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Olga Delgrossi.

Foto: Difusión

La dama del tango: Olga Delgrossi, premiada a los 92

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“Sé que canté bien y anduve por muchos lados”, dijo la artista al recibir el Horacio Ferrer.

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Una tarde perdida en la semana de agobio laboral, cinco filas de sillas y una tarima de madera levemente iluminada contrastan con el negro de las paredes y las generosas dimensiones del galpón cerrado del Museo del Carnaval.

En la previa del evento, los caídos de turno, entre autoridades con obligaciones, periodistas, curiosos y amigos de la homenajeada, deambulan sobre piedras, rodeados de máscaras y trajes de carnaval que alguna vez obtuvieron premios, en los pasillos del museo.

Un grupo de locales pulula alrededor de José Cozzo, otrora presidente del jurado del Concurso de Agrupaciones Carnavalescas y actual coordinador de la Comisión Interministerial de Apoyo al Tango y el Candombe. Otros presentes, como la cantante Nancy Devita y el músico e investigador Esteban Toth, tratan de adivinar las coordenadas exactas donde tendrá lugar la ceremonia.

A eso de las tres de la tarde, Cozzo dio puerta para pasar al galpón. Se trataba de entregar el premio Horacio Ferrer a la cantante uruguaya Olga Delgrossi, en nombre de la comisión gubernamental.

Para la ocasión, la ya ciudadana ilustre de Montevideo se vistió de blanco y negro, lució un prendedor de piedras preciosas sobre su pecho, recibió saludos de viejos conocidos y escuchó con atención los discursos de las autoridades, antes de tomar la palabra.

El pianista Alberto Magnone, representante de la comisión en nombre del Ministerio de Educación y Cultura (MEC), eligió extenderse sobre las virtudes del escritor y poeta Horacio Ferrer.

La subsecretaria del MEC, Ana Ribeiro, destacó logros de gestión, y a la hora de referirse a Delgrossi encontró recuerdos de su propia niñez, como el de un bandoneón que tenía su padre. No obstante, habló de “la importancia de una mujer sobresaliendo en un ambiente masculino” y recordó el lugar que ocupó la cantante “en la orquesta de Donato Racciatti”. Finalmente, sentada junto a Delgrossi, dijo: “Nos ponemos de pie ante ti”. El subsecretario del Ministerio de Turismo, Remo Monzeglio, recordó sus tiempos como gerente hotelero y las actuaciones de la cantante en el Victoria Plaza: “Esta calandria encantaba a toda la audiencia con su elegancia y su voz única”. Además, valoró como logro nacional las habituales presencias de Delgrossi en el programa argentino Grandes valores del tango. La subdirectora para Asuntos Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores, Soledad Martínez, anotó hitos en la carrera de “la dama del tango” como sus actuaciones en París, Madrid y Londres, la copa de plata que la cantante obtuvo en el Primer Festival de la Canción Latina de 1969, y sus grabaciones junto al guitarrista Julio Cobelli.

“Hablamos de un caso muy especial”, me dijo Antonio Rodríguez, amigo personal de la cantante, ubicado en primera fila junto a su hermana. “A Olga la sigo de toda la vida, siempre fue sencilla, humilde. Es una voz privilegiada de las que no quedan en Uruguay. No va a haber otra como ella”, largó entre lágrimas.

Con dificultad, Delgrossi subió al escenario y reflexionó con libertad. Antes, por la insistente comparación de quienes tomaron la palabra, la presencia de un ave autóctona con su vuelo atorado en las chapas de galpón se hizo imagen.

“Me cuesta recibir todo lo que dijeron. Soy una mujer tímida y de pocas palabras”, dijo. “Canté durante tantos años y siempre sentía vergüenza antes de salir al escenario”, confesó. “Por eso, a mis 92 años, doy gracias a mi maravilloso dios por estar acá para recibir este premio, que me enorgullece y resulta un honor para mi corazón”.

Luego, la nacida en Tacuarembó en 1932 evocó sus comienzos como locutora de radio y un primer acercamiento a la música a través de los recitados criollos. “Una ya nace artista”, disparó. “Arranqué cantando milonguitas y rancheras y de a poco me empezó a gustar el tango. A los 14 años mi padre dijo: ‘Nos vamos a tener que ir a la capital para que sigas haciendo lo que te gusta’. Nos vinimos para Montevideo, alquilamos una pieza en la que dormíamos todos juntos apilados. De día me tomaba el ómnibus y recorría todas las radios. Me costó un tiempo hasta que un día me llamaron, y no paré más”.

De a poco, y riéndose de los borrones en su memoria, retrató con entusiasmo días de cantante profesional en México y Buenos Aires. “Como algunos de ustedes saben, hoy vivo en una casa de salud, donde estoy muy bien”, dijo, y entonces el cuento se volvió íntimo y cercano, con sus hijos “que están trabajando” y no la pueden dejar sola, y con la aparición de una mascota, una perra, con la que compartían adoración. “Yo quiero mucho a los animales, a ustedes también”, bromeó.

También se dio espacio para compartir su aflicción sobre la falta de seguridad para las mujeres: “Vivimos en un país hermoso, no puede ser que las niñas no puedan salir tranquilas a la calle, ojalá se terminé pronto esa situación”. Por último, expresó: “Me siento una mujer querida, no me creí nada, pero sé que canté bien y que anduve por muchos lados del mundo”.

La cantante agradeció a su familia, manifestó su felicidad por “dos nietitos divinos” que le alegran la vida, y dejó el escenario con una notable interpretación del tango “Malena”, en la que se notó una pizca de fragilidad.

Más tarde, y para la prensa, iba a agregar: “Si Dios lo permite, quiero que me hagan un homenaje en el Solís. Ese día quiero estar bien para cantar y presentarme. Siempre fui muy coqueta”.

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