A comienzos de la década de 1990, por puro gusto adquirido –y también por sangre–, Dante Spinetta fue parte de una vanguardia musical quizás demasiado adelantada para la escena del rock argentino. Hoy, en plena efervescencia de la música urbana en español en todo el mundo, defiende una trinchera de vieja escuela, construida con el sonido de los artistas que escuchó toda su vida, entre ellos Stevie Wonder, Prince, Sly Stone, los hermanos Fattoruso y su padre, Luis Alberto Spinetta.
Parecería que nada hubiera cambiado desde Versus, el más ambicioso álbum de Illya Kuryaki and The Valderramas (1997), la banda que fundó junto con Emmanuel Horvilleur y con la que deformó el destino de la música latinoamericana, mucho más que Soda Stereo.
En Mesa dulce (2022), su quinto disco solista, el cantante, compositor, instrumentista y productor argentino despliega su amor por el soul y el funk de forma grosera, como si fuera el plato único de un chef que confía ciegamente en su receta.
Sin embargo, durante el tiempo que pasó, Dante Spinetta Salazar giró por el mundo con su música, decidió el regreso triunfante y el final sobrio de Illya Kuryaki and The Valderramas, se inclinó por su carrera solista, vio morir a sus padres y ahora ayuda a sus hijos a grabar sus propias canciones.
Tiene otro disco casi listo y una gira por delante junto a una banda de músicos que le siguen la obsesión. “¿Esto funkea como yo quiero?”, gira en su cabeza.
Desde su hogar en Villa Urquiza y antes de brindar un nuevo show en Montevideo, el artista conversó con la diaria.
¿En tu actuación por aquí vas a tener algún invitado uruguayo?
Justo en este momento está volviendo a la banda Matías Rada. Él es el más funkero de todos, así que estoy muy feliz. Con Mati [quien también integró IKV] veníamos tocando juntos hasta que cayó la pandemia y casi no pudimos vernos de vuelta. Después él arrancó con otros proyectos, se integró el Rama Molina a la banda, que es otro violero que la rompe, también ultrafunkero, pero ahora llegó el momento de Matías.
¿Qué significa el estudio La Diosa Salvaje para vos?
Ya es como mi casa. Estoy ahí casi todos los días de la semana. Hoy, dentro de un rato, me voy para allá para seguir trabajando en mi nuevo álbum. Cuando empiezo con un proyecto nuevo es como que me toma por completo, me convierto en un súbdito del sonido que estoy buscando. A la vez, imaginate que grabé mi primer disco ahí, Fabrico cuero [1991]. O sea, estoy hablando de que tenía 14 años. En ese entonces el estudio se llamaba Cinta Calma.
Es un lugar muy especial que me inspira un respeto extra por la mística que tiene para mí. Ahí vivía mi padre, ahí murió mi padre y grabó 20 discos, más o menos. Es un lugar súper mágico, sagrado para la familia. Por eso no lo alquilamos, no se lo prestamos a casi nadie, salvo a algunos amigos. Y cuando no estoy grabando yo, está mi hermano, o mis sobrinos, o mi hija. Siempre alguno de la familia está laburando.
Al hacer un repaso rápido de toda tu discografía solista y con Kuryaki siguen llamando la atención algunos de los músicos y arregladores que participaron en las grabaciones. Desde Jerry Hey (Elton John, Michael Jackson, Aretha Franklin) hasta Michael B Nelson (Prince, Stevie Wonder, Sammy Davis Jr.), que estuvo en Mesa dulce. ¿De dónde viene esa necesidad de alcanzar un estándar muy alto?
De decir “tengo que estar acá arriba, y no menos”. Uno quiere trabajar con los mejores o con lo que considera que necesita el disco. Con Michael B empezamos a trabajar con Kuryaki en el disco Leche [1999] y también participó en Elevado [2002], mi primer disco solista, pero lo que hizo para Mesa dulce fue diferente. Digamos que hubo un plus, que arrancó ni bien le conté en qué andaba. Le escribí: “Mirá, brother, esto es lo más funky que hice”, como diciéndole: “A esto tirale todo picante”, ¿viste? Y el tipo enseguida me contestó: “Let’s do this shit”. Una cosa así. Y cuando me mandó los arreglos, la explotó.
En Argentina y América Latina hay un montón de arregladores de vientos muy buenos, pero en este caso quise ir al grano. La banda que grabó en el álbum está integrada por los pibes que tocan conmigo en vivo.
Básicamente, mi manera de trabajar es así: primero grabo las estructuras de los temas, hago los beats; eso medio que declara la personalidad del track. Si quiero volver a traer algo –no sé, una sensación de alguna época en particular, de los 80, ponele–, uso distintas máquinas o samples de máquinas. Una vez que tengo los beats y la estructura del tema, grabo las guitarras con toda la melodía y la voz para que, aunque no tenga letra, ya tenga la forma de una canción. Después vienen los pibes y tocan arriba. Ellos también son muy funkeros. O sea, en este momento no grabaría con otros músicos del mundo. Podría tener invitados, pero la formación que tengo es muy picante: Pablo González en batería, Matías Méndez en bajo y Axel Introini en teclados. Ellos entienden y sienten la música igual que yo, entonces, fluye para el mismo lado. Y en el caso de los vientos, teníamos que llamar a alguien que nos eleve, como Michael B.
Me pasa lo mismo con Claudio Cardone y sus arreglos de cuerdas, que son increíbles. Él es argentino y ahora está viviendo en Córdoba. También podría trabajar con músicos que viven cerca de casa, pero en este momento, con las ventajas que te da la tecnología, el tema de las distancias no resulta una limitante. De lo que se trata es de darme el gusto de hacer música con la gente que admiro.
