Cultura Ingresá
Cultura

La Mona Jiménez.

Foto: @lamonaoficial

Tunga tunga: anatomía del cuarteto cordobés

11 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

La historia del éxito de La Mona Jiménez, Rodrigo, La K’onga y Luck Ra.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

En el corazón de Argentina se encuentra “la ciudad de las mujeres más lindas”, “del fernet”, “de la birra”, “de las madrugadas sin par” y, podríamos agregar, de una de las poblaciones más alegres del mundo. En Córdoba, también conocida como “la Docta”, por el prestigio de albergar una de las universidades más antiguas de Sudamérica, vive una multitud de estudiantes de todo el país, lo cual probablemente sea causa del hervidero social que gestara la reforma universitaria (1918) y el Cordobazo (1969), que fue el sismógrafo de lo que luego se decantaría en una de las peores dictaduras de la región.

Podemos reseñar también la Manzana Jesuítica del siglo XVI, sus peatonales, la cañada que encauza un arroyo transversal, las sierras, los chistes, los alfajores, pero si hay algo que la distingue e identifica es el cuarteto, uno de los ritmos latinos con mayor raigambre en su localía y que mayores pasiones despierta.

Uruguay venía siendo un tibio testigo de este sentir popular hecho música y baile con algunos mojones bien esporádicos. “¿Quién se ha tomado todo el vino?” (1986) y “Beso a beso” (1998) fueron dos saetas de La Mona Jiménez que lograron atravesar la valla porteña de la cumbia villera y quedaron tímidamente insertadas en la memoria colectiva oriental. Y, a principios de los 2000, claro, el subidón que significó el Potro Rodrigo, cuya repentina muerte caló profundo en la psiquis charrúa, al punto de que somos varios los que recordamos qué estábamos haciendo el día en que impactó la noticia.

Luego vino un hiato de más de dos décadas, hasta que el éxito de La K’onga, tras entrar en la sanducera Semana de la Cerveza, favoreció varias actuaciones en otros festivales del interior de nuestro país, y así se empezó a colar esta música en las emisoras uruguayas. El tiro de gracia lo dio Luck Ra, que, siendo muy joven aún, reforzó el fenómeno y logró que este género, que ya consolida 80 años de trayectoria, finalmente viviera una merecida expansión arrolladora a lo largo del continente, favorecido por las redes sociales y las plataformas online de música, algo que los grandes caudillos del género no habían conseguido.

Esta explosión cuartetera provocó, por ejemplo, que La Mona, el artista icónico del “tunga tunga” cordobés, con más de 50 años de intensa trayectoria, recién haya realizado en 2024 su primera actuación en Uruguay, dentro de la franquicia Cosquín Rock, en la Rural del Prado, o que actualmente se escuche cuarteto todos los días en la radio y que los rankings de Spotify den cuenta de una gran audiencia oriental, algo impensado un par de años atrás.

Albores

El cuarteto fue gestado por la joven Leonor Marzano, quien creó el tunga tunga (o “piano saltarín”), modo cariñoso de llamar a la forma señera de tocar el piano, no tanto como un instrumento melódico, sino percutivo, haciendo que la mano izquierda en los tonos bajos acentúe el primer tiempo y suavice el segundo, llevando así el ritmo de la pieza.

El 4 de junio de 1943, en el auditorio de la radio LV3, se realizó el concierto que cambiaría el curso de la historia musical y posiblemente de la idiosincrasia cordobesa, y que hoy es la fecha elegida para festejar el Día del Cuarteto. La flamante orquesta El Cuarteto Característico Leo da Luz tomaba elementos del pasodoble y la tarantela, introducidos por los inmigrantes españoles y piamonteses, y también del foxtrot, y los mezclaba en un nuevo género, dicharachero, bailable y pegadizo, que sería el terremoto de las pistas provinciales.

Esa primera presentación generó tanto impacto, que la banda, integrada por la joven santafesina y su padre, don Augusto (fue quien bautizó a la agrupación en honor a su hija), comenzó a ser requerida desde distintos puntos de la provincia. Así, esta versión más acotada y económica de las llamadas “orquestas características” de aquellos años, compuesta únicamente por piano, contrabajo, acordeón y violín (más un cantante), se fue abriendo paso entre los tradicionales pasodobles, tarantelas, chamamés y valses, e inició una gesta que aún hoy se sigue escribiendo.

