En 2020, el primer año de la pandemia, el colectivo La Tijera llamó la atención con Mujeres que cantan, un espectáculo montado en una casona de la Ciudad Vieja. Allí reunían a ocho mujeres que reflexionaban sobre la feminidad a partir de hipótesis como “en la feminidad hay algo que se porta, hay algo que se performa, algo que se combate, algo que se desea, y no hay nada, la feminidad no existe”.
Cada actriz-perfórmer habitaba una habitación, donde proponía un relato. En una de las habitaciones, Paola Larrama compartía el germen de lo que, luego de un largo e intenso proceso de investigación, se estrenaría con el nombre Un cuarto propio en La Madriguera, en junio de este año.
Luego de girar por Paysandú, Córdoba (Argentina), Santiago de Chile y Chillán (Chile), Un cuarto propio vuelve a La Madriguera. Larrama, Estíbaliz Solís y Karen Halty, integrantes de La Tijera, hablan de sus ideas sobre este espectáculo y sobre una forma de trabajo que imprime una personalidad muy definida a sus creaciones.
De Costa Rica a Uruguay
La Tijera nació en Costa Rica y llegó a Montevideo de la mano de Solís. “Tenía unas expectativas que creo que se hicieron carne aquí”, dice la directora del colectivo. “Por un lado, pasaban por una búsqueda interdisciplinar y luego por una pregunta acerca de lo poético, que creo que es algo que surgió en el trabajo de indagación entre nosotras. Y también la pregunta por lo colectivo. Pensar juntos los procesos artísticos con relación a los procesos de producción y los temas. Esas expectativas que yo tenía se materializaron gracias a la sensibilidad de ellas”, dice señalando a sus compañeras.
Más allá del trabajo interdisciplinar, que combina abordaje audiovisual con la performance, la instalación y el lenguaje musical, los espectáculos de La Tijera tienen como característica que las historias están permeadas por la memoria y la trayectoria vital de las creadoras, algo que ya se veía en Lontano, que montaron en 2018.
“Lontano era un trabajo biodramático, pero yo no diría que La Tijera tiene esa línea documental o biodramática, sino que siempre hay un proceso de investigación grande. Sus materiales son muy variados, pero siempre parte de esos materiales somos nosotras y las cosas que tenemos en común”, explica Solís, y Larrama agrega que “en las cosas que hicimos al inicio, que eran principalmente para niños, como El árbol de naranjas [2015], los materiales que estábamos usando eran de nuestras abuelas, o era nuestra casa. Ahí había algo que le hablaba al proceso, y el proceso le habla a ese espacio. Las condiciones de producción son las cosas que tenemos a mano, porque no tenemos dinero o no tenemos espacios físicos, más allá de donde cada una de nosotras habite o pueda conseguir a través de una amiga o alguien de la familia”.
Como ejemplo, recuerdan que la escenografía de El árbol de naranjas era de otra obra y se iba a tirar. “Nosotras la reconstruimos, y eso se conectaba con la obra, que hablaba de recuperar y reparar. Como que había algo de lo que pasaba en el día a día que era un poco de lo que estábamos hablando”, recuerda Halty.
Algo de esto está presente en la tesis que Virginia Woolf propone en su ensayo Un cuarto propio, un principio bien material: se precisa espacio e independencia económica para crear. ¿Eso ya estaba detrás de la historia de Larrama en Mujeres que cantan o se encontró después?
Larrama: En el comienzo de la indagación nos planteamos algunas hipótesis. En los encuentros que íbamos teniendo por Zoom nos propusimos llegar con inquietudes y materiales que dialogaran con esas preguntas. Y a partir de eso recordé Un cuarto propio de Woolf. A la vez que encontré ese texto, apareció muy fuertemente la historia de mis abuelas. Por algún motivo el texto de Virginia Woolf hizo una transparencia con la historia de mis abuelas, como si estuvieran superpuestas. Sobre todo ese pedacito de texto que usamos sobre la dependencia de cosas materiales para desarrollarse intelectualmente. Mi abuela había sido una escritora y en un momento mi abuelo dijo que eso que escribía era de puta y le pidió que lo rompiera, y lo rompió. Y no escribió más hasta después de que mi abuelo murió. Y al preguntarme por mi cuarto propio y mis ganas de escribir tuve que ir para atrás y ahí se hizo carne. Pero yendo de nuevo a tu pregunta, primero fueron las hipótesis, que me hicieron pensar en un cuarto propio y conectarlo con los materiales de mis abuelas, y recién ahí la cosa tomó forma. No partí del libro de Virginia Woolf.
Solís: Estaba la historia de sus abuelas, la idea de la habitación propia fue como un principio más materialista que estaba como rondando, pero no fue tan evidente como cuando fuimos a Chile y nos pegó en la cara. Con las señoras en Chillán nos dimos cuenta de qué iba la obra. Más allá de que ya Pao tenía un trabajo re contundente, la pregunta era cómo expandir el trabajo, si en otros territorios pasaba lo mismo, o no, o de qué manera.
Larrama: Poder universalizar o pensar no sólo a partir de la historia personal. Había palabras que se estaban repitiendo en todos lados: tiempo, trabajo, tarea y cuerpo, los cuerpos en sí.
La reflexión se inicia aquí, a partir de la historia de Larrama en Mujeres que cantan, pero se universaliza esa experiencia en el encuentro con otras historias de mujeres en Costa Rica y Chile. ¿Cómo se estructuró el trabajo?
