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Ilustración: Ramiro Alonso

Je suis el director francés

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Un cineasta francés de cuyo nombre no me interesa acordarme, director de una película rodeada de polémicas y nominada al Oscar, dijo que “el español es una lengua de países emergentes, una lengua de países modestos, de pobres y de migrantes”. Lo profirió en su propia lengua romance, originada en el latín (igual que el portugués o el rumano), y entendemos su elaborado concepto gracias a la traducción, lo que implica que se puede decir lo mismo en un idioma que en otro. Por supuesto que tiene razón, dado que una gran parte de los casi 600 millones de personas que hablamos castellano –es un sinónimo, no peleen– pertenecemos a países donde hay bastante pobreza, lo cual suele mover a la gente a emigrar hacia donde piensa que encontrará mejores condiciones de vida. Algo semejante sucede con los alrededor de 300 millones de francófonos, quienes muchos emigran de África tras haber sido colonias de países como Francia o Bélgica. Es más, posiblemente todas las lenguas del mundo tengan mayorías de hablantes pobres y migrantes, dado que tal vez no sea otra cosa lo que caracterice a los seres humanos, salvo escuetos grupos con tendencia a acumular la riqueza. No habrá faltado quien le enrostrara que existen el Quijote, Cien años de soledad, Ida Vitale y Circe Maia, y que Messi, de bastante buen pasar económico, se expresa en la variedad rosarina del rioplatense, hecho que se encarga de ensalzar su compatriota Hernán Casciari, valorando especialmente la caída de la /s/ en su parca oralidad. Es decir, hay una poderosa literatura y gente con plata en la variedad vernácula cuyo primer testimonio son las Glosas Emilianenses, del siglo X. También directores de cine, ya que estamos. Y también gente que cree cosas parecidas a lo que manifiesta el hombre este.

Me parece que todavía no han acusado al cineasta de hacerle los mandados a Trump al acercarse a los estereotipos del flamante deportador masivo de inmigrantes. En cualquier caso, ambos individuos muestran una visión que homogeiniza negativamente a un determinado grupo que, observado con un poco de atención, es por demás diverso desde varios puntos de vista. Y sería lo mismo si nosotros, heridos en nuestro orgullo, dijéramos que el francés es una lengua de soberbios imperialistas eurocéntricos. O si le otorgáramos el estatus de “lengua de cultura”, más sutil y adecuada para determinados quehaceres intelectuales, si repitiéramos que el alemán es más apto para la filosofía, o postuláramos que el guaraní sirve para pescar surubíes.

A estas alturas, ya existe la sociolingüística, una disciplina que tiene por objeto de estudio, a grandes rasgos, la interacción entre factores sociales y lingüísticos, campo en que han metido cuchara sociólogos y lingüistas aproximándose a la realidad al tanteo, como hace la ciencia, que tiene métodos, pero siempre perfectibles. No sin controversias, por supuesto, porque por ejemplo Bernstein llamaba “código elaborado” y “código restringido” a las observaciones sobre el inglés de la clase media y de los obreros, respectivamente, no exento de sus propios prejuicios al realizar el estudio y formular conclusiones. Todos los hablantes tenemos percepciones, creencias y estereotipos, contamos con el componente de nuestras emociones y sentimientos y, finalmente, nuestro comportamiento incluye tendencias a actuar y reaccionar con respecto a lenguas o variedades lingüísticas.

Las lenguas son entidades abstractas de las que sólo se captan sus realizaciones particulares, que se ven determinadas por factores sociales e históricos. Así, incluso dentro de una misma comunidad de hablantes –que costará definir– existen formas prestigiosas y otras despreciadas, en general con íntimos vínculos con la estratificación social y estructuras de poder. Estos estereotipos pueden ser tanto o más virulentos que los que se tienen sobre lenguas que no se comprenden (como es el caso de este cineasta, que también declaró no hablar la “lengua de Cervantes”). No le costará a quien lea esta nota evocar grupos de personas que le parecen que hablan mal, feo, incorrecto, o insistirán en que hay un verdadero español y versiones degradadas. Recordarán haberse disgustado porque alguna gente se expresa de manera rústica, “comiéndose las eses”, “con cantito”, “a lo canario”, conjugan los verbos de maneras que les parecen incorrectas o, como un delantero compatriota, dicen el relativo compuesto “lo cual” en innumerables ocasiones sin que concuerde con su antecedente, como debe ser. Obviamente, quien esto escribe no está exento de actitudes, prejuicios y estereotipos, y, además, dice cosas como “lo gurise” y bautiza a nuestra tradicional comilona de camaradería en torno al fuego como “asade”. Sabiendo lo que hacemos, podemos perdonarlo un poco al señor, y si queremos ahondar en los temas que se fueron tocando, ahí está el libro Sociolingüística de Humberto López Morales, quien no duda incluso en citar a JP Rona, un estudioso uruguayo. Averigüemos, que es más placentero que juzgar. Lo sé porque hice las dos cosas.

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