En un fin de semana extendido y de un carnaval fuera de época, el teatro Solís presentó cuatro funciones –del jueves 11 al domingo 14 de setiembre– de Celebrar: la murga en filarmónica, un espectáculo que se anunciaba como “sin precedentes” y prometía el milagro de “fusionar la potencia popular de la murga uruguaya con el universo sonoro de la Filarmónica de Montevideo”.
Vigilantes, encima de los artistas de turno en una fantasía del cielo, con sus nombres fileteados en dorado sobre la cúpula del emblemático recinto, el alemán Richard Wagner, el austríaco Wolfgang Amadeus Mozart y el italiano Gioachino Rossini bajan a la tierra y el pedregullo cualquier intención de corrección política, de miradas universalistas y diversidades diplomáticas de familia ensambladas.
“Acá jugás de visitante”, advierten a coro los dioses de la música culta a los hombres de caras pintadas y a la sala llena de cómplices: una masa mayormente organizada entre fanáticos del carnaval y de Contrafarsa, seguidores de la música de Pitufo Lombardo, señoras y señores de edad avanzada capaces de afrontar entradas poco económicas, más algunos que se animaban a gritar las mismas cosas que se pueden escuchar en un tablado.
Detrás del telón esperan 50 artistas: un coro murguero y su batería de bombo (Pablo Lolito Iribarne), platillo (Gerardo Batata Cánepa) y redoblante (Agustín Pérez), y una formación de la Orquesta Filarmónica de Montevideo, bajo la dirección artística de Edú Pitufo Lombardo y Martín García. El programa también anuncia los arreglos orquestales de Pablo Rey, una puesta en escena ideada por el cineasta Sebastián Bednarik y la dramaturgia, pensada como hilo conductor, escrita por Vanessa Cánepa.
A las ocho de la noche, en penumbras, el coro de trajes sobrios y medida brillantina ataca con el saludo de Los Geriátricos, de 1997: “Retorna la vieja murga que el tiempo borró/ voces del cofre de Momo trayendo tu afán/ álbum del viejo recuerdo que se vuelve a abrir/ y en sus vibratos gentiles los que ya no están...”.
En el aire resuena La Matinée, otra aventura de Pitufo (retratada en el film de Bednarik La Matinée, de 2007), ligada directamente a su clasicismo murguero y a su obra reivindicativa. Pero lo de esta noche seguirá otros caminos, acompañado de murguistas jóvenes y consolidados como Agustín Amuedo, Nicolás Grandal y Damián Luzardo, y otros viejos compañeros, como Gerardo Turco Reyes, quien también estuvo detrás de la producción del espectáculo. Una pantalla gigante proyecta afiches de los bailes del Solís y de tablados en blanco y negro.
La Filarmónica de Martín García, por momentos algo escondida detrás de la murga, se presenta con trompetas, un trombón, flautas traversas, un vibráfono, violines, violas, chelos y contrabajos. Entre canciones, el actor Imanol Sibes hilará los capítulos de un cuento personal y también de Uruguay: la anécdota de una madre que pierde la memoria y la de un hijo encantado entre el drama y la belleza de los recuerdos. La historia abarca la segunda mitad del siglo XX, pasando por la dictadura militar, los carnavales felices de sus padres y la crisis económica de 2002.
El premiado murguista cumplirá correctamente con su trabajo, armado de un relato algo manido, incluso para las formas exageradas y sensibleras de nuestro carnaval. Mientras tanto, lo que sucede entre la murga y la orquesta se lleva por delante el mejor de los textos y cualquier otro artefacto a su alrededor, como cuando una tormenta eléctrica y un tornado coinciden en tiempo y territorio.
Tormenta y tornado
Al principio, la murga filarmónica interpreta versiones de “Murga es el imán fraterno”, de La Milonga Nacional (1968), “Saludo a los barrios”, de La Reina de La Teja (1981), y “Los futuros murguistas”, de Jaime Roos (1985), con arreglos de cuerdas y percusión que evocan la música exótica y colorida de Les Baxter, los carnavales parisinos, las películas de Peter Sellers y un Uruguay idealizado entre el progresismo de Luis Batlle Berres y la utopía de la revolución cubana.