Su origen era el ámbito rural y campestre. El público se acercaba a fiestas en casas de familia, por caminos de tierra, en sulky, en tractores, y por eso los músicos a veces quedaban varados en el barro. Las presentaciones tenían lugar en retablos rodeados de bolsas de arpillera para frenar las inclemencias climáticas, plagados de insectos que a veces obligaban a interrumpir el tunga tunga para quitarlos de la cara, iluminados por faroles sol de noche o, en el mejor de los casos, con luz eléctrica generada por el ruidoso motor de algún tractor amigo.

Rodrigo.

Foto: Captura

La primera grabación del Cuarteto Leo, en 1953 (irónicamente, bajo el sello Trío), fue clave para que Córdoba capital se dignara a cobijarlos, después de mostrarse indiferente por diez años. Ya en la década de 1960, en competencia con el folclore y la canción de protesta, los clubes de barrio y los salones sociales se llenaban de un público obrero, ávido de diversión, fortalecido como clase bajo la égida del peronismo. Los gustos de esa audiencia eran alimentados por la pujante industria cultural del cuarteto, compuesta por un ecosistema de discográficas, bailes y medios de comunicación (el canal 12 local emitía el programa La fiesta de los cuartetos). El mercado comenzó a apropiarse de una forma de alegría, resistencia (era despreciado por las clases media y alta) y construcción de comunidad. Así, el género se consolidó como expresión profundamente cordobesa.

Juventud, dictadura y después

El Cuarteto Leo, el Cuarteto Berna, el Cuarteto de Oro y Carlitos Pueblo Rolán constituyen lo que autodenominaron “los Cuatro Grandes”, algo así como Los Cuatro Fantásticos, pero del cuarteto. Profesionalizadas artísticamente en las décadas anteriores, en los 1970 estas bandas se unieron para competir sanamente entre ellas –y marcar la cancha para los que vinieran luego–, alternando sus actuaciones en los diferentes escenarios.

El ámbito donde se cortaba el bacalao y se hacían los negocios era el mítico Bon Q’ Bon. El bar lleva más de 50 años recibiendo a productores, músicos y empresarios del mundo del cuarteto que se daban cita en un lugar que se jactaba de no cerrar nunca y alojaba al maestro don Heraldo Bossio.

Ni siquiera la persecución del gobierno militar de la última dictadura, que lo consideraba un ritmo de “negro cabeza”, pudo pararlo. De hecho, “Cortate el pelo, cabezón”, del Cuarteto de Oro, en la voz de La Mona Jiménez, se destacó como el tema más popular de 1976.

El cuarteto dejó de ser algo familiar para revestir una piel más juvenil, nocturna y, de algún modo, contracultural. A su vez, las nuevas bandas, hoy ya consagradas instituciones del tunga tunga, incorporaron matices de géneros tropicales latinoamericanos, como la gaita zuliana, el jalaíto y el paseo. Otro fenómeno de la época fue la consolidación de los cantantes como fuertes figuras identificatorias por sobre los conjuntos que integraban, y la gente empieza a idolatrar figuras.

Por esta época surgían Los Chicos Orly, autopercibidos como los Rolling Stones del cuarteto, con ya más de 40 años de trayectoria. Nacía también Chébere, que es la agrupación que “enchufa” al cuarteto al reemplazar el violín y el acordeón por los sintetizadores y los vientos, sustituir el contrabajo por el bajo eléctrico y el piano por el teclado. Esto dio espacio a algunos de los exponentes fundamentales del género, como Fernando Bladys, El Rey Pelusa, El Monstruo Sebastián y El Negro Videla, un fanático de Los Iracundos, que aún recuerda cuando Leoni Franco le recomendó grabar “Vestido blanco, corazón negro”, el tema que los eyectó a la fama.

Con la entrada de la democracia, en 1983, llega Trulalá (cuyo nombre remite a la ciudad imaginaria en la que vive el personaje infantil Hijitus), una agrupación conocida como la “universidad del cuarteto” por su carácter de semillero artístico. En ella brillaron Manolito Cánovas, Jean Carlos, Gary (el baluarte del cuarteto melódico), la Pepa Brizuela y el Loco Amato.

Aquellos dorados años 90

Durante los primeros años del gobierno de Carlos Menem la paridad del peso con el dólar posibilitó una etapa de excesos, farándula y fandango. La sociedad argentina aún paga las consecuencias de ese descalabro, pero lo que nos interesa es que el cuarteto no fue ajeno al clima reinante.

Fue entonces que se consolidaron sus dos grandes patriarcas: Carlos La Mona Jiménez, dueño de un carisma desbordante y de una conexión única con el público, y Rodrigo Bueno, el Potro, que dio el batacazo nacional al conquistar al público de toda Argentina.

