No parece ni exageración gratuita de las que se sueltan cada vez que se celebra Cannes afirmar que este año asistimos a una edición que llega con aspecto de dejar una huella indeleble en la ya cargada historia del festival.
Una mirada panorámica sobre la programación desprende, en primer lugar, la sensación de que Cannes es consciente de que un ciclo se está cerrando en Hollywood. Y ante eso aparece la necesidad del festival de volver la vista sobre ese pasado del cine norteamericano, al que podemos poner punto de origen en la sesentaiochista revolución del Nuevo Hollywood. Sobre todo cuando, en la última década, Cannes ha afrontado una guerra ideológica frente a Netflix, y a su vez la gran industria hollywoodense ha comenzado a pensar que la exposición de sus títulos cada año en el festival es una apuesta demasiado arriesgada, por la fama de destrucción instantánea de películas que la profusión de la crítica mundial aquí reunida facilita.
De hecho, una parte del cine norteamericano ha descubierto que Venecia promete un desembarco mucho más plácido en la bahía del Lido. Y no sólo nos referimos a Netflix. La parte del león de los Oscar de la última década (desde Lalaland a Gravity, pasando por Birdman o Pobres criaturas) tiende a esperar setiembre y el festival italiano.
Por eso, no de pronto sino como fruto de una honda reflexión, Cannes ha decidido no esperar más y tender todos los puentes emocionales a la generación de cineastas e intérpretes que protagonizaron el último aliento de libertad en la creación fílmica estadounidense. En esa encrucijada, la coincidencia en el tiempo de la gestación de Megalópolis, la obra en la que Francis Ford Coppola llevaba poniendo sus empeños desde hace cuatro décadas, se presenta como un punto de inflexión que marca, al menos en la categoría simbólica, esa voluntad nostálgica de Cannes.
Coppola lo ha sido todo en el cine norteamericano, en el mundo y, también, en Cannes. Aquí ganó dos Palmas de Oro (por La conversación y Apocalypse Now) y la cita con la historia de esta edición es de una solemnidad que abruma.
Más allá de Megalópolis, atraviesan la programación constantes guiños al retrovisor. Al lado de Coppola compite por la Palma de Oro otro de los supervivientes del Nuevo Hollywood: en Oh Canada, Paul Schrader se reúne 44 años después con Richard Gere, a quien dio su primer papel de relieve en Gigoló americano. Además, está Kevin Costner, que, aunque sea generacionalmente posterior, propone en Horizon: An American Saga una evocación del Far West viajando hasta sus raíces.
También el canadiense David Cronenberg y el australiano George Miller pertenecen a otro tiempo y llegan el primero con la tanática The Shrouds y el otro con una precuela de su Mad Max feminizado que presentó aquí en 2016 y se titula Furiosa, para engrosar esa comparecencia de los resistentes del otro cine anglohablante. No es casual tampoco que Cannes 2024 entregue sus palmas de oro honoríficas a George Lucas y Meryl Streep, y que bucee en la cinefilia del culto a través de dos documentales sobre las actrices mito Elizabeth Taylor y Faye Dunaway.
Los grandes siempre dicen oui
Las firmas más eminentes del cine autoral eligen Cannes si el leviatán francés les hace lugar. La lista de nombres en competición en esta 77ª edición es una exhibición mayestática. No acaba casi el griego Yorgos Lanthimos de recibir las últimas mieles del éxito de Pobres criaturas y ya regresa a casa –eso sí, con un León de Oro– con Kind of Kindness, un tríptico narrativo de un barroquismo a la altura de su marca, protagonizado de nuevo por Emma Stone y Willem Dafoe.
Por su parte, Paolo Sorrentino continúa con sus evocaciones napolitanas en Parthenope. La británica Andrea Arnold –ganadora aquí del Premio del Jurado en dos ocasiones por Fish Tank y _ American Honey– aspira a algo más y presenta su drama social _Bird en competencia oficial. Son esperadísimas la adaptación que el ruso Kiril Serebrennikov hace del Limonov de Emmanuel Carrère (sobre el escritor y fascinante figura antisistema que llegó a desafiar a Putin) y la película del iraní Ali Abassi sobre el Donald Trump de los años 70 del siglo pasado.
De la presencia francesa, descontada la cuota que se puede intuir en la animación de Michel Hazanavicius o en el romance de casi tres horas L’Amour Ouf, de Gilles Lellouche, aparece interesante la propuesta de Jacques Audiard, ganador ya de una Palma de Oro por Deephan. Audiard plantea lo que parece ser un musical en territorio de narcos y con una trama de transexualidad infrecuente en los códigos de ese género cinematográfico.
El director del festival, Thierry Frémaux, ya advirtió de la explícita dureza de dos propuestas de cine en los lindes del fantastique y el terror: The Girl with the Needle, del danés Magnus van Horn, y The Substance, lo nuevo de Coralie Fargeat, que pretende generar los niveles de triunfante discordia que provocó hace tres años Titane.
Hay mucho más, claro. Directores de culto como el chino Jia Zhangkey y el portugués Miguel Gomes también compiten, mientras Arnaud Desplechin, Alain Guiraudie, los hermanos Larrieux, Sergei Lonitzsa, Guy Maddin o la enésima entrevista de Oliver Stone para su quién es quién del poder –esta vez con Lula– se presentan en la sección oficial pero fuera de competencia.
Cine latinoamericano, asignatura pendiente
Cannes mantiene la línea de dejar fuera de juego al cine latinoamericano (este año la excepción en la competencia es el brasileño Karim Ainouz), pero nuestro cine encuentra verdadera receptividad en la Quincena de los Cineastas, donde el español Jonás Trueba presenta Volveréis y tiene espacio la coproducción Simón de la montaña, de Chile, Argentina y Uruguay.
Tal vez el festival trate de maquillar esa ignorancia del cine hablado en español sumando al director J Bayona, firmante de la película un poquito uruguaya La sociedad de la nieve, a su jurado oficial presidido por Greta Gerwig. Cannes, hasta ahora, no ha cumplido con las expectativas, y habrá que esperar unos meses más para ver Chocobar, la última producción de Lucrecia Martel. Otra vez esperar un nuevo mayo para ver si el cine de Latinoamérica es reconocido por el festival más importante del mundo, o si seguiremos encontrándolo en otros.