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Fernando Cabrera y Hugo Fattoruso.

Foto: Gianni Schiaffarino

Se aprende o se marchita

10 minutos de lectura
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Cabrera y Fattoruso estrenan disco en conjunto y lo presentan el martes en el Auditorio del Sodre.

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“Los que cuentan en términos de tiempo se enredan”, dice Hugo Fattoruso, por eso sólo mira el pasado para “aprender de los desastres” y no le da mucha importancia a la buena cantidad de años que pasaron antes de que por fin hiciera algo junto con Fernando Cabrera. Ambos músicos emprendieron un camino de shows en conjunto en 2024, que tuvo como principal mojón las dos presentaciones en el teatro Solís. De allí salió el material que da vida al disco que acaban de publicar, de 12 temas –seis de cada uno, incluido un estreno–, con Cabrera en guitarra y Fattoruso en piano, teclado y acordeón –no al unísono, claro está–. Y los dos en voces, por supuesto. La presentación del disco será el martes a las 21.00 en el Auditorio del Sodre –con entradas por Tickantel–.

Ambos se amalgaman como una fina pieza de relojería suiza: el timbre de voz áspero de Cabrera, su dispositivo guitarrero que sugiere acordes y no los impone, con la textura etérea de la gola de Fattoruso y sus dedos llenos de barrio, que impregnan de un pulso irresistible a las teclas. Por eso no es una locura preguntarse cómo no se dio antes semejante encuentro, sobre todo teniendo en mente que Cabrera empezó en esto en los albores de los 80, por lo que dieron más de cuatro décadas de ventaja para enlazar sus músicas.

“Cuando nos juntamos, nos juntamos. Nos dicen ‘¡hace más de 30 años que están tocando y nunca nada!’. ¿Y qué tiene que ver? De repente, hay un tango que nunca te gustó y un día te gusta”, dice Fattoruso. Cabrera añade que andaban por circuitos “que no se rozaban”, pero es mejor que el encuentro se haya dado ahora, porque era algo que les quedaba por hacer. “Si lo hubiésemos hecho hace 30 años, ya estaba en el olvido”, acota. Ambos destacan que el ensamble no se dio de un día para el otro: hubo un trabajo previo de ensayos, minucioso, detallista, que llevó dos o tres meses, y después, tocar en vivo fue un segundo trabajo, ya que en esas instancias también se pulió.

Siempre hay algo nuevo, incluso para Fattoruso, que tiene 82 años, lleva más de seis décadas de carrera –el primer disco de Los Shakers salió en 1965– y ha tocado con más de medio mundo (tres cuartos, quizás). Subraya que es la primera vez que participa en un proyecto, ya sea en dúo, trío, cuarteto, quinteto o infiniteto, en el que su aporte es exclusivamente de canciones, dejando de lado sus piezas instrumentales, que tienen otros ritmos, un material que cataloga como “más entreverado”. “Me gusta mucho la canción. Yo no voy a tocar un tema que hacemos con Barrio Opa en un recital con Fernando Cabrera; son propuestas distintas”, subraya.

“Estoy subiendo a modo de peldaños / lo que los años dan y significan, / concuerda que según pasan los años, / en la vida se aprende o se marchita”, canta Cabrera en “Palabras”, sobre el danzarín piano de Fattoruso. Es la canción que abre el novel disco y fue su primer corte de difusión, con una melodía de esas que quedan resonando en la cabeza varios minutos –o hasta horas– después de haberla terminado de escuchar.

¿Cuál es el truco para que se nos pegue? Fattoruso –el compositor de la canción– es pragmático: dice que el escucha es el que entiende porque le gusta o no, pero el que la hizo “no sabe un pomo”. “¿De dónde sale? ¿Del aire? ¿Qué te voy a decir, que me bajó algo? Tampoco puedo decirlo, da vergüenza; nadie sabe, pero hay una cosa que puedo decir: yo armo canciones con elementos recontraconocidos, La mayor, La menor, Sol mayor, Sol séptima; no tiene nada que ver con otras arquitecturas”, agrega, y enseguida Cabrera lo pone en duda.