La Mona se inició en el Cuarteto Juvenil Berna y luego se sumó al Cuarteto de Oro, y alcanzó su pico de popularidad en su meteórica carrera solista. El Mandamás, rango con el que se conoce al astro cordobés, comenzó a actuar en el Monumental Sargento Cabral, el primer espacio que le abrió la capital, luego de separarse de los celosos Cuatro Grandes, que impedían que tocara en la Docta. Así, abriéndose paso como un buldócer, los dejó a todos atrás.

Leonor Marzano.

Hoy Jiménez es la figura más emblemática y querida de su provincia. Incluso las nuevas generaciones no pueden evitar postrarse frente a él, como si de un dios se tratara. Los exponentes del género, desde los más longevos hasta la camada de renovadores que han logrado traspasar las fronteras nacionales, muestran un respeto cautivante al hablar sobre él. Aunque ningún cantante habla mal de él, también se sabe que sus decisiones –que en algún momento compartió con el magno representante y empresario Emeterio Farías– podían cambiar la carrera de figuras del cuarteto. Por caso, le bajó el pulgar al Monstruo Sebastián, a quien habría tildado de traidor por haber llevado el cuarteto a Buenos Aires, sin tener en cuenta que lo había hecho porque se le cerraban las puertas en la capital del género.

Guste o no, Jiménez es un fenómeno único, porque el cuarteto se ha incorporado al ADN de la provincia y él se erige como amo y señor de esa identidad. Sus más de 100 discos son testimonio de esa hegemonía, incluso para gente no afecta al tunga tunga. Muchos siguen peregrinando en la puerta de su casa, le dejan ofrendas o simplemente esperan para saludarlo o sacarse una foto cuando sale para actuar o darse una vuelta por su bar museo.

Rodrigo tampoco tenía espacio en Córdoba y por eso se enfocó en Buenos Aires, como puerta al mercado regional. Así, revolucionó la geografía del género. Con un talento y un don de gente inigualables, y una propuesta artística más elaborada que la de sus antecesores, se destacaba por sus letras, arreglos musicales y renovación estética: abandonó las melenas, las lentejuelas y las hombreras e introdujo los jeans rotos, las musculosas y el pelo corto. “Lo mejor del amor”, “Y voló voló” y “Ocho cuarenta” son algunos de los clásicos del carismático músico, que se la jugó y terminó pagando el precio.

En el auge de su carrera, Rodrigo murió trágicamente el 24 de junio, como Gardel, pero del 2000, en un accidente de tránsito, probablemente producto de la frenética vida laboral que llevan los músicos que se mueven en el ámbito de la bailanta porteña, donde a veces llegaban a hacer hasta diez actuaciones en una noche. Afiliado infaustamente al célebre “club de los 27”, logró que el cuarteto fuera aceptado en todos los estratos sociales y que, a 25 años de su muerte, sus canciones sigan vigentes en las pistas de baile del Río de la Plata.

Rodrigo se transformó en un símbolo al punto de que es, junto con Gilda, uno de los santificados de la música popular argenta. Se le rinde culto y sus devotos piden favores y le adjudican milagros. Sin embargo, Córdoba, celosa, no fue muy grata con quien le dedicara uno de sus himnos más insignes, “Soy cordobés”, como si el mismo público que prácticamente lo echó estuviera resentido por quién llegó a ser en tan poco tiempo, y por el lugar en que dejó al cuarteto.

Así como La Mona gana en los estratos más bajos, Rodrigo lo supera en las clases media y alta, y es probable que si siguiera vivo hubiera terminando destronando a su rival. Para ilustrarlo con la dicotomía más cara al público argento: La Mona sería a Rodrigo lo que Maradona a Messi. Y si le preguntaban, el Potro decía que Jiménez era mejor que él; del otro lado no pasaba lo mismo.

Los años 1990 vieron la eclosión de varias bandas, pero es La Barra la que abre la vertiente de modernas propuestas que enfrentan el poderoso tridente de Chébere, Trula y Jiménez, cuyos mismos componentes, como El Toro Quevedo, el dominicano Jean Carlos (responsable de la fusión con el merengue) o El Turco Oliva se exilian a nuevos proyectos musicales. Oliva fundó Cachumba y logró una aceptación sin peros, exhibiendo una melena, una postura e incluso una gestualidad que representan cada barrio y localidad de Córdoba, y que provienen de La Mona.

Hay que anotar, además, que bandas pachangueras del crisol bonaerense como Kapanga y Los Auténticos Decadentes también fueron responsables de darle visibilidad al cuarteto en otras frecuencias.

La avidez del público por el cuarteto hace que los conjuntos, dado que se presentan varias veces por semana durante todo el año, se vean obligados a grabar un disco cada seis meses para responder a esa demanda. Se les pide diversión, básicamente, porque es un ritmo fundamentalmente bailable; por ello es que todos los fines de semana “hay que lustrar los pepés, porque a algún lado nos vamos”.

