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Foto: Martín Pérez, Sala Verdi

Una experiencia extrema: Muchachas de verano en días de marzo

4 minutos de lectura
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Puesta en escena del texto de Alicia Migdal.

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Con el epígrafe de Aníbal Troilo “Mi barrio era así, así, así. Es decir, qué sé yo si era así, pero yo me lo acuerdo así” comienza la reedición de la novela Muchachas de verano en días de marzo, de Alicia Migdal (Criatura, 2023). El epígrafe parece iluminar ciertos aspectos de la narración; por ejemplo, cuando leemos “Se mató porque estaba enamorada de Charles Aznavour. Llegó al teatro, a un ensayo de sus antiguos compañeros. Seguía siendo una belleza extraña y un poco incómoda [...] Mientras los actores desarmaban la escena y la iban saludando, ella se colocó en el centro del escenario y se disparó un tiro”, es imposible no pensar en el suicidio de la actriz Armen Siria. Es verdad, los “hechos” no fueron como se narran en el libro de Migdal, pero “yo lo recuerdo así”, podría pensarse.

Ese espacio entre algunos hechos y la forma en que la memoria y el ejercicio de la escritura los retoman se amplía aún más cuando la obra literaria es traducida al escenario. Porque si la literatura no documenta la realidad, sino que crea otra, el escenario también es otro universo, que puede partir de un hecho literario pero que, en todo caso, lo habla en otro idioma, como se señala en el programa de la versión teatral que Leonor Courtoisie realiza de la obra de Migdal.

En la novela por momentos parece delinearse una historia, la de una madre que muere en algún lugar lejano, pero esa historia se insinúa en un contexto en el que la muerte violenta es una constante. Opuesta a la “idealización del relato”, la narración que ofrece la escritora es fragmentaria, las situaciones se presentan casi como se nos aparecen en la memoria antes de que intentemos ordenarla. Ecos de prácticas genocidas se hilvanan junto a una enumeración casi informativa de mujeres que mueren en el presente de la narración. Las muertes de la primera parte del texto aparecen en el escenario casi paridas por la violencia con la que las actrices golpean un tanque ubicado detrás. Recortado el espacio, la acción se ofrece para que más que verla la estemos husmeando a lo lejos, mientras escuchamos a las actrices, con respiración agitada, casi que pregonar las historias de mujeres que se matan o a las que matan.

El devenir del espectáculo, sin embargo, irá por otros caminos. Mientras la luz va abriéndose paso desde cierta bruma y oscuridad inicial, las intérpretes pasan a ocupar lugares fijos en el escenario, desde los cuales la palabra irá transmitiendo la particular poética de Migdal, que aun hablando de la muerte o el abandono logra encantar a quien la lee/escucha. La materialidad de la palabra cobra protagonismo para traducirnos esa poética que es capaz, ya desde el título, de hablarnos de algo que se muere y de lo queda o va quedando durante la transición.

El momento que parece alejarse más de la palabra de Migdal es la escena central, en la que se improvisa una “barca” en la que por primera vez las actrices parecen encarnar a dos personajes (¿navegando por el Estigia?). La muerte sigue presente, pero la serenidad que transmiten mientras la evocan subraya la poética global del espectáculo.

Y si la palabra de Migdal ya no es central, es clave en esa escena el acto de escribir. La forma en que, en un juego de complicidades, escriben una carta durante la escena nuevamente señala, como al principio, que, más que remitirse a textos o ideas previas, lo que se busca es que esas ideas “aparezcan” en el escenario. Así como aparece la violencia, el propio acto de escribir es virtualmente protagonista de la obra.

Una reseña jamás puede abordar más que algún aspecto de la obra que describe, pero las dificultades inherentes a la tarea se multiplican ante trabajos como Muchachas de verano en días de marzo. El espacio que se abre entre la narración y el espectáculo necesariamente será interpretado de forma diversa por cada espectador. Pensemos, por ejemplo, en qué cuerpos de mujer imaginamos cuando leemos “muchachas de verano”. ¿Son cuerpos como los que vemos en el escenario? Seguramente cada espectador tenga un prejuicio al respecto que el equipo creativo del espectáculo se dedica a pulverizar. La ausencia de linealidad en la “historia”, el carácter casi performático del trabajo de las actrices y la poética de las palabras que transmiten ahuyentan cualquier intento de “explicar” lo experimentado. Pero la experiencia, para quien escribe, es fascinante.

Con recursos escenográficos mínimos, un gran amor por la palabra que se articula sin urgencias, sin apuros, y dos intérpretes que transmiten una sensación de armonía que contrasta con la oscuridad de gran parte de los textos que comunican, se construye un gran momento de la temporada teatral montevideana.

Muchachas de verano en días de marzo. Secuencias y variaciones. Dirección y dramaturgia de Leonor Courtoisie, dramaturgismo de Laura Pouso. En escena: Gimena González y María Inés Rocca. En la sala Verdi este sábado a las 20.30 y el domingo a las 19.00. 2 x1 para Comunidad la diaria.


Reponen Los bárbaros

A partir del miércoles 6 y por sólo cuatro funciones vuelve a escena, esta vez en la sala Zavala Muniz, Los bárbaros, de la dramaturga Nino Haratischwili (Georgia, 1983), una obra de humor grotesco, escrita en alemán, sobre el rechazo que derraman las sociedades.

Bajo la dirección de Florencia Caballero Bianchi, Carolina Rebollosa Villegas encarna a Marusya, que espera de madrugada en una terminal de la periferia de Berlín. Casi 30 años después de haber migrado allí, nada fue lo que esperaba. La empresa de limpieza en la que trabaja la envía a limpiar a un campo de refugiados, a quienes rechaza.

“Hay una observación que tiene que ver con la colonización a través de la lengua, con cómo una persona es colonizada en el territorio que la recibe, en un proceso de mucha pérdida”, dijo la directora a la diaria en ocasión del estreno.

Los bárbaros es un proyecto de coproducción con el Goethe Institut y fue seleccionado para el programa de residencia de la sala Lazaroff. Pertenencia e idiosincrasia son los ejes de este montaje, que recibió seis nominaciones a los premios Florencio 2022: espectáculo y dirección, actriz principal, actriz de reparto, escenografía e iluminación. Las entradas están en venta en Tickantel a $ 500.

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