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César Troncoso en El eternauta.

Foto: Marcos Ludevid, difusión

César Troncoso: “Yo tengo algún rasgo de Favalli, me reconozco en esa cosa acumuladora del personaje”

9 minutos de lectura
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El coprotagonista de El eternauta habla de su vida después de la serie.

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Dos días después del estreno mundial de la serie El eternauta , el actor uruguayo César Troncoso está de regreso en Montevideo, pero resulta inubicable. En el teléfono, las redes sociales replican su imagen en recortes de video, sentado delante de una pila de autos abandonados pintada en cartón.

Una y otra vez, junto con su colega argentino Ricardo Darín, cuenta y bromea relajadamente frente a un cámara fija sobre el desafío de interpretar a Alfredo Tano Favalli, el seudoingeniero “de mente práctica” que se convirtió en el personaje más querido de la tira porteña y del que ahora todos quieren saber un poco más.

“El primer lugar en la lista de necesidades no lo ocuparán ni el agua ni la comida ni los remedios. ¡Lo ocuparán las armas!”, advierte Favalli en una viñeta espejada en pantallas de tevé enfrentadas a un sillón y en la mirada amenazante del actor uruguayo, capturado en la acción de las lecturas de su propia juventud, repentinamente convertida en la producción de Netflix de habla no inglesa más vista en el mundo por estos días.

“Yo no puedo creer que no conocíamos a este actorazo en Argentina. Gracias a Bruno Stagnaro por traer su nombre para estos lados, porque ahora también vi Infancia clandestina y El baño del papa. Tremendo actor este tipo”, escribe @martinoporto8676 en los comentarios de una entrevista radial subida a Youtube, mientras que @martincostas9200 agrega más abajo: “A Favalli le encontraron el actor perfecto para interpretarlo”, y @cristianpool1197 descubre que “actúa zarpado el charrúa”.

Entrada la tarde-noche surge una pista de su paradero montevideano. Una imagen que cae al Whatsapp permite advertir su trazo y su estilo: un rostro deforme y protegido con una máscara antigás se liga con otro en largas fibras humanas o de una especie del reino animal de apariencia anfibia. Es lo último que dibujó en su cuaderno, sabremos luego.

“¡Estoy bien, pero completamente pasado de rosca. Esto se transformó en una especie de locura!”, responde Troncoso a la mañana siguiente y explica, con su habitual gentileza: “Necesito estar un rato en casa con mi mujer y mi hija y para hacer algunas cosas domésticas, y después podemos hablar un rato”.

Pasaron pocos días del estreno. ¿Ya te adaptaste a esa locura?

No estoy adaptado para nada. Esto comenzó el 28 y 29 de abril. Viajé a Buenos Aires con la intención de hacer notas de prensa. Se hizo una función especial para 500 personas en la que se pasó el primer capítulo y al día siguiente se liberaron los seis. Ahí arrancó la locura. Empecé a recibir mensajes de felicitación y agradecimiento de Argentina, Uruguay, de China, de algún mexicano, en fin, de todos lados, y la cosa se fue de mambo. Influyó la buena campaña de expectativa de Netflix y coincidió además que en el feriado del 1º de mayo la serie se vio mucho. Yo necesito volver a la velocidad común y corriente para poder pasear a la perra, ir a la feria y salir sin problemas a la calle, sin esta locura.

¿Cuándo y dónde viste la serie por primera vez?

Durante el rodaje nos fueron mostrando cositas muy pequeñas cada tanto. Fue un proceso muy largo, de siete, ocho meses de rodaje. Cada tanto hacíamos una especie de encuentro de equipo y de repente veíamos dos minutos. Yo más o menos iba intuyendo por dónde iba la serie, pero después de que terminamos de rodar me vine para acá, y ahí ya estuve un período largo sin ver demasiadas cosas, sin saber muy bien qué estaba pasando, aunque con mucha expectativa y ansiedad. Pasó que casualmente este año hice una participación en una película de la misma casa productora [K&S Films]. Entonces, Leticia Cristi, una de las productoras, me mostró dos capítulos.

¿Y qué sentiste?

Me quedé muy embalado. Porque además a mí me gusta mucho el primer capítulo: es el comienzo de la vida de todos los días en la ciudad de Buenos Aires, con los líos de los cortes de calle por los apagones y los tipos que se juntan, se piden un whiskicito y juegan un partido de truco. Eso me parece hermoso. Yo creo que si no instalás eso, la invasión extraterrestre no viene a cuento de nada. Lo que está bueno es que irrumpa en ese mundo tan cotidiano y rioplatense. También quedé muy engranado por el nivel de calidad que tenía lo técnico. Para mí era un misterio saber qué había pasado con los efectos especiales, de qué manera colaboraban con la construcción de esa nevada tóxica y cómo todo eso iba a impactar en el espectador, teniendo en cuenta que se tenía que ver muy real. El equipo estaba muy confiado. Yo había cruzado algunas palabras con Ricardo [Darín] y él me decía: “Quedate tranquilo, esto es un bombazo”.

