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Festival de Freestyle en el Prado (archivo, setiembre de 2025).

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Los desafíos del freestyle uruguayo

4 minutos de lectura
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Virtudes y limitaciones de un fenómeno horizontal y callejero.

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Los días en que hay competencia, el paisaje habitual en torno al Hotel del Prado cambia. Hace algunos años, por la tarde, sólo se reunían los futuros competidores, que a menudo alternaban entre rapear y mirar las batallas; había pocos asistentes que sólo fueran a observar. Hoy, con el crecimiento del freestyle en Montevideo, la escena cambió: se arma un escenario, hay técnicos de sonido ajustando detalles y aparecen foodtrucks que suman su presencia al encuentro.

Las escaleras del viejo edificio funcionan como tribuna, y a medida que se acerca el comienzo del evento, los espectadores se van ubicando, expectantes. Cuando empieza la competencia principal, los hosts llaman a los primeros participantes y el público, que hasta entonces se encontraba distendido, guarda silencio. Aunque puede surgir algún grito de aliento hacia un competidor, predomina el mutismo: hablar durante las batallas es visto por la propia comunidad como una falta de respeto.

Este gesto tiene su origen en los tiempos en que eran un grupo pequeño, pero incluso hoy, cuando los sistemas de amplificación que utilizan volverían innecesario guardar silencio, la costumbre se mantiene. Y en esa persistencia se cifra uno de los valores fundamentales de la comunidad: el respeto.

Un fenómeno global

Las batallas de freestyle son eventos competitivos de hip hop, en los que freestylers improvisan sobre un beat (ritmo). Deben crear rimas ingeniosas y fluidas en tiempo real, atacando verbalmente a un oponente. Por lo general, las batallas se desarrollan entre dos o tres competidores y un jurado designa al ganador. Las competencias adoptan un formato de eliminación directa, en el cual al finalizar la jornada se conoce al campeón de la fecha.

Con el tiempo, las batallas de freestyle se han convertido en una disciplina en sí misma dentro de la cultura hip hop. Pueden realizarse en cualquier lugar, desde plazas barriales hasta estadios, y han ganado cada vez más popularidad a nivel mundial gracias a la difusión masiva que ofrecen internet y las redes sociales.

En la comunidad de habla hispana, competencias como Freestyle Master Series (FMS) y Red Bull Batalla han jugado un papel clave en la expansión regional del fenómeno, ya que contribuyeron a la creación de circuitos profesionales que han ayudado a consolidar el freestyle como una forma de expresión artística.

Uruguay no es una excepción. Desde hace más de una década existe un movimiento sostenido de personas vinculadas de diversas maneras al freestyle. Las competencias fundacionales fueron Callejón 18 (en el callejón de la Universidad), 3X Freestyle (en Plaza de la Democracia) y Dark Jail (en Hotel del Prado), la única de las tres que continúa activa.

Además de ser la más longeva, Dark Jail fue declarada de interés cultural por la Junta Departamental de Montevideo en 2022. Se realiza de forma mensual en las puertas del Hotel del Prado y celebró su noveno aniversario en setiembre, en un evento que reunió a cientos de personas, pese a contar con una difusión modesta, lo que evidencia un interés genuino y sostenido por la actividad.

Participar mirando: el público como protagonista

Durante los eventos, cada intervención del público forma parte de la escena. Es uno de los rasgos más relevantes del freestyle de plaza: el público no ocupa un rol pasivo, sino que se convierte en coprotagonista del espectáculo. A diferencia de otras artes escénicas, en las que tradicionalmente la presencia del público, aunque esencial para la conformación del espectáculo, suele tener una actitud pasiva, las competencias de freestyle se enriquecen de manera evidente gracias a la participación activa de los asistentes.

La presencia del público aporta significado. Al aplaudir, festejar, agitar la mano o guardar silencio, no sólo se celebran las rimas, sino que también se construye un vínculo entre competidores y espectadores, transformando la batalla en un espacio de interacción y de construcción de comunidad. La participación varía, porque responde a la capacidad de los freestylers para conectar con valores, emociones y experiencias colectivas de quienes los rodean.

De este modo, el público cumple un doble rol: el de aprobación y el de legitimación del espectáculo. Legitima cuando premia con festejos una rima ingeniosa o cuando reconoce lo improvisado en intervenciones imposibles de preparar con antelación.

Y regula cuando desaprueba con silencio o murmullos aquellas actitudes que rompen con los códigos de respeto. Muchos freestylers consideran fuera de lugar las rimas que intentan ofender al oponente con alusiones a aspectos de su vida íntima o con la intención de desacreditarlo y desconcentrarlo. En esos casos, el silencio del público funciona como un recordatorio de los límites éticos que sostienen la convivencia dentro de la comunidad.

El techo invisible

La horizontalidad es clave en la escena uruguaya. A diferencia de lo que ocurre en países con circuitos más consolidados, como Argentina, Chile o Perú, aquí el freestyle no cuenta con una estructura que permita proyectarse hacia un nivel profesional. Por eso, en las competencias de plaza es posible ver a algunos de los máximos exponentes del freestyle nacional, como Harry, Hammer, Franco o Spektro, campeones de Red Bull Batalla en Uruguay, enfrentándose en escenarios abiertos, al alcance de todos. Desde la mirada del público, esta cercanía puede leerse como un privilegio. Ver a los referentes más destacados competir en espacios accesibles y comunitarios es algo que en otros países sucede de manera muy ocasional.

Sin embargo, esa misma cercanía expone una debilidad estructural, ya que la imposibilidad de dar un salto profesional termina por generar un techo en la carrera de los artistas. Los referentes consagrados permanecen en la élite local, pero no se produce una renovación efectiva, ya que las nuevas generaciones encuentran serias dificultades para crecer y disputarles un lugar a quienes ya están consolidados.

Debido a la escala reducida del país, señalan distintos actores, resulta poco realista pensar en la creación de un circuito profesional de freestyle que se sostenga en el tiempo. En consecuencia, el camino más viable para quienes logran destacar parece ser la transición hacia proyectos musicales. Una vez alcanzada cierta visibilidad en las batallas, muchos freestylers comienzan a producir y difundir canciones propias, aprovechando la experiencia adquirida en la improvisación y el reconocimiento del público.

Zeballos es un ejemplo claro de esta transición y, más recientemente, también lo es R Flakkkk. Ambos lograron capitalizar su prestigio en el circuito de batallas para consolidar carreras musicales.

De este modo, el freestyle en Uruguay funciona más como plataforma de legitimación que como destino en sí mismo. Se convierte en un espacio de aprendizaje, de exhibición y de pertenencia comunitaria, pero con un límite evidente: no asegura la posibilidad de transformar el talento en una profesión sostenida en el tiempo.

¿Veremos desaparecer a los grandes exponentes actuales una vez que migren hacia otros proyectos artísticos? ¿Las nuevas generaciones tendrán la oportunidad de crecer dentro de un ecosistema competitivo que les permita desarrollarse? ¿O, por el contrario, encontraremos la manera de darles la visibilidad y el apoyo necesarios para que el freestyle en Uruguay pueda trascender el carácter de pasaje para afirmarse como un destino con proyección propia?

Sería deseable que el freestyle continuara consolidándose como práctica cultural, pues constituye una forma de poesía callejera que renueva el vínculo entre la palabra y su comunidad, devolviéndole a la literatura oral un sentido de presencia y participación.

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