Luck Ra.

Foto: Captura

Para el cuartetero es un momento sagrado ir al baile, aunque no tenga qué comer. Estos sitios, ya sea que tomen la forma de club barrial o de boliche, son el espacio ritual, el templo donde la magia del cuarteto sucede: la gente se acerca a sus ídolos para que la mantengan por unas horas alejada de los pesares cotidianos. El sentido de pertenencia, fundamental para entender el sentir de esta liturgia, se refleja en una forma de bailar, en un tipo de vestimenta, en saberse las letras de todas las canciones para corearlas frenéticamente, como si fueran tribunas de fútbol, y así conectar con los ídolos. El baile se desarrolla típicamente en forma de rueda o de espiral: cada pareja gira en sí misma, y a su vez va girando en la pista, en sentido antihorario.

Cuarteto cheto

La consolidación y masificación del cuarteto se refleja en la cantidad de propuestas que surgen con el nuevo milenio: Walter Olmos (brevísimo sucesor de Rodrigo, que murió jugando a la ruleta rusa), Banda XXI, Sabroso, La K’onga, Damián Córdoba, Ulises Bueno, Dale Q’ Va, Chipote, Q’ Lokura, Magui Olave (prima de Rodrigo), que se apropia del lugar que dejara libre la Gata Noelia, mucho tiempo atrás. Esta cantante, apoyada por una notoria inyección económica, allana el camino para quien va rumbo a ostentar el título de “la voz femenina del cuarteto”: Eugenia Muela Quevedo, colaboradora de La Banda de Carlitos, probablemente por no mucho tiempo más.

El trabajo incansable de todo este movimiento hizo que La K’onga, tras incorporar a un cantante mediático –ganador de Operación Triunfo y participante de un Gran Hermano– y generar una catarata de éxitos, entre los que podemos mencionar “Universo paralelo” y “Te mentiría”, festejara sus dos décadas en 2023, llenando diez teatros Gran Rex, tres Movistar Arena y un estadio de Vélez, lo cual decantó en giras por Estados Unidos y Europa, más colaboraciones con Rusherking, Ke Personajes, el uruguayo Matías Valdez, Cristian Castro, Sergio Dalma, Nicki Nicole y David Bisbal, entre otros. Así, La K’onga alcanzó notoriedad mundial y hoy son íconos del cuarteto “cheto”, resistido por los viejos seguidores del género, tal como ocurrió con la cumbia cheta en Uruguay.

Actualmente es Luck Ra quien retoma la tinta en el pelo y la actitud desfachatada del extinto Potro cordobés. Sus virales “Hola perdida” y “La morocha” explican que Chayanne imite el clásico movimiento que inmortalizó La Mona, girando alternativamente la palma y el dorso de la mano en el video de la versión cuartetera que hicieron juntos del clásico del puertorriqueño “Un siglo sin ti”.

Futuro

El cuarteto cordobés no es sólo música: es historia, es cultura popular, es emoción colectiva. Es el sonido que acompaña a generaciones en fiestas, en calles, en clubes y en estadios.

Desde que largó la teta más formal, si se quiere, del pasodoble, este dicharachero género fusión ha ido evolucionando, adaptándose a los nuevos tiempos, asimilando nuevos ritmos, instrumentos y tendencias hoy de la mano del pop, el reguetón y el trap. Su gran desarrollo y trayectoria hace que uno augure su arribo como categoría al Grammy Latino en no mucho tiempo. Incluso la Municipalidad de Córdoba ha impulsado el proyecto para que la Unesco lo declare Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Relegado por chabacano hace décadas, en la actualidad es enseñado en las escuelas y sus exponentes poseen estatuas a lo largo de la ciudad: en la peatonal San Martín se encuentra el Paseo de la Fama del Cuarteto, y ya hay un museo del cuarteto, porque ahora es el orgullo de la ciudad.

Estrictamente, de “cuarteto” las agrupaciones sólo conservan el estilo, porque las bandas actuales son verdaderas orquestas de 15 músicos, entre instrumentos de percusión (timbales, tambora, conga, güiro y batería), de cuerdas (guitarra eléctrica y bajo), de viento (trompeta, trombón y saxofón), piano y teclado. Lo que perdura, lo que vive, siempre al fondo, empujando los pies en el baile, es el tunga tunga del piano saltarín.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesa la cultura?
None
Suscribite
¿Te interesa la cultura?
Recibí la newsletter de Cultura en tu email todos los viernes
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura