, y sostiene que el formato físico del libro “ha sobrevivido mucho mejor que el del disco”, por eso aprovechó y publicó las dos cosas en una. Bordoni tenía planeado presentar este nuevo material el jueves en la sala Zitarrosa, hasta que un paro de empleados municipales obligó a posponer el evento.
¿Por qué decidiste regrabar varias de tus canciones?
En principio, mi idea era regrabar un par, hacer una especie de simple –no físico, obviamente–, pero después se fueron sumando canciones que mayoritariamente quedaron como perdidas u ocultas detrás de otras. El caso más claro es “Apolo 11”, que salió en Aguafuertes montevideanas [1997], el disco que más resonancia tuvo en su momento, que tenía dos o tres canciones que les pasaron por arriba a todas las otras; a su vez, dentro de ese disco tenía una sonoridad distinta, y es una canción de las que siempre pensé regrabar en algún momento. Pasó lo mismo con un par de canciones de Flor nueva de película viejas [1994], “La noche de nadie” y “Despacho urgente”, que son de las que más me gustan de ese disco, pero no quedé muy confirme con mi propia performance. A su vez, a nivel sonido, en aquel momento estábamos constreñidos a los 16 canales de la vieja máquina de cinta de La Batuta, y hoy tenemos otras posibilidades. Entonces, quería plasmar mejor la idea musical que tenía en la cabeza.
Incluiste canciones de hace 20 años o mucho más, pero por las letras podrían ser de hoy, aunque a algunas les cambiaste un par de versos. Por ejemplo, a “País virtual”, de 2002.
Hay dos letras en las que tuve que cambiar algunos pedacitos. En “Despacho urgente” hablaba de una videocasetera robada, y hoy no sería ni siquiera un DVD, entonces, metí el iPad, y en “País virtual” cambié “un yupi duro de merca es el nuevo rey del rock and roll” por “un trapero empastillado”. Y tuve la necesidad de meter a Bolsonaro y a Putin, en vez de Gorbachov y Pinochet.
Eso te da la pauta de que cambian las figuritas pero la esencia es la misma.
Sí, para bien o para mal... Si decidí regrabar estas canciones es porque pienso que eran buenas, que me representaban y que lo siguen haciendo.
Repasando tu discografía me di cuenta de que en al menos tres de tus temas nombrás canciones de los Beatles: “Let it Be”, “Yesterday” y “Norwegian Wood”. ¿Tenés una obsesión con el cuarteto de Liverpool?
Sí, son la banda sonora de mi vida.
¿Fue por ellos que te metiste en la música?
Fueron muy influyentes, sin duda, pero no sé si fueron el mayor disparador para que me dedicara a la música. Para empezar, yo estudiaba música desde antes, siempre fue algo que estuvo en mí. Los Beatles fueron la apertura de cabeza, su gran virtud es que no fue una banda de circuito cerrado; creo que el Corto [Horacio] Buscaglia decía que los Beatles “inventaron la juventud”, cosa que no es tan así, por supuesto, pero fueron –junto con Dylan– quienes llevaron la poesía o cierta vocación literaria a las canciones pop. Además, se metieron con la música erudita, el folclore de las islas británicas y la música de India, entonces, en ese sentido, sí fueron un disparador para mí. Pero el hecho de dedicarme a hacer música y a soñar con componer canciones en castellano vino primero por algunas cosas del rock argentino. Para mi generación el rock argentino fue muy importante, porque eran épocas de dictadura y acá se había arrasado todo, entonces, el espejo que teníamos era un poco ese.
¿Almendra?
Sí, incluso Sui Generis, que de repente para mí hoy no tiene significado, no es algo que escuche o capaz que lo hago y digo “fa, qué paloma que era esto”, pero en ese momento fue importante. Por supuesto, Almendra, León Gieco, Pedro y Pablo, y después Miguel Cantilo como solista. Y más o menos en el mismo período descubrí a gente de acá que hacía cosas que tenían que ver con el rock y el blues pero que cantaban en uruguayo, no sólo en castellano, y que metían cositas de la milonga y el candombe. La marca de Dino y el Darno fue... Cuando salió Sansueña [en 1978, disco de Eduardo Darnauchans] yo tenía 16 años, y fue una luz al final del camino, porque si bien el canto popular desde el punto de vista sociopolítico también fue muy importante para nosotros, que apareciera un tipo que reivindicaba a los Beatles y a Dylan, que tocaba con guitaras eléctricas y que citaba a determinados poetas fue muy importante, lo mismo que Dino, tocando sus milongas con viola eléctrica.
Para algunos ortodoxos del canto popular la guitarra eléctrica era “imperialista”.
Claro. Mirá que yo seguía mucho a Los Que Iban Cantando y me gustaban mucho, pero esa cosa tan ortodoxa de decir “hay que hacer música latinoamericana con estos instrumentos y no sé cuánto”... A su vez, yo era muy fan de Opa, que creo que no me influyó en nada, pero era enfermo. Y cuando los Fatto vinieron de Estados Unidos hubo una polémica muy grande porque tocaban sintetizadores, venían de allá y del mundo del jazz, eran poco menos que el diablo. Sin embargo, la primera vez que se hizo un concierto en donde hubo una cuerda de tambores fue en el de Opa en el cine Plaza [en 1981], porque en el canto popular se hacía candombe con bongó o –como mucho– con tumbadoras. Esa fue la primera vez, y los tambores terminaron tocando en la plaza Libertad. Después me enteré de que terminaron todos en cana.
En la entrevista que hicimos por tu disco anterior, Bajo la misma ciudad (2020), te comenté que varias de sus letras eran bastante pesimistas. Por ejemplo, en la canción homónima decías: “No quedan amigos fuera de la red, / la utopía es tan sólo un descascarado / grafiti en la pared”. ¿Seguís pensando así?
Y... soy realista: el mundo que veo no está muy bueno, esa es la verdad, y no hay nada que me haga estar demasiado esperanzado, pero tampoco soy un nihilista ni digo “este mundo ya no tiene sentido para mí”. Una cosa en la que he insistido muchas veces: no hay un solo mundo, hay muchos; no hay una sola gente... “La gente tal cosa”, no, hay gente para todo.
Quien te lea puede inferir que tenés nostalgia porque “todo tiempo pasado fue mejor”, pero en “País virtual” cantás “y yo añoro aquellos días de antigua melancolía en que todo era peor”.
Ahí está la contradicción... Hace poco me preguntaron si añoraba la época en la que era joven, pero lo que añoro es que era joven, porque de esa época es lo poco que puedo añorar. Ser joven con todo lo que implica: descubrir el mundo, la rebeldía, música, libros, películas; porque, después, ¿qué voy a añorar?, si me comí toda la adolescencia en dictadura... Había libros prohibidos, no podía salir y no podía tener el pelo largo. Ahora tengo menos pelo pero lo puedo tener largo; y cuando tenía más, y era todo negro, no podía tocar el cuello de la camisa. ¿Qué voy a añorar de eso?
El año pasado cumpliste 60; ¿te pegó de alguna forma especial?
No, me pegó positivamente desde el punto de vista material, porque me pude jubilar, aunque ya no trabajaba desde los 49. O sea, me había “jubilado” en 2011, pero no tenía un ingreso fijo, que es el que tengo desde el año pasado.
¿Por qué te jubilaste tan temprano?
Porque me ofrecieron un dinero a cambio de dejar de ir, y estuvo buenísimo... Como empecé a trabajar a los 15 años, tenía la cantidad de años aportados, lo único que me faltaba era la edad. Tenía que buscarle la vuelta para mantenerme, 11 años parecían un mundo de tiempo, pero se fueron volando.
Qué tema el de los escritores, músicos, artistas en general en este país, y sus otros trabajos, “comunes”. Tabaré Rivero, por ejemplo, fue municipal, vos trabajaste en un banco. ¿Pensás que tu carrera hubiese sido diferente si te dedicabas sólo a la música?
Sin duda que hubiera sido diferente, en muchos aspectos, pero para bien y para mal. Creo que trabajar para un patrón, tener compañeros de trabajo, un sindicato, etcétera, te hace ver la vida de una manera. A veces siento que lo que producen algunos colegas, sobre todo gente joven que sólo se dedica a esto –porque tienen una familia que los banca, bien por ellos–, no mira mucho más allá de la nariz: “Estoy triste, estoy contento, ¿me querés, no me querés?”, y “qué horrible que no puedo vivir de mi música”. Y sí, vaya novedad... Capaz que está bueno mirar un poquito para el costado, y creo que eso te lo da otro trabajo, con todo lo otro malo que tiene: la rutina y tener ir a tal hora, te guste o no.
No se me ocurre nada más rutinario que trabajar en un banco. ¿No?
Sí, pero también tenía una parte buena: era un laburo bien pago, sobre todo cuando vino la democracia, porque en dictadura ganábamos poco, realmente. Era un banco privado. Y es un laburo de un horario bastante corto, seis horas y media, que no te quema la cabeza. La parte buena del trabajo rutinario: si te dijera la cantidad de ideas que se me ocurrieron estando ante una computadora, metiendo datos en forma totalmente automática. Además, tenía la mañana y la noche para mí, y eso también me permitió hacer una cantidad de cosas.
Lo que comentaste de tener un patrón me hizo acordar a un verso de tu canción “Lo que se espera”, cuya letra es la última que figura en libro: “Podría intentar hacerme amigo del patrón”. Viene de tu experiencia laboral.
Sí, y esa letra también la cambié, porque la original decía “podría carnerear, escalar, hacer carrera” [la nueva versión dice: “Podría hacer lobby, escalar, buscar vidriera”]... El que nunca trabajó no sabe lo que es carnerear.
Promesas, memorias y algunos olvidos, de Walter Bordoni. Bizarro / Yaugurú. En plataformas.
La Teja Pride
Se cumplen dos décadas del primer disco de La Teja Pride, Filosofías de insomnio, y la banda de hip hop los festejará con un recorrido por todo su material, desde aquel debut a La forma del viento (2022), su último álbum. La cita será este sábado a las 20.00 en el Centro Cultural Politeama de Canelones. Las entradas se consiguen por Tickantel. Quedan algunas pocas, de platea, a $ 550.
Lucía Severino
La cantante y compositora se presentará este sábado a las 20.00 junto con Tránsito, su banda, en el Centro Cultural Artesano (Aparicio Saravia y Monterroso), en el marco del Programa de Fortalecimiento de las Artes de la Intendencia de Montevideo. Repasará gran parte de su repertorio, incluido su último disco, Una (2020). La entrada es libre.
Banda alemana en la Camacuá
Entre el pop y la educación, la banda OK. Danke. Tschüss (OK, gracias, adiós) se presenta este martes a las 19.30 en la sala Camacuá, con entrada gratuita. El trío de Manheim, formado por adolescentes, ganó un concurso internacional, organizado por el Goethe-Institut, Deutsche Welle y el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, que le permitió grabar un disco y salir de gira. En medio de su tour sudamericano, además de tocar en Montevideo, realizarán talleres en Nueva Helvecia (liceo Pasch) Trinidad, Paysandú y Solymar (Centros de Lenguas Extranjeras). Muchas de sus canciones están pensadas para acompañar el aprendizaje de la lengua alemana.