Una vez, Ana Casamayou, fotógrafa y fundadora junto al mexicano Carlos Amérigo de la revolucionaria escuela de fotografía Dimensión Visual, me dijo: “Todas las fotografías son autorretratos, porque en cada foto nos contamos a nosotros mismos”. En Memento se puede ver, casi al desnudo, a uno de los protagonistas de los cambios más importantes que nos llevaron al rico panorama fotográfico que tenemos hoy en Uruguay.
Se trata de una muestra documental, curada por Gerardo Mantero, que más allá de narrar parte de la historia de nuestro final del siglo, cuenta parte de la historia de la fotografía y el fotoperiodismo en Uruguay. Armando Sartorotti es un fotógrafo de la vieja guardia que supo aprovechar el cambio al digital e impulsó la nueva ola documental en la prensa uruguaya. Ahora, en la galería de El Galpón, expone fotografías en blanco y negro realizadas desde la vuelta a la democracia hasta el comienzo del este siglo, en una selección de más de veinte años de trabajo profesional.
En la década de 1990, el paradigma de la foto de prensa en Uruguay cambió para siempre y para bien. Del exilio volvieron fotógrafos con nuevas miradas y planteos: Carlos Contrera, Casamayou, Daniel Caselli, Jorge Ameal, Oscar Bonilla, Annabella Balduvino, entre otros, renovaron un oficio que pasó a ganarse su lugar autoral. Sartorotti tuvo un lugar destacado desde su puesto de editor en El Observador. Lo hizo desde adentro y con mucha pelea.
El Sarto tiene una memoria y una sensibilidad admirables. Recuerda que a finales de los 80 y principios de los 90 confluyeron en aquella casa antigua y alta de la calle Uruguay, donde funcionó Dimensión Visual, profesionales como Daniel Sosa, Sandro Pereyra, Ricardo Antúnez, Iván Franco, colegas que desde diferentes lugares nos han dejado un legado desde el Centro de Fotografía, la diaria o la cooperativa Adhocfotos. En los 90 también nació Aquelarre, donde una pareja que volvió del exilio fundó una escuela y trajo aires de cambio.
En El Observador, Sartoroti impuso prácticas que hoy nos parecen naturales: poner créditos en las imágenes, tratar al fotógrafo como periodista que debe estudiar e investigar antes de la cobertura, exigirle un lenguaje fotográfico definido y dejar atrás el rol de mero ilustrador de aquello que se lee en cada nota. Sartorotti, además, supo aprovechar la llegada del digital y trajo a Uruguay las dos primeras cámaras digitales de nivel profesional.
Memento es una oportunidad no sólo de ver buenas imágenes de nuestra memoria colectiva –preciosos retratos de Zitarrosa, de Julio Bocca–, sino también de entender cómo llegamos a la fotografía de prensa que vemos hoy.
El ojo propio
Sartorotti se define como un contador de historias, pero también está atento a lo otro: “Las fotos no están exentas de cierta belleza: la plasticidad de un bailarín, una protesta en 18 de Julio, todas tienen una pretensión estética que va más allá de lo que estrictamente estoy documentando, creo que eso tiene que ver con el rol de los fotógrafos documentales”, explica el autor.
Se trata de fotografías de hace 30 o 40 años, realizadas en película, escaneadas e impresas digitalmente, lo que resulta en una fusión de altísima calidad a nivel técnico y estético.
“Cuando todo el mundo tiene una cámara, y a veces hasta dos en el bolsillo, lo único que nos queda para mostrar a los fotógrafos es el ojo. Si un periodista va con un celular a una nota y el fotógrafo va a hacer fotos y los dos vuelven con la misma foto, la que no sirve es la del fotógrafo, porque no tuvo el sentido de la oportunidad, porque no buscó el lugar donde nadie se paró, porque no fue capaz de documentarse antes de ir a la nota para poder entender cuál era el rol de cada uno de los actores que tenía adelante”, dice Sartorotti, docente de fotografía desde hace más de veinte años.
De hecho, recorrió buena parte de los diarios y semanarios de los 80 y 90: Cinco Días, Jaque, Prensa Latina, La Razón, Brecha, El Observador, Búsqueda.
“Cuando empecé a preparar la muestra tenía fotos de la llegada de Wilson Ferrerira, de la liberación de las mujeres en la Cárcel Central, fotos de la llegada de los niños del exilio. Cuando empecé a evaluar qué quería poner acá, dije: ‘Esas fotos ya las mostraron otros e incluso seguramente mejor que yo’. Este no es un viaje por los hitos de la salida de la dictadura y de los primeros años de la democracia; en esta muestra pongo fotografías de coberturas que para mí tuvieron un significado como fotógrafo documental, como periodista, como ser humano, que me marcaron definitivamente”, explica. El acto del 1º de mayo de 1983 está expuesto porque fue su primer trabajo pagado, pero también porque es una fotografía magistral.
