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La reencarnación de Peter Proud (1975, de J. Lee Thompson)

Luces laterales: pasó el Bazofi Oriental 2025

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Cine estadounidense de la década de 1970 y películas de género italianas.

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La segunda edición del Bazofi Oriental –el festival programado por el argentino Fernando Martín Peña de este y el otro lado del Río de la Plata– transcurrió del 19 al 22 de noviembre en Cinemateca, con dos películas por velada. Pude ir a dos de esos programas dobles y vi, por lo tanto, la mitad de este Bazofi.

La proyección en fílmico es uno de los placeres del Bazofi. No soy un sectario absoluto del fílmico, pero además del placer indiscutible que implica la definición y la vida interna de la imagen fílmica, están sus demás aspectos que podrían ser perfectamente vistos como defectos, y lo son: deterioro de los colores con el paso del tiempo, rayaduras, saltos debidos a que con sucesivas roturas de cada copia algunos fotogramas se deterioraron o tuvieron que ser cortados para pegar los extremos sanos. En todo caso, ya que estamos, se puede disfrutar un cierto sabor nostálgico, vintage, pero sobre todo está la sensación de estar viendo, no una rendición, entre infinitas posibles e idénticas, de una obra virtual, sino un objeto único, de museo, con su propia historia y los rastros de su uso.

La copia de Pánico en la ciudad de los muertos vivientes, por ejemplo, estaba censurada: con miras a obtener un permiso para menores de 18, el distribuidor en aquella época cortó todos los momentos más sangrientos. Se acerca la entidad maligna, la potencial víctima aúlla y ¡pimba!, saltamos a otra escena.

Además, con la excepción de Gracias, tía, creo entender que ninguna de esas copias había sido exhibida antes en Cinemateca. Es decir, en su momento la institución preservó la copia al terminar su carrera en el mercado exhibidor, pero, al no ser, para nada, el tipo de películas que uno esperaría ver en Cinemateca, al no ser obras de ningún auteur consagrado, al no tener ni siquiera actores de los “históricos” que justificaran programarlas en alguna retrospectiva necrológica, esas copias habían estado metidas adentro de sus latas durante décadas.

Sorprendió, por ejemplo, la calidad de la imagen (salvo en los extremos de los rollos) de La reencarnación de Peter Proud, que estrenó por acá en 1976 y estuvo durmiendo 49 años en su cripta-archivo hasta que el brujo Peña la invocó para ese nuevo paseo en el mundo de los vivos.

Cuando la virtud derramaba

En un par de sus presentaciones antes de las proyecciones, y en el texto mismo con el que Cinemateca difundió la muestra, Peña hizo referencia a “un cine que ya no existe más”. Es cierto, y es aún más fácil de constatar en esa selección de buenas películas “comunes” —en verdad, cada una tenía sus excepcionalidades, pero no están entre las grandes obras maestras de la historia del cine—.

Los primeros dos tercios de la década de 1970 fueron uno de los momentos más gloriosos en la historia del cine estadounidense, y eso es algo que se ve en virtualmente cualquier película. En La reencarnación de Peter Proud (1975, de J. Lee Thompson) un hombre de unos 30 años empieza a sentirse cada vez más atormentado por visiones recurrentes que lo llevan a sospechar que es la reencarnación de alguien que fue asesinado. De tanto buscar, termina descubriendo quién fue esa persona y entra en contacto con su familia (incluida la asesina).

Por un lado, está la fuerte influencia underground: las visiones de Peter se nos muestran en pasajes con montaje fragmentario que enfatiza la danza de los elementos gráficos entre una imagen y la otra, con varios encuadres chanfleados para acentuar el carácter onírico. También está la influencia modernista: Peter dialoga con el capitán de policía y se siente incómodo al no poder contestar determinadas preguntas, y de pronto cortamos y nos damos cuenta de que ese diálogo no se llegó a dar: Peter se lo imaginó, se dio cuenta de que era inútil y salió a buscar otra solución. Peter tiene el hábito de tintinear el vaso de whisky, igualito que su encarnación anterior. Martha (la esposa asesina) lo constata perturbada. Luego rememora a Peter, y suena (como un comentario sonoro nomás, fuera de la diégesis) el sonido del tintineo.

Quizá el rasgo más distintivo es el componente sexy que tenían las películas en esa época de liberación sexual. Entre la irrupción del sida pocos años después, el vuelco conservador de la cultura y, más recientemente, el temor a la exposición a críticas feministas, el componente sexual del cine mainstream quedó tremendamente cohibido, y en especial si se aborda la sexualidad heterosexual y en obras realizadas por varones. En La reencarnación de Peter Proud el deseo parece estar por doquier (en especial, en la escena de la chica que se acuesta en forma insinuante en la cama). Aún más extremo es el hecho de que Peter se enamora de la hija de su encarnación previa (y quién podría no enamorarse: está actuada por Jennifer O’Neill). La cosa no queda en la potencialidad: efectivamente tienen sexo, y en cámara (escena romántico-erótica), en lo que se podría describir como una especie de incesto espiritual. ¡Y la música! El gran Jerry Goldsmith hace una mezcla de melodía sentimental pop al estilo de la época combinada con elementos de vanguardia, con clusters pianísticos y unas sonoridades exóticas de sintetizador analógico. Una maravilla.