Es así que, en la vereda de un café con vista al Palacio Legislativo, en una mañana montevideana como cualquier otra, ambos músicos empiezan a intercambiar pareceres sobre el origen del ritmo de “Palabras”. Fattoruso explica que tiene un aire de varias regiones de América del Sur y está en seis o en tres, depende de cómo se quiera contar el ritmo, y no es como la milonga, por ejemplo, que está en dos o en cuatro. Cabrera acota que es medio criollo y empieza a palmear el ritmo, mientras dice “1, 2, 3, 1, 2, 3”, y confirma el patrón. Fattoruso se suma, golpeteando la mesa, y se siente el tintinear de las cucharas que merodean las tazas, y así se advierte una pizca del ensamble de estos dos.

Piano, piano

¿En la vida se aprende o se marchita? “Estoy ocupado o ya estoy recontra marchito, no me importa, sigo de largo y me hago el sota; tengo mucho por hacer, no me da el tiempo”, dice Fattoruso. En ese plan, de tener las manos ocupadas, se suele ejercitar para tocar el piano con el clásico libro de 60 ejercicios del francés Charles-Louis Hanon (1819-1900). Explica que si va a tocar boleros, Hanon no le sirve para nada, porque se precisa “armonía y sabor”, pero para interpretar “esto o lo otro, donde las manos tienen que funcionar”, se necesita prepararlas con esos ejercicios. A su vez, hace muchos años, el brasileño Moacir Santos le tiró el pique de que toque Hanon en décimas y cromático, así “cambian todas las posiciones todo el tiempo”, algo que le resultó “un tesoro para las manos”.

Al inicio de su carrera, Cabrera trabajó con pianistas como Andrés Bedó y luego con Alberto Magnone; ya hace algunos años, con Herman Klang, pero en formato banda. “Me encanta, porque soy un pianista frustrado, nunca pude tocar el piano. Quise aprender: a los 15 o 16 años fui con un profesor, pero las manos ya eran como para guitarra. Aparte, uso uñas en la mano derecha, y la uña choca con la tecla, no tenés tacto. Más adelante también fui a unas clases y aprendí el Hanon, pero me costaba”, dice Cabrera.

En el disco no podía faltar la magnum opus del músico oriundo de Paso Molino, “La casa de al lado”, canción original del álbum Fines (1993), también incluida en la banda sonora de la película El dirigible (1994), de Pablo Dotta. Contrario a la de estudio, que está cargada de instrumentos, esta versión es lo más minimalista posible, apenas con Cabrera en voz y Fattoruso al piano, que le imprime una ligera bajada de tempo, dotándola de más melancolía. Cabrera recuerda que Fattoruso ya grabó dos veces esa canción, primero con Rey Tambor, en clave candombe, y luego con el dúo que conforma con Albana Barrocas (en plan viaje electrónico, una especie de candombe interestelar con reminiscencias de los 80, ideal para musicalizar una versión uruguaya de la película Blade Runner). “Es una composición gigante, él tampoco sabe por qué. Tiene una dimensión infinita; entre la letra y la melodía, te agarran y te dan vuelta”, dice Fattoruso.

Así que como Cabrera ya sabía que su nuevo compinche tenía más que presente la canción, no le pidió nada especial: “Tocá lo que vos quieras y yo canto arriba, chau”. Agrega que le gustó el enfoque rítmico que le imprimió, de “candombearla un poco”, porque es una canción que si bien no la compuso pensando en un candombe, la melodía tiene algo del tambor chico, como quedó demostrado en la versión de Rey Tambor. “Me pareció muy lindo dejar que él aplicara esa cuestión a ‘La casa de al lado”, le da un vuelo que yo no podría hacer, porque tocando la guitarra no tengo ese candombe”, agrega.