En el espacio de El Galpón hay una pared, la principal, dedicada a las infancias, una serie hermosa y con una historia preciosa: “Hay una foto de la Casa Cuna en la que, obviamente, la caras no se ven, pero era el lugar donde estaban los niños abandonados o de padres que no los podían tener y se los entregaban al Estado en forma parcial o definitiva. Fui hace 37, 38 años. Pedí para hablar con la directora, la mujer tenía la puerta abierta y pasaron dos nenitos de dos años tomados de la mano que se pararon a mirarme. La directora me contó que eran dos hermanitos, de tres y dos años, que los habían entregado hacía una semana y todavía se estaban adaptando. Los gurises entraron, me pusieron las manos en la falda y yo me puse a llorar, a llorar y a llorar. Ellos miraban desconcertados a la directora porque no entendían qué me estaba pasando. Los tomó de las manitos y los sacó de la oficina. Yo seguí llorando, me conmoví de una forma… Quería transformarme en el padre de esos niños, yo tenía dos hijos chicos, mi hijo Liber apenas tenía un año”.
Sartorotti cuenta también la historia de cuando descubrió una pintura de José Cuneo en la Intendencia de Artigas. “Un día vamos con el vicepresidente Luis Hierro, éramos una cantidad de periodistas. Mientras todos se quedan en la puerta en manada, yo entro a recorrer la intendencia a ver qué podía encontrar interesante y en el segundo patio encuentro un retrato de Artigas, me acerco y estaba firmado por Cuneo. Por atrás uno de los porteros se acerca y muy bandido me dice: ‘Mire que atrás del cuadro hay una mujer desnuda’, y pícaro me pregunta: ‘¿Quiere verla?’. Efectivamente, Cuneo había usado el lienzo de los dos lados y del otro lado había una mujer desnuda, con un estilo pictórico totalmente distinto al propio. Entonces vuelvo al lugar a esperar que salga el vicepresidente, da la típica conferencia de prensa, al terminar se quedan conversando solos porque todos los periodistas se van a la puerta, y yo me acerco y les digo: ‘Hierro, ¿vio que tiene un retrato hecho por Cuneo?’”. Sartorotti invitó al jerarca a ver el cuadro secreto y entonces saca la foto que está hoy expuesta en la sala del teatro El Galpón.
En la redacción
En El Observador, Sartorotti formó a un grupo con una idea tan simple como ambiciosa: “Salimos a la calle a comernos el mundo, salimos a ser los mejores del planeta”. Luis Alonso, Gabriel García, Pablo Bielli, Matilde Campodónico, Iván Franco, Magela Ferrero, Pablo Porciúncula, Federico Gutiérrez, fueron parte de esa camada, como le gusta llamarla a Sartorotti, que por esa época se “entrometió” en la mesa de editores a discutir los títulos de tapa, sembrando prácticas que se replicarían en otros medios. Además, peleó por la propiedad intelectual de las fotografías y propuso que la fotografía de archivo debía llevar nombre y ser nuevamente pagada.
En esta muestra, donde se revelan tantas cosas que los lectores de prensa normalmente no ven, hay un homenaje especial que enternece en sus palabras: “Lo más afectivo de la muestra tal vez es la foto de Marcelo Jelen, que está donde homenajeo a los periodistas y amigos fallecidos, una cantidad de periodistas de 40, 50 años, fallecidos en estos últimos 20 años”.
Otro retrato de peso es el de Alfredo Zitarrosa. “La foto es muy importante para mí porque pasé varias horas en su casa cuando todo el mundo me había dicho que era arisco, hosco. Llegué, habíamos pactado para hacer las fotografías y vi un disco de la nueva trova cubana arriba de una mesa y le empecé a hablar, nos enganchamos a conversar y al rato él me dijo: ‘Usted discúlpeme, pero yo tendría que empezar a revisar unas partituras y unos textos que tengo acá. ¿A usted no le molesta que yo lo haga mientras usted me fotografía?’. Cómo me va a molestar... Así que tengo varias fotos de él en esa circunstancia y por eso le dedico varias fotos en esta muestra”.
Cuenta esta historia poniendo voz grave, como la de Alfredo. Me doy cuenta de que habla de cada foto en presente porque revive cada instante, cada clic.
Memento, de Armando Sartorotti. En la sala Nicolás Laurelio del teatro El Galpón, de lunes a viernes de 13.00 a 21.00 y días de función hasta 22.30. Hasta el 15 de mayo.