Con buenos modales, las dos expresiones culturales casi antagónicas dialogan con la armonía de una alegría incuestionable e inocente y el buen gusto de los arreglos, compuestos especialmente para el espectáculo. La música es una novedad: la murga nunca sonó de esa manera y la Filarmónica se luce con mínimos y sutiles encantos.
En ese clima, de unos carnavales luminosos que vaya a saber si existieron, se revelan las mejores joyas escritas para un tablado: la admirada “Los colores”, de La Nueva Milonga (1985), y “La gente”, de Falta y Resto (1988), con Abril Pereira en destacada actuación solista.
El sumun de este capítulo inicial trae el mejor rescate de la noche y uno de los más festejados por el público: los vientos toman el protagonismo en el enganchado plenero de la BCG (1989) y las orquestas se complementan a la perfección en un ritmo festivo, ideado por la murga de Esmoris como una fuga y una vuelta a las raíces de la fiesta, cuando los carnavales se practicaban salvajemente. Hasta ahí, todo pipí cucú. Se escuchan versos de Los Saltimbanquis y el coro canta la despedida de Don Timoteo de 2017.
Más que nunca, la murga, que esta noche juega de visitante pero tiene a la Filarmónica a su favor, se apodera de la acción. La que habla es una criatura polifónica con una historia brevísima, capaz de simbolizar con su canto una identidad bien definida y que hasta el día de hoy sigue provocando orgullo en unos y vergüenza en otros, lo cual la ubica entre las expresiones culturales de baja calidad.
El fondo de las notas más afinadas de este coro guarda pregones de canillitas, chapas con óxido de almacenes fundidos, radios mal sintonizadas, pasodobles españoles y tarantelas italianas y el impulso de un orgullo futbolero del más pequeño. La murga, afinada y ajustada, asusta tanto como conmueve. A su director se le reconoce sus virtudes como músico y arreglador, y no tanto su capacidad histriónica. En ese sentido, la propuesta de Celebrar y el marco del Solís resaltan su linaje de heredero de Pianito, Pepino y Cachela.
Luego, de la mano de la historia humana de una madre que lo olvida todo, el drama se convierte en la mejor vestimenta de la música. Y crecen la murga y la Filarmónica, juntas y por separado.
No son lo mismo, y sin embargo...
La Orquesta Filarmónica se queda sola. Toca “El saludo del 37” (en realidad, de 1941), de Araca la Cana. Con muy poco y un temblor de sus cuerdas, el conjunto municipal te tira la historia de diez siglos encima, despertando imágenes de imperios, palacios, iglesias derrumbadas, más batallas y guerras a caballo, vidas de locura y enfermedad entregadas a las sinfonías, y, a la vez, carretillas, boliches, faroles y serpentinas de la noche de Montevideo, en una apuesta no poco arriesgada de García, que sienta un precedente singularísimo en la historia de la música uruguaya. No son lo mismo. No pueden serlo, y sin embargo...
Antes, la murga y la Filarmónica se vuelven a encontrar en “Montevideo”, una pieza de murga canción desplegada en toda su belleza renacentista, escrita por Tabaré Cardozo. Martín García sorprende cuando canta la inédita “Celebrar” (letra de Jimena Márquez y música de Pitufo Lombardo), y luego suena la demoledora “Retirada” de Jaime Roos, en otra gran combinación de coro y orquesta.
Pitufo emprende con sus armas de emoción masiva: lidera en voz y guitarra una versión de “Murga madre” y la orquesta se afirma en la piazzollesca “Motivos”, compuesta por Pablo Rey. Al final del espectáculo, el coro llega a Sayago con “El loco de la estación”, de Contrafarsa (2000).
La murga filarmónica le saca brillo a esta genial invención carnavalera, que incluye fragmentos de “Cuerpo y alma” de Eduardo Mateo, “El tiempo está después” de Fernando Cabrera y “Águas de março” de Tom Jobim, y se despide triunfadora con una bulliciosa ovación del público de la platea y los palcos del teatro.
En el cernidor quedan tintineando la picardía de la batería, el temblor que provoca un coro murguero, la fuerza sobrenatural de una orquesta sinfónica, el movimiento de hombros de un espectador afectado por la música, y –como los tablados no tienen techo– la pregunta de dónde escribir los nombres de Jaime Roos, Jorge Esmoris, Eduardo Tano Di Lorenzo, Tito Pastrana, Raúl Castro y Pitufo Lombardo.