Para el álbum que estoy preparando ahora estoy trabajando con el mismo equipo de Mesa dulce, incluidos Michael B y Claudio Cardone. Ya grabé todas las músicas y estoy en la faceta de escritura, de canto y de trabajo con los arreglos de vientos y de cuerdas.
Así que va a ser otro disco de mucho funk y soul.
Exacto, pero también hay bastante música urbana. Está re bueno el disco. Estoy muy contento con la música que estamos haciendo. Siento que es mi mejor momento y lo quiero celebrar con estos discos, con la gente, con los shows. Me costó mucho llegar hasta acá y quedarme conforme con lo que hice. No siempre estuve conforme.
¿Qué te pasaba?
Sentía que faltaba algo, porque uno cae en la comparación, por más que la música no sea una competencia. Me pasaba que grababa algo y no dejaba de preguntarme: “¿Esto funkea como yo quiero?”. Y después, como al año, lo ponía de vuelta y pensaba: “¿Puede funkear más?”. Recién con Mesa dulce, en canciones como “Rebelión”, “Deja boo” o “El lado oscuro del corazón”, llegué al lugar con el que había soñado alguna vez.
Debe ser una linda sensación.
Fue un momento feliz. Uno algunas veces es muy autoexigente y por ahí no disfruta todo lo que pasa en el camino. Así que cuando aparece algo bueno hay que poder reconocerlo y decir: “Che, ¡qué bien que quedó esto!”. Yo la estoy pasando bárbaro arriba del escenario, y con la mía, haciendo mi mierda, sin que nadie me venga a decir lo que tengo que hacer, trabajando con el equipo que quiero, con mis tiempos.
¿Me contás con qué está hecho todo el arranque de “La movie”?
Eso lo hicimos con sampleos de la LinnDrum, una máquina electrónica que Prince usaba muchísimo. De ahí saqué bombos, tambores, claps y le hice una percusión pitcheada para abajo. O sea, más grave. Arriba de eso está Pablo González tocando la batería. Después le puse un teclado con un plug-in de un sintetizador Moog, y Axel le agregó otras cosas. Por eso suena tan particular. Cuando mezclás un músico arriba de una máquina sale algo que a mí me encanta.
Tengo tanta música en la cabeza que a veces no me acuerdo con qué grabé una canción. A lo largo de los años, algo que me ha vuelto loco, y que me sigue fanatizando, es descubrir cómo se hacían las cosas de los discos que me gustan. Tengo una colección de teclados de diferentes épocas y los uso mucho según para dónde quiera ir. Ponele: “Ahora vamos con esto, que es más Ohio Players”. Los plug-in también están buenos, te brindan una manera más económica y te dan una sensación muy real, pero la diferencia con los instrumentos es muy notable.
Ahora, por ejemplo, estoy grabando unas violas enchufadas a una placa de sonido Apollo y suena bárbaro, ¿entendés? También podés conectar la guitarra directamente a la consola. Depende de lo que quieras hacer. Son cosas que vas aprendiendo con el tiempo.
El funk tiene sus particularidades. Incluso en vivo, cuando trabajo con un ingeniero de sonido que no me conoce, tengo que ir a la consola y explicar un poco el concepto de cómo tenemos que sonar, porque si bien yo tengo una formación que le pega muy fuerte, como una banda de rock, en realidad no es una banda de rock. Tenés que respetar el balance entre la máquina y los beats, entre la batería en vivo, el teclado y los vientos. No me pongas guitarra, bajo y batería al palo, ¿entendés? Porque si pasa eso, no se escuchan los teclados ni las cosas más rhythm & blues con las que se arma esa textura diferente.
Me parece que en la parte más soulera mucho de eso también sale de tus solos de guitarra. Como que ahí está tu sello, en el estilo de las guitarras del disco Maggot Brain, de Funkadelic.
Ese es un discazo. ¿Cómo se llamaba el guitarrista? Eddie Hazel, ¿no?
Había dos, pero el de la guitarra del tema “Maggot Brain” es Hazel.
Eddie Hazel tiene otro gran disco como solista. Era una especie de Hendrix funkero y un underdog, porque no se lo tiene muy en cuenta y era un violerazo.
Para mí, obviamente, la viola es como mi espada. Si tuviera que salir a la guerra, salgo con la viola. Pero el teclado también. Hay muchos temas –por ejemplo, “Ridículos”– que hago con el teclado o con el piano. Compongo de las dos maneras, pero la guitarra es el instrumento que me conecta, y además tiene una historia familiar detrás. Te cuento cómo me enamoré de la guitarra: mi abuelo tocaba la viola, mi viejo tocaba la viola. Hay una conexión álmica con el instrumento.
Además escuché muchos violeros de pibe. Cuando yo era chico, mi viejo escuchaba a Jimi Hendrix, más o menos, todos los días, y a mi vieja le gustaba Santana. Durante los 90, el disco Santana Brothers [1994] lo escuché millones de veces. Y claro, mi viejo me hacía toda la mímica de Hendrix con la viola. Me ponía los discos de Hendrix en el auto, en cualquier lado, y me marcaba las partes. A mí me hinchaba las pelotas, pero, al mismo tiempo, me parecía mágico. O sea, me excitaba mucho la idea de la distorsión. Cuando iba a un ensayo y apretaban el overdrive de golpe y salía ese dragón, me volvía loco. Cuando agarré la guitarra y empecé a tocar más de verdad, lo primero que hice fue apretar un pedal de distorsión y generar caos, y era como “Loco, mirá todo el fuego que sale de esto”.
Dante Spinetta. Jueves a las 20.00 en Sala del Museo (rambla 25 de Agosto esq. Maciel). Entradas a $ 1.070 en Redtickets.