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Dreams (Sex Love).

Algunas luminarias del Festival de Cinemateca

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Balance de la reciente edición del evento más importante del año cinematográfico uruguayo.

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Leído por Andrés Alba.
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La edición 2025 del Festival de Cinemateca (que es como todos llamamos, más allá de su nombre oficial, al Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay) tuvo lugar del 8 al 20 de abril. Fueron unos dos centenares de títulos, entre largos, medios y cortometrajes, de todos los continentes (el único que estuvo seriamente subrepresentado fue África, presente únicamente en algunas coproducciones caboverdianas con Portugal). Esas películas se organizaron en siete competencias, dedicadas respectivamente a largometrajes internacionales, largometrajes iberoamericanos, nuevos realizadores, derechos humanos, cine infantil y juvenil, cortometrajes internacionales y cortometrajes uruguayos.

Aparte de eso, hubo panoramas de cine de Portugal (que fue el “país invitado”), de cine uruguayo, de largos internacionales, de cortos, de películas recientes de directores con amplia trayectoria, un ciclo de películas que abordan la música como objeto (Ensayo de orquesta) y otro que lo hace con el cine mismo (Ojo con el cine), además de exhibiciones especiales. Las funciones fueron en las salas de Cinemateca, en Sala B y en el Alfabeta, con apertura en el Sodre y clausura en la sala Zitarrosa, y además funciones fuera de Montevideo (distintas localidades de Canelones, y en las ciudades de Treinta y Tres, Tacuarembó y Salto).

Como viene pasando, más allá de funciones a pleno en otras salas, el hervidero fue en la sede de Cinemateca, cuyo lobby supo estar tupido de gente animada intercambiando opiniones y recomendaciones. Hubo unos cuantos invitados que presentaron las películas a las que estaban vinculados y luego participaron en sesiones de Q&A (preguntas y respuestas con el público).

Las top

Nadie puede abarcar todo ese laberinto: cada individuo habrá salido con su corpus personal de películas, entre sorpresas, maravillas o clavos. Mi festival personal estuvo condicionado por mi participación en el jurado de la Competencia Internacional de Largometrajes, que tuve el honor de compartir con dos cineastas que admiro muchísimo: la argentina Laura Citarella y el español Javier Rebollo. Me pasa muchas veces cuando hago la cobertura de un festival que la gran ganadora me la pierdo (y eso tiene poca gracia a nivel periodístico), o cuando sí la veo me quedo puteando sobre la decisión absurda del jurado que la premió. Esta vuelta, obligadamente, no me la perdí, y además participé en la decisión sobre las ganadoras.

El premio mayor fue para la rumana Kontinental 25, de Radu Jude. Es uno de los cineastas más inquietos de la actualidad. Nuestro colega Agustín Acevedo Kanopa escribió que “es el Jean-Luc Godard que el despiadado y entrópico mundo del poscapitalismo nunca pidió pero necesitaba”. En esta película una ejecutora judicial se pasa casi todo el metraje en crisis, oprimida por la culpa del suicidio de un indigente, ocurrido durante el procedimiento de desalojo de la sala de máquinas de un edificio, que el hombre solía habitar.

La mayor parte de la película transcurre en diálogos, tomados en extensos planos fijos, con diferentes personas con las que ella termina comentando el tema. Los diálogos y situaciones terminan salpicando la experiencia de la película con referencias a un panorama internacional de guerras, genocidios y hambrunas, y una realidad local (fácilmente extrapolable a otros países) de desigualdad, corrupción, especulación inmobiliaria y la persistencia de prejuicios vetustos.

Formalmente es menos salvaje que otras realizaciones de Jude, reconectando en forma más plena con la gran tradición del nuevo cine rumano en su naturalismo, su humor negro sutil, el retrato crudo del dolor y el desempeño de los actores (increíble Eszter Tompa). No sólo los diálogos están llenos de ironía y nos dejan una desoladora sensación de vacío (las soluciones están mucho más lejos que lo que pueda implicar cualquier muestra de sinceras buenas intenciones), como también las imágenes tienen la propiedad de resaltar los pequeños absurdos del cotidiano: ese parque con dinosaurios animatrónicos, el perro robot, las solemnes estatuas de bronce, los carteles electorales, y esas series de imágenes de fachadas que intervienen en distintos momentos en la película. Kontinental 25 es una obra terrible, bella, cruel y tierna, desoladora y muy divertida. Fue doblemente premiada, porque también fue considerada la mejor de la competencia por el jurado juvenil.

Caught by the Tides.

El Premio Especial del Jurado fue para la china Caught by the Tides, de Jia Zhangke. A ese director siempre le interesaron las historias que abarcan algunas décadas en las vidas de sus personajes, para así ilustrar cambios personales y socioculturales, con un particular sentido de nostalgia y paso del tiempo, por un lado desencantado, y por el otro valorizando simultáneamente los pequeños apegos y las liberaciones con las que cada cual construye como puede su intento de felicidad.

Esta película es especial, porque está hecha mayormente de tomas descartadas de películas anteriores, rodadas desde 2001, en distintos soportes y formatos. Aprovechando la presencia constante en sus películas de su esposa y musa Zhao Tao, Jia construyó un hilo de anécdota, que luego continuó en escenas rodadas especialmente para este lanzamiento. El resultado es una narrativa fragmentaria, hecha de trozos, insinuaciones, situaciones cuyo contexto no entendemos cabalmente, pero de los que vamos pescando algunas conexiones (sólo algunas) y emociones: implicaciones criminales, una separación, viaje, regreso, reencuentro emotivo luego de decenios. Entretanto, vemos unos pocos de esos magníficos paisajes chinos con ríos y montañas, y también muchos de esos paisajes de otro tipo, que tanto le interesan a Jia, con fábricas, chimeneas, baldíos y demoliciones mezclados con elementos de esa estética colorinche tan cara a la cultura popular china, teñidos con canciones pop occidentales y asiáticas.

Junto a las partes a partir de las cuales podemos intentar inferir la anécdota, hay extensos pasajes líricos, no narrativos, casi documentales o ensayísticos. La narrativa está intervenida con unos intertítulos que, pese a tener todos la misma apariencia, tienen un estatus cambiante y a veces dudoso: títulos de capítulos, comentarios extradiegéticos, mensajes de texto de celulares, diálogos (sí, porque la protagonista no dice una palabra en todo el metraje, dejando mucho por cuenta de la expresión facial fabulosa de Zhao Tao). El final es formidable. El premio a mejor dirección fue otorgado a dos directores: el español Albert Serra por Tardes de soledad y el francés Alain Guiraudie por Misericordia.

Tardes de soledad.

Tardes de soledad fue el único documental de la competencia, una película observacional alrededor del famoso torero Andrés Roca Rey. El recorte es peculiar: las corridas están mostradas estrictamente en planos cerrados tomados con gran angular: uno nunca tiene una visión panorámica de la arena, y mucho menos del público, privilegiando el arte taurino, exhibiendo también crudamente la violencia, y además permitiendo escuchar, gracias a micrófonos inalámbricos en cada integrante del equipo, las cosas que se dicen y los sonidos que hacen. Es un tremendo laburo de cámara y sonido. Las tomas en la van, llegando o saliendo de cada corrida, siempre del mismo ángulo frontal, muestran una peculiar situación de alabanzas hacia el matador, al mismo tiempo que su concentración, o su expresión compenetrada con la constante cercanía con la muerte (de seis corridas, él se lastima en tres).

Misericordia es un neonoir bien a la francesa, con la violencia reservada para momentos muy puntuales. El guion es original, pero hubiera podido ser la adaptación de una novela de Patricia Highsmith. La anécdota fue comparada con la de Teorema, de Pasolini: un joven regresa a un pueblito donde supo trabajar muchos años antes, sacudiendo las rutinas del lugar a partir de una intensiva circulación de deseos (casi siempre homosexuales, pero no exclusivamente), que, en este caso, acaban desembocando en un crimen. El clima es serio, a tono con el estilo austero y preciosista característico de Guiraudie. En forma curiosa, intervienen diversos toques sutilmente cómicos y la película se ubica en un lugar especial: no da para reírse francamente, pero tampoco para mirar con una perspectiva exclusivamente sesuda.

Hubo dos menciones, además. Una fue para la portuguesa-británica On Falling, de Laura Carreira, crudo retrato de las condiciones de vida y trabajo de inmigrantes en Escocia que pone en cuestión la noción de una sociedad de bienestar. Quizá esas condiciones no sean tan críticas como lo son muchas veces acá en el tercer mundo, pero el clima de alienación es cruel aun así, y dispara en la protagonista, una joven portuguesa, un proceso depresivo severo.

La otra mención fue para el trabajo del ensamble actoral de la argentina El mensaje, de Iván Lund. Esta película acompaña a un hombre y una mujer adultos que itineran por el interior de Argentina junto con una niña que, se dice, se comunica telepáticamente con los bichos (vivos o después de muertos). La película está guionada y los tres personajes están actuados, pero tiene varias propiedades en común con los documentales observacionales. Una es la aparente neutralidad, que resulta un poco interpelante en una película así: ¿será que esos personajes realmente creen en la telepatía con bichos, o son totalmente chantas, o algo intermedio, y en qué medida? La preciosa fotografía en blanco y negro, los paisajes, los momentos contemplativos, esos encuadres fuera de lo común y el manejo nada obvio del foco, todo eso, muchas veces, bañado en la evocativa música de trompeta de Mauro Mourelos, evoca el sensibilismo de Werner Herzog y Wim Wenders.