La que sí tiene más ritmo de candombe es “Al mismo tiempo”, el segundo corte de difusión del disco, lanzado, también con video y todo, hace pocos días. Compuesta por Cabrera, la original está en el disco en vivo que grabó junto con Eduardo Mateo, de 1987. “Le digo ‘chau’ y se queda acongojada / pero yo sé que nos vemos en el final”, canta Fattoruso en los primeros versos, sobre su teclado de sonido que remite a un clavicordio, de otro tiempo, de otras vidas. En la de 1987 arranca a cantar Cabrera, pero el músico no tiene tan presente esa versión, ya que luego la fue modificando, y también porque lo que hizo con Mateo “es imposible de reproducir”, subraya.

Foto: Gianni Schiaffarino

“¿Qué voy a tocar? Quedó en el disco, es una cápsula que está ahí; pretender repetir eso no se puede porque él hacía otras cosas, cantaba a su modo, tan particular, y tocaba de manera tan particular la percusión, la guitarra, todo; no se puede”, insiste Cabrera, y agrega que las canciones que más le gustan de ese disco son las que menos se difundieron, como “Todo el día”, en la que Mateo imita sonidos electrónicos con la voz que se pasean por el paneo estéreo. “El nombre Eduardo Mateo cambia toda la conversación”, dice Fattoruso, y Cabrera subraya que Mateo es una escuela, pero de la que “nadie puede recibirse”.

Gardel cantando “Let It Be”

“Se rompió la cabeza este. ¿No viste que le falta un pedazo de cabeza?”, bromea Fattoruso sobre el armado del repertorio del disco, ya que fue pensado como vinilo –y se editó así–, un formato con capacidad muy limitada de tiempo, cerca de 22 minutos por lado. Cabrera devuelve la broma y dice que lo armó con inteligencia artificial (IA). Más allá del chiste, el músico comenta que todavía no investigó mucho sobre la IA pero está abierto a hacerlo. Aclara, sin embargo, que no le interesa, por ejemplo, eso que está tan de moda, de tomar una canción famosa y que sea “interpretada” por algún vocalista todavía más famoso, esté vivo o no –por ejemplo, Freddie Mercury–, así como tampoco le agrada cuando mueven una imagen fija: sale José Artigas de la puerta de la Ciudadela y te saluda canchereando, como diciendo “¿qué hacés, flaco?”. Fattoruso larga una carcajada con el ejemplo.

“Ahora, me parece que hay otras muchas aplicaciones de la IA que se pueden investigar y sacar provecho. Eso es una pavada, o cuando ponen a Carlos Gardel cantando ‘Let It Be’, no me da gracia eso, pero me imagino que en la medida en que se siga desarrollando va a ser una herramienta bestial para todos. Hay que ver con qué foco, con qué destino; vivimos en una época en la que aparecen herramientas todo el tiempo, hace más de 50 años no había ni licuadora”, reflexiona Cabrera.

Pero la vieja práctica de tomar un instrumento y tocarlo valoriza lo que hacen, añade Fattoruso, porque estar arriba del escenario interpretando música en vivo “es irremplazable, ahí no hay tu tía”, y agrega: “¿Te imaginás ver ahora a cualquiera que nombre, a Gardel, por ejemplo, en vivo? No tiene nada que ver. Con IA te pueden hacer todo lo que quieras, pero si lo ves en vivo...”.

Adivine el pueblo

“Había un pueblo que madrugó, / hizo un café, calentó el motor, / un día duro le tocará, / deberá sufrir, / no lo ayudarán, / solo con su alma / se arreglará”. Es la última estrofa de “Un pueblo”, la canción que cierra el disco, de autoría de Cabrera, que es la única nueva del álbum.

