El dirigente nacionalista Sebastián da Silva aseguró que, al respecto del debate que habrá entre candidatos, confía en el de su partido: “A la hora de hilvanar, aunque sea sujeto y predicado, y conjugar verbos, sólo con eso le gana”. Esto suena como una interesante propuesta a la hora de establecer criterios de logros para evaluar el desempeño retórico de tal instancia prevista por la ley: se dejaría de recurrir solamente a la ciencia política para analizar el proceso electoral y se daría paso también a lingüistas y, en medios más humildes o alejados de la capital, a docentes de lengua.
Para ir estableciendo una rúbrica (esta es una palabra de moda en educación, o era hasta hace unos meses), conviene establecer algunas cuestiones con antelación, como por ejemplo, el concepto de sujeto, que no es “quien realiza la acción”, sino el constituyente de la oración, que concuerda en número y persona con el verbo. Así, por ejemplo, en la oración me gusta la cerveza el sujeto es la cerveza dado que, si estuviera en plural, el verbo habría de variar: me gustan las cervezas. Y gustar no es una acción, dicho sea de paso. Profundizando un poco, podríamos decir que, en me gusta que los candidatos conjuguen bien los verbos, el sujeto es que los candidatos conjuguen bien los verbos, como lo demuestran las conmutaciones me gusta eso o me gustan esas cosas.
Cabe preguntarse si deberían darse algunas clases de sintaxis a la población antes del debate, si el espectáculo debería transmitirse subtitulado con los análisis correspondientes a las oraciones emitidas por los políticos y si, finalmente, se harían las consabidas mesas de debate posteriores en las que se sopesara, grave o esdrújulamente, si en determinado momento pudo haber sido más conveniente utilizar una oración activa que una pasiva (aprobamos la ley o la ley fue aprobada/se aprobó la ley) o, aún más agudamente, realizar críticas al uso de las oraciones impersonales porque ocultan al agente (no es lo mismo decir se piensa que... que pensamos que...).
No debería faltar tampoco la disquisición acerca de la proporción de uso de negaciones, como en esta misma secuencia, o el “valor de verdad” que se les puede adjudicar a las oraciones declarativas (ayer llovió, dice la gente de la RAE) y no a las interrogativas, en cuyo caso podría estudiarse si los participantes hacen preguntas cerradas (que se pueden responder con Sí o No) o abiertas, que requieren más de contenido.
Sobre el segundo punto propuesto por Da Silva, los verbos, algunos problemas están zanjados, dado que cualquier hablante de español los conjuga sin problemas desde la más tierna infancia. Como explica Chomsky, los humanos contamos con la competencia lingüística, es decir, una disposición innata para captar las reglas de una lengua. Es por este motivo que, a tempranas edades, decimos sabo/cabo en lugar de sé/quepo debido a que, sin haber escuchado nunca las formas en presente y primera persona de saber y caber, aplicamos las terminaciones regulares que ya hemos oído en otros casos e ignoramos aun las excepciones. Tal vez, para este caso, podría vigilarse si, en algún momento los candidatos regularizan la conjugación de algún verbo, como sucede en la población uruguaya en los casos de puédamos, hágamos, piénsemos o váyamos (en lugar de los canónicos, sin diptongo y con el acento en otro lugar podamos, hagamos, pensemos o vayamos pero que no están en línea con pueda, haga, piense o vaya). En este rubro, se abriría el debate acerca de si es conveniente utilizar las formas consideradas como “correctas” (al respecto incluso se pronuncia Radio Reloj de Cuba, que se horroriza de ese mismo fenómeno en la isla), o si, para congraciarse con cierto sector popular, sería una movida política interesante soltar algún téngamos.
En el programa televisivo no debería únicamente discutirse acerca de los usos de los hablantes allí encorbatados, sino que también sería interesante que hubiera un bloque en el que, a la manera de los concursos de preguntas y respuestas, con tiempos apremiantes, debieran hacerse pronunciamientos sobre los verbos defectivos (no se usan en todas las formas, ¿se imaginan una construcción como en mi gobierno soleré hacer...?, dado que soler no se conjuga nunca en futuro), elegir si tal verbo es transitivo o intransitivo (los que requieren complemento directo o los que no, como pensar en un caso y trabajar en otro) o que deban construir oraciones con verbos de voluntad, verbos causativos o verbos de influencia. Y, dado que los debates tienden a ser muy igualados y que se debe pensar en lo que está por venir, las preguntas definitorias podrían rondar asuntos como el futuro del subjuntivo, esos fuere, hiciere o hubiere tan ausentes del habla coloquial y sobrevivientes en los textos jurídicos, o por qué en la reformación educativa de este gobierno extrajeron la mayor parte del contenido gramatical que figuraba en el programa de tercero, que ahora se llama noveno.