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Stephen Malkmus. Foto: Difusión, cortesía de La trastienda.

La cancha de Pavement: crónica de un recital fuera del tiempo

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La banda estadounidense y “el secreto de la juventud sónica”

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Fui al concierto de Pavement en Montevideo con mis capacidades expandidas. Por un lado, los había escuchado muchísimo en su momento, en los 90, cuando eran la facción inteligente de toda la movida que destapó Nirvana, pero hacía años que no me ponía ninguno de sus discos, así que sentía oleadas de curiosidad por el reencuentro, más esquirlas sueltas de aquella sensación juvenil.

Pero además la noche anterior había ido a ver uno de los conciertos que dio Jaime Roos en el Auditorio del Sodre. Los músicos ejecutaron a la perfección su gran cancionero y en esa sala de acústica inmejorable todo sonó impecable, o más (después me enteraría de que incluso los diálogos entre los temas estaban libretados). Por algún motivo, había salido de ese recital con ganas de escuchar algo más desprolijo y, gracias a Youtube, presentía que Pavement iba a cumplir.

Pavement cumplió, claro. Congelados alrededor de una cincuentena de canciones tras haberse separado y vuelto a reunir para repasar sólo sus viejos discos, consiguen, de alguna manera, tocar como si apenas hubieran ensayado. En alguna entrevista antigua creo haber escuchado confesar a Scott Kanneberg, el “guitarrista rítmico” de la banda (por usar terminología mucho más antigua), que tenían varios trucos para que, en vivo, las canciones siempre sonaran frescas y descontracturadas. Va bien con aquella indisposición generacional al esfuerzo laboral y cierta apatía hacia el mundo adulto que consiguió nombre y todo gracias a la película Slackers, de Richard Linklater.

Ya no son muchachos vagos los Pavement, sino señores grandes que –según los rumores– tienen que pagar deudas y por eso siguen girando. También siguen sabiendo cómo sonar bohemios. En su recital en La Trastienda hubo algún tema que, sin dramas, tuvo que arrancar de nuevo, y no hablo de lados B desconocidos, sino de hits como “Range Life” o “Cut Your Hair” (uno de los dos). Pero la soltura no emanaba sólo de “errores”, sino de una actitud colectiva.

Cada movimiento estaba organizado alrededor de las intuiciones de su cantante y compositor Stephen Malkmus de una forma natural, aconflictiva. Sólo vi algo tan orgánico con Neil Young & Crazy Horse en el Campo de Polo de Buenos Aires, pero ahí las jerarquías estaban muy claras; acá, en La Trastienda, se veía una banda. Un grupo tan empeñado en mostrarse suelto que incluye en sus filas, desde el inicio, a un “saboteador”, Bob Nostanovich, que grita y hace percusión en medio de los temas.

Malkmus, el “solterón elegante” –como cantó él de otros en su momento–, resultó ser, por si fuera poco, un gran guitarrista. Lo había visto cuando vino como solista a la sala Zitarrosa, hace también unos cuantos años, y esa vez no me había llamado la atención su técnica con el instrumento. En La Trastienda, en cambio, brilló en cada movimiento. Podemos tararear sus solos, pero no se parecen a nada. Teníamos sus ataques en la memoria e igual nos sorprendieron.

***

El recital iba por la mitad cuando me distraje pensando en el secreto de la eterna juventud sónica de los Pavement, resistente a las arrugas, las entradas, la flacura o los kilos extra, según el caso. La sala estaba repleta y la gente, muy entusiasmada. Entonces, entre dos canciones, algunos empezaron a corear “oé oé oé oé, Pavemént, Pavemént”. Ustedes conocen la tonada futbolera; Nostanovich creo que no. Feliz, saltaba cual director de murga fuera de concurso.

Así fogoneado, el cantito seguía y Malkmus también quiso acompañar. La mayoría de los guitarristas hubiera probado embocar los acordes, pero el californiano cerebral se lanzó directo a puntear. Soltó una melodía rara, con intervalos equivocados. No contento con eso, la acompañó con su voz: “Pavement, Pavement”. La combinación resultó desconcertante, ominosa, parecida a los temas medievales de Sabbath en los que Ozzy Osbourne, el cantante famoso con la imaginación más limitada, trata de seguir nota por nota las frases de la guitarra. El coro cesó.

Como si nada, la banda retomó su ruta, incontaminada por la invasión de la hinchada. Fue un recital magnífico. Ser slacker también da trabajo.

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