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La vida es corta, de Milo J.

Discos del argentino Milo J y el tacuaremboense Tallo reviven géneros rioplatenses

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Murga, milonga y otros folclores.

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A sus 18 años, Camilo Joaquín Villarruel, Milo J, es una superestrella musical y un activo económico tan seductor para los mercados como los yacimientos petroleros de Vaca Muerta o los salares de los que se extrae el litio argentino. En su corta carrera, el cantante y compositor ha cosechado el reconocimiento de sus pares y la aprobación de figuras como Fito Páez, León Gieco y Nito Mestre, que subrayan su talento inusual y destacan la moral de sus textos, alejados de los autos de lujo, las joyas, las prostitutas y las drogas de los traperos.

La vida era más corta, editado por el gigante Sony Music, es su tercer disco de estudio e involucra a un ejército de productores, músicos y cineastas dispuestos a poner en marcha un plan de conquista mundial.

A priori, la jugada se asemeja a la de C. Tangana con El Madrileño y a la de Bad Bunny con Debí tirar más fotos: un rescate musical del folclore local, como lo más genuino y orgánico que un artista puede ofrecer a su público cercano, filtrado con arreglos de música urbana fácilmente algorítmica, con la meta puesta en rebotar desde Morón hasta Japón.

Las virtudes del joven son incuestionables: una voz grave y melodiosa, a la que le sobra estilo, poesía confusa y original que sus pares comprenden íntima y telepáticamente.

La apuesta de su tercer álbum puede leerse a la vez en dos niveles. Suena en los textos con la urgencia de un artista atravesado por las cosas más comunes —como el amor y la muerte— y por lo inusual de la fama, que incluye que un gobierno con un presidente de personalidad inédita y reaccionaria te persiga y suspenda uno de tus recitales.

No lejos de esa perspectiva más personal, la música de La vida era más corta es vastamente latinoamericanista e inclusiva: tiene sambas y zambas, chamamés, carnavalitos, murga uruguaya, tango y bossa nova. Como el mejor o el más febril sueño bolivariano, los ritmos y géneros conviven en una armonía superproducida, incluso dentro de un solo track. Arriesgadísimo, si se trata de delinear una identidad con la suma de tantos y tan diferentes elementos.

En “Ama de mi sol” se escucha el comienzo de “Giros”, de Fito Páez, y el piano desemboca en una bossa nova lounge. Canta el coro de Agarrate Catalina, que alarga la última sílaba de un “jacarandá” de otra canción. Aquí sabremos que el diablo es una de las figuras narrativas más importantes de toda la placa.

La siguiente, “Solficando12”, queda pegada en el modo de un set de DJ: “Morocho color lodo / que aprendió a estar con nada y, con un poco, ya tiene todo”, frasea el cantante con la cadencia, entre melancólica y somnolienta, de un crooner que domina con su voz el repertorio por encima de lo que toque la orquesta; y ese valor casi siempre lo salva. El rapero Trueno lo acompaña en la rumba española de “Gil”. Una zamba y chacarera electrónica con violines vibra en “Mmm”, mientras Milo canta junto a Paula Prieto.

Dentro de lo mejor del disco hay una simple balada de guitarra acústica: Milo arma dúo con Akriila en “Llora llora” y echa mano a los mejores vicios de la música urbana, como los colchones inflados de sintetizadores y el fraseo soulero, en este caso, casi libre de autotune.

En “Recordé”, el punto más alto del álbum, vuelve Agarrate Catalina. La base recuerda a las de Pharrell Williams y el estribillo suma tambores de candombe y teclados de ciencia ficción ochentera. “Hoy recordé cuando moría / pero creo que era la otra vida”, advierte el personaje.

La oscurísima folcloridad de “La vida era más corta” puede convencer. El zurcido de los versos funciona fluidamente en un lamento amoroso que, en la aceptación del fracaso, incluye una instantánea de homenaje a “Brindis por Pierrot”, de Jaime Roos.

