Muy concentrado, meta teclear en su laptop, Nicolás Batalla parece que está produciendo para alguno de sus tantos trabajos. En un barcito ubicado a pocos metros de Canal 12, el comunicador espera a la diaria un largo rato después de salir al aire en Desayunos informales, el programa periodístico mañanero que conduce en compañía de Paula Scorza, Leonardo Haberkorn y Analía Matyszczyk, y que se destaca sobre todo por las entrevistas a políticos, que muchas veces terminan en informes del canal político-humorístico Zin TV, aunque dice que las agendas no suelen ser coincidentes.
En el programa del 12 Batalla empezó como productor, al igual que lo hizo en la radio, en lo que antes era Suena tremendo y hoy es Fácil desviarse, por Del Sol, comandado por Juanchi Hounie y Diego Zas, donde también sale al aire y cabalga por un terreno más despejado. En las últimas semanas, Batalla le sumó a su currículum ser productor general del programa político Séptimo día, que sale todos los domingos de noche, también por el canal de Enriqueta Compte y Riqué, además de la publicación del libro [El despegue], una compilación de las ideas del economista Gabriel Oddone.
Pasar de la producción al aire, sobre todo en televisión, donde la imagen manda, le dio una visibilidad de la que está aprendiendo, aunque aclara que no siente que tenga una exposición que rompa los ojos, ya que a lo sumo una vez por semana alguien le hace un comentario en la vía pública con relación a su trabajo. “Me da la impresión de que es como un goteo: se vuelve más frecuente que alguien te reconozca o te mire. Yo soy muy distraído en la calle, entonces, salvo que me pares, no me doy cuenta de si me estás mirando o no”, dice. Además, comenta que le sorprende que a veces cuando lo paran por la calle no sólo es por el programa mañanero sino también por la radio. “Supongo que el canal jugó en ponerle cara a una voz”, acota.
¿Siempre quisiste ser periodista?
No, quería ser astronauta, como todo el mundo cuando tenía cinco años. La definición de querer ser periodista vino en la adolescencia. No tenía muy claro para dónde iba a agarrar, pero me gustaba escribir y tenía una relación con la información similar a la de la teoría de los dos escalones [de Paul Lazarsfeld y Elihu Katz], porque yo no consumía directamente la información sino mi vieja. Como no había otros adultos en la casa, ella me utilizaba como sparring, y la conversación sobre política y actualidad estaba muy presente.
Cuando tuve que decidir qué hacer, puse arriba de la mesa mis intereses, que iban por el lado de la historia, la literatura, el teatro, la psicología y la antropología, y me di cuenta de que el punto en común era la comunicación. En mi casa siempre estaba la radio prendida -por lo menos en mi imaginación, lo que construí como relato sobre mí- y en ese momento mágico en el que estaba sonando “La tertulia” [del programa En perspectiva, de Emiliano Cotelo], dije “esto es lo que me gusta hacer”. Aunque había una contradicción, porque estaba escuchando la radio pero pensaba escribir, que era lo que me gustaba hacer. Probé con la Liccom [la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de la República, actual FIC], y ese mismo año -soy generación 2005- me anoté en Humanidades para hacer la Licenciatura en Historia, que es mucho más difícil, claro está, pero no avancé mucho en esa carrera.
¿Te llegaste a ver como profesor de historia, por ejemplo?
No, y tampoco me visualizaba como periodista. De hecho, durante muchos años, ya trabajando, tuve problemas de visualización para adelante. Capaz que es un problema que tengo hoy: no sé cuánto más dura esto... No me consideraba periodista sino productor, porque fue básicamente el cargo que tuve durante mucho tiempo. Cuando empecé a salir al aire, dije “hago preguntas, participo en las entrevistas, soy periodista”. Pero hasta ese momento, cuando empezó la exposición mayor, ni siquiera me consideraba periodista, por respeto al rol; me daba miedo ponerme el mote de periodista, me suena como presuntuoso.
Pero si en Uruguay cualquiera se dice periodista...
Sí, pero en mi caso me daba como mucho... Porque hay otra cosa: si bien yo quería escribir, nunca terminé haciéndolo. Empecé con el rol de productor y nunca pasé por la sala de redacción de un diario; entonces, me parecía que ese era el bautismo que tenían los periodistas naturalmente, pero yo nunca lo tuve. Me empecé a amigar un poco más con esa idea cuando hacía la producción de En perspectiva, porque era una producción con un pulso periodístico muy fuerte, y luego cuando empecé a salir al aire.