El cantautor la cataloga como una “microcanción” (de esas que en su repertorio tiene como para repartir). La tenía pronta apenas empezaron a ensayar, y le suele pasar de sentir ansiedad por estrenar una canción cuando recién la compone, para ver cómo le cae a la gente; así que se la ofreció a Fattoruso, le pareció bien y entró en el espectáculo –y luego, en el disco–. “Nació de la necesidad de darle ánimo a algún pueblo –el que prefieras– que esté pasando un mal momento. Un pueblo que no es el mío, yo no puedo hacer nada, simplemente decirle ‘arriba, vos podés, van a salir’”, comenta el cantautor.

Cabrera dice que esa ansiedad por mostrar lo nuevo, lógicamente, las nuevas generaciones de músicos la tienen multiplicada exponencialmente. Por eso, si bien piensa que hoy hay menos lugares para presentarse en vivo, los músicos jóvenes tocan “en cualquier lado”, como bolichitos chicos, para mostrar su flamante material. Comenta que está “un poco distraído” sobre la actualidad de la música nacional, pero si ajusta la mirada ve que hay muchísima, y es así como también nota “mucha canción pop, tipo fogonera”. “Cuando yo arranqué, la canción era más experimental, ahora la veo un poquitito más estándar. En mi época, de joven, todo el mundo estaba tratando de hacer algo distinto, personal, pero ahora parece que es otra la idea, a la gente no le importa mucho parecerse a otro. No estoy juzgando, eh”, aclara.

Y en eso de ostentar personalidad, Cabrera todavía recuerda la primera vez que tuvo noticias de Fattoruso. Fue aproximadamente hace seis décadas, cuando tenía ocho años. Luego de que compraron un novedoso televisor, en la casa de los Cabrera al mediodía solían ver El show del mediodía, conducido por Cacho de la Cruz y Alejandro Trotta, y también Mediodía con usted, a cargo de Gustavo Adolfo Ruegger y su esposa, Sara Otermin. Fue en el primero que un día De la Cruz presentó a Los Shakers, con su hit “Rompan todo”, y el pequeño Cabrera se quedó paralizado por la pinta que tenían, con pelo largo, bien vestidos, también por las guitarras eléctricas y la batería, y Fattoruso cantando agudo, en forma “increíble”.

Ya diez años después, cuando Fattoruso, su hermano menor, el baterista, Osvaldo, y Ringo Thielmann fundaron el grupo Opa en Estados Unidos, Cabrera recuerda que los “mataron a todos” musicalmente. La chorrera de elogios a Fattoruso no lo incomoda porque dice que el cantautor es su amigo; de todas maneras, su expresión corporal muestra que un poco le da cosita. Cabrera recuerda que, como Mateo, los Fattoruso eran una leyenda en el ambiente: no los veían en ningún lado, pero todo el mundo hablaba de ellos. Como no estaban en el país, el mito se agrandaba.

Fattoruso comenta que cuando escucha grabaciones suyas de hace añares dice “uy, qué clarito que está todo ahí”, por la calidad de su voz y cómo llegaba a las notas. Agrega que, lamentablemente, no es de hacer muchos ejercicios para la gola, y que específicamente para este recital debería dedicarle un poquito más, aunque hace cosas que no suele hacer en otros de sus proyectos, cuando va “derecho de la cocina al escenario”. “Pero con Fernando, como es todo cantado, me preocupo un poco más. Igual, nunca alcanza, y ya no tengo 40 años, la cédula se interpone”, agrega.

Sea como fuere, para Fattoruso no todo son ejercicios, también le gusta tocar por simple diversión. Para finalizar, comenta: “El placer de tocar es igual que todo: si sos carpintero, te tiene que apasionar lo que hacés. La música, si te mueve la fibra del alma, ya es suficiente. Además, nos acepta a todos: a los que no sabemos leer música, a los que no fuimos a la universidad de no sé cuánto; no se necesita nada, sólo aprender a combinar notas, como un tejido. La música nos acepta a todos, es gigante”.

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