Y todavía queda muchísimo. Todo un segundo lado que incluye “Luciérnagas”, con el cubano Silvio Rodríguez, y una versión de “El jangadero” (Jaime Dávalos), junto a Mercedes Sosa.

Con buenos momentos, este paseo turístico musical puede despertar el interés por viejos o nuevos paisajes hermanos o muy lejanos. Como apuesta climática e inmersiva, esta versión de Milo J suena a muchas cosas y a ninguna, resultando demasiado invasiva y, al final, nada personal.

Criollo, de Tallo.

Tallo y su Criollo

Joaquín Menchaca Silveira, Tallo, todavía es una figura emergente de la música uruguaya. Dicen que habla poco y que conviene no perdérselo si por casualidad decide presentarse en vivo con sus canciones.

Nació y se crio en Tacuarembó hasta los 18 años. Ahora tiene 29. Se vino a Montevideo a estudiar arquitectura. Algunos quizás lo conozcan como la voz de la banda de punk rock Solo Bueno y otros seguro pararon la oreja con los tres discos que ya había firmado como Tallo: Vida absurda(2020), Atropella2 (2021) y Tiempo arriba (2022).

“Esos tres discos fueron un proceso de experimentar con canciones, estilos y estéticas. Cuando estaba terminando el anterior se me apareció el título y concepto de Criollo”, contó a la diaria. “Fue algo increíble, porque por primera vez en mi vida sabía exactamente lo que hacer: tenía un título, un concepto fuertísimo y estaba pasando por un momento de tristeza muy profunda que me hizo conectar con las milongas que escuchaba. Agarré eso y me puse a componer un disco de folclore actual, que se notara que fue hecho en esta época, desde el sonido hasta las letras”.

Criollo es un disco de autor en el más severo de los sentidos. Tiene diez tracks y desde su portada propone un multiverso en el que la tipografía de un libro de Carlos Vaz Ferreira tiene el fondo plateado de un disco de trap.

El músico uruguayo lo grabó en su casa con una computadora, una guitarra y la inspiración principal de Osiris Rodríguez Castillo y Eduardo Darnauchans. “Si Zitarrosa hizo milonga rompiéndola, yo también lo iba a hacer. No había duda: romperla para adaptarla a mi contexto”, pensó.

El disco comienza con “Criollo” y, entre las penas, abre un camino de introspección, con una esperanza puesta en la noche. “Brindo por los errores”, anuncia. Desde el principio, la guitarra domina la imaginación y dialoga con la voz de Tallo ecualizada con autotune. La milonga es inconfundible y familiar, pero también se acerca a la canción pop y, de pronto, a una psicodelia del medio del campo.

“Canto por si pierdo el rumbo / por si el tiempo entierra la pasión”, admite en “Sin flores”. Comienza a caminar en “Dos almas”, en un arpegio doble que tanto podría recordar a las guitarras de Zitarrosa como a las de Jonny Greenwood, de Radiohead.

“Yo x ti” tiene la forma redonda de un hit radial y una vibra rockera diluida en una base hiphop minimalista. Tallo también es fan de Kanye West y, a lo largo del disco, trasluce la influencia de su clásico 808s & Heartbreak.

“Soy un gaucho que pide perdón”, confiesa a continuación, y luego prueba con su canción más triste y feroz en “Como el viento”.

El sujeto de estas canciones contempla su soledad en medio de la nada. Habla con su guitarra y con la propia noche, y encuentra abrigo en la milonga como expresión última de su espíritu oriental.

Como cantante, su color de voz y su poesía podrían recordar a Dino. Como instrumentista, sorprende en su relectura del folclore local. La guitarra nunca se aleja tanto de la sonoridad tradicional de la milonga y, de todos modos, las combinaciones de notas de pronto hacen espejo en los paisajes lejanos de Nick Drake, como sucede en “Tempestad”, casi al final de un disco sólido y extrañamente uruguayo.

La vida era más corta, de Milo J. Sony, 2025. En plataformas. Criollo, de Tallo. Tallo Records, 2025. En plataformas.

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