A esta altura, hay casi una leyenda urbana sobre la exigencia que supone trabajar con Cotelo...
¿Cuál es la leyenda urbana? Es exigente y eso se nota en el producto que hace. Es exigente porque es un periodístico con un nivel que no tiene ninguno en Uruguay y además es un trabajo de todos los días. Yo empecé a cursar dos maestrías y no las terminé, pero esa fue la que hice, porque trabajé durante casi cuatro años con él y fue el momento de mayor aprendizaje que tuve desde que arranqué a laburar.
Capaz que el tema no es que Cotelo sea demasiado exigente, sino que los demás son muy laxos.
Sí, estoy totalmente de acuerdo con eso. Yo siento -y me lo planteo- que en el periodismo en general nos exigimos relativamente poco. Porque la vida es compleja, hacemos dieciséis mil cosas a la vez y siempre podrías hacerlo un poco mejor si tomaras otros recaudos. Pero lo cierto es que en la práctica cotidiana en general no tenés un método que te lleve a estar en un buen nivel de calidad permanentemente, y eso es algo que él [Cotelo] hace todos los días. Existe la leyenda urbana sobre la exigencia, pero me parece que siempre se ve por el lado de “lo duro que es laburar con él”, y no por el lado de “lo salado que está llevar todos los días una conducta para hacer un programa de la máxima calidad posible”, y eso es para sacarse el sombrero.
¿Qué importancia le das a haber estudiado comunicación a la hora de ejercer el periodismo?
Siento que mi generación y las sucesivas generaciones vienen con algunos reflejos por determinadas cosas que no existían en las generaciones anteriores, que no tuvieron formación; entonces, por ese lado me parece que es importante. Pero soy crítico del momento en el que me tocó hacer la carrera, porque las instituciones de enseñanza van madurando, y cuando yo entré, en 2005, si bien la Liccom ya tenía una década de existencia como tal, tenía procesos de maduración que dar, que hoy son completamente distintos. Tampoco digo que sean ideales, no lo tengo claro porque ahora estoy un poco alejado de eso.
Yo ejercí muy poco periodismo dentro de la Liccom; hoy hay muchas más opciones porque la facultad se ha ido desarrollando como parte del proceso natural de evolución de la institución. Pero me parece que el estudio es importante y que mañana va a ser impensable que un periodista no tenga título. El periodismo es un oficio, no es una ciencia, y hay gente que está tocada por la varita y que hoy podría ejercerlo sin ningún problema, viniendo con otra formación, eso existe y se va a seguir dando. Ahora, como regla general, me parece raro que alguien pueda ejercerlo si no pasa por la carrera.
Al menos escuchándolos desde afuera, no se me ocurre un programa de radio tan distinto a En perspectiva como Fácil desviarse.
Totalmente. Además, hice un sanguche, porque trabajé en Suena tremendo desde que surgió, en 2011; me fui unos años a En perspectiva; y en 2017, cuando en El Espectador Suena tremendo pasó a la mañana y le dieron la oportunidad de ampliar el equipo, me dijeron si quería volver, y volví. Y sí, es distinto, y fue parte de la decisión: hacer algo que tuviera un lenguaje con el que me sintiera más identificado. Son el agua y el aceite, muy diferentes, en relación con el lenguaje, la dinámica y la estructura. En Fácil desviarse va a empezar el programa y no tenemos claro hacia dónde nos va a llevar la conversación; eso es algo impensable en En perspectiva, que tiene un guion que conocés y los oyentes también. Me pasa a mí como oyente de En perspectiva: me fijo en el auto a la hora que voy y digo “ahora van a estar con los titulares internacionales”, y no le erro.
En mi caso, me sentía -por un tema generacional- mucho más afín al lenguaje de Fácil desviarse, y a la hora de aproximarnos a los temas tratamos de mantenerlo como nos sale y con los perfiles de cada uno. En eso no diría que es distinto. Hay un interés temático diferente, un lenguaje y una estructura de programa diferentes, pero trabajamos más o menos sobre la misma información y tratamos de ser responsables con eso.
¿Qué diferencias notás entre las entrevistas que hacés en el programa de radio y las de Desayunos informales?