Los cuatro años que separan La reencarnación de Peter Proud de Aquí vive el horror (The Amityville Horror, de Stuart Rosenberg, 1979) hacen mucha diferencia: el último tercio de la década de 1970 ya es mucho más parecida a los 80. Todo suena más impecablemente profesional, pero también más convencional. Ambas películas tienen elementos en común: una es la presencia de la “parapsicología” en cuanto disciplina que se tendía a tomar en serio y otra es la presencia de la actriz Margot Kidder. Una pareja con tres niños se compra la casa donde, un tiempo antes, Ronald DeFeo Jr. (1951-2021) mató a sus padres y cuatro hermanos sin motivo aparente. Empiezan a pasar cosas raras que sugieren fuertemente la presencia de alguna fuerza maligna. El personaje del cura Delaney aparece varias veces tomado con la cámara desde el piso, vinculándolo con el personaje de Max von Sydow en El exorcista (1973, de William Friedkin).

Lo que me pareció más curioso es la cantidad de puntos en común entre esta película y El resplandor (de Stanley Kubrick), lanzada al año siguiente: la idea del lugar embrujado que induce a sucesivos residentes a matar a la propia familia; el hecho de que George, al inicio un esposo amoroso, se va poniendo malhumorado y genera la impresión de que puede representar un peligro para los suyos; que ese peligro se encarne, sobre todo, en un hacha (y hay una escena en que George parte una puerta a hachazos); el cuento de que la casa se construyó sobre un cementerio indígena; la sangre emanando de la casa (aquí en cantidades menos demenciales que en la película de Kubrick); la posible ayuda exterior que permanece en todo el metraje como un atisbo de esperanza que nunca se concreta (aquí son Delaney y el jefe de policía).

No es posible que Kubrick haya copiado esos elementos, ya que su película se empezó a rodar tres meses antes del estreno de The Amityville Horror. Leo ahora que, además, Stephen King (autor del libro El resplandor) hizo serias críticas a esta película, al parecer sin mencionar las similitudes con su propia obra. La música, de vuelta, es una maravilla: el compositor es Lalo Schifrin (pululaban los grandes compositores antes de que los cursos formales que empezaron a enseñar composición para cine inundaran el mercado con mediocres).

Península bizarra

Gracias, tía (1968, ópera prima de Salvatore Samperi, Italia) fue, para mí, la gran sorpresa de este Bazofi. Un adolescente, hijo de un ricachón, queda paralítico sin motivo aparente (probablemente es algo psicológico). El gurí es absolutamente insoportable en su infantilismo, su descuido por los demás, su eventual crueldad (una visión típica de la época, que enfatizaba el costado enfermizo supuestamente inherente a la familia burguesa, combinado con el nuevo espíritu del joven rebelde sin causa). Durante un veraneo de sus padres, queda su tía materna Lea (la bellísima Lia Gastoni) a cargo del muchacho. Rápidamente, el cariño protector de tipo materno de Lea evoluciona hacia una indisimulada atracción sexual por el muchacho, quien juega con eso, rehusándose a hacerle el amor y, en vez de eso, involucrándola en toda clase de juegos extraños con fuertes componentes sadomasoquistas.

Bien característico de esa época tan fermental, casi cada plano de la película implica alguna buena idea para jugar con la forma de manera inesperada. Además, el estatuto de las escenas es muchas veces dudoso: ¿tal cosa realmente ocurrió o fue imaginada? Para el caso de que “haya ocurrido”, la película tendría que verse en clave de absurdo o surreal, y la alternativa (“no ocurrió”) implica mezclar subjetividad con objetividad (la tal escena fue imaginada por alguno de los personajes), o incluso, aún más modernista, la noción de realidades alternativas, en que la película que vemos no necesariamente retrata una diégesis coherente y verosímil. Al final, pulsión erótica y pulsión de muerte se entreveran.

Otra música maravillosa: aquí es el gran Ennio Morricone. Una de las canciones es una protesta contra la guerra de Vietnam (no mencionada, que recuerde, en la película, pero que contribuye a ponerla en ese contexto político internacional) y la otra es la demencial “Guerra e pace, pollo e brace”, que va, además, con la increíble presentación animada que parece caricaturizar la película misma, con un tono francamente cómico que luego será mucho más velado y ambiguo. Humor, morbo, incomodidad y pienso, todo entreverado.

Pánico en la ciudad de los muertos vivientes (de Lucio Fulci, 1980, Italia) fue la gran bizarrada entre mi muestrita de medio Bazofi. Veo por ahí que muchos espectadores le otorgan notas bien altas por su valor de entretenimiento (¿involuntario?). No soy ajeno a los placeres de una buena película mala, pero se ve que estaba de malhumor y la acumulación de absurdos, las actuaciones espantosas, los diálogos pobrísimos y la estructura medio cualquiera no me rindieron la inversión de ese par de horitas. A quien interese: un cura pecador (¡se suicida!) desata la apertura de las puertas del infierno. Hay mujeres que lloran sangre cuando se asustan demasiado, un cadáver que le arranca un pedazo de la mano a un ladrón de cadáveres, una lluvia de gusanos, una mano maligna que agarra a la gente por la nuca y les arranca sus cerebros. Por tercera vez en cuatro películas aparecen parapsicólogos y por segunda vez todo se debe a que la ciudad en cuestión fue erigida en un lugar maldito (las “ruinas de Salem”, ciudad que, por cierto, en la vida real, sigue enterita).

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