Foto: Marcos Ludevid, difusión

La acción del comienzo transcurre en el sótano de Favalli. Ese es su lugar predilecto y está lleno de objetos de todo tipo. ¿Qué podés contar de esa especie de laboratorio-archivo?

Yo tengo algún rasgo de Favalli. La ingeniería y yo nos miramos de reojo, pero me reconozco absolutamente en esa cosa acumuladora del personaje. Todavía tengo revistas de historietas que compré en el año 80 y pico; la colección de la revista Fierro, por ejemplo. También tuve, mientras vivía en una casa más grande, un montón de números de La Maga, de los que me tuve que deshacer, de Humo(r), de Posdata. Siempre fui muy coleccionista de algunas cosas, sobre todo por el lado de las historietas. Entonces era como que me identificaba mucho con esa característica de Favalli.

Ese primer capítulo, además, refleja muy claramente el comienzo de la historieta original, si bien hay algunas cosas de adaptación. En el cómic la historia empieza en la casa de Juan Salvo, mientras que en esta versión transcurre en la casa de Favalli, lo cual en un punto es mucho más lógico, porque es quien sabe usar las cosas a las que echa mano el grupo y me parece que esa adaptación funciona bien. El sótano de la serie se armó en una casa en Beccar. Primero se trabajó sobre la casa de verdad y después sí, se recreó esa misma casa en un estudio, pero las escenas del sótano se trabajaron fundamentalmente en la casa de verdad, que era una verdadera maravilla. En realidad, el sótano era un garaje que se achicó para la serie. El trabajo de arte fue increíble. Era entrar ahí y creértelo. Estaba cuidado hasta el más mínimo detalle: los discos, el farolito, una estantería completa de tornillos. Era una demencia. Uno, como actor, viene con el personaje construido, también con sus cosas personales, pero yo creo que entrar en ese espacio, o ponerme un suéter de lana amarillo con la franja al medio, muy parecido al de Favalli en la historieta, son cosas que te terminan de construir. Hay que agradecer ese trabajo porque de verdad nadie trabaja solo y esos detalles suman mucho.

Da la sensación de que Favalli ya sabía todo lo que podía pasar, o estaba muy preparado.

Sin dudas es un tipo preparado para cualquier conflicto, primero por la acumulación de conocimiento que tiene, segundo por ese sótano. Imagino que no estaba preparado directamente para una invasión extraterrestre, pero creo que un personaje como Favalli seguramente podría atravesar una pandemia mucho mejor que muchas otras personas. Es esa vieja lógica del Río de la Plata de “tengo un alambrecito acá que me hace falso contacto, yo lo resuelvo con un pedacito de cable que tengo en un cajón”. Favalli es un tipo fascinado por reparar y recuperar lo que tiene a mano y está preparado para lo que se le ponga adelante.

Muchos coinciden en que el personaje te quedó pintado.

Es un personaje muy parecido al ciudadano común. Y había una duda, porque yo no tengo exactamente el físico de Favalli. Cuando vos mirás el dibujo, el personaje es mucho más fornido que yo, pero lo que sí me parece es que yo encontré una energía que puede ser la del Favalli original. Creo que estoy plantado en el lugar en el que podría estar plantado aquel personaje que dibujó Solano López, y eso es lo que a la gente le gustó, y la yunta que hacemos con el Juan Salvo de Ricardo.

El director de la serie, Bruno Stagnaro, llega precedido de una carrera de mucho prestigio y cierta fama sobre la forma peculiar de trabajar con los actores para construir su realismo. ¿Cómo fue trabajar con él?

Fue bárbaro trabajar con Bruno. Para empezar, era la persona que más convencida, o más entusiasmada, estaba con llevar a la pantalla la historieta de El eternauta. Yo ya era joven cuando la leí, pero en el caso de Bruno forma parte de su infancia y fue de las primeras cosas que leyó. Por eso este es un proyecto que lo tomó como algo muy propio y con la responsabilidad y el compromiso de estar a la altura de la obra original. Para mí esta serie no es, como muchas que se estrenan, “apenas cumplidora”. Me parece que plasma el deseo de un montón de gente de contar El eternauta y que está contada por uno de los lectores.

Bruno es un tipo que trabaja muy metido en el rodaje y en todo el proceso de construcción de la serie. Entonces, uno iba muy contento a grabar, a pesar de que podía ser muy cansador. En mi caso, padecía el hecho de estar corriendo tantas horas con una máscara puesta, pero uno no paraba nunca, porque estaba siempre acompañado por el director. Sentía que estaba realizando un trabajo valioso y que lo estaba haciendo de la mano de Bruno. Esas cosas tranquilizan, porque a veces uno siente que lo mandan a hacer cosas: “Subite a aquel monte”, y el director te mira desde abajo. En este caso, yo tenía la convicción de que, si había necesidad de subir a un lugar, Bruno iba a estar al costado subiendo conmigo porque esa era la intensidad que le metió a este laburo.