En la radio hay más tiempo para desarrollar y eso te baja la ansiedad. Por ejemplo, muchas veces en el canal termino interrumpiendo el razonamiento porque estoy apurado por hacer un recorrido, y eso implica que sean más rápidos en las respuestas que te dan, entonces a veces incluso me anticipo a la respuesta. En cambio, en la radio los podés dejar hablar o incluso comerte bloques si la entrevista está rindiendo, eso en la tele no existe. Después, es distinto hacer una entrevista entre cuatro que entre dos, que es lo que suele ocurrir en Fácil desviarse, o sea, en la radio tenés mucho poder sobre el rumbo de la entrevista. En la televisión, siendo cuatro, la entrevista puede ir hacia muchos lugares distintos porque todos tienen intereses distintos.
¿En Desayunos informales están muy pendientes del rating?
No. De hecho, cuando entré en la producción se podía seguir el minuto a minuto, y eso hace años que ya no se hace. Es más, no sabemos cuánto mide el programa, y no lo digo para hacerme el desentendido, porque podría conseguir los reportes, pero no los seguimos.
¿No tienen presente el rating?
No, porque tampoco sabés qué funciona y qué no. En la medida en que es un periodístico, notamos que el programa tiene cierta relevancia en cuanto a formar parte de la agenda. O sea, lo que sucede en el programa a veces tiene eco en la agenda, y eso es un insumo, y después los comentarios de la gente. Pero decir “esto funciona, hay que replicarlo”, no, porque la discusión, que la tenemos todos los días, cuando termina el programa, con una listita de cosas que hicimos mal, dónde desatendimos y cómo mejorar, la hacemos sobre la reflexión de la práctica periodística.
O sea que no te frustrás si una entrevista que hicieron en Desayunos informales después no sale en Zin TV.
Para nada, no me frustra no salir en Zin TV, porque, además, las agendas no son coincidentes. O sea, lo que a nosotros nos interesa de una entrevista no es lo que le interesa a Zin TV -quizás a veces sí-. Es verdad que es una plataforma que te da mucha visibilidad, e imagino que hay gente que llega al programa a partir de eso, porque está en contacto con públicos que de repente no son todos los que están mirando la televisión ese día o los que después buscan la entrevista completa en Youtube. Pero no estoy pensando en Zin TV a la hora de hacer la entrevista. Sí pasa que, cuando estoy viviendo un momento muy extraño -y eso sucede con la televisión en vivo-, digo “esto puede terminar en Zin TV”.
¿Cuál es el político más difícil de entrevistar?
¿Durante la entrevista o para conseguir la entrevista?
Durante la entrevista, porque para conseguir la entrevista seguro es el presidente Luis Lacalle Pou.
Sí, seguro, de hecho, nunca lo entrevisté... [El senador del Frente Amplio] Óscar Andrade es una persona difícil de entrevistar: es muy inteligente, habla veloz, con muchísima información y ata muy rápido las respuestas y los razonamientos; entonces, es difícil ir siguiendo el hilo y saber cómo entrar después. Incluso, cuando ante alguno de esos razonamientos te sentís en la obligación de contextualizar de otra forma, porque obviamente él responde desde una visión política y vos estás hablando para todo el público, también terminás enredado y luego es difícil mantener el orden de la entrevista. Y otro que últimamente también ha sido más complejo -para decir uno de cada lado- es [el senador del Partido Nacional] Javier García.
¿Estás atento a lo que dicen sobre el programa de televisión en las redes sociales?
Me fijo, pero es un ejercicio mayormente inútil, porque lo que recibís es bastante odio. Sirve para sondear cómo te están percibiendo, sobre todo los que se quedaron disconformes con el contenido de ese día: te pegan porque apretaste mucho a alguien del gobierno o de la oposición. Entonces, podés tener como un monitor de lo que está pasando con los que se van disgustando, pero no es representativo de nada y en general los aportes desde ese lugar en relación con el programa son de poco valor. Cuando me hacen un aporte valioso, para empezar, no es públicamente, sino a través de un DM [mensaje directo].
Al principio dijiste que de niño querías ser astronauta, imagino que era una broma.
No, todos los niños quisimos.
¿Astronauta en Uruguay?
Pero a los cinco años no tenés un estudio del mercado laboral... Capaz que a los ocho ya me di cuenta de que era una pretensión inútil. Es un embole ser astronauta, pero no lo sabía en ese momento.
¿Tu idea era ir a la Luna o a Marte?
La idea que tenía era un Playmobil astronauta: capaz que era ir adentro de una caja de juguete, no a la Luna.
¿Te da miedo que por cualquier cosa que hayas dicho en esta entrevista en el próximo programa de Fácil desviarse tus compañeros te tomen el pelo?
No me da miedo: sé que va a suceder.