Punku.

La otra película latinoamericana de la competencia internacional, la peruana Punku, de Fernández Molero, recibió una mención del jurado juvenil. Su peculiar combinación de momentos hipernaturalistas, involucrando personajes de clases populares con pasajes de tratamiento audiovisual casi abstracto en tono underground y elementos inexplicables que insinúan lo sobrenatural, hace pensar en algunas de las películas de Carlos Reygadas.

La noruega Dreams (Sex Love), de Dag Johan Haugerud, se centra en una adolescente que, luego de sentirse enamorada de una de sus profesoras y de un vínculo que desemboca en decepción, decide plasmar su historia en un libro novelado. La película está constituida casi toda por diálogos entre pares de mujeres de distintas generaciones (las únicas intervenciones masculinas vienen al inicio y al final). A veces la película parece ser sobre ese romance intergeneracional lindero con el abuso, a veces es sobre el libro y los efectos de su existencia y posible publicación, a veces sobre el hecho de que la muchacha haya escrito el libro.

Si bien por momentos la película se acerca a asuntos que pueden ser dramáticos, el tono nunca pierde su ligereza. Son unos diálogos buenísimos, sensibles, con toques de fina observación comportamental y comedia, en el contexto de un especial rigor formal en el tratamiento de motivos visuales.

Otros destaques

La argentina Algo nuevo algo viejo algo prestado, de Hernán Rosselli, ganó el premio principal del jurado ACCU (de la crítica uruguaya), además de una mención del jurado oficial en la Competencia Iberoamericana de Largometrajes. Es una película muy peculiar, porque emplea elementos documentales (un acopio de videos domésticos de una familia de Lomas de Zamora, en el conurbano bonaerense), pero los compatibiliza con una narrativa totalmente ficticia y actuada con varias de las personas que aparecen, con distintas edades, en esos videos. La ficción involucra el juego ilegal y el entorno de bandas criminales, retratadas sobre todo desde el cotidiano, con una narrativa extrañamente elíptica, lacunar. Pese al clima naturalista, el espectador se ve sumido en un estado de constante incertidumbre e interpelación.

La estadounidense Good One, de India Donaldson, ganó la competencia de nuevos realizadores. Relata esencialmente una pequeña aventura de fin de semana cuando dos amigos se van a practicar senderismo en un bosque, acompañados de la hija adolescente de uno de ellos. Son tres actores increíbles, diálogos inteligentes y de un particular naturalismo, pequeñas epifanías, un estudio de personalidades y vínculos, paisajes bellísimos y, tendiendo al final, un vuelco especial que evidencia aspectos de la situación de la mujer en una sociedad machista. Es como si fuera la adaptación cinematográfica de un cuento magnífico, pero no lo es: es una historia original.

La belga On vous croît, de Arnaud Dufeys y Charlotte Devillers, recibió mención del jurado juvenil. Describe una audiencia ante una jueza de menores a propósito de la tenencia de dos niños cuyo padre fue acusado (por la madre, a instancias de algo que contó el niño más chico) de abuso sexual incestuoso. Las declaraciones de las abogadas de ambas partes se escuchan completas, en tiempo real, acompañadas de algunas de las reacciones de los personajes involucrados y de la jueza. Pese al concepto relativamente confinado en tiempo y espacio, la película es de una intensidad emotiva sobrecogedora. La jueza debe tomar decisiones basada en un dilema que no es fácil: si lo del abuso es una fantasía propiciada por la madre vengativa, ella estaría privando al hombre del contacto con los hijos; si ella cede frente a la falta de evidencias contundentes, puede exponer a los niños a una situación de abuso, además de ir en contra de la voluntad de los menores.

La brasileña Apocalipse nos trópicos, de Petra Costa, es un documental escalofriante sobre el papel de las iglesias evangélicas en el ascenso de Jair Bolsonaro. No está centrada en Bolsonaro, sino, sobre todo, en el televangelista Silas Malafaia, de Assembleia de Deus Vitória em Cristo, uno de los pioneros en Brasil en la opción por incidir directamente en política. El film explora los orígenes de esa tendencia en los televangelistas estadounidenses (sobre todo Bill Graham), la expansión de la opción evangélica en la religiosidad brasileña (con el desplazamiento relativo del catolicismo y los cultos afro), distintas reacciones frente a esa escalada de tendencia teocrática, manifestaciones de fervor religioso, la manera en que todo eso se inmiscuye con distintas causas reaccionarias (demonizando el aborto, la homosexualidad, las drogas, la laicidad y la izquierda en general, además de operar una reevaluación positiva de la dictadura). El final, centrado en la invasión del Congreso por una masa de bolsonaristas enfervorizados, ilustra algunas de las consecuencias desastrosas de todo eso.

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