Solís: Nos pasó que las mujeres que cantamos nos fuimos dando cuenta de que cada una de las ocho tenía, pese a venir de lugares muy distintos, ciertas cosas en común. Pero si bien venimos de lugares distintos, incluso de países distintos, éramos artistas en Montevideo. Entonces la primera pregunta fue si eso que nos pasaba a nosotras podía suceder con otras mujeres de otras latitudes. Y luego está el tema práctico. Yo ya estaba viviendo en Chile pero habíamos decidido seguir trabajando y teníamos otros proyectos, pero este en particular lo necesitábamos hacer. Entonces, y en función de las condiciones de producción reales, se fue desarrollando. Postulamos a Iberescena y obtuvimos un fondo que nos permitió realizar un trabajo en residencia en Chile.
Larrama: Buscamos la posibilidad de irnos a un lugar y juntarnos las tres en el mismo territorio para poder disponer totalmente de los materiales y de la creación. Y en la residencia, al mismo tiempo que estábamos haciendo las entrevistas, estábamos teniendo un laboratorio corporal que nos estaba haciendo pasar los materiales por el cuerpo.
Halty: Y Mavi [Parada] también ya estaba registrando lo que sería el material que después íbamos a usar.
¿Cómo seleccionaron el lugar donde hacer las entrevistas a las mujeres que aparecen en el audiovisual?
Solís: Con Rocío [Celeste, responsable de la creación coreográfica], que es de Chillán. Yo había estado coordinando con ella antes de que llegaran las chiquillas. Tuvimos un proceso antes de la residencia por Zoom con Rocío y con Sasha [Zuwolinsky, realizadora audiovisual], que estaba en Costa Rica [donde se entrevistó a la madre y tía de Solís], y con Caturris [Catalina Espinosa], que es audiovisualista también de Chillán. Y buscamos mujeres que tuvieran una práctica corporizada, que tejieran, que bordaran, que trabajaran en la tierra. Prácticas de trabajo que fueran con el cuerpo y que fueran tradicionalmente asociadas a labores de mujeres.
Larrama: Y tenían una relación previa con ellas. Por ejemplo, con Eugenia, que es la alfarera que aparece en los videos, Rocío había hecho un trabajo con una compañía de danza sobre la alfarería. Había un vínculo muy respetuoso, porque también teníamos mucho miedo, y nos lo preguntamos y nos cuestionamos eso, de que no fuera un trabajo extractivista, sino dialogar realmente y poner también a disposición nuestros materiales, nuestra historia, realmente conversar, que fuera un dar y recibir.
Toda experiencia está determinada por la mirada singular, pero en particular con Un cuarto propio, con esa lógica de instalación que invita a recorrer el espacio mientras transcurre la obra, se potencia eso de que cada persona realiza su propio “montaje” de la historia.
Halty: Sí, es como una invitación a buscar el punto de vista, desde dónde vas a mirar las cosas, y te podés mover. Algo que hemos conversado mucho, y sobre todo en esta obra, es esta cosa de no bajar línea. Están estos materiales, nuestro trabajo, y bueno: que cada uno también pueda conectar eso con sus propias vivencias, con sus propias preguntas, con sus propias lecturas y sus propias visiones de las cosas.
Solís: Eso también viene desde el principio, porque es la misma pregunta que nos hacíamos sobre el niño, niña, espectador. Ya en las primeras obras trabajábamos en cómo hacer para no cerrar. Cómo pensar los materiales para que pudiera haber un trabajo activo de la expectación, un trabajo activo de percepción. Hay algo que se dice, siempre; de ahí a proponerlo como una verdad de la obra hay una distancia enorme. En un punto es como que una se acerca y abre las preguntas que tiene, pero en la selección de materiales también hay cosas con las que unos conectarán y hay cosas con las que otros conectarán. Pero la idea es hacernos juntos estas preguntas aquí y ahora.
¿Cómo vivieron la gira?
Solís: Fue increíble la recepción del público. Yo sé que ellas la pasaron genial, pero mirarlo desde fuera era muy impresionante. El dispositivo funciona como está pensado, pero según el público se activan cosas distintas. Es muy fascinante cómo la gente se relaciona con el espectáculo y las cosas que nos dijeron al final. La manera en la que hacían registros del espacio y compartían o invitaban a otras personas. En una función, en ese momento donde Pao está como muy agotada, una señora la sostuvo. Ese tipo de cosas. Yo quiero hacer funciones para entender cómo estar con más y más personas en ese momento y que sucedan cosas.
Larrama: ¿Se acuerdan de una persona que corría alrededor? Daba un pique para ver de un lado y del otro. Y nosotros no entendíamos bien qué estaba pasando.
Solís: Otra persona se puso en el piso, como a ver entre las piernas. Para esa persona seguro que era una belleza mirar desde la perspectiva que encontró.
Así como de Mujeres que cantan surgió un proceso que devino en Un cuarto propio, ¿se les han disparado algunas ideas para seguir desarrollando?
Halty: Bueno, acabamos de grabar la música de la obra y se va a editar y va a estar en las plataformas. Eso es como un pasito nuevo.
Solís: Al final de las funciones la gente nos preguntaba ¿la música dónde se puede escuchar? Después, ideas hay, aunque siempre nos ha pasado que tenemos estos procesos largos y no estamos en función de producir y producir. Más bien pensamos en investigar mucho y tratar de hacer el máximo de funciones posible. Y en general hemos estado con una obra hasta que ya no la podemos hacer más o ya no la queremos hacer más. Y ahí empezamos a pensar la otra obra.
Halty: Y también descubrimos que Un cuarto propio es portable, podemos ir a lugares y llevarla.
Larrama: Sí, es una valija. Obviamente también precisamos las cosas que conseguimos en cada lugar. Una cama, una mesita, pero nada más.
Un cuarto propio. 14, 16, 17, 19, 20 y 21 de noviembre a las 21.00 en La Madriguera (Sarandí y Pérez Castellano). Entradas $ 350. Reservas: obrauncuartopropio@gmail.com.