Es alguien que además sabe escuchar, y si vos viste sus trabajos anteriores, sabés que es una persona que suma gente, en la búsqueda de algo neorrealista que también tiene esta serie. Para eso suma rostros, personalidades que le resultan interesantes, gente que se cruza de paso por un barrio, personas que no son actores formados o preparados para el oficio y eso repercute en una cierta libertad que se respira mientras filmás.

Foto: Marcos Ludevid, difusión

Es como que agrega pedazos de realidad.

Claro, eso te da una verdad diferente a la que te dan las actuaciones de los actores, que pueden ser muy orgánicas, muy copadas, pero que ya vienen con una construcción. En ese sentido, este proceso me hace acordar un poco al rodaje de El baño del papa. Creo que cuando la serie se va metiendo más y más en el mundo exterior, encuentra ese neorrealismo, pero para lograrlo hay que confiar, y Bruno confía en lo que puede aportar cada personaje, sea o no sea un actor de profesión quien lo interpreta.

Vos has hablado muchas veces de lo que implica construir un personaje. ¿Cómo se construye y se mantiene ese clima de paranoia en el que transcurre la serie?

Yo creo que lo mantengo directamente desde el oficio. Uno mira por la ventana y ve un páramo blanco nevado, pero dos minutos antes descubrió que esa nieve que estaba en el piso era una capa de sal y vio los cromas al fondo. Al mismo tiempo, la serie tiene una referencia muy directa a una pandemia y a lo que puede llegar a ser una ciudad desolada, vacía. Entonces, ese oficio desde el que construís esa sensación está nutrido de una pandemia que no era opcional, que te morfaste entera durante dos años y a la que volvés cuando pensás en esta cosa desolada, pero después lo sostenés con oficio, porque además estás en un set rodeado de gente y en los cortes te comés un bocadito y te tomás un café. Yo siempre digo que actúo a partir de la intuición y de un montón de elementos que tengo ahí en la vuelta pero que no he terminado de ordenar.

Otros de los comentarios recurrentes refieren a lo bien que funciona la dupla de protagonistas que se armó contigo y Darín.

Sí, yo creo que Ricardo es el mascarón de proa del cine y del audiovisual en general. Es la figura más reconocida, más admirada del cine argentino, pero no solamente: también es, probablemente, una de las figuras más importantes a nivel latinoamericano, y lo aman en España, por ejemplo. Todo eso él lo sabe, pero es un tipo que siempre da espacio para que se luzcan otros. Porque construir como actor implica construir al tipo que tenés al lado. De hecho, la serie lo dice todo el tiempo: necesitás al otro. Si vos funcionás bien también es por el tipo que está contigo actuando, por la gente que te rodea. Yo creo que estoy bien en mi papel y que formamos una linda dupla cuando tenemos que estar juntos, pero también están bien Carla Peterson, Marcelo Subiotto, Ariel Staltari, Andrea Pietra, Orianna Cárdenas. Es la sumatoria de todos, y eso lo sabe Ricardo, y lo sabemos todos. Trabajamos entre nosotros, nos miramos a los ojos y construimos verdad, y esa verdad transforma las cosas de mejor manera. Y yo sí siento que estoy trabajando a la par de él porque, primero, me lo permite, y segundo porque, bueno, sí, creo que hay un montón de gente que no llegó al reconocimiento internacional que tiene Ricardo, pero que en realidad trabaja igual de bien.

Hay algunas cosas que él maneja mejor que yo. Ricardo tiene un oficio diferente, tiene mucho más oficio y además ha dirigido. Entonces, él tiene un conocimiento de algunas cosas mucho más profundo, pero después, en términos de actuación, vamos todos juntos inevitablemente. Nadie se salva solo.

Estás recibiendo mensajes y buenas críticas por tu trabajo en la serie de todas partes del mundo. ¿Tus vecinos del barrio ya te hicieron saber qué les pareció?

No estoy saliendo mucho por el barrio. No he ido a comprar demasiadas cosas. Hay vecinos que ya me han saludado. Hay algún comerciante de acá, del propio Parque Posadas, que yo sé que vio la serie y que está esperando una segunda temporada. Sí, el reconocimiento está sucediendo, pero en dosis correctas. Acá en Uruguay la gente es muy medida, te felicitan, te saludan, te elogian, pero no se entrometen, y no es que te saluden 50 personas, te saludan cuatro o cinco. Eso lo podés manejar, es una dosis correcta que a mí no me molesta para nada. El otro día no fui a la feria, por las dudas. Voy a ver qué